Palabras sin reposo

Beatriz Zalce

El verano más frío

La Fundación Rosa Luxemburgo se ha marcado como objetivo para los próximos años la elaboración de materiales que sirvan de base para una política de inmigración de izquierda, la cual, claro está, únicamente puede surgir de una Unión Europea que no sólo considere incuestionable la preservación de una política social para todas y todos, sino también la solidaridad entre sus miembros y el reparto igualitario de las obligaciones. No obstante, con la estructura y funcionamientos actuales, las instituciones y órganos de la UE trabajan en dirección contraria. La aplicación de su política de austeridad espolea una competencia ficticia entre personas socialmente débiles e inmigrantes, al presentarlos deliberadamente como lastres para las sociedades donde viven o pretenden vivir. Así pues, la Fundación Rosa Luxemburgo tiene el propósito de abordar cuestiones tales como las causad de la huida, la política fronteriza, a acogida de las personas refugiadas, sus empleos y su autoorganización.

“El Verano más frío. Tres historias reales de refugiados” cuyo guión y dibujos estuvieron a cargo de Dímitra Adamopulu, Zanasis Petru y Jorgos Tragakis nos ofrece, además un poema de Ilectra Alexandropulu y diez consideraciones sobre la coyuntura geopolítica de la crisis de refugiados de Mijalis Panayotakis y el artículo Políticas de inmigración en Grecia y en la Unión Europea: ¿Sabemos lo que (no) queremos? De Costís Tsitselikis.

Como todas las publicaciones de la Fundación Rosa Luxemburgo “El verano más frío” es de distribución gratuita y se puede también consultar en línea www.rosalux.eu/publications/

Míriam Clapí entrevistó en Berlín a un refugiado sirio. Reproduzco el texto, sin quitarle ni ponerle nada.

“Se alojó en casa de una alemana con cuatro refugiados más durante unas semanas. La chica los encontró cuando dormían fuera de la LaGeSo (Autoridad responsable del registro de los refugiados con sede en Turmsstrasse, en pleno centro de Berlín). Llegó a Alemania en agosto. Su mujer y sus cuatro hijos están todavía en Damasco. Se queda con una mínima cantidad del subsidio que percibe y el resto del dinero lo manda a su familia. No sabe cuándo conseguirá traerlos a su lado.

“Ahora vive en un centro de acogida para refugiados en la pequeña ciuda de Eisenhütenstadt, a las afueras de Berlín. La población local los ha recibido con cordialidad. Comparte habitación con un joven pakistaní. Se ha ofrecido como traductor en el centro de acogida y ayuda al director. Busca razones para salir del pueblo y visitar Berlín, para conocerlo. En sus pequeños paseos por la ciudad va primero a la biblioteca y saca prestados libros en inglés y en árabe. Tiene todavía tiempo de sobra, una espera interminable hasta entrar en un ritmo de vida normal. Las horas pasan lentamente y en soledad. Siente una gran nostalgia de Siria y desea de corazón tener una vida normal en Alemania. “A finales de octubre tuvo la cita oficial para la cuestión del asilo. Le concedieron el asilo y el permiso de residencia. Le gustaría hacer un posgrado en Derecho. Está ávido de conocimientos.

“En esta historia no tengo nombre, soy una persona de Siria, nacido hace 40 años… Soy todas aquellas personas que intentan tomar las riendas de su vida en sus propias manos… Y así empieza mi historia cuando comienza la revolución de 2011 con marchas de protesta que reclamaban la democracia en el país…

“Fui de los primeros detenidos por la policía. Me pegaron y me torturaron durante 15 días. Después, para dejarme libre, me hicieron firmar un papel que no volvería a participar en una manifestación nunca más.

“Muy pronto la ciudad donde vivía fue ocupada por el Isis y se hizo imposible seguir trabajando allí. Ya no tenía modo de ganarme la vida. Un amigo que me ayudaba prestándome dinero me dijo que lo mejor sería que me fuera. Nunca había salido de Siria. Pero no quedaba otra opción.

“En esta historia en la que no tengo nombre soy toda una muchedumbre que intenta escapar de la locura de la guerra que no tiene en cuenta la vida humana. Tengo que cruzar sin pasaporte las fronteras de otros países, enormes extensiones de terreno donde, pese a su belleza, no puedes quedarte, no puedes vivir, tienes que seguir caminando, aunque estés cansado y falto de sueño…

“Un día nos topamos con hombres del Isis. Empezaron a disparar al aire, gritando e insultándonos por algo que no entendía. Estábamos intentando cruzar un río cuando me detuvieron con la acusación de ser un oficial o algo así… Me metieron en una caja. Pensé que había llegado el final. Dentro de i cabeza, los pensamientos se confundían en un caos de desesperación. Veía las caras de mi mujer y de mis hijos que me esperaban para que los llevara a un sitio mejor. Pero ahora… No sabía se me iba a cortar las manos o la cabeza.

“Tuve suerte: me dejaron marchar. Llegamos en autobús a Turquía. El traficante nos dijo “Entrad, caminando despacio y no arméis ruido, pagaremos a los policías, no os preocupéis” Y luego empezaron a dispararnos. Aterrorizados corrimos al bosque a escondernos. Parecía una selva. Pasamos ahí toda la noche. No teníamos tiendas y hacía mucho frío. Lo pasamos bastante mal. Los bebés eran un problema, lloraban y corríamos el riesgo de que nos oyeran. Fue el verano más frío.

“A la mañana siguiente nos dijeron que la guardia costera se había ido y que podríamos irnos en barca. Lo sé: Muchas vidas se han perdido en estas aguas. La mía no… Yo tardé 40 minutos en un mar en calma. Cuando llegamos a Mitelene, vi a un montón de gente venida de todas partes. Llegamos a Atenas de noche y sin papeles. Tardamos 14 horas. Allí encontré amigos que habían llegado antes.

“Dormí a la intemperie. La policía nos detuvo porque éramos ilegales. Me metieron en una habitación y me dieron algo de comida. Me tomaron las huellas dactilares. Me sentí bastante mal. Luego estuvimos en una estación de tren en Hungría. Nos iban a mandar a Alemania porque allí, decían, no éramos bien recibidos. Al llegar nos llevaron a un centro de refugiados, pero afuera, en las calles, veía a gente que nos miraba con odio y asco. Me preguntaba por qué habían puesto allí el centro de acogida…

“Hoy estoy en Eisenhüttenstadt. Tengo como compañero a un amigo pakistaní. Ayer fuimos a la biblioteca y sacamos un montón de libros. Conocí a una alemana, muy buena persona, se preocupa de verdad por nosotros. Nos ayuda todo lo que puede. Me trajo una guitarra. Espero que las cosas mejores… Quizás consiga pronto el asilo; muchos esperan meses, también hace falta suerte. Tengo que dominar la lengua, es muy importante. He conocido a gente que nos trata como hermanos. Es gente sencilla, buena, de mente abierta…”. ** ** **

Beatriz Zalce

Premio Nacional de Periodismo por su labor cultural en Desinformémonos. Catedrática de la Escuela de Periodismo Carlos Septién y de la Facultad de Estudios Superiores de la UNAM.

Una Respuesta a “Si hablamos de Resistencia…”

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