Reflexiones desde la butaca

Denise Anzures

La crónica, un género que fluye con el teatro

Hace un mes, el maestro Antonio Algarra me invitó a dar una charla sobre géneros periodísticos en la Maestría en Pedagogía Teatral de la ENAT. La petición me dejó muy movida porque pensé en cuál era la pertinencia de hablar sobre estos géneros con artistas escénicos, y de qué forma podría dar algo de luz en el desarrollo de su profesión.

Mi primer acercamiento para tratar de eslabonar ambos universos, fue asumir que el teatro ha mantenido una relación –si no profunda-, sí consistente con el periodismo. Existen periodistas que han desplazado su profesión al ámbito de la dramaturgia o la investigación y viceversa. Armando de María y Campos, es uno de ellos, que desde 1920 y hasta su muerte, se dedicó a ver y escribir en género de crónica, sobre toros, circo y teatro. Su vasto archivo que hoy se encuentra en el Centro Nacional de Investigación Teatral, CITRU, documenta de manera cronística la vida del teatro en la Ciudad de México, de principios y mediados del siglo XX. Desde Vicente Leñero, Sabina Berman, Alegría Martínez, Estela Leñero, por mencionar algunos, han desempeñado la labor de la dramaturgia y la han diversificado al campo periodístico. Sin embargo, me parece que la Crónica y el Reportaje son los géneros periodísticos que más se acercan a quien busca problematizar el devenir del teatro mexicano.

La consulta de los periódicos de circulación nacional o revistas culturales, ha visto disminuida su afluencia de lectores, debido en parte, a la creación de cientos de plataformas digitales, que nos proporcionan en tiempo real información sobre cualquier evento cultural, pero nunca contenido crítico. La proliferación de reseñas sobre los acontecimientos del teatro nacional ha empobrecido el devenir de nuestro teatro y lo ha reducido a un acontecimiento meramente noticioso. De tal suerte que la narrativa periodística del teatro se ha vuelto noticiosa, por demás muy acotada en en su estructura y redacción, limitando su devenir al cómo, cuándo y dónde.

¿Qué es una crónica? Y ¿por qué es tan importante rescatar este género? La asignación de términos como “anales” y “crónicas” ya se practicaba en la época de la conquista española, mucho antes de la aparición del periodismo. Uno de los mayores cronistas de esa época lo fue Bernal Díaz del Castillo, con su escrito titualdo: La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, una visión personalísima que no tenía un tono triunfalista, como sí las tuvo las Cartas de Relación que escribió Hernán Cortés.

Ahora son los tiempos de la obra abierta, diría Umberto Eco, en los que el lector decodifica la obra y se la apropia. También es posible identificar una innegable voluntad y una preocupación en todo texto que aspira, o es, o se acerca, a la crónica: una intención de dar registro de los hechos en un período. Siempre se encuentra una vocación, que hoy podríamos llamar antropológica, en estas narrativas interesadas en un tiempo o un margen de tiempo determinado; en los hechos que se registran y, por supuesto, en los lugares donde hombres y mujeres viven y protagonizan hechos que merecen ser llevados a la memoria; y es eso precisamente lo que hace la Crónica.

Walter Benjamín escribió en Sobre el concepto de historia (1940) una serie de tesis a propósito del registro histórico y en las que, entre otras reflexiones, hace referencia a la existencia en su conformación de un sustrato imaginativo, literario. Y que justo considero es la mejor definición de una crónica:

“Articular históricamente lo pasado no significa “conocerlo como verdaderamente ha sido”. Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de un peligro […] El peligro amenaza tanto a la existencia de la tradición como a quienes la reciben. Para ella y para ellos el peligro es el mismo: prestarse a ser instrumentos de la clase dominante. En cada época hay que esforzarse por arrancar de nuevo la tradición al conformismo que pretende avasallarla”. 

