Sentipensando desde el Sur

Siujen Chang

De la bandera multicolor a la realidad

El 28 de junio es el Día del Orgullo Gay, con marchas coloridas en donde las personas que han decidido salirse de la heteronorma se toman las calles y pueden mostrarse a su antojo.

Soy absolutamente novata en las lides de la diversidad sexual, viniendo de una familia conservadora en donde nunca me cuestioné si quería ser otra cosa que mujer que se relaciona afectivamente con hombres, pero tampoco haciéndome rollos con quienes tomaban una opción diferente, aunque siempre sentí que pertenecían a esa parte que la sociedad no le gusta mirar de frente.

Pero desde hace un año tuve que tomar una postura más activa, y empezar a aprender y a acompañar. Mi hija adolescente, en un acto que considero de mucha valentía, me contó que era lesbiana.

Entre todas las conversaciones que hemos tenido este año, me dijo que se pasó mucho rollo al contarme, a pesar de que en casa la postura es abierta y que hemos podido construir una relación bonita en que nos respetamos y confiamos mutuamente, pero en la realidad que la rodea, las historias no son amorosas y menos hablan de aceptación en las familias. Much@s de sus amig@s que han decidido “salir del closet” han terminado echados de sus casas, violentados, excluidos, negados, con todas las secuelas que eso conlleva.

También hay historias de amor y respeto, pero son las menos. A pesar de lo mucho que ha evolucionado la sociedad ante esa aceptación del otr@, la conservadora sociedad chilena, especialmente en los lugares más vulnerados, l@s que deciden no esconderse aún deben enfrentar consecuencias complejas e hirientes.

Mi hija tuvo el valor de contarme, y fue el primer paso. Poco tiempo después decidió que no quería andar a medias tintas, en especial porque ya le iban andar preguntando por pololos (novios) y no quería mentir, así que le contó a toda la familia materna. No puedo decir que me sorprendí, porque conozco a mi familia, pero todo el amorcito y apoyo que recibió me llenó el alma y, por lo menos en ese espacio, tuve la tranquilidad de que mi chica estaba segura.

No puedo decir lo mismo de lo que hay fuera de esos espacios. Cuando en el escenario político chileno toma relevancia la ultraderecha, reconocidos homófobos, temo por la integridad de mi hija cuando decida tener su primera relación afectiva y no tenga ninguna intención de esconderla, porque ella está muy orgullosa de lo que es. Es tal el temor, que lo primero que le pedí cuando me contó, es que tomara un taller de autodefensa, “para que tengas oportunidad de arrancar hija, si a est@s imbéciles se les ocurre atacarte”. En mi mente nunca han dejado de pasar las imágenes de la noticia del asesinato de Daniel Zamudio en 2012, joven insultado y torturado por su orientación sexual, y que dio pie para la “Ley Zamudio” como se conoce a la legislación que sanciona la violencia homofóbica.

Desde entonces he tomado la militancia por los derechos de la diversidad sexual. Primero aprendiendo, de paso sorprendiéndome de todo lo que queda por avanzar y, al segundo, entender que incluso en ese mundo, hay personas de primera y segunda categoría, la lucha de clases no conoce fronteras.

Están las fundaciones que enarbolan la bandera homosexual, cuyos rostros es gente linda, tipo catálogo de moda, con carreras y vida acomodada, imagen que invisibiliza todas las realidades que coexisten en la diversidad sexual, y en donde creo, hay mucha vulnerabilidad de todo orden. Pero también hay colectivos y organizaciones que buscan romper los arquetipos, denuncian los crímenes de odio, luchan por Educación Sexual Integral, acogen demandas y acompañan en distintos espacios, como en lo judicial, la salud, orientaciones para trámites gubernamentales, una guía necesaria cuando no se cuenta con mayor apoyo.

Cuando me tocó buscar liceo para mi hija, encontré uno en las cercanías que no se fijaba sólo en las notas y que tenía apertura a cosas políticas, el que entre sus lineamientos tuviera una visión integradora de la diversidad sexual, era como un plus. No me imaginé que sería uno de sus puntos más altos, y que estaba poniendo a mi hija en el lugar correcto, en donde ha podido relacionarse con su decisión de una forma abierta y apañadora.

Este año fue mi primera marcha del Orgullo Gay, compré la bandera que representa a las lesbianas (han sido muchas explicaciones con ojos blancos para que esta novata entienda las diferencias entre tanto color, ni hablar de todas las siglas), nos encontramos con su mejor amigo, un chico trans cuya familia también lo apañaba por primera vez en esta manifestación. Y fuimos felices, caminando, bailando, saludando, levantando las banderas. Me falta mucho camino que recorrer, pero mientras veía al parcito riéndose y jugando, con sus familias al lado, estoy segura que hemos ido trazando la ruta correcta.

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