“Acomódate árbol”, ordenó el robot
La modernización del campo con herramientas mecánicas, automáticas, y ahora supuestamente inteligentes, se promueve argumentando que la tierra producirá más con el mismo o menor trabajo, así que los trabajadores serán aliviados de la carga.
Las deslumbrantes tecnologías digitales para la agricultura no se diseñan para la mayoría del mundo rural, que sin embargo produce al menos 70 por ciento de la alimentación y nutrición que nos mantienen con vida.1 La agricultura campesina, familiar, barrial, sólo es posible mediante la relación entre personas, parcelas, diversidad de plantas, animales y ciclos vitales. Es un tejido de tareas que se llevan a cabo creativamente y que van haciendo frente a los distintos problemas del año (sean políticos o climáticos).
En contraste, además de empobrecer las habilidades de las personas dedicadas al campo, los sistemas basados en la tecnología digital promueven unos monocultivos peores que los que conocemos, para que los robots y otras máquinas agrícolas automatizadas se desempeñen bien. Actualmente hay robots que siembran, recolectan, desyerban, y aplican fertilizantes. Se usan en las plantaciones industriales de manzana, pera, cereza, fresa, mango y algunos tipos de nueces.
Erick Nicholson, defensor de trabajadores agrícolas en Estados Unidos, describe alarmado cómo están cambiando las tierras de la manzana. Dice que en 2022, entre un tercio y la mitad de los huertos del noroeste de ese país estaban en venta debido a la digitalización. O sea, quiebran los empresarios que se quedan atrás en las cantidades que se cosechan y venden. Cuenta que están desapareciendo los huertos como los hemos conocido siempre, donde los árboles extienden sus ramas, naturalmente, hacia todas direcciones en busca del sol. En los nuevos «huertos bidimensionales», —así les llaman a donde entran los robots— los árboles frutales se plantan y con estructuras de alambre se fuerzan a crecer aplanados, en largas hileras, por las que puedan navegar máquinas de recolección que utilizan inteligencia artificial para identificar y recoger las frutas.
Para que estas tecnologías digitales funcionen, el paisaje tiene que transformarse, violentamente, en algo muy árido y simple, donde las plantas pierden su forma natural, donde no haya nada que no sea el cultivo principal, ni qué decir que se acerquen animalitos, insectos o aves, pues unas máquinas tienen sensores y cámaras, mientras otros robots pizcadores son flotantes o voladores y nada debe estorbarles. Los mecanismos, llenos de distintos sensores para distinguir la fruta madura o que ya tiene el tamaño reglamentario, están aún muy pobremente diseñados, pero eso sí, ya la carrera entre los empresarios por ver quién se automatiza mejor está desatada. Hay alarma por la pérdida de biodiversidad y el aumento de la vulnerabilidad del ambiente, pues los espacios se vuelven frágiles a los vientos, los fuegos, las plagas y las lluvias.
Se ha dicho que la escasez de brazos que inició en 2019 disparó la entrada de robots recolectores. Parte importante de la historia es que con la pandemia las empresas agroalimentarias se asustaron de lo mucho que dependen de los trabajadores estacionales, y eso también aceleró la carrera por llenar de robots los campos. Algunas empresas aseguran que sus robots pueden recolectar 70 por ciento más fruta al día que un humano trabajando ocho horas. Y quieren convencernos de que el desempleo significa que los robots alivian la carga de trabajo de la gente.
Para trabajadoras y trabajadores, la digitalización del trabajo en el campo y en otros ámbitos productivos significa más cansancio y más sometimiento. A medida que los huertos, los campos o las tiendas de comestibles se robotizan, los daños y el agotamiento físico y mental aumentan en toda la cadena alimentaria y otros sectores productivos. Por ejemplo en los almacenes de Amazon, con los robots se han acelerado los esfuerzos repetitivos, los accidentes asociados al cansancio y colisiones con las máquinas.
Con sensores y cámaras que rastrean la productividad o el comportamiento de los trabajadores en invernaderos y plantaciones o en instalaciones de procesamiento, las computadoras pueden determinar cuándo un trabajador debe ser despedido o castigado.
También se está exigiendo a los trabajadores que se “mejoren” a sí mismos con diversos instrumentos basados en tecnología digital. Se les obliga a usar lentes de realidad aumentada en campos o fábricas, o a ponerse exoesqueletos para acelerar la pizca y aumentar el rendimiento en otros trabajos manuales.
Aunque las empresas digan lo contrario, no existe ningún sistema técnico que elimine el trabajo humano. Mientras que algunas empresas de agricultura dicen que están salvando a los trabajadores de tareas físicas agotadoras, aburridas o tediosas, la realidad es que para que los robots existan y “aprendan”, hay un saqueo tremendo de minerales, agua y petróleo y se están inaugurando nuevas formas de trabajo casi esclavo, como el de la gente que limpia el contenido basura de las aplicaciones y entrena a los robots, o tiene que mantener las infraestructuras, motores y cables de esta nueva tecnología agrícola. Sin eso, los robots no sirven para nada, aunque se yergan déspotas sobre los manzanos encarcelados.
1 Ver “El campesinado y la agricultura en pequeña escala son quienes siguen alimentando al mundo”, en https://www.etcgroup.org/es/content/el-campesinado-y-la-agricultura-en-pequena-escala-son-quienes-siguen-alimentando-al-mundo
Verónica Villa Arias
Responsable de investigación sobre agricultura y alimentación del Grupo ETC, integrante de la Red en Defensa del Maíz y colaboradora de Radio Huayacocotla. Es Etnóloga de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.