DESconstrucciones

Fernando Híjar

Una mujer y un hombre

DESconstrucciones (XII) 

Para Marta Toledo, Anastasia Guzmán, Noemí Mondragón, Las mujeres del viento florido y a todas las participantes en El Festival de las Heroínas en Oaxaca

Recuerdo muy bien cuando tomé la mano de Cristina y entramos a uno de los cines, que sin llegar a ser considerado de arte,  tenía una excelente programación dirigida al cine europeo y a lo mejor del cine mexicano, me refiero al Cine París el cual se encontraba en Paseo de la Reforma en las inmediaciones de la que se conoció como Glorieta de Colón, ahora repudiada por colectivos  feministas, madres de víctimas de feminicidio y desaparición, mujeres de los pueblos originarios y afromexicanas, maestras, mujeres zapatistas, defensoras del territorio y del agua y de otros sectores de la población, que la han renombrado, de manera acertada y justa, Glorieta de las Mujeres que Luchan

La última vez que entré a esta sala fue a principios de los noventa y disfruté, junto con la agraciada y fina compañía de Gabriela Montes de Oca, de una subyugante obra de Bernardo Bertolucci: Refugio para el amor, de 1990, adaptación de la novela El cielo protector de Paul Bowles. La música de esta enigmática película es de Ryvichi Sakamoto, la cual ganó El Premio Globo de Oro a la Mejor Banda Sonora. En las primeras escenas Port  (John Malkovich, neoyorkino y músico desempleado, sumido al igual que su mujer, Kit, en una crisis matrimonial sin salvación) en un muelle en el norte de África, le aclara  a Tunner  (joven aventurero, despreocupado y rico que los acompaña), la diferencia entre un turista y un viajero, el primero, es algo parecido a esto: siempre piensa en irse, en su próxima escala, y el segundo: al llegar a un lugar no sabe cuanto tiempo se quedará, cuando va a regresar… su destino es incierto; el Cine Paseo que estaba a una cuadra, rumbo a la Alameda Central, también ofrecía una atractiva cartelera. Ambos cinemas se esfumaron, para mí, de la noche a la mañana, en un abrir y cerrar de ojos, un soplo borró estos espacios (al igual de decenas y decenas de cines) que daban fe del acontecer cinematográfico. 

No era la primera vez  que sentía su mano, pero este gesto en apariencia inocente encendió todos mis sentidos, y esa mano, suave y delgada, desató toda una fantasía sensual que en horas después devino en intensos deseos; pocas veces fuimos más allá de escarceos y auscultaciones íntimas. Pero más que los encuentros cercanos, lo que me fascinaba de Cristina era su pasión y conocimiento por la cultura francesa, en especial su música y cine, hablaba y escribía perfecto el francés, ella lo aprendió por iniciativa de su madre, primero en clases particulares y después en El Instituto Francés de  América Latina

Ambos vivíamos en Santa María La Ribera, ella en la segunda de Pino, casi esquina con Sor Juana, y yo en Chopo, a una cuadra del Museo; en la época que estuvo varios años abandonado escalaba, ya entrada la noche, una de las dos torres hasta llegar a la parte más alta, ya ahí, surgían por arte de magia los corpúsculos de las nubes que envolvían mi cuerpo y miraba el inmenso firmamento, las luces y edificios de la gran metrópoli; en aquella época había mínima contaminación, aún no aparecía la palabra smog en el léxico popular, de tal manera que la ciudad se me mostraba bella y enigmática. No me preocupaba de que me cacharan o denunciaran, el velador, don Juan, me conocía de años atrás y los perros dálmata que resguardaban el lugar estaban más que “familiarizados” con mi olor. 

En la casa de  Cristina, para precisar en su cuarto, pasábamos horas escuchando música y canciones francesas, tenía discos de George Brassens, Edith Piaf, France Gall, Chistophe, Charles Aznavour, Serge Gainsbourg y de muchos otros artistas, pero sus preferidos eran Yves Montand y François Hardy, se identificaba con ella y conocía de memoria las letras de todas sus canciones. Tenía un gusto especial, medio oscuro y desbordado, por el dramático Jaques Brel. 

