Palabras sin reposo

Beatriz Zalce

Carlos Navarrete y la búsqueda de la raíz

-¿Quieres estudiar Arqueología en México? ¡Te vas por tu cuenta! Nos has fallado: dejaste la carrera de Derecho a la mitad -le dijo Doña Chabelita a su hijo. Carlos Navarrete Cáceres no pensaba echarle leña al fuego cuando se sinceró con ella: ¡Mentira! Sólo he cursado dos materias en la Facultad de Derecho: Literatura Hispanoamericana y Sociología. A las demás no entraba. Me iba a la Facultad de Humanidades que se acababa de fundar. Entre los maestros estaba León Felipe…

Después lo llamó su abuelo, Carlos Cáceres: “Ya estoy jubilado, pero yo te voy a ayudar. Andate para México. Te doy tus centavitos. Si yo tuviera tu edad también me iba”.

Se hacían tres días y medio de Guatemala a México. Viajó en trenes y camiones de segunda. Cruzó la frontera y llegó a Ciudad Hidalgo. Tomó el tren hasta Tuxtepec, en Oaxaca, y de ahí un camión a Veracruz antes de subir al ADO. Era el mes de enero de 1952 y él cumplió 21 años durante la travesía.

Hoy para celebrar a este joven de 92, la familia se reunió en torno suyo. Hubo marimba, tamales guatemaltecos y chuchitos. No faltaron las delicias, los tequilas y los mezcales y se cantó La Internacional, el puño en alto.

Carlos Navarrete se ha dedicado tan en serio a la arqueología que ha realizado trabajo de campo en casi toda Mesoamérica y en los últimos años investiga las tierras altas del área maya. Es mucho más que un referente: nadie sabe tanto sobre los mayas como él, nadie se ha dedicado a estudiar el Popol Vuh en todas sus ediciones como él; pero él bromea y dice que ya le damos trato de códice y le venimos a preguntar “cosas de antes”.

En su estudio habitan sus libros: “Pase, pase. Le voy a mostrar: Aquí está lo de arqueología, acá lo de Chiapas. Esto es de historia y esto lo de los mayas. Mire usted, tengo todo esto del Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas. En una librería en Argentina encontré la primera edición. Vea el año: 1861. Está en francés. En un momento le cuento la historia. Venga, le voy a enseñar lo de Guatemala.”

Los libros bien acomodados, leídos, estudiados, venerados, conviven con un zoológico de máscaras guatemaltecas, con esferas de vidrio soplado, con una colección de campanas traídas de todos los países que ha visitado. Una de ellas destaca: una peruana con una llama. Tiene una lamparita muy Art Nouveau en la sala, junto a un bello textil guatemalteco, una lámpara de madera pende del techo y otra más, hecha de pedacitos de vidrio multicolores, está cerca de la pantalla de televisión.

El autor de Los arrieros del agua, Las rimas del peregrino, Esquipulas: Origen y difusión de un Cristo Negro en Mesoamérica, Un reconocimiento de la Sierra Madre de Chiapas: apuntes de un diario de campo entre otros muchos librosafirma rotundamente: “No cambiaría mi profesión ni por un millón de dólares al mes. La arqueología me ha dado el deseo de seguir viviendo. Me da libertad, aire libre. Es un privilegio ser el portavoz de los indios muertos y llevar su mensaje a los vivos. Para eso sirve la arqueología: para crear conciencia histórica. Pero tenemos una profunda limitación. Nosotros suponemos a través de objetos materiales, pero hay puntos del ser humano que jamás se logran expresar: los sentimientos. El hombre prehispánico que hemos construido se parece a Benito Juárez porque no se ríe nunca. Cada vez que habla un azteca en una película mexicana -engola la voz- dice algo así: ‘Los dioses me han designado para…’ o ‘Hija mía, te vas al sacrificio humano porque ese macehual no me gusta para ti’ y así tenemos la historia del Popocatépetl. ¿Y la sonrisa dónde está? -se pregunta Carlos Navarrete y se contesta: -No todo es política y sacrificios humanos. La alegría no la podemos reconstruir… La tristeza, a veces, con las ofrendas funerarias.

