Volver a ser Nosotras, Nosotros

Verónica Villa Arias

Digitalización: insistir en reflexiones básicas

Desarmado de cartuchos de tinta
Baselactionnetwork, Creative Commons

Por “digitalización” entendemos la transformación de todo tipo de información a códigos binarios que puedan administrarse en computadoras. Esa información codificada puede viajar a través de cables, antenas y satélites, brincar de uno a otro teléfono, tableta, servidor, televisión. Los automóviles tienen computadoras, también los aparatos domésticos y cualquier máquina utilizada en cualquier proceso productivo, burocrático, financiero. Para que la información fluya se han inventado todo tipo de emisores, transmisores, receptores y formas de almacenamiento. La digitalización ha potenciado la revolución mecánica, que ya venía de antes, y las comunicaciones a larga distancia. Puede conectar millones de acciones y procesos en todo el planeta. Se ha metido en cada rincón de nuestras vidas, por eso en el Grupo ETC le decimos “tsunami digital”, y hay quien de plano le dice “civilización digital”.

En sus inicios, los inventos digitales eran colectivos, resultado del ingenio y la cooperación de mucha gente en todo el mundo. Las comunicaciones digitales se acomodaron en el espectro del electromagnético como en su tiempo lo hicieron las ondas de radio y de televisión, y se expandieron gracias a infraestructuras públicas como cableados, antenas, satélites; hardware y software creados colectivamente, que nacieron libres. Los instrumentos de comunicación digital se combinaban con comunicación comunitaria en reuniones, pizarras públicas, llamadas telefónicas para tomar acuerdos y otras acciones humanas para controlar lo que después llamaríamos aplicación o plataforma. Fue un momento de muchas promesas, donde lo digital potenció avances en ciencias, salud, información y otros ámbitos que beneficiaron a gran parte de la humanidad. Sin embargo, la privatización de estas herramientas y su transformación en meras fuentes de lucro ocurrió velozmente, en los últimos 25 años. Y aunque hoy cuesten un montón, en el imaginario de millones de personas depender de las herramientas digitales es la única realidad posible, resistirlas es absurdo, cuestionarlas es pérdida de tiempo. Ya están aquí, y punto.

No es nada difícil documentar que la civilización digital tiene fallas, es prescindible y no se ha expandido uniforme sobre el planeta. Hay cada vez más usuarios, pero ser cliente de las plataformas y nubes no implica acceder a sus beneficios. Ser usuario va junto con volverse vulnerable económica y emocionalmente, aumentar exponencialmente las posibilidades de estafas, espionaje, maltrato público.

Seguir el ritmo del desarrollo y construir capacidades que nos permitan “actualizarnos” a la siguiente versión, implica un enorme esfuerzo. Tener las nuevas versiones de computadoras, teléfonos y tabletas es un sacrificio económico no superado por la inmensa mayoría de la humanidad. Se nos impone aprender nuevas lógicas casi contra nuestra voluntad, so pena de ser excluidos o ineficientes. La velocidad del desarrollo de lo digital superó con mucho la posibilidad de digerir los cambios, ponderar riesgos, usar las herramientas de forma segura.

Hay aún poquísima discusión sobre el balance entre la explotación de la naturaleza y el anhelo de pertenecer a la civilización digital. Las empresas de tecnología explotan los recursos en nombre de toda la humanidad, pero con certeza las comunidades y pueblos de donde se extraen los minerales, las tierras raras, el petróleo y el agua no se sienten parte de dicha humanidad.

Los datos pesan, no son concebidos inmaculadamente[1]. Las infraestructuras para la digitalización no son ni invisibles, ni limpias y siempre se necesitará de gente que extraiga los minerales, el petróleo, haga los tendidos de cables, opere las fábricas de robots, construya los galerones donde se instalan los motores que animan las famosas “nubes”. Siempre hay alguien “limpiando” el el ciberespacio para que las plataformas funcionen. Alguien que digiera toda la violencia y porquería imaginable para que naveguemos más o menos seguros.

Los datos son energía, movimiento de pulsos eléctricos, sólo pueden existir mediante un consumo masivo electricidad. A fines de 2017, se estimó que el creciente ‘tsunami de datos’ actual consumiría una quinta parte del uso global de electricidad para 2025, una predicción hecha antes de la crisis de Covid19, que superó el uso de datos en más del 50 por ciento.[2]

Se está reduciendo la riqueza y complejidad de lo vivo y lo creativo a los códigos binarios. La llamada agricultura inteligente busca someter la exuberancia de los cultivos a los requerimientos de las máquinas, programadas a su vez según los requerimientos de la gran industria. Los proyectos de ciencias y arte (y a saber de cuánta cosa más) en secundaria se hacen en computadoras. Toda creatividad se limita a los parámetros del software (que se paga aparte de la colegiatura) y las fechas de entrega no dejan espacio para que la aplicación sea útil a la propuesta humana. Los proyectos se definen cada vez más según las plantillas digitales. ¿Qué estará ocurriendo en términos de la investigación científica o médica de altos vuelos, “asistida por inteligencia artificial” como tanto se ufanan en decir ahora?