Me encantaba su libertad, su forma de desenvolverse en la vida, la manera que afrontaba el presente (del pasado casi no hablaba, del futuro lo veía como un gran misterio y no pocas veces le causaba desazón y temor, pero aun así, lo entendía como la posibilidad de realizarse, vivir y viajar), su independencia, a pesar de tener un padre autoritario y a veces violento; pero lo interesante es que a Cristina nunca pudo someterla, “no podrá dominarme, ni degradarme como lo hizo con mi madre”. El progenitor se enojaba por el gusto y entrega de su hija a la cultura francesa, “¡cómo te puede atraer esa dizque cultura francesa decadente y promiscua, llena de pirujas, padrotes y afeminados, no tienes remedio! ”, le gritaba. Un día en las escaleras de su casa, el señor, se me puso enfrente para amenazarme y tratar de alejarme de su hija, en ese momento Cristina salió de su cuarto y le gritó: “ni te atrevas a decirle algo a Fernando”, el señor se alejó, no podía con ella. Le pregunté sobre esa situación y el porqué de su comportamiento, Cristina me tomó de la mano y me condujo al estudio de su padre, entramos y lo primero que vi fue un cuadro de Hitler colgado atrás de su  amplio escritorio y una bandera con la suástica, “es un nazi, un adorador de ese despreciable personaje” y agregó, en tono suave sin aspavientos, “ahora lo entiendes y me entiendes a mí, conmigo nunca podrá, un par de años más y me voy de esta casa, viv la liberte”, afirmaba, más que convencida. Durante el 68 eran épicas las discusiones entre la joven liberal y el padre inquisitorial, ella siempre salía victoriosa. El creciente y notable movimiento feminista se ha  gestado durante años, décadas y siglos por actos cotidianos, anónimos, valientes y congruentes de millones de mujeres, que se rebelan contra las prácticas patriarcales alrededor del mundo. 

No recuerdo si fue en 1970 o 71, cuando subíamos de prisa esa maravillosa escalera estilo imperial del Cine París, era una tarde muy lluviosa de agosto, llegamos empapados, al entrar en la sala estaba por iniciar la proyección, habíamos esperado un poco más de tres años para verla ya que cuando se estrenó (en Francia en 1966 y en México, un año después), éramos menores de edad. Pero estábamos felices y emocionados, al tomar su mano ella la apretó, me detuvo, se acercó y frotó suavemente sus labios húmedos y sensuales en mi mejilla. La película era Un hombre y una mujer de Claude Lelouch. 

La película y sus temas musicales 

El director Claude Lelouch, al igual que Roger Vadim y Louis Malle, no perteneció, ni simpatizó con la corriente del cine innovador y de vanguardia llamada Nueva ola francesa. 

¡Y qué bueno! de este modo logró dirigir Un hombre y una mujer; pero no era necesario ser un innovador para ofrecernos una verdadera joya cinematográfica, la película lo tiene todo: una excelente dirección; una fotografía de primera, algunos la definieron como “exuberante” (las escenas del caminante con su perro en la playas heladas de Normandía son de antología, y en general la mayoría de las tomas). Es necesario resaltar que la película fungió como un largo comercial, nada subliminal, para un automóvil de una marca muy conocida; una notable actuación (Anouk Aimée, Jean-Louis Trintignant, quien falleció hace unos meses) y la música, insuperable y única. Este film no puede estar más alejado, en temática y postulados, de la corriente mencionada, pero fue tan importante que hasta del mismo Cashiers du Cinéma recibió buenas críticas. A los cuestionamientos sobre sus producciones, criticadas de superficiales con tramas facilonas, de melodramas románticos “sin ningún compromiso artístico o social”, Lelouch, les contestaba:

No formé parte de la Nouvelle Vague, que por cierto no la inventaron los franceses sino Vittorio de Sica. 