Dos doctorados Honoris Causa, uno por la Universidad de San Carlos de Guatemala y el otro por la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, un Premio Nacional de Literatura en el 2005 por su libro Los Arrieros del agua o la Medalla al Mérito de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala que le fue otorgada en el 2015 no son tan importantes para él como el diploma de la Escuela Normal Central de Señoritas de Guatemala que le dio el primer lugar en el concurso de una “composición” sobre la fundación de la Ciudad de Guatemala y sus tradiciones en julio de 1946. Carlos Navarrete tenía quince años y acababa de descubrir su gusto por la investigación.

-Este reconocimiento era la demostración ante mi familia de que no era tan haragán. Cuando terminaba el cuarto año de primaria llamaron a fulano de tal, a Zutano y a Carlos Navarrete: “Avisen a sus mamás que mañana les vamos a dar una medalla en la clausura”. Mamá, que me van a dar una medalla. Ella, muy contenta, se puso su sombrero con plumas y abrigo de pieles para ir a la premiación. Fulano de tal: Medalla de oro. Zutano: Medalla de plata. Carlos Navarrete: Medalla de cuero por ser el más mal portado de la clase.

Doña Chabelita estaba furiosa: “Me has puesto en la peor de las vergüenzas”. Hoy por hoy el Maestro le daría medalla de cuero a todos los políticos, sin distinción de partido.

Nacido en Quetzaltenango, pasó los años más felices de su infancia en la finca Las Margaritas, propiedad de su abuelo, Carlos Cáceres, hombre muy liberal, fundador del primer partido comunista guatemalteco, el de 1922. El abuelo quería que conociera la realidad del país y lo mandaron a la escuela rural. Sus amigos, algunos hasta la fecha, eran hijos de los trabajadores. Descalcitos casi todos; indígenas, muchos.

-Decía que el comunismo era el cristianismo avanzado. Sus actitudes, su forma tan humana de tratar con la gente, con los trabajadores, me marcaron. Pero lo vigilaban y lo perseguían. Le estoy hablando de la dictadura de los catorce años de Jorge Ubico. Miguel Ángel Asturias al que se refiere en El señor presidente es a otro dictador que hubo antes, a Manuel Estrada Cabrera.

“Tendría siete años y fui a jugar rueda al Parque Central, frente a Catedral, donde convergían todas las gentes a misa de doce del día. Era cuestión de ir muy elegantes las señoras, no con el mismo vestido de la semana pasada. Un señor me llamó: ‘Carlitos. Sí, señor. Tu abuelo es Carlos Cáceres, somos muy amigos, ¿dónde anda? Allá, del otro lado. Ah, ahorita lo voy a ir a saludar. ¿Y qué habla tu abuelo del presidente? Pues dice que es un hombre muy malo, que mete a la gente presa… Ah, ¿eso dice tu abuelo? Al otro domingo me cuentas más’. Y me regaló 50 centavos. Era un agente de la policía.

“Mi abuelo se tuvo que ir a Tapachula. Para que no le quitaran la finca se las dejó a unos sobrinos. Ellos se portaron bien, con mucha honestidad. Recuerdo esa época muy oscura. Mi mamá tenía que trabajar y una tía se hizo secretaria, un tío mío, que estudiaba, tuvo que dejar los estudios. Y no les daban trabajo. Si conseguían algo llegaba un agente de la policía con el patrón: ¿Tiene usted aquí a Jorge Cáceres? Sí. Ah, el señor presidente dice que es un mal elemento…”

“Tras la caída de Ubico en octubre de 1944, tuvimos los únicos diez años en nuestra vida de libertad y democracia. Entró un presidente de lujo: El doctor Juan José Arévalo, antes de Jacobo Árbenz. Venía de ser rector de la Universidad de Tucumán, en Argentina. Y empiezan las conquistas como el Código de trabajo. Funda la Facultad de Filosofía y Letras, la de Economía, la de Ciencias.”

Se abren librerías, grandes escritores y pensadores dan clases, Carlos Navarrete empieza a escribir. Se deleita con La Revista de Guatemala dirigida por Luis Cardoza y Aragón quien dedica el primer número al pintor Carlos Mérida, el siguiente al grabado mexicano, después el arte precolombino.