Hay mucha dificultad para distinguir entre lo útil de la digitalización y la basura. Qué nos sirve y qué amenaza nuestros propósitos, nuestra soberanía e integridad. Durante la pandemia se evidenció la utilidad de sistemas de mensajería para conectarnos y cuidarnos. En contraste, cadenas de bloques, cripto-monedas y otros instrumentos digitales de gran escala no están sirviendo a las acciones comunitarias y fallan abiertamente.[3] Cada vez hay más denuncias de que las plataformas de agro-tec buscan enganchar a los suscriptores y hacerlos dependientes de insumos digitales mientras les minan información que luego reconvierten en nueva mercancía.[4] Igual se hace con todos nuestros perfiles de usuario y cuentas en diversas nubes. En muchas partes de América Latina, el internet comunitario está tomado por el crimen organizado, que instala las antenas, facilita la conectividad, utiliza los drones en sus guerras por los territorios y por supuesto, trafica en línea.[5]

Las herramientas digitales nos hacen perder control, habilidades y sentido común. Es el control sobre la herramienta y su aprovechamiento colectivo lo que la hace útil, no su naturaleza “digital”.

Mientras necesidades fundamentales, servicios, justicia, educación, trabajo, tranquilidad o salud no estén resueltos, las herramientas digitales disfrazarán carencias profundas, que tienen origen en injusticias históricas y estructurales. Como dice Josefina, de la Organización de Agricultores Biológicos en Oaxaca (ORAB), de qué me sirve tener internet o un buen teléfono celular, si cuando haya sequía o falle la cosecha no le puedo dar de mordidas. La “brecha digital” no es el problema más grande que hace sufrir a la mayoría de la humanidad.

El tipo de producción esclavizante, las relaciones laborales y sociales opresivas, tienen que sacudirse antes de abrazar lo digital. Aún está por verse si hay herramientas digitales que sirvan a la transformación de sistemas productivos esclavizantes en sistemas que puedan darnos auto-determinación. Aún está por verse debido a que, entre otras cosas, la expansión de una “digitalización buena” depende de infraestructuras globales privadas, en manos de los principales explotadores de la naturaleza y la gente en el planeta.

Algunas de las propuestas que organizaciones campesinas y de agricultores en diversos países están experimentando para empujar a una digitalización menos destructiva incluyen, precisamente, incidir sobre condiciones estructurales como la propiedad de la infraestructura. Exigir la soberanía de los pueblos sobre sus datos, pero sobre todo, sobre su información y sistemas de conocimiento. Consolidar el derecho a reparar los equipos digitales y prohibir la exclusión que se hace mediante la actualización de los sistemas. Que sea obligatorio colectivizar las herramientas. Así como exigimos transporte público para destruir menos el ambiente, lo mismo con las herramientas digitales. [6]

Hay que cuestionar los discursos sobre las maravillas de la digitalización. No estamos condenados a la civilización digital. Los datos sí tienen peso, sus consecuencias ambientales son devastadoras. Ni hambre y ni otras necesidades se resolverán con datos. Derecho a la comunicación y la información, y subirse al tsunami digital son cosas diferentes.

Como dijo Pat Mooney, fundador del Grupo ETC, “una tecnología muy poderosa, introducida en una sociedad injusta, exacerbará las injusticias.”


[1] Kelly Bronson desmiente lo que llama “la inmaculada concepción de los datos.” Activista e investigadora canadiense, explica el enorme dispendio de energía para que disfrutemos del tráfico veloz y suave de información digital.

[2] Ver Grupo ETC, 2022, “Políticas de digitalización de los sistemas alimentarios en América Latina”, en https://www.etcgroup.org/node/6463

[3] Isabela Cota, 2023, “Dos años de bitcoin en El Salvador de Bukele: un experimento opaco con una moneda poco utilizada”, en El País, 1 de septiembre de 2023, en https://tinyurl.com/ye2acmwf

[4] Ver Grupo ETC, 2022, “Políticas de digitalización de los sistemas alimentarios en América Latina”, en https://www.etcgroup.org/node/6463

[5] INFOBAE, 2023, “Cámaras de videovigilancia, aplicaciones y drones: las nuevas tecnologías que usa el narco”, en

https://tinyurl.com/3dsrru38

[6] Ver “Documento de visión del Mecanismo de la Sociedad Civil y Pueblos Indígenas sobre los datos para la seguridad alimentaria y la nutrición”, un panorama amplio construido por organizaciones campesinas y de agricultura familiar con respecto a la digitalización de la agricultura y la alimentación, en https://tinyurl.com/ywnjkkfe

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