La película obtuvo la Palma de oro en el Festival de Cannes y dos Premios Óscar (por el guión y mejor película en habla no inglesa). Un hombre y una mujer es una historia de amor no consumado e incierto, 20 años después el director, con las dos principales estrellas, filmó la segunda parte (debo de confesar que resultó un bodrio, no terminé de verla), pero la cosa no terminó ahí, 50 años después de su estreno, Lelouch se aventura a una tercera parte, con los mismos actores; no me causa curiosidad  esta obsesión y prurito fílmico, la verdad prefiero quedarme con las imágenes, sentimientos y emociones de la primera. En doce producciones de su amplia y variada filmografía, Lelouch, hizo mancuerna con el compositor, músico y arreglista Francis Lai criticado, al igual que el director, con los mismos argumentos. Lo  que sí puedo asegurar es que ambos, director y músico, con este film llegaron a la cúspide temprana de su carrera. De ahí en adelante todo fue una decadencia, un retroceso gradual e inequívoco. En lo que respecta a  Francis Lai, más o menos, se mantuvo con “éxitos” por la música de Vivir por vivir e Historia de amor, hasta caer en lo más chabacano y meloso con la música para la película Bilitis, que la crítica literalmente la aplastó tachándola de música para la venta de detergentes y de música de elevadores. Y sí, al escribir la música de Un hombre y una mujer, se salvó de no pasar a la historia sin pena, ni gloria. 

Es necesario plantear que el tema musical principal (da-ba-da-ba-da) al igual que El amor es más fuerte que nosotros, Hoy día lo es todo y En la sombra de nosotros ( algunas letras son de Pierre Barouh cantadas por Nicole Croisille y el mismo Barouh) lograron trascender  y sorprende que en la actualidad sean retomados y revaluados desde una perspectiva jazzística por agrupaciones como el prestigioso French Jazz Project, el talentoso músico Robert Gómez y muchas cantantes de jazz. 

En una entrevista realizada por la televisión francesa a Barouh (un poco antes de su muerte, acaecida en 2016) se manejó que la composición eje del film marcó la ruta de la canción contemporánea. Yo no avalaría, ni suscribiría tal aseveración, pero de que fue un hito musical y contribuyó a esbozar un derrotero, eso, sin lugar a dudas. 

Samba de Bencáo madre de Samba Saravah

En la DESconstrucción precedente escribí sobre las dos películas francesas que lanzaron la música brasileña alrededor del mundo: Orfeo Negro (Marcel Camús, 1959) y Un hombre y una mujer (Claude Lelouch, 1966). Para los que quieran conocer más sobre la primera, los conmino a leer mi anterior colaboración en este espacio. EL  tema musical brasileño que aparece en el film de Lelouch, es la Samba Saravah (palabra africana de origen bantú) que significa salud, suerte, buenos deseos o saludos. En realidad Samba Saravah, constituye la versión en francés de la Samba de Bencáo (Samba de Bendición), con letra y música original de Vinicius de Moraes y Baden Powell. El  actor, cantante, músico y productor de origen galo Pierre Barouch, la traduce (adapta la letra) y la interpreta de manera magistral. Este actor  en la película muestra su amor por la música brasileña, pero este acontecimiento fílmico-musical no fue el detonante de dicha atracción, tres años atrás, Barouh fundó el sello discográfico Saravah en cuyo catálogo figuraban géneros como el jazz, bossa nova, samba, rock, canción francesa y muchos otros. Antes del “invento” del pretencioso World Music, esta marca grabó músicas de otros países y regiones del mundo.  El fotograma que aparece al inicio de esta columna, fue tomado del documental que realizó Pierre Borouh en Brasil, en 1969, y aparece junto con Baden Powell.      

Es claro, que no solo estas películas potenciaron la presencia sonora brasileña alrededor de la tierra; este momentum estelar, determinante en el diálogo musical a niveles poca veces visto, tiene un carácter multifactorial y una sola causa no lo explica. A finales de los cincuenta, el productor Creed Taylor (que tuvo un papel decisivo en la producción de discos de John Coltrane, Bill Evans, Ray Charles y muchos otros) platica con su amigo  el saxofonista Stan Getz y éste lo convence para que entre en la fascinante musicalidad de Brasil, ya que el saxofonista había colaborado con músicos de este país; de este modo se sembró la semilla para el surgimiento del flamante Jazz-Samba que de inmediato contagió a públicos y músicos de infinidad de naciones. El olfato visionario de Taylor, en 1962, por medio de sus sellos: Impulse y CTI Records, dieron por resultado las tres piezas musicales más representativa de esta corriente musical: La chica de   Ipanema, Desafinado y Samba de una sola nota. La primera de ellas llegó y se mantuvo por un largo lapso en la cúspide de la Lista de Billboard. La voz que dieron vida a estas emblemáticas piezas, provenía de una cantante desconocida: Astrud Gilberto, esposa de Joao Gilberto, cantante, guitarrista  y compositor. Antonio Carlos Jobim, junto con Joao, son considerados  pioneros y artífices del bossa nova. Este maridaje sonoro entre el jazz, samba y bossa, se ha mantenido durante casi seis décadas, al grado que en la actualidad resurge de manera inusitada, en experimentaciones y propuestas jazzísticas, en las voces y músicos europeos, como la ultratalentosa y bella Andrea Motis y el maestrísimo Joan Chamorro, ambos catalanes.

