Volver a ser Nosotras, Nosotros

Verónica Villa

Los incendios son parte del negocio

Foto: Marcha Mulheres (Hellen Loures)

Estos días ha sonado la alarma por los fuegos en los bosques de Canadá, cuyos humos están asfixiando a la gente en varias ciudades del este de Estados Unidos, desde Nueva York hasta Carolina del Norte y del Sur.

En las noticias se enfatiza mucho el peligro para la salud en esas ciudades, el cual es verdadero y aterrorizante, pero se habla realmente poco del origen de los incendios y de la muerte de los bosques. Hay alarma por la suspensión de vuelos, de partidos de futbol y beisbol y la cancelación de espectáculos en Broadway. Con desesperación dicen que tal vez se tenga que suspender la carrera de Fórmula 1 en Canadá. Uno de los eventos más contaminantes del planeta.

Comparativamente, se divulgó poco el infierno que en meses pasados se vivió en el Cono Sur, también por la expansión los incendios forestales.

Al norte de Nueva York se registraron la semana pasada más de 400 incendios activos, y como el viento sopla hacia el sur, las ciudades de la costa este de Estados Unidos están ahogándose. Se ha pedido a la gente que permanezca en sus casas, que con horror aceptan usar nuevamente mascarillas para proteger las vías respiratorias. Se anuncia que millones de árboles muertos de calor serán consumidos por las llamas aunque vengan las lluvias.

Hay poblaciones evacuadas, y se calcula que peligran 75 millones de personas en Canadá y Estados Unidos. Hay un furor de ambos gobiernos para desplegar bomberos, naves aéreas cargadas de agua y otras estrategias de emergencia.

Después de preocuparse por los negocios que van a sufrir y las parrandas que se van a cancelar, las autoridades pasan a culpar al cambio climático, como si hablaran del coco o el chupacabras. Nunca se señalan con claridad las causas de la sequía extrema de los bosques, como las siembras industriales, la pavimentación sin medida, la expansión de la ganadería en gran escala, el uso del agua para minería y la urbanización salvaje. Todo ello lo deciden personas, autoridades e instituciones en cada país. Y sus decisiones y políticas exacerban las condiciones climáticas. “El cambio climático ya nos lo hicieron”, dijeron algunos campesinos de Veracruz, en una reunión en la que hablábamos de cómo los desastres ambientales y climáticos se combinan fatalmente con la pobreza.

Foto: Christian Braga / Greenpeace

La revista Biodiversidad, sustento y culturas en su número reciente cita el reporte del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), Fronteras 2022: ruido, llamas y desequilibrios,[1] que ofrece datos escalofriantes: entre 2002 y 2016, se quemó un promedio de 423 millones de hectáreas de la superficie terrestre, algo equivalente a la Unión Europea. 67% del área global quemada por todo tipo de incendios, incluidos los incendios forestales, se localiza en el continente africano.

Se ha comprobado que la quema de bosques para sembrar pasto para ganado o monocultivos de soya, como en América del Sur, extermina los microbios benéficos y hongos que son la base del bosque. Termina con insectos y aves que polinizan y contamina los cuerpos de agua. Así que aunque se controle el incendio el bosque nunca podrá reponerse.

Como explican organizaciones campesinas en Ecuador, el fuego es herramienta de la agroindustria. La escala del fuego que usan los agronegocios no se compara con la quema campesina. El fuego industrial se provoca para destruir permanentemente los ciclos de la vida y cambiar la dinámica de esa región. En Brasil, en 2019, los grandes ganaderos declararon incluso un “día del fuego”, para incendiar a propósito los territorios de pueblos amazónicos.

Y cuando la región ya está inundada de monocultivos, se vuelve a incendiar, porque en las plantaciones forestales se originan los fuegos más destructivos e incontrolables. Las plantaciones de eucaliptos —uno de los árboles más codiciados por la industria—  echan raíces profundas que interrumpen la circulación del agua subterránea y se la chupan toda para crecer velozmente. Las plantaciones de pino agregan el elemento de que su resina es inflamable.

Incluso si un bosque nativo se incendia, tiene todas las probabilidades de controlar eventualmente el fuego debido a la humedad que conserva en su cobertura de hojas, la ausencia de saturación química por fertilizantes y plaguicidas, y por la combinación de las alturas de árboles y arbustos, que sirven de cortafuegos naturales.

Defensoras y defensores de los árboles en todo el mundo dicen “las plantaciones no son bosques”, para que no nos confundamos cuando las empresas ofrecen sus planes de reforestación.

Falta entender qué está pasando en los bosques de Canadá. Pero eso sí, la alarma se da porque se suspenderán las actividades lucrativas, sufrirán los negocios. Nadie señala a las empresas agrícolas, papeleras, ganaderas, mineras o de la construcción.

La revista Biodiversidad, sustento y culturas número 116[2] dedica su número reciente a los incendios en territorios de pueblos indígenas y campesinos de América Latina. A lo largo de sus textos sobre Brasil, Chile, Argentina, Ecuador y México deja bien claro que el fuego se convierte en un arma de la agroindustria para expandirse sobre los bosques y selvas a donde se origina la red de la vida.


[1] El informe del PNUMA puede consultarse aquí: https://www.unep.org/es/resources/fronteras-2022-ruido-llamas-y-desequilibrios

[2] La revista puede descargarse completa en el sitio electrónico del Grupo ETC, https://www.etcgroup.org/es/content/fuego

Dejar una Respuesta

Otras columnas