Sentipensando desde el Sur

Siujen Chiang Muñoz

Editorial Nacional Quimantú

El proyecto editorial más importante de América Latina

A comienzos de 1970, la Editorial Zig Zag, la empresa editorial más importante en ese momento en Chile, pero con graves problemas económicos, enfrentó un conflicto iniciado por sus trabajadores, que para diciembre de ese año desembocó en un paro. Pedían que la editorial pasara a ser parte del Área Social del Estado, forzando la mano a un gobierno, que no consideraba esta como un área relevante para su proceso, a comprar una empresa privada sin expropiarla. En la retina estaba la primera expropiación de la Unidad Popular, de Bellavista Oveja Tomé, y todavía se analizaban sus consecuencias.

En los primeros meses de 1971, los directivos de Zig Zag y el gobierno de la Unidad Popular negociaron la situación de la empresa, en donde los privados ofrecieron su venta al Estado, lo que se concretó el 12 de febrero de 1971. Se nombró a Joaquín Gutiérrez su director, escritor costarricense con amplia experiencia editorial, y a Sergio Maurín como gerente general, ingeniero comercial que había hecho el informe del estado de Zig Zag a petición de su sindicato y propuesto para eso por la Central Unitaria de Trabajadores.

Quimantú fue una empresa del Estado comprada con riguroso esmero. Para Jorge Arrate, interventor durante febrero y marzo, Allende había sido claro: esta es una empresa clave en el ámbito de las ideas y la forma de adquirirla era determinante, a tal punto que fue contratada una consultora externa (la gringa Prince Waterhouse) para la consecución de la compra.

Salvador Allende propuso que esta editorial se llamara “Camilo Henríquez”, pero los trabajadores decidieron en asamblea llamarla Quimantú (Sol del Saber), a iniciativa de Gutiérrez. La gran mayoría de los trabajadores de Zig Zag pasaron a formar parte de Quimantú, un total de 780 personas que “serán desde hoy en adelante, los principales responsables del buen funcionamiento y eficiencia de la nueva empresa y del cumplimiento de sus objetivos”, señala Allende al diario La Nación el día después de la firma del acta de compra.

Y estas no son sólo palabras de buena crianza y corrección política, porque Quimantú se caracterizó por ser administrada por los trabajadores, que “tomaron a su cargo la empresa, y se constituyó sobre sus ruinas [Zig Zag] la Editorial Nacional Quimantú, una empresa socializada, cinco de cuyos once gerentes son obreros de talleres, elegidos por sus compañeros. Nadie, por supuesto, les dice “gerentes”, son los ejecutivos laborales” (Revista Ahora, 7 de septiembre de 1971). Los ejecutivos laborales trabajaban media jornada en los talleres, y sin sacarse las cotonas u overoles, cumplían sus funciones como ejecutivos.

Entre las acciones que tomaron para dar cuenta de la nueva administración, estuvo reducir los sueldos a la mitad a la Gerencia General, todos se afiliaron al Sindicato, eliminaron gastos de representación, y la más apreciada, eliminaron el comedor de Gerencia y de profesionales y personal administrativo, “la aparición en el comedor de talleres del Gerente, los Directores de Divisiones y jefes de distintas instancias, que tomaban su bandeja y se ponían a la cola, resultó impactante”, explica Sergio Maurín (Le Monde Diplomatique “Quimantú: participación plena de los trabajadores en la gestión”, agosto de 2013).

Cuando Zig Zag vendió su empresa, estaba hasta el cuello de deudas, permanentemente tenían problemas para pagar sueldos, no había stock en bodegas y muchas de sus máquinas no estaban en funcionamiento. Una vez traspasada al Estado, se debían sortear otros problemas, como que CMPC (monopolio de papel y evidente opositor a la Unidad Popular) pasó de vender el papel con pago al contado a exigir pagos anticipados, retrasaba los despachos y hasta llegó a suspender un mes la venta de papel para las revistas.

