La inteligencia artificial siempre será tonta y destructora
El 30 de noviembre se lanzó al mercado un nuevo programa llamado ChatGPT. Como está en etapa de prueba se puede usar gratis, sus creadores cobrarán una vez que haya muchos usuarios enganchados. A cinco días de salir al público, el ChatGPT, de la empresa Open AI con sede en San Francisco, juntó un millón de usuarios, sobre todo estudiantes.
El chat parece funcionar bien si se escribe con precisión lo que queremos saber. Por ejemplo: “¿Cuál es el factor principal que ocasiona escasez de agua de la región Huasteca de México actualmente?” Las máquinas procesadoras de información del ChatGPT hacen miles de búsquedas por segundo, abrevando de todas las noticias en la red y también de estudios científicos y fuentes históricas. Y regurgita un texto final, cuya imperfección, irónicamente, le da una calidad humana. El chat no cita textualmente las páginas que consulta, sino que hace un coctel algorítmico de cosas sueltas pero relacionadas1.
Profesores del estado de Nueva York, escandalizados por el entusiasmo estudiantil, lo prohibieron en las escuelas públicas el 4 de enero. Algunos especialistas pronostican que este chat puede significar el fin del aprendizaje de la lecto-escritura. De hecho, podría ser el fin del aprendizaje de muchísimas otras cosas: habilidades de investigación, claridad de pensamiento para entender los problemas, fin de los debates, de la creatividad, de la construcción de argumentos, o incapacidad para distinguir posturas políticas o mensajes nocivos.
Microsoft sueña con poseer el ChatGPT y sumarlo al paquete de office que tantos usamos. Ofreció a Open AI invertir 10 mil millones de dólares para construir la sociedad.
En 2016, Tay, un programa de chat de Microsoft que se presumió como la maravilla máxima de la inteligencia artificial, se contaminó inmediatamente con mensajes de odio y racismo, que comenzó a devolver a los usuarios. Fue retirado de circulación en sólo 16 horas. Quieren sacarse la espina con el ChatGPT.
Inteligencia artificial es el nombre publicitario de un costal donde se meten montón de programas, plataformas y aplicaciones que supuestamente pueden aprender por sí mismos a partir de lo que existe. Pero para que eso que existe, sirva, (noticias, estudios científicos, conversaciones, cosas subidas a las redes sociales), las corporaciones de esta tecnología ponen a miles de personas a limpiar de la circulación contenido absurdo, racista, violento y perverso.
La empresa que lanzó el ChatGPT subcontrató a una compañía en Kenya cuyos trabajadores ganaban menos de dos dólares por hora para leer y clasificar millones de páginas, anuncios, conversaciones y mensajes con contenido perturbador. Estas personas comenzaron a sufrir trastornos del sueño, ansiedad, depresión y otros malestares mentales. Los patrones tuvieron que contratar consejeros y terapeutas, pero no sirvió de nada y finalmente terminaron el contrato con Open AI antes de que se hiciera un escándalo mayor.2
La inteligencia artificial no podría existir sin estos sacrificios, muy mal pagados, que hacen millones de personas como trabajo invisible.
Este chat, y otros como Bard (de Google) y Ernie (de la compañía china Baidu) van en carrera imparable hacia la popularidad, pues a tanta gente le fascina imaginar y constatar que hay una máquina con la que se pueda interactuar como con un par. Pero la capacidad de esas aplicaciones depende de las acciones concretas de los diseñadores de la tecnología, de quienes prueban y “entrenan” los programas, de los casi-esclavos que limpian el contenido basura. Y más atrás, en los primeros eslabones industriales, de las comunidades que sufren la minería, se emplean en la fabricación y tendido de cables y en la construcción de galpones para los miles de motores que procesan la información.
Hay una inexplicable tendencia a confiar en esas tecnologías. Los “usuarios” prefieren culparse a sí mismos o a sus artefactos por las estupideces de las plataformas. ¿Quién no ha sufrido al descargar el registro de vacunación Covid, o al solicitar la constancia de situación fiscal actualizada? ¿Cuántos fraudes se hacen cada día por internet? ¿Cuántas veces los mapas de Google marcan rutas absurdas? Y siempre pensamos que somos lentos en aprender o que nuestro teléfono es viejo, o que la aplicación funcionará mejor “pronto”.
No existe la inteligencia artificial. Es un concepto publicitario. Hay herramientas que pueden ayudar al trabajo, que ponen al alcance información preciosa. Son máquinas y técnicas manejadas por humanos. Es peligroso, por decir lo menos, que las nuevas generaciones crean en buscadores que lo saben todo y chats que les van a resolver los exámenes.
¿Y qué hay del uso de la energía y los minerales? Cada vez más intentamos cuidar el agua. Cada vez más tratamos de evitar alimentos super procesados. En general hay una cultura más universal contra el desperdicio, algo ha calado en la conciencia global el saber que la Madre Tierra tiene límites. ¿Porqué entonces es tan difícil entender que la tecnologización excesiva es proporcionalmente tan destructiva y despilfarradora como su encanto? Los gif y emoticones elaborados gastan montonales de energía. Y nadie lo cuestiona. La gente se está entregando a los nuevos robots de charla (chatbots) y aplicaciones “de arte”, sin escrúpulo alguno.
En el esquema global de la automatización, el beneficio principal va al puñado de “CEOs” – dueños, presidentes o directores ejecutivos— de las empresas de las TICs. Está habiendo despidos masivos, lo que no es igual a decir que las máquinas ayudan al trabajo y nos hacen una humanidad más relajada y disfrutadora. Las nuevas generaciones están perdiendo aceleradamente habilidades cognitivas tan básicas como tener letra bonita. O habilidades sociales, como conversar durante la comida.
Todos las personas sustituidas por máquinas y programas (ya hay robots cantineros, panaderos, y que cuidan personas de la 3ª edad; hay aplicaciones para diagnosticar diversas enfermedades, avanzar trámites legales, financieros, educativos, máquinas de cobro en establecimientos de todo tipo), todas esas personas que alguna vez trabajaron en comedores, hospitales o en la burocracia, son empujadas a una realidad más precaria aún, mientras que otros millones son desplazados de sus comunidades en bosques y selvas para rajarlos con minería a cielo abierto y orillar a quienes eran guardianes del territorio a trabajar sacando el petróleo, minerales y tierras raras que demandan estas telecomunicaciones de ensueño. Si formulas bien tu consulta sobre el lado oscuro de la inteligencia artificial, el ChatGPT seguro nombra estos argumentos. Una tecnología que lo puede todo: pudrir el músculo de la reflexión, envenenar los ríos, y reeditar las peores escenas del imperialismo colonial.
1 Ver artículo en The New Yorker, 9 de febrero de 2023, “ChatGPT is a blurry JPG of the web” (ChatGPT es un borroso jopg de la web). En https://www.newyorker.com/tech/annals-of-technology/chatgpt-is-a-blurry-jpeg-of-the-web?utm_source=substack&utm_medium=email
2 Ver artículo de TIME, 18 de enero de 2023: “OpenAI Used Kenyan Workers on Less Than $2 Per Hour to Make ChatGPT Less Toxic” (OpenAI pago a trabajadores kenianos menos de $ 2 dólares por hora para hacer el ChatGPT menos tóxico). En https://time.com/6247678/openai-chatgpt-kenya-workers/
Verónica Villa Arias
Responsable de investigación sobre agricultura y alimentación del Grupo ETC, integrante de la Red en Defensa del Maíz y colaboradora de Radio Huayacocotla. Es Etnóloga de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.