DESconstrucciones

Fernando Híjar Sánchez

 El costumbre

           Para Amparo Sevilla, conocedora profunda de las músicas y danzas de la tradición

              DESconstrucciones (XV)

La foto que antecede al presente escrito tiene tras de sí toda una historia apasionante de uno de los pueblos originarios menos conocidos de Chiapas: los O’ de Püt (la gente verdadera, los que tienen palabra) o zoques. Sólo me centraré en los zoques de Tuxtla Gutiérrez, y de manera particular en el costumbre y su música tradicional. En la imagen aparecen dos de los principales guardianes de la tradición, los maestros músicos: el pitero, Leopoldo Gallegos y el primer tambor, Cecilio Hernández, junto con Agustín Hernández. La foto pertenece al Archivo OH.

El costumbre

Imposible hablar de el costumbre en pocas palabras, hay que vivirlo en plenitud para entender la profundidad de este concepto, ya que el costumbre lo es todo: un conjunto de valores, una forma de concebir la vida y la muerte, es algo que va más allá de un sistema normativo o lo que se le ha llamado usos y costumbres. Es la forma de comportarse ante las imágenes respetadas y veneradas, es la jerarquía que posibilita el sistema de cargos, los estrictos códigos que rigen las celebraciones, el orden del calendario festivo, las floreadas u otorgamiento de cargos, la confección de ramilletes, la cooperación y agradecimiento entre los integrantes de la mayordomía, las formas y tiempos en que se sirven las comidas y bebidas (que tienen más un sentido de comunión que la de saciar algún apetito mundano). Las famosas vivas a las imágenes religiosas, a los y las albaceas, a los priostes y priostas, o alguna persona que haya contribuido para que se lleve a feliz término tal o cual celebración. El costumbre es el prestigio que se lleva al adquirir un cargo, son las alabanzas, plegarias y cánticos, son la danza y la música, todo esto y más es ‘hacer costumbre’, forjar identidad, es decir, lo que los hace únicos y diferentes hacia los otros, lo que hace posible que enriquezcan la diversidad cultural condición indispensable para el desarrollo sano y viable de la sociedad.

Lo que posibilita y propicia que todo lo anterior se manifieste es el espacio festivo, la fiesta zoque: el mequé. Sin éste, el costumbre se debilitaría y se interrumpiría la continuidad cultural. Por ello es de vital trascendencia efectuar las festividades: sólo así se mantendrán y fortalecerán.

El patrimonio cultural zoque de Tuxtla no sería tan rico y vasto sin la fiesta, sin el mequé, sin la alegría y solemnidad presente en todas las celebraciones que les otorga a los miembros de la mayordomía su razón de ser y vivir.

   Los párrafos anteriores son parte del texto que redacté para la presentación del disco ¡Viva el mequé! Música y celebraciones de los zoques de Tuxtla, editadoenelaño2012, que produjimos y realizamos la etnomusicóloga Aurora Oliva y el que esto narra. En este fonograma se concretaron todos mis conocimientos y experiencias en la producción fonográfica adquiridos, a través de varios lustros, primero en Ediciones Pentagrama y después en La Dirección General de Culturas Populares (DGCP). En esta institución (que marcó un verdadero parteaguas en la historia de la promoción y gestión cultural de nuestro país) fui responsable del Programa Nacional de Música durante 11 años. A dos personas tengo que agradecer esta valiosa etapa de mi vida profesional: Modesto López y José Antonio Mac Gregor.