Sea Manuel Gutiérrez Nájera describiendo el 16 de septiembre en el Zócalo, Carlos Monsiváis consignando un concierto de Gloria Trevi, o Elena Poniatowska articulando los testimonios de una noche trágica; al centro está un colectivo, un complejo devenir social que, en innumerables formas y momentos, se muestra como objeto de interés. Como propone Benjamin, el cronista advierte el riesgo que el discurso dominante supone y lo enfrenta apropiándose del recuerdo y recreando la historia para su generación y las venideras.

Tal vez lo dicho hasta aquí no responde a la pregunta sobre “¿qué es una crónica?” de una manera cabalmente autorizada o suficientemente explícita. En la Antología de la crónica latinoamericana actual (2012), su editor, Darío Jaramillo Agudelo, atiende a esta pregunta y cita la definición que Juan Villoro propone en “La crónica, ornitorrinco de la prosa”  para reflexionar sobre la cuestión:

Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el centauro de los géneros, la crónica reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa. De la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos… la crónica es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser. 

Así, diarios y revistas, desde el inicio mismo de la prensa en México, publicaron en sus páginas textos cronísticos. En su diversidad de estilos y miradas, muchas de estas obras compartieron una excepcional calidad literaria y la destreza para rescatar el sentido simbólico de un momento. Por su capacidad de recuperar lo fugaz, el trabajo de los cronistas en México operó como una muy eficaz estrategia simbólica de cohesión social que restituye la fractura social a través de la fragmentación textual. Con el breve destello de su registro histórico la crónica iluminó la comprensión de la vida pública: sus autores ofrecieron testimonios en los que se cifra su propio tiempo y que, hoy, son valiosas representaciones del pasado.

La apropiación simbólica de la realidad (muy frecuente en las letras mexicanas), tiene expresión en cualquier género literario: está presente lo mismo en novelas como Los de abajo (1916) de Mariano Azuela, poemas como La Suave Patria (1921) de Ramón López Velarde, ensayos como La raza cósmica (1925) de José Vasconcelos, obras teatrales como El gesticulador (1938) de Rodolfo Usigli, o cuentos como Dios en la Tierra (1944) de José Revueltas. En la apropiación del imaginario por la literatura las fronteras genéricas pueden ser transgredidas para crear espacios dialógicos de escritura, y en este sentido es que la condición híbrida de la crónica resulta muy útil en ese propósito. Pero no todo registro histórico es una crónica como no toda crónica alcanza a ser registro histórico. Carlos Monsiváis en A ustedes les consta: Antología de la crónica en México (2006) ofrece a la crónica en México un lugar como objeto de estudio y evidencias para su homenaje.

En el prólogo, “Y llegaron los aztecas que venían de Aztlán al lago de Tenochtitlan y aguardaron los signos de la profecía, y allí junto al nopal y el águila y la serpiente, ya los esperaba una muchedumbre de reporteros y cronistas”, es un amplio ensayo en el que Monsiváis reflexiona y describe, con su particular sentido de la  ironía y su certero análisis, sobre, las transformaciones que la crónica adoptó, desde el siglo XVI, como respuesta a sucesivos entornos históricos y literarios.

“Documentemos al país, cedámosle a los lectores los más variados y amenos ejercicios de escritura, que les dé gusto y los invite a los pormenores de comidas, paseos, crímenes célebres, festividades, conmociones políticas, personajes ilustres o excéntricos, sobresaltos históricos e innovaciones de la moda. El folclor (aún sin connotaciones peyorativas) está allí, diseminado en banquetes, estrenos teatrales, pleitos, cárceles, hospitales… y centrado en el menosprecio al paisaje rumoroso: léperos y pelados, chinas y pinacates”. 

Esta antología de Monsivais ofrece una visita guiada, un recorrido por su colección de voces, testimonios, aproximaciones, perspectivas, estilos, temas y es, necesariamente, un reconocimiento a quienes formaron una invaluable tradición: La crónica.