Sin embargo, un dato poco conocido, es que la Editorial no recibía aportes del Estado. Cuando Jorge Arrate llamó a Maurín para ofrecerle el puesto de gerente general, le explicó: “la empresa tiene muchos problemas y debe autofinanciarse. El Estado compra, se hace cargo de los pasivos, pero no hay un peso para apoyarla” (Rubén Andino, “Quimantú: millones de libros baratos”. www.rebelion.org, 10/04/2014).

Pero la gestión obrera dio varias sorpresas, como que a cinco meses de haberse creado Quimantú, realizaron un acto para celebrar el millón de ejemplares publicados y vendidos, y al cumplir un año de la primera publicación, llegaron cerca de los cuatro millones de ejemplares.

Las cifras son contundentes: en poco más de dos años de funcionamiento publicó 317 títulos, 11,7 millones de libros y revistas impresas, vendiendo cerca de 10 millones. “En estas mismas imprentas la Editorial Zig-Zag con un catálogo de 300 títulos, vendía un millón de ejemplares en tres años y medio. En Quimantú, se imprime medio millón de libros por mes, los que han sido organizados en 6 selecciones especializadas que tratan de abarcar todos los estratos y gamas de la necesidad nacional” (Año Internacional del Libro, Cartilla Cultural 5, enero-marzo de 1973).

Pero la Editorial también quedó en la memoria por su trabajo más allá de lo editorial. Canalizó la política del trabajo voluntario en organizar librerías sindicales en grandes empresas, en donde se vendía mediante descuento por planilla, o el Bibliobús, que llevaba la producción a los barrios y en verano a las playas. “Alta relevancia tuvo la movilización durante el paro patronal de octubre del ‘72 para distribuir productos en nuestros 4 camiones, abrir negocios cerrados -la mayoría con bodegas repletas de productos escasos- y ayudar a trabajadores del sector para poner en marcha empresas paradas” (Sergio Maurín, en Le Monde Diplomatique, agosto de 2013).

Canalizando las ideas

Los primeros meses de funcionamiento de la Editora Nacional fueron de acomodo. No hubo una línea consistente de publicaciones hasta la aparición de la colección Quimantú para todos, con “La sangre y la esperanza” de Nicómedes Guzmán, a fines de 1971. A pesar de esto, durante el período inicial se editaron libros como “Diez grandes Cuentos Chinos” (recordada antología de Poli Délano), “Violeta Parra cuenta su vida” de Enrique Lihn, o “Leyendas de Chile” de Antonio Acevedo Hernández.

Fueron tiempos de creación de la idea editorial, que ante todo proponía dos objetivos: primero, poner el libro al alcance de todo el pueblo chileno, mediante una política de producción, distribución y tiraje que abaratara los costos de edición y ventas: la presencia de libros en quioscos, sindicatos, agrupaciones campesinas, de mujeres y jóvenes de poblaciones marginales, dieron al libro una dimensión cotidiana no vista hasta entonces. Y segundo, un entendimiento del libro como elemento emancipador de las conciencias. “Sólo progresa el que sabe” rezaba una de sus publicidades.

Quimantú jugó un papel fundamental a la hora de masificar información ideológica, social y económica (como los Cuadernos de Educación Popular), amplió el alcance de sus publicaciones a distintos ámbitos de la cultura (como Nosotros los chilenos, Camino Abierto, Cabro Chico, Paloma, Onda, La Quinta Rueda), que pretendían abarcar distintos y remotos espacios de Chile que hasta entonces estaban excluidos de las políticas estatales.

La práctica de Quimantú aseguró a los trabajadores y trabajadoras, y en general a todos, la posibilidad de educarse en distintas áreas para la “nueva patria” que nacía con el modelo socialista “a la chilena”. Patria en donde la cultura es el resultado de toda actividad humana y que incluyó a sectores tradicionalmente olvidados por “lo culto”, dando espacio al pueblo y sus manifestaciones.

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