Es 27 de octubre, 2:40 de la tarde en Córdoba, Veracruz. Una estación de radio dice que la temperatura es de 24 grados. Mientras tanto, el cielo gris adquiere tonalidades negras, señal de que se avecina la lluvia.
Este territorio tiene una superficie de 226 kilómetros cuadrados, pero la vida de los primeros cuadros de la ciudad transcurren en cuatro escenas: las personas que salen de la iglesia tras la misa; las personas que miran y compran a modo de despedida en la feria del libro; otras tantos que esperan ver o acompañar a los adolescentes de secundaria y preparatoria, que desfilarán vestidos de catrinas y catrines. Por último, están quienes se dirigen al mercado Revolución con el propósito de surtirse de frutas y flores que serán ofrendadas a sus muertos: nuestros muertos.
El paisaje sonoro con el que recibe el mercado a los familiares de los difuntos es compuesto por sus locatarios, que gritan los productos que venden y sus precios: “La calaverita chica a 5 pesos y la grande a 8, ¿cuántas va a llevar?”, “la bolsita de copal a 10 pesos”, “la corona azul a 140 pesos, las flores son enceradas”, “la canastita de dulces a 20, jefa”, responde una vendedora, después de que un niño le señalara a su mamá una de ellas.
Sin embargo, los sonidos también provienen de aquellos que preguntan cuánto por el papel picado, qué precio tiene el rollo de flor, hasta cuándo va a estar aquí. Gustavo, comerciante, responde que estará toda la semana, desde las cuatro de la mañana hasta la tarde. Explica que el resto del año vende fruta, pero en esta época se dedica a la flor de cempasúchil (que, por cierto, “da a 80 pesos el rollo”).
Aunque cabe aclarar que esto ocurre únicamente en los alrededores del mercado. Dentro de él sucede algo más visual. Las piñatas de princesas comparten espacio con Merlina Addams, brujas, esqueletos y catrinas. En el puesto de “La Barca de Doña Lucha”, cuadros de paisajes marítimos y cócteles coexisten con catrinas hechas de hoja de maíz. En cada puesto, se puede observar pequeñas calabazas de plástico con la leyenda: “Coopere con la calaverita”.
De los locales cuelgan máscaras de payasos, monjas, muñecos diabólicos, calabazas y un largo listado de referencias a películas de terror. Sin embargo, allí también se encuentran los trajes de catrinas, catrines y de jarochos: “pregunte por lo que se le ofrece”, invitan los letreros.
El mercado también es aroma: pescado, carne de res, mole, copal, naranja malta, caña (que ya inició su temporada de corte y transporte a los ingenios azucareros), manzanas, tejocotes y pan. Sobre este último, Teresa, locataria, platica que tiene pan de temporada como conejos y “muertos” y pan normal: “de burro y de dientes”. De este último menciona: “no sé por qué se llama así: me imagino que a algún panadero se le ocurrió”.
Teresa ofrece el “muertito” a 30 pesos, el doble del precio que hace seis años, los mismos que lleva en el mercado vendiendo. Del mismo modo, dice que este tipo de pan no es consumido por las personas locales, más bien son las provenientes de municipios aledaños quien lo buscan.
Teresa pone este tipo de pan, “el de agüita”, a sus muertos para “seguir con la tradición”. Antes de irse a desempañar pan de “muertito” y rosquetes, la señora dice estas palabras:
“Nosotros tenemos que rescatar nuestras tradiciones porque permitimos que vengan otras costumbres. No digo que esté mal, pero no hay que perder lo nuestro, porque es lo que nos da la identidad como mexicanos y no dejar que ustedes los jóvenes pierdan estas costumbres”.
Ahora, la estación de radio dice que son las 4:16 de la tarde. Las nubes que antes advertían lluvia demuestran que no era un engaño. La vida sigue en el mercado, tal como continuó el 1 de febrero de 2019, después de que se incendiara. Así como el 13 de mayo de 2024, cuando los locatarios denunciaron que las instalaciones no eran seguras para su regreso.
La vida continúa con las personas que entran y salen con morrales llenos de flores, frutas y pan. Lo único que en ese momento se detuvo fue el tráfico, pues aquellos adolescentes iniciaron su viaje para anunciar que sus muertos y nuestros muertos regresan a casa.