Sentipensando desde el Sur

Siujen Chiang Muñoz

Revisitar Chile, el viaje a través de “Queridos Compañeros”

Uno de los años más importantes en la cinematografía chilena es 1969, fecha en que se estrenaron películas relevantes para entender la impronta que tendría el séptimo arte durante la Unidad Popular y que dio pie para hablar del Nuevo Cine Chileno: Valparaíso, mi amor; El Chacal de Nahueltoro y Caliche Sangriento, de Aldo Francia, Miguel Littin y Helvio Soto, respectivamente. Un cine militante, que buscaba mostrar el devenir y las contradicciones de un abajo que empezaba a ser protagonista.

Pero no fueron los únicos, las Escuelas de Cine universitarias, los noticieros de los ministerios, la CUT, la productora estatal Chile Films, y una serie de productoras independientes, comienzan una oleada de nuevos trabajos. Según Patricio Guzmán, en su artículo 1970-1973. El Cine Chileno durante Salvador Allende (Revista Kamchatka, 2021), en esos tres años se realizaron “13 largometrajes de ficción, 71 documentales de corto y largometraje, 41 informes y noticieros. Los cineastas consiguen expresarse en casi todos los géneros”.

El Golpe de Estado cercenó en seco esta efervescencia, con cineastas exiliados y asesinados, películas desaparecidas o, las con más suerte, sacadas del país clandestinamente, y comienza el largo período del cine chileno en el exilio, prolífico, pero lleno de dolor.

Así como “La Batalla de Chile” fue terminada en Cuba, existe otro material fílmico menos conocido del director Pablo de la Barra, “Queridos Compañeros”, que fue filmada en 1973 y montada en Venezuela en 1977, cuya última escena estaba planificada para realizarse el fatídico martes 11 de septiembre, y que por razones obvias no se llevó a cabo. Una película inspirada en la militancia de Alejandro de la Barra, hermano de Pablo, que entra en el ideario mirista (por el Movimiento de Izquierda Revolucionario, MIR), protagonizada por Marcelo Romo y Hugo Medina, y que retrata la historia de un grupo de militantes de izquierda que preparan el asalto a un banco (recuperación sería la palabra exacta), después de participar activamente en una toma de terreno en el sur de Chile, mientras son perseguidos por el gobierno de turno. Situada durante el gobierno de Eduardo Frei, el filme debía culminar con el triunfo de Allende en las elecciones de 1970.

Días después del Golpe, la productora fue allanada y desaparece el sonido, pero manos solidarias habían logrado sacar la película del país, que transitó por Europa hasta que llega a manos de Pablo de la Barra en su exilio en Venezuela. Pero ya no podía ser lo que tenía planificado, le da un giro de tuerca, y agrega reflexiones con una voz en off sobre lo que vivía el país en los primeros años de la dictadura. Con la ayuda de una lectora de labios, logra rehacer los diálogos y el sonido, al que se suma el trabajo de Marcelo Romo, quien estaba exiliado en Londres, pero no pudo habituarse al viejo continente y llega a Venezuela, haciendo el doblaje de sí mismo, el único actor que tiene su propia voz en la versión final.

Una vez estrenada, pasó por algunos festivales europeos, pero en la actualidad es una película casi desconocida en Chile. Incluso hoy no se sabe el paradero de la versión original, con la que eventualmente se podrían hacer copias de exhibición.

Hace ocho años, Álvaro de la Peña, en ese momento restaurador de la Cineteca Nacional, tuvo la oportunidad de ver una copia estándar dañada… y se cautivó con ella. Desde entonces dirige un documental para rescatar la historia de “Queridos Compañeros”, logrando tomar contacto con gran parte de su equipo creativo, quienes ante la cámara han podido reflexionar acerca del filme y como su historia ha sido reflejo de la historia del país, quebrado, pegado y vuelto a quebrar, cincuenta años después.

El acento caribeño de Pablo de la Barra se escucha a través de audios de Whatsapp, buscando en la memoria esos detalles sabrosos de producción, como que casi todo el elenco venía de trabajar en “Estado de Sitio”, en donde él fue asistente de dirección, la película que Costa Gravas hizo en Chile en 1972, incluso Nemesio Antúnez, que tiene un pequeño papel en “Queridos Compañeros”. Se siente un poco ansiedad en su voz, de no querer perder cada detalle, porque su filme está a punto de desaparecer si no es por el trabajo de Álvaro.

