Reflexiones desde la butaca

Denise Anzures

La pedagogía teatral como acción transformadora

Foto: Gustavo Cantero meza (2009)

Hace un par de días se llevó a cabo el Encuentro Internacional sobre Violencia de Género en el municipio de Morelos, uno de los enclaves zapatistas del territorio autónomo de Morelia, cabecera municipal de Altamirano, Chiapas, con una participación de más de cuatro mil mujeres de 50 países, basta retomar algunas palabras de la comandanta Amada en la inauguración del Encuentro para entender la dimensión del horror que vivimos las mujeres en México y otras latitudes:

“Dicen que ahora ya se toma en cuenta a las mujeres, pero nos siguen asesinando; dicen que ahora hay mas leyes que protegen a las mujeres, pero nos siguen asesinando; dicen que ahora es muy bien visto hablar bien de las mujeres y sus luchas; pero nos siguen asesinando.”

Afirmaciones que humedecen los ojos y estrujan el alma. Lo más importante en lo que nos corresponde como responsables en la enseñanza del arte, es la urgencia de pensar juntos en otras maneras de ejercer la enseñanza del teatro y las artes en general; la pedagogía en las artes está obligada a reflexionar y proponer hechos artísticos que pongan al descubierto la violencia de género para oponerle las posibilidad de construcción de un nosotras. Eso supone entender que el hecho artístico puede, en muy diversas y amplias latitudes sociales, ser también una acción transformadora, un ejercicio de pleno activismo social que difiere, por supuesto, de la lógica del arte como mera búsqueda estética.

Dice Jean Duvignaud que el teatro es bastante más que el teatro. Es un arte y el arte es acción transformadora. Al comienzo de esta década, parece ser que la práctica de este arte vive la crisis de los viejos modelos patriarcales y las formas de organización que se establecían desde el poder y que daban al arte su aprobación como forma estandarizada.

En América Latina, y en especial en México, fenómenos como la violencia de género, la pobreza y la injusticia a los que la sociedad ha sido sometida y que ha disminuido toda posibilidad de esperanza, obligan a la emergencia de otro tipo de praxis artística que intenta afirmar nuestra voluntad de sobrevivir. Ya no son suficientes los discursos que en espacios de la cultura oficialista se resolvían con grandes puestas en escena que mostraban que todas las tragedias humanas ya han sido sufridas. Porque sea cierto o no, el dolor es hoy lo que nos empuja todos los días, y su omnipresencia demandala formulación de una nueva praxis en el arte capaz de construir una conciencia solidaria, y alternativas a nuestro desesperado hoy colectivo. Si el cambio social es irreversible lo será también la transformación de sus estructuras culturales.

Existe una voluntad de poder en las instituciones culturales, estatales y privadas. Dotan y deciden los destinos de los recursos públicos y favorecen formas y prácticas que se articulan en un discurso aparentemente loable: somos humanistas. Es hora de que decidamos – nosotras y nosotros- si queremos ser «humanistas» y eso cómo se come.

Desplazar la visión hegemónica no es tarea fácil, hacer a un lado estas viejas prácticas y colocarlas en el territorio de las colectividades es quizá una tarea monumental pero no imposible. Ejemplo de ello es el extraordinario performance de Lastesis que tuvo como propósito ocupar los espacios públicos para señalar la violencia estructural del sistema contra las mujeres. Sin duda, es un hecho poético social sin precedentes que abre una posibilidad genuina para caminar en el nosotras y nosotros. Los árboles, cuando crecen robustos y fuertes, tienen raíces capaces de romper las banquetas de concreto. Esta imagen puede ser útil para reconocer cuál es nuestra responsabilidad social como formadores, como responsables de la enseñanza del teatro.

Estoy cierta que la educación en el arte, además de incluir los necesarios planes y programas de estudio, debe promover una verdadera vocación libertaria. Hablo de una pedagogía que rompa la domesticación de la enseñanza-aprendizaje. Una pedagogía que nos ponga es riesgo y en crisis, o como lo dice Paulo Freire en Pedagogía del oprimido: “La verdadera reflexión crítica se origina y dialectiza en la interioridad de la praxis constitutiva del mundo humano; reflexión que también es praxis.”

Ya no podemos seguir en la enseñanza de «un» teatro, el mundo y sus tan diversas y ricas peculiaridades nos obligan a mirar y problematizar otros fenómenos. Estamos rompiendo con la era del teatro hegemónico para poner la representación en la presentación de cuerpos, cuerpos que dialogan, cuerpos intervenidos, cuerpos que se duelen, cuerpos amorosos, cuerpos colectivos. Resignificar nuestros quehacer en la enseñanza del teatro es colocarnos como colaboradores y no como maestros, es empujar finalmente el nuevo paradigma crítico de la teatralidad.

Necesitamos erradicar la verticalidad en los procesos de aprendizaje, cuestionar los planes y programas de estudio. Estamos obligados a incorporar en la fundamentación de los programas de estudio la equidad de género, el activismo social como forma de cohesión, el diálogo como encuentro en el nosotros, el diálogo entre pares para ayudarnos a pronunciar el mundo de manera más humana. Los responsables en la enseñanza del arte tienen que renunciar a sentirse diferentes y virtuosos ante los otros y cumplir con la misión de ser únicamente guías en los procesos de enseñanza.

Es importante ampliar los espacios de aprendizaje, y empujar a los jóvenes a indagar en el afuera, estusiasmarlos con la idea de que para ser un participante del arte se debe ser un excelente observador del otro y su entorno. Y quizá, el regreso al aula sea más rico y fructífero porque podremos dialogar, problematizar y entender el afuera, que es quizá, la única forma de entendernos en El nosotros.

Denise Anzures

Periodista, egresada de la Escuela Carlos Septién García, especializada en la promoción y divulgación de las artes escénicas e instruida para ser ciudadana de este mundo por el movimiento zapatista.

Una Respuesta a “Se trata de limpiar la casa, no de vaciarla”

  1. Lázaro Azar

    Todo iba muy bien, hasta que esta señorita sacó a relucir sus resentimientos y amarguras contra Chumel Torres. Pobrecita. No hay nada que hacer contra sus limitaciones y prejuicios cuatroteros.

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