Navarrete entra a la Universidad de San Carlos con un criterio político y de izquierda. En 1949 se incorpora al grupo Saker-Ti de Artistas y Escritores Jóvenes Revolucionarios. Saker-Ti quiere decir en kalchiqué “amanecer”. Amanecían. Al año siguiente se suma a las filas del Partido Comunista.

-En el 50 llegó Pablo Neruda a Guatemala. Venía en carro. El grupo Saker-Ti y todas las juventudes revolucionarias sabíamos que iba a pasar la frontera; salimos a la carretera a recibirlo. Estábamos en filas, unos con flores. Venía con Delia del Carril que era su esposa. Nos fue a dar un abrazo a todos. Para mí, que me abrazara -el Maestro no termina la frase porque está reviviendo el momento, porque está reviviendo la emoción, porque ese abrazo fue el impulso que le cambió la vida.

“Y le cantamos: ‘Con Neruda, con Neruda y la juventud están los pueblos -y canta nuevamente, entonado. Neruda empezó sus lecturas, pero yo creo que se aburrió de que el Partido lo traía para todos lados: que si mañana hay un cambio de directiva del sindicato ferrocarrilero, Pablo Neruda tiene que presidirlo, que si la CGT… Un día le dijo al secretario general del grupo Saker-Ti: ‘Yo quiero estar con ustedes, los jóvenes, una tarde’. Y éste me invitó: ‘¿Quieres venir, vos? Vamos a llevar a Neruda a Antigua’.

“Iba en una camionetita con pura eminencia, ni hablé. Tenía yo 19 años, era todo ojos y oídos. Neruda pidió: Quiero conocer algo de la imaginería que es muy famosa en Guatemala. Rodríguez Padilla, un pintor, propuso: ‘Vamos a la Merced para que conozcas el Cristo de la Merced’. Entramos a la Merced y estuvimos por un gran rato viendo al Cristo: es una belleza. Cuando íbamos saliendo había una señora grande que vendía oracioncitas. Neruda empezó a comprarle.

“¡Pablo, y tú compras estas cosas, pero si eres comunista! -le dije. -Él venía directo del centenario de Pushkin en la Unión Soviética. La conferencia que nos dio a nosotros se llamaba El esplendor del mundo con todas sus experiencias de viaje durante el centenario de Pushkin. ¿Y tú compras estas cosas? -insistí. Sí, me dijo: Esto es sociología pura y ustedes también deberían de comprarlas porque en estos versitos católicos el pueblo expresa no sólo su mística sino su sentido literario. Ya quisiera haber escrito yo el poema más universal que es el Padre Nuestro. Dijo una cosa muy linda que para mí fue fundamental: En México hay un hombre llamado Vicente T. Mendoza que ha recopilado la gesta, así como el Mío Cid en España, la gesta de la Revolución que está en los versos populares del Corrido Mexicano.

“Yo empezaba a escribir. En el grupo Saker-Ti sacaba mis versos y cuando me publicaron, la primera vez, mis “Cuerpos sin sombra” en El Diario de Centroamérica compré diez ejemplares para repartirlos: La ilusión de querer ser escritor, de conocer a los mayas y la mejor forma es estudiando arqueología.”

Hubo un congreso al que Carlos Navarrete asistió. Quedó fascinado. Heinrich Berlin daba un curso sobre la posible interpretación de la escritura Maya. El joven habló con él: ¿Cómo hago para estudiar arqueología? ¿De veras quiere estudiar arqueología? Le cambió el semblante. Pidió el anuario, los datos de la Escuela de Antropología de México. ¡De veras quiere estudiar arqueología! Sí y también ser escritor. ¡Eso no sirve! Si va a ser arqueólogo se va a dedicar a trabajar. Olvídese de poemitas a los Mayas.”

De la escritura tan nunca se olvidó que fue Juan Rulfo quien lo animó a publicar Los arrieros del agua. En la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara se presentó su más reciente libro: En el corazón verde de América, Pablo Neruda en Guatemala.