Leonardo de la Barra tenía veinte años en 1973, pero pudo ser asistente en “Estado de Sitio” y después siguió trabajando en la película de su hermano Pablo. Cuenta que el día del Golpe partió al centro de Santiago a cazar imágenes, con un trípode de madera y una pesada cámara, y la necesidad de registrar lo que estaba pasando que la memoria histórica agradece, logrando la imagen de La Moneda bombardeada desde la calle. Hoy Leonardo vuelve a Chile después de su largo exilio en Bélgica, para reencontrarse con su país, y entregar las imágenes, la cámara y el trípode de esa toma, porque sabe que forma parte de la historia de este país.

Unos meses antes, el día del Tanquetazo (fallido intento golpista del 29 de junio de 1973), el equipo de “Queridos Compañeros” debía filmar en un campamento de pobladores, pero deciden apoyar al gobierno de Allende y se dirigen en un camión junto a los trabajadores de los Cordones Industriales a marchar frente a La Moneda. Romo y Medina se van con las ropas de sus personajes, por lo que Pablo decide filmar por si el material se puede ocupar en la película. Las imágenes son conmovedoras, en especial cuando se tiene el dato que son reales, en un giro de la cámara se puede ver a José Tohá (ministro de Defensa de Allende) caminando por la calle hacia La Moneda, escoltado por militares, en el fondo se puede reconocer a Pinochet. Un acierto cinematográfico que no deja de estremecer.

El actor Patricio Arenas tuvo su momento de catarsis cuando lo contactaron para el documental. Radicado en Costa Rica desde su exilio, comenzó a contar todo lo que recordaba a través de audios y videollamadas, con la necesidad de que no se perdiera su huella en el devenir de esta historia, un tesoro a mostrar un año después de su fallecimiento.

En Chile se reúnen los actores Hugo Medina, Gloria Laso y Guillermo Cahn, que no se han visto en años y empiezan a hacer el reconocimiento del paso del tiempo. Álvaro hace las preguntas justas para desbordar los recuerdos, con sus cuarenta y pocos se nota que está mediando la historia que le contaron cuando niño sobre la dictadura, con lo que hoy estos sobrevivientes relatan. “En mi familia se hablaba el tema, mucho más que en otras familias, pero había mucho miedo”, me cuenta Álvaro.

“Uno jugaba a la barricada en la calle, poníamos piedras y había que saltarlas en la bicicleta” me cuenta con la risa en el rostro, y recuerdo la tensión, estar al borde del llanto, que se dio en la entrevista grupal cuando contaban lo que estaban haciendo en los años ochenta, sobreviviendo en otros países, en la clandestinidad en Chile, llorando a amigos, con miedo, cuando se dan cuenta que son pocos los que quedan… en la misma época en que Álvaro juega a las barricadas y a las protestas en las calles de su población.

Sin haberse ganado algún financiamiento audiovisual, a puro empuje personal y el apañe de su familia, Álvaro sigue investigando y filmando. Él sabe que así el camino es más largo, pero le ha dado el tiempo necesario para encontrarse con la historia que quiere contar. En pocos días más viaja a Caracas para encontrarse con Pablo de la Barra y seguir haciendo las averiguaciones para saber dónde está la versión original, y así poder exhibir por primera vez “Queridos Compañeros” en el lugar donde se filmó.

“¿Por qué quieres hacer este documental?”, le pregunto a Álvaro en una de nuestras tantas conversaciones sobre su trabajo. “Hay que rescatar la historia, el trabajo colectivo, la época, una película que se transforma para dar cuenta de lo que está pasando, sirve para sanar, si no hacemos algo se pierde”, me responde con su calma habitual, y agrega “si seguimos perdiendo los pedazos de nuestra historia, la gente más joven va a quedar igual que nosotros, como que algo nos falta y no sabemos qué… hay que contar, hay que hablar”… como siempre, le encuentro toda la razón.

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