Para la realización del fonograma de marras, sólo mencionaré a grandes rasgos algunos puntos destacados, ya que en otra entrega me detendré a detallar el proceso de producción (que privilegia la inclusión, la iniciativa de los músicos y la comunidad en el proceso de producción, a partir de la gestación misma del proyecto, aceptación por la comunidad, contenido, grabación, edición, difusión y distribución). Desde mi presencia en DGCP, al inicio de las discusiones sobre patrimonio cultural y derechos autorales colectivos, a mediados de los años noventa del siglo pasado, constaté la importancia de otorgarles la autoría en las grabaciones a los verdaderos dueños del patrimonio, en el caso de la música tradicional, a los mismos pueblos originarios. Siempre aparecía en los créditos la leyenda que afirmaba su autoría comunitaria de esta forma, cuando menos, se aclaraba esta situación, se sentaba un precedente y se les ponía un alto, aunque fuera simbólico, tanto a las instituciones  omisas e indolentes y a las “vivales“ compañías privadas que usurpan la autoría y que creen que grabar implica apoderarse de la música. Teniendo como pretexto la figura de Derechos de Autor Reservado (DAR) y El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), del usurpador salinato, se han cometido tropelías y apropiaciones ilegales de la música popular y tradicional de México. El actual Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) tiene importantes puntos en cuanto a economía (cierta autonomía en hidrocarburos) y a nivel laboral (avances en libertad y derechos sindicales), pero no en relación a la autoría intelectual ya que sólo se centra en la propiedad de patentes comerciales. En la actual administración morenista se han confeccionado interesantes legislaciones al respecto (en enero de 2022 en el Diario Oficial de la Federación, apareció la Ley Federal de Protección del Patrimonio Cultural de los Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas), pero en esencia no modifican la situación mencionada ya que le “falta dientes” para meter en cintura a todos los que se apropian de forma indebida del patrimonio cultural y también, existe una falta de definición, es decir, voluntad del ejecutivo al respecto.

El mequé: fuente de resistencia

Sobre el mequé o la fiesta zoque he escrito y hablado en varias ocasiones (de manera principal en el portal Chiapas Paralelo y en el suplemento La Jornada del Campo). Me permito presentar una serie de planteamientos sobre el mequé, algunos elementos históricos y situaciones actuales.

Las culturas musicales (hace unos días  en el contexto del Proyecto Músicas Globales que coordinan los investigadores Steven Loza de la UCLA y Antonio Robles del CENIDIM se habló de culturas sonoras, ¿serán lo mismo?) de la tradición surgen, se desarrollan y perviven en contextos rituales y celebratorios que les otorgan fundamento, razón para mantenerse y renovarse. En el caso de la música zoque de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, es en el mequé o la fiesta en donde se manifiestan en plenitud los elementos identitarios de esta comunidad, la cual se encuentra inmersa y dispersa en la ciudad y sus alrededores.

Cuando hablamos de los zoques de Tuxtla (los primeros pobladores la nombraron Coyatocmó, lugar o casa donde abundan los conejos) nos referimos a sus descendientes, a quienes se asumen como tales y a los sectores urbanos que se identifican con su culto y prácticas religiosas. Aunque en la actualidad su idioma ha caído en desuso, la ciudad está permeada por el pasado y presente de la cultura zoque. Persisten, de hecho, infinidad de elementos que la ubican en el universo de los pueblos indígenas de México.

La música zoque, al igual que las diversas manifestaciones de su patrimonio cultural, está vinculada estrechamente a los distintos sistemas de cargos y a los profusos calendarios festivos. De ellos, es en La Mayordomía Zoque del Rosario (existen otros sistemas de cargo en la ciudad, pero ninguno tan complejo, completo y con una historia que data de varios siglos) en la cual resaltan los elementos históricos que la ubican como la que mejor refleja las expresiones y prácticas de los zoques tuxtlecos o lo que ellos llaman el costumbre, es decir, el conjunto de valores, formas y códigos no escritos que rigen en las celebraciones (el costumbre no es una repetición rutinaria de actos, sino todo un concepto lleno de misterios y enigmas) pero éste va más allá de un sistema normativo: es una visión profundamente espiritual de concebir la vida y el universo.

La mayordomía a lo largo de su historia ha sido golpeada por diferentes frentes para arrebatarle su fuerte presencia y arraigo en la sociedad tuxtleca, pero sobre todo su valiosa autonomía que la caracteriza. Estas embestidas van dirigidas, precisamente, al corazón de su cultura: el mequé. Con la ausencia de las fiestas el costumbre se debilitaría interrumpiendo, de este modo, la continuidad cultural.