-Consulté a Miguel Ángel Asturias. ‘Don Miguel Ángel, ¿dónde puedo estudiar arqueología? ¿Dónde me aconseja usted? Ándate a la Argentina, patojo’. Consulté después a Luis Cardosa y Aragón: ‘¿A la Argentina? Decile al bolo de Miguel Ángel que no sabe. ¡Andate a México! La Revolución ha creado la Escuela Mexicana de Pintura, la Escuela Mexicana de Danza, el cine vive su época de oro, ¿y qué decir de la literatura? Eso es lo que hay que hacer en Guatemala. ¡Andate! ¿Querés conocer la historia de México y conocer su potencial artístico? No te perdás de visitar todos los murales que podás.

“¿Qué es lo que la revolución guatemalteca, la izquierda, busca? ¡Lo que la revolución mexicana había buscado! La raíz. Había que repetir, culturalmente, el camino que México trazó. La raíz: Reivindicar lo Maya, sacar adelante el arte Maya. Arévalo acababa de fundar el Museo Nacional de Antropología. Los arqueólogos realizaban grandes trabajos.”

Revisó qué materias se impartían en la Escuela de Antropología, semestre por semestre: Etnología General, Lingüística General, Antropología Física general, Arqueología. Segundo Semestre: Arqueología de México y Centroamérica I y se dijo a sí mismo: “¡De aquí soy!”

-Escribí una carta: “Soy Carlos Navarrete, guatemalteco, bachiller, en el consulado me piden que ya esté inscrito en la Escuela Mexicana para que me den la visa de estudiante”. A los ocho días ya estaba la carta en la que el “infrascrito” palabra horrible que quiere decir que yo, Carlos Navarrete está inscrito… El embajador se era Romeo Ortega, un hombre que el pueblo de Guatemala lo quiso, lo adoró porque cuando las manifestaciones sacaba la bandera mexicana y cubría a la gente para protegerla y salvarla.

“Llego aquí en enero del 52 después de ese viaje tan largo que le conté al principio. Encamino mis primeros pasos por la calle de Correo Mayor. Paraba en una humilde vecindad. Era una casa porfiriana que se había dividido en cuartitos. Tenía un letrero que decía: “En esta casa nació el músico Julián Carrillo” y abajo estaba la Casa Guerrero, la que editaba los corridos y todavía las hojas de Posada.

“Saliendo de la ENAH que estaba en las calles de Moneda, me encantaba pasar por el Palacio de Bellas Artes. Ahí estaba Diego Rivera pintando “Pesadilla de guerra y sueño de paz”, el mural perdido. Ése mismo que viajó a la exposición Veinte siglos de arte mexicano en Europa y que nunca volvió. En ese mural están retratados, por un lado la bomba atómica y por otro, recogiendo firmas para la paz, Efraín Huerta, Enrique González Martínez, Frida Kahlo, Machelita, la hermana de Guillermo Monroy… Pasaba yo a ver a Diego trabajar. Una vez llegó Josephine Baker y él bajó del andamio a saludarla y besarle la mano.

“A sugerencia de Luis Cardoza, ese año hice lista de los lugares donde había murales y todos los sábados me iba a ver alguno. Visité los de O’Higgins, los de Anguiano, los de Aurorita Reyes, esta muchacha tan alegre que también era poeta, el de Julio Castellanos en una escuela que ya no existe, la Gabriela Mistral. Hace unos días llevé a mi esposa y a mi hija Catalina a hacer un recorrido y ya no puede uno ver los murales porque se tiene que pedir licencias. ‘Señor, sólo vengo a pararme ahí a ver… ¡No se puede! Pero si fueron hechos para que los viera la gente, es arte público… ¡No se puede!’.

“Todavía no le hablo de arqueología… Nos va a llevar tiempo. ¿Por qué no viene la próxima semana para que le siga contando?

Beatriz Zalce

Premio Nacional de Periodismo por su labor cultural en Desinformémonos. Catedrática de la Escuela de Periodismo Carlos Septién y de la Facultad de Estudios Superiores de la UNAM.

Una Respuesta a “Si hablamos de Resistencia…”

Dejar una Respuesta

Otras columnas