Reflexiones desde la butaca

Denise Anzures

El movimiento del 68 en los escenarios de la Ciudad de México

En el programa de mano que hizo la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM para conmemorar el 50 aniversario del movimiento estudiantil, Luis E. Gómez, escribe un texto espléndido en el que nos comparte el nacimiento de un concepto de juventud como un nuevo actor político y social que cuestionó el principio de autoridad y se opuso al autoritarismo de cualquier signo y en cualquier parte del mundo y, lo más significativo es que aquellos jóvenes del 68, recuperarían los espacios públicos como escenarios de protesta y disidencia.

Aquellos jóvenes del 68, estaban convencidos de que la realidad que vivían era una realidad expropiada, en el que las instituciones públicas se percibían como artificios y la simulación del estado frente al conflicto social. Aquella percepción de la realidad en los jóvenes del 68 tuvo tal efecto que surgió un nuevo actor político y social: Los brigadistas, quienes hicieron del movimiento un acontecimiento verdaderamente transgresor. Cientos de imprentas caseras surgían en diversos puntos de la Ciudad y con ella, una creatividad explosiva de volantes que se imprimian por cientos para ser repartidos a la población. El movimiento del 68 marcó una era cambio no solo en el pensamiento político –que llegó a su clímax el 1 de julio de 2018-, sino que también, situó al arte en el terreno de lo político por medio de prácticas de intervención de los espacios, es decir, el arte frente a la vida.

Con el movimiento del 68, el arte empezó a transitar diversas esferas de la vida política, social y artística. El arte como forma de resistencia y conciencia colectiva. Como bien se cita en la edición No hay más poesía que la acción, el engaño se hace visible, a través del arte, como crítica de la modernidad.

Derivado de estas premisas, suponíamos que la fuerza creativa desencadenaría una reacción en cadena que situaría a la escena mexicana en un terreno de efervecente creatividad, así pues, ha sucedido felizmente en casos aislados con compañias y artistas independientes que se han dedicado rigurosamente a la investigaciòn y al análisis, gracias a la relación que han establecido de manera seria y profesional con el contexto político y social que los habita.

Por ello, es que dediqué parte de mi observación a ver lo que la escena mexicana nos tenía preparado dentro del marco de los 50 años del movimiento del 68. Me interesaba averiguar qué se estaba relatando, es decir, cómo se articulaba el discurso dentro de la historia.

Nos aventuramos a mirar Conmemorantes de Emilio Carballido, bajo la dirección de Emilio Méndez, en la Sala Miguel Covarrubias de la UNAM. Esta puesta en escena fue escrita en 1981, y aborda las implicaciones individuales y sociales de la represión ejercida al movimiento del 68 y una madre, -caracterizada por Marta Aura- que busca a su hijo desadesaparecido. Importante señalar que esta obra fue producida por la Dirección de Difusión Cultural de la UNAM y la Compañía Nacional de Teatro.

En el mismo Centro Cultural Universitario, se presentó La Hecatombe de Juan Tovar, un texto que intenta una aproximación a la Divina Comedia, dirigida de manera atinada y limpia por Carlos Corona, quien nos presenta a Diaz Ordaz, Echeverria y López Mateo, dialogando desde el infierno sobre lo ocurrido el 2 de octubre. Paralelamente a la discusión de los jerarcas, dos jóvenes harán un recuento de lo sucedido ese día en Tlatelolco, pasando por Ayotzinapa y cerrando con los distubios generados por los porros en Ciudad Universitaria en 2018.

David Olguín, presentó en el Teatro el Milagro la obra México68, escrita y dirigida por él mismo; es una parábola sobre el autoritarismo y una reflexión crítica del pasado y presente del 68. Un padre intolerante con sus hijos, en un mundo reglamentado hasta el absurdo, asfixia a su familia pero no sabe que esa tribu habrá de sublevarse.

Olimpia 68, (Leeciones de español para los visitantes a la Olimpiada) escrita y dirigida por Flavio Gonzàlez Mello, se presentó en el Teatro Julio Castillo, además lo hará en la ceremonia de clausura de la Muestra Nacional de Teatro 2018. La puesta en escena explora entre el teatro, la violencia y el deporte y recrea aquel enardecido octubre del 68, cuando el gobierno desató una persecución y matanza de estudiantes al tiempo que tiraba la casa por la ventana para presentar al mundo los juegos olimpicos.

Sin duda, una de las obras más interesantes y logradas lo fue 2 de octubre, mi amor, de Eduardo Castañeda bajo la dirección de Martín López Brie, un monólogo audaz, ritmico y poderoso en el que el actor nos relata la historia de Juan, un asesino serial, quien de manera sistemática asesina a las mujeres involucradas en el movimiento del 68, operando bajo la misma lógica del gobierno de Díaz Ordaz. Un texto bien articulado en el que la acción dramática logra los recursos ficcionales necesarios para que surja la representación.

Me atrevería a repetir lo que contestó Seki Sano hace 50 años en el marco del Coloquio “Qué pasa con el teatro”, y su respuesta fue: Nada, no pasa nada. Esta respuesta desoladora y brutal me confrontó con lo que vi en Conmemorantes y en Olimpia 68, dos producciones de gran formato presentadas en recintos de la UNAM y el INBA. En el caso particular de Olimpia 68, los espectadores no logramos entender hacia dónde nos llevaba un relato desarticulado y confuso, con muchos actores en escena que corren como caballos desbocados sin ninguna gestualidad o corporalidad interesante acompañada de una escenografía barroca y poco funcional que en vez de otorgar al espacio una atmósfera, solo estorba el paso de los actores. Entre cientos de zapatos y tierra que fueron esparcidos en el escenario, la representación no solo no sucedió, sino que a 50 años, este montaje no aporta una estética y un análisis serio del 68.

Conmemorantes es un trabajo al que le faltó creatividad, el director pudo haber llevado a los actores a territorios más interesantes de gestualidad y movimiento. Es lamentable que no se haya explorado el cuerpo de los actores como un acto de auténtica disidencia.

El teatro como los brigadistas del 68, requieren de una voluntad transformadora, de una voluntad “honesta” de representación, donde podamos mirar-nos, donde podamos gozarnos aquellos y nosotros, donde podamos discutir y discurrir. Me resisto a una representación que se construye desde la ocurrencia y la valentoneria artistica, donde no hay rigor, investigación y reflexión y solo genera un umbral de desestabilización en el público y en nuestro teatro.

El teatro debería estar a la altura de los acontecimientos políticos, sociales e históricos de nuestro tiempo, de otro modo, deja de correr la sangre que pasa por las arterias de la sociedad.

Denise Anzures

Periodista, egresada de la Escuela Carlos Septién García, especializada en la promoción y divulgación de las artes escénicas e instruida para ser ciudadana de este mundo por el movimiento zapatista.

2 Respuestas a “Se trata de limpiar la casa, no de vaciarla”

  1. Lázaro Azar

    Todo iba muy bien, hasta que esta señorita sacó a relucir sus resentimientos y amarguras contra Chumel Torres. Pobrecita. No hay nada que hacer contra sus limitaciones y prejuicios cuatroteros.

  2. Azucena Hernandez

    Tuve la oportunidad de apreciar esta obra en la Ciudad de Monterrey, NL. el dia 28 de Abril 2024. Fue una experiencia increible, me hizo llorar, me hizo soñar, y me hizo ver a traves de los ojos de mi pequeño hijo, como la ilusión existe, verlo sorprenderse y aprender de las metáforas (quizas sin saberlo) sobre la amistad, la persistencia, el apoyo, la comprensión, la paciencia y el disfrute de lo logrado. Lo ame!

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