Sentipensando desde el Sur

Siujen Chiang Muñoz

En la búsqueda de la información omitida

En estos días en que pronto nos veremos de nuevo ante la papeleta de votación para aprobar o rechazar una nueva Constitución en Chile, los medios de comunicación, nuevamente, han dado muestras de que el buen periodismo está lejos de esos canales, y se echa de menos información real que nos ayude a entender el mundo y no nos venda la postura de quienes los financian.

Hace muchos años entendí que la objetividad no existe, siempre se escribe desde donde se está parado. Y que lo mejor es transparentar desde dónde y a quién se informa, una ética como trabajadora de las comunicaciones que me ha quitado varias oportunidades laborales.

Durante años estuve detrás de la Revista Perro Muerto, una iniciativa popular que buscaba que l@s de abajo, a los que apuntaba como público objetivo, fueran los que escribieran sobre lo que les afectaba. Así, hubo poblador@s, estudiantes, colectivos, vecin@s, que poblaban sus páginas divertidas. No era una tarea fácil, principalmente porque había que convencerl@s de que podían ser protagonistas de sus propias historias.

La Perro Muerto sepultó varias de mis reglas “periodísticas” en el camino de construir esta revista diferente, como la objetividad y la validez de la fuente, y creó varias más que refrescaron en grande el mundo de los medios de izquierda de comienzos del siglo XXI. Esa experiencia duró nueve años, y fue el punto de encuentro de muchas organizaciones y personas que, hasta hoy, nos hermanamos en el abajo y a la izquierda a la que pertenecemos.

Desde ahí vi nacer a la ACES (Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios) cuando dieron la pelea por el pase gratis de transporte. Conocí a l@s hij@s de exiliad@s que se encontraban con un Chile que no era el que le contaban sus padres; a quienes accionaban el movimiento mapuche y comencé a entender sus reivindicaciones; a la Comisión Funa, que ponía reflectores a los torturadores que caminaban libremente por las calles; a l@s poblador@s de La Legua, La Victoria, La Bandera y tantos territorios golpeados que seguían con porfiada rebeldía defendiendo el lugar donde vivían, y así montones de compitas de cuyas historias poco se sabría si no fuera por la Perro.

Era un periodismo popular, hecho a pulso, que contaba lo que nunca iba a salir en los medios oficiales, y que dio cátedra en el hacer colectivo, con análisis de fondo para entender el mundo desde la mirada de sus protagonistas. Aún reviso sus páginas y mucho de su contenido es muy actual.

Siguiendo con esa experiencia, años después intentamos parar una Agencia Popular de Noticias, con la idea de que no dependiéramos de la agenda noticiosa del arriba y comenzáramos a crear una propia. Era un simple correo electrónico en donde juntábamos la información de todos los grupos que estaban conectados, sus actividades, denuncias, manifestaciones, que nos costaba una semana armar, pero que corría como pólvora en los tiempos que no existían las redes sociales… todo un logro.

Hace rato dejé de ver noticieros chilenos, menos prensa oficial, porque pasaba peleando delante del televisor o del diario, cuando me daba cuenta de mentiras flagrantes, de omisiones grotescas, de la imposición de un discurso que nada tenía que ver con informar lo que la gente necesitaba saber. Y decidí armarme mi set de sitios y podcast a los que le tenía fianza, para estar informada.

Ahí está Telesur, Desinformémonos, Pelota de Trapo, Piensa Prensa, Muros y Resistencia, radios comunitarias, canales populares, y recojo todos los boletines que me pasan en las marchas. En esos espacios hay información que me permiten entender dónde estoy y hacia dónde quiero encaminar los pasos, y que traspaso en cada oportunidad que tengo.

Hay trabajo de oro para transparentar tanta mentira y omisión alrededor de la nueva constitución, poniendo énfasis en todo lo que perdemos si sale un adefesio como ese, que nos hace retroceder varios años respecto a derechos que costaron mucho ganar. Siguiendo cada marcha o protesta, para no caer en el juego de que l@s que están en las calles son delincuentes, y que habrá una red que apañe si es a mí a quien detienen. Que muestran el pequeño mundo organizado, el que levanta carnavales, ferias del libro, bingos y tambos para recaudar fondos, ayudas solidarias, ollas comunes, redes de abastecimiento, para no creernos el cuento de que hay que desconfiar de vecin@s o migrantes, porque la verdad es que para ver de los que hay que desconfiar, hay que levantar la vista hacia el arriba que nos ahoga.

Amo profundamente mi profesión, porque sé el impacto que puede tener, “una noticia mal contada es un asalto a mano armada” rapeaba Calle 13 en su momento, y le encuentro toda la razón. Y hay que ser responsables con el poder (como verbo) que se tiene, porque el poder (como sustantivo) no debiera estar en nuestras manos.

Hace unos días me avisaron que una periodista, que tuve el honor de tener de maestra en mi paso por la universidad, había fallecido. Al segundo, quienes estuvimos en su aula, recordamos la impronta que dejó en cada un@ de nosotr@s. Sonia Leighton nos enseñó a ser puente entre los que necesitaban la información y quienes la generaban, que había que escribir para “la señora de la batea”, esa pobladora sin muchos estudios, que trabajaba todo el rato y nunca llegaba a fin de mes, a la que debíamos ganarnos para que leyera nuestros escritos. Tod@s quienes la recordamos, llegamos a la misma conclusión, Sonia nos quitó las ganas de ser protagonistas y nos mostró lo que debíamos ser en esta sociedad, herramientas para que tod@s accedieran a la información, poniendo nuestro foco en el ser más humilde, en el que más necesita saber.

Creo haber aprendido sus lecciones.

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