La iglesia católica a través de la diócesis de Tuxtla, temerosa de la fuerza de la mayordomía, en el año 2004 trató de arrebatarles un culto ancestral y con ello buscaba desaparecer las celebraciones alrededor del mismo, por fortuna supieron sortear esta agresión y salieron fortalecidos. La mayordomía ha guardado una sana distancia de las instituciones religiosas y lleva adelante sus prácticas, cultos y creencias con total independencia de la burocracia católica.

El gobierno local ha tratado de apropiarse, tergiversar y manipular sus manifestaciones culturales, por ejemplo, el carnaval de la ciudad, mal llamado zoque, lo han convertido en un desfile de comparsas y carros alegóricos que nada tiene que ver con la tradición. Los músicos y danzantes decidieron (desde sus inicios) no participar en dicho carnaval y siguieron llevando a cabo sus celebraciones con las formas y tiempos que marca el costumbre zoque.

Las iglesias evangélicas, al prohibir el culto a las imágenes religiosas y por lo tanto sus fiestas, han mermado las expresiones culturales zoques. No sólo han cooptado ha ciertos sectores de la sociedad tuxtleca sino también a músicos de la tradición que han optado por estas religiones, de esta forma han contribuido, en parte, al rompimiento del proceso de transmisión generacional de la música zoque.

La visión fragmentada y limitada de instituciones académicas, investigadores y cronistas que tomando como argumento “la desaparición de la lengua zoque” en Tuxtla, han llevado a una negación de su presencia. Ciertos investigadores (hay algunos, muy contadas excepciones, vinculados a las prácticas y creencias de los zoques, que han logrado trabajos muy acertados en relación a su historia y cultura) calificaron a la música tradicional como primitiva, monótona e infantil, aparte de estar equivocados de manera rotunda, con estos puntos de vista se cierra toda posibilidad de entendimiento y diálogo con los verdaderos portadores y creadores de la tradición. Si bien, en los años recientes, ha cambiado un poco esta situación, el ambiente académico no logra sacudirse esa mentalidad neocolonialista y folclorista que está presente en sus planes de estudio, proyectos, publicaciones, docencias, investigaciones y conferencias.

Por todo lo anterior (y desde luego la cada vez más marcada influencia en el gusto de la población citadina de la “música comercial norteña”) se ha tratado de invisibilizar a la música tradicional, no lo han logrado.

De este modo la música de los zoques se mantiene en permanente resistencia. Los piteros, tamboreros, jaranistas (no jaraneros), bailes (en Tuxtla así les llaman a los danzantes, es frecuente escuchar en las procesiones a los niños gritar “mira, mami, ahí vienen los bailes”), la mayordomía en su conjunto y los amplios sectores que se identifican con ellos están conscientes de revitalizar día a día al mequé: la fiesta que aglutina, cohesiona, da sentido a su vida, fortalece el patrimonio, enriquece la diversidad, posibilita el diálogo y contribuye a mantener sano y latente al tejido social.

El pitero mayor de Tuxtla

Leopoldo Gallegos, para mí y para muchos, fue y es considerado El pitero mayor de Tuxtla, nació en esta ciudad y falleció en la misma, hace cuatro años, se nos fue antes de cumplir los sesenta.  Desde muy pequeño se familiarizó y participó en las celebraciones zoques de Tuxtla, poco a poco, fue conociendo el costumbre al grado que llegó a ser uno de los contados guardianes del conocimiento y práctica de la tradición zoque-tuxtleca. Gran conversador, amable y respetuoso, pero con carácter fuerte, a veces intransigente, cuando se trataba de mantener la esencia de la tradición (sabía como buen observador y por sus estudios de historia y antropología que todo cambia en esta vida y la cultura no se mantiene inmóvil e inmutable, menos ante los avatares externos, los continuos y avasalladores cambios culturales, por eso mismo constituía para él casi una cruzada mantener las prácticas culturales lo más cercano a sus raíces y a sus tiempos). Era reconocida su sabiduría por propios y extraños; conocía a fondo la historia y el presente de la tradición zoque, en especial su música y danza. Muchos mayordomos y albaceas mayores se sentían incómodos, perturbados ante la presencia del maestro Leopoldo, sobre todo, cuando señalaba errores y omisiones en relación al costumbre.