No pretendo comparar los temas que integran la banda sonora pero, para el que esto escribe, Samba Saravah, no guarda ninguna relación con las creaciones de Francis Lai, e incluso rompe con ellas y esto le confiere una mayor fuerza y representa el contrapunto musical, es decir, le da equilibrio sonoro a la película. No quisiera tratar de explicar esta samba, mejor traten de conseguir el disco original de vinil (LP), y si no pueden escúchenla en disco compacto, y si no es así, ya de perdida en las plataformas digitales. Y claro, busquen la original de Vinicius y Powell y la versión francesa. 

La música (y aquí incluyo a todos los géneros y expresiones musicales) tiene dos elementos o parámetros principales para “medir” su presencia o permanencia  en el gusto a través de las generaciones, me refiero a la aceptación y al tiempo. Ya desarrollaré estos puntos con mayor amplitud. Aquí es importante manejar los conceptos gramscianos llevados a las situaciones sonoras: hay músicas hegemónicas y músicas subalternas. Pero no es tan sencillo realizar reflexiones y análisis simplistas, es necesario ir más allá  (y no aplicar de manera mecánica estos conceptos, cómo lo han hecho muchos “estudiosos”, “investigadores”o supuestos  “conocedores”) aquí intervienen más de dos o tres variables para explicar lo que sucede en los espacios-momentos musicales a lo largo de la historia y en la actualidad. 

H3O y el adiós a  Cristina

En el mismo año de su estreno, en La Ciudad de México, el controvertido Alejandro Jodorowsky llevó a escena el espectáculo musical H3O (para los que quieran tener más información sobre H3O, la DESconstrucción VII se las ofrece) en la Casa de la Paz. Uno de los números retomaba el tema de Un hombre y una mujer; los arreglos musicales los hizo Nacho Méndez (una futura DESconstrucción estará dedicada a este importante creador musical), la voz principal estuvo a cargo de Nadia Milton y los músicos participantes fueron : Pepe Ávila, Héctor Morelli y Rafa Acosta. Al iniciar la música bajaba al centro del  escenario una pantalla y se proyectaba (en cinta de 16 milímetros) las imágenes de la jovencísima Ofelia Medina y Miki Salas “correteando” en el Bosque de Chapultepec. La ingeniería de sonido y el refuerzo acústico correspondieron a Víctor Rapoport (quién me proporcionó esta información) y de David Baksht.

Al entrar a la Universidad, en 1972, el rompimiento con mi pasado fue casi total y esto, también incluyó a mis amigos y amigas. A Cristina cada vez la veía menos, hasta que dejamos de frecuentarnos. Años después traté de buscarla, pero comprendí que ella era parte del pasado  y preferí que los recuerdos con ella, quedaran en eso: en recuerdos. La última vez que nos vimos, yo salía de su casa, y ella desde su ventana, me gritó: Oye y ¿por qué no, Una mujer y un hombre? el personaje de Anouk es mucho más interesante que el del conductor del Mustang… ¿no crees? 

Yo sonreí, asentí, le mandé un beso; nunca más la volví a ver.

Fernando Híjar Sánchez

Promotor cultural, productor musical e investigador independiente. Uno de sus más sobresalientes fonogramas: Lienzos de viento (músicos zoques y mames en diálogo con Horacio Franco) obtuvo el Premio Patrimonio Musical de México, INAH 2012.

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