Manuel Gutiérrez Nájera, Renato Leduc, Salvador Novo, Fernando Benítez, José Revueltas, Julio Scherer, Elena Poniatowska, Vicente Leñero, Ricardo Garibay, José Emilio Pacheco, José Joaquín Blanco, Juan Villoro. Falta en esta enumeración un autor central: el propio Carlos Monsiváis. Si estos nombres no forman un listado definitivo, Monsiváis incluye también referencias a caricaturistas como Posada, Vargas, y Rius, y foto cronistas, como los hermanos Casasola.

Sin el registro fotográfico que llevaron a cabo Agustín y Miguel Casasola, no se entendería la Revolución Mexicana. Los hermanos Casasola son foto-cronistas, que fue el primer estilo de reportaje auténtico en la fotografía latinoamericana. Casi un siglo después, las fotos de Pedro Valtierra darían un vuelco al devenir del movimiento insurgente zapatista de 1994.

Y de manera reciente, la imagen del cronista Mustafa Hassouna: un manifestante palestino en la Franja de Gaza invadida por el ejército de Israel. Hassouna logra captar el momento preciso de una manifestación que exige levantar el bloqueo israelí. Con la bandera palestina en una mano y un cabestrillo en la otra, la foto de este palestino, en medio del humo negro refleja la representación artística que hiciera Eugene Delacroix de 1830, «La libertad guiando al pueblo», de la Revolución Francesa, combatientes dirigidos por una mujer, con una bandera y un fusil con bayoneta.

Todos los trabajos de los cronistas actuales dan continuidad a ese legado. Y volviendo a Monsivais, él nos da algunas claves del futuro de la crónica:

“La crónica y el reportaje se acercan a las minorías y mayorías sin cabida o representatividad en los medios masivos, a los grupos indígenas, los indocumentados, los desempleados y subempleados, los organizadores de sindicatos independientes, los jornaleros agrícolas, los migrantes, los campesinos sin tierras, las feministas, los homosexuales y las lesbianas. Cronicarlos es reconocer sus modos expresivos, oponerse a la idea de la noticia como mercancía, exhibir la política inquisitorial de la derecha, cuestionar los prejuicios y las limitaciones sectarias y machistas de la izquierda militante, precisar los elementos recuperables de la cultura popular a través de la crónica”.

En esa lógica, se hace visible una ausencia de cronicar los hechos y avatares de la representación teatral. Hoy, convivimos con una escueta manera de recuperar la memoria del teatro a través de pasquines digitales. Recuperar la Crónica es narrar lo que nos atraviesa hacia lo informe, poroso, inacabado. En 1985, el Instituto Nacional de Bellas Artes lanzó el Premio de Periodismo Cultural: Crónicas del Teatro Mexicano, que tenía como propósito cronicar la historia de un campo de batalla, de una lucha sin cuartel, de un tiempo perdido del teatro contemporáneo de aquella ápoca. Valdría la pena recuperar esta intención alejada de la cultura como mercancía.

Espero que esta invitación a leer y escribir crónicas, a visitar este antiguo pero poderoso instrumento de la imaginación, de la representación histórica y la apropiación cultural, que nos permite reconocernos y encontrarnos en el texto, recuperar lo fugaz y resistir al avasallamiento del discurso dominante en los medios. Espero, insisto, que los haya inquietado apenas lo suficiente para conocer más textos cronísticos y apreciar ese género que fluye como el tiempo.

Denise Anzures

Periodista, egresada de la Escuela Carlos Septién García, especializada en la promoción y divulgación de las artes escénicas e instruida para ser ciudadana de este mundo por el movimiento zapatista.

Una Respuesta a “Se trata de limpiar la casa, no de vaciarla”

  1. Lázaro Azar

    Todo iba muy bien, hasta que esta señorita sacó a relucir sus resentimientos y amarguras contra Chumel Torres. Pobrecita. No hay nada que hacer contra sus limitaciones y prejuicios cuatroteros.

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