Los músicos zoques de Tuxtla se han formado por medio de la transmisión de conocimiento de generación en generación (ya he tratado en anteriores DESconstrucciones una de las “explicaciones”, desde una perspectiva sociológica y antropológica de la transmisión de saberes en los pueblos originarios, basada en el concepto de habitus de Pierre Bordieu y desarrollada de manera convincente por Catherine Heau, ella interrelaciona el espacio con el sujeto, identidad y territorio) y por aprendizaje directo: escuchando y observando a los maestros en ambientes comunitarios festivos y celebratorios. El maestro Leopoldo tuvo una influencia decisiva, en su desarrollo y formación, del gran pitero don Ramón Chacón, fallecido hace más de dos décadas. Uno de sus nietos es, en la actualidad, un destacado joven carrizero, quién, a su vez, fue instruido por uno de los seguidores de su abuelo: Leopoldo Gallegos. La música zoque (o wané, en lengua) es de manera fundamental de carácter religioso y se hace presente en los altares de casas y ermitas, pero también en las calles, cuando se llevan a cabo procesiones, o cuando irrumpe el carnaval, las fiestas de Corpus, San Roque y la Bajada de las Vírgenes de Copoya (el calendario festivo abarca 13 celebraciones principales a lo largo del año e incontables actividades “menores”), no olvidemos los patios o afuera de las casas de albaceas, priostes, mayordomos y en ciertas ocasiones en lugares sagrados como la Cueva del Ramillete o la célebre y enigmática iglesia de San Pascualito (con la ancestral limpia de sus huesos y el recorrido del carretón, en este antiguo culto la música zoque y la participación de la mayordomía constituyen parte fundamental de los rituales. Hace unos tres lustros, las autoridades de la iglesia mandaron quitar imágenes de la Santa Muerte, ya que no correspondían al sentir de los seguidores de San Pascualito y del fuerte arraigo en los barrios tradicionalistas tuxtlecos) hace todavía algunos años, en la entrada del templo, se leía lo siguiente: San Pascualito, templo católico, apostólico ortodoxo, constitucionalismo mexicano, independiente de la romana desde sus cimientos.

Existen dos agrupaciones musicales: la compuesta por pito (flauta de carrizo) y tambores, y la de cuerdas o música de jarana. A la primera se le conoce como música de tambor y pito, así en ese orden, al ejecutante del instrumento de viento se le llama pitero, algunos le llaman carrizero, ésta es la dotación instrumental más representativa de los zoques (en general, también, la de las diversas regiones de la música indígena en México). La dotación de cuerdas se compone por la jarana zoque y una guitarra sexta, a los ejecutantes les llaman jaranistas o tipleros, al guitarrero, le llaman bajero. Para ser maestro de carrizo se debe conocer de manera perfecta e impecable todo el repertorio sonoro (integrado por cerca de 100 sones) y en cual universo festivo o ritual se toca cada una de las músicas que lo componen. Lo mismo sucede con los tamboreros, aunque una gran mayoría de ellos no conocen la totalidad de los sones, sólo el primer tambor (y algunos otros ejecutantes) domina todo el repertorio. Es necesario aclarar, que la música de tambor y pito se encuentra en plenitud de condiciones, hay piteros y tamboreros para rato, en los años recientes se han integrado muchos jóvenes, tanto mujeres como hombres, incluso niños, que fortalecen y garantizan la transmisión cultural. No sucede lo mismo con la música de jarana que ha sufrido un declive, ya que hay pocos jaranistas que la practican. Pero hay luces que pueden revertir esta situación: Erick Hernández Cundapí, joven maestro pitero de Copoya, gran conocedor de el costumbre, desde hace cinco años, se dio a la tarea de aprender a tocar la jarana y dominar los sones, en la actualidad ya participa en los mequés pulsando este instrumento.

 El don de la música, sueños y cuevas

Los músicos tradicionales están inmersos en prácticas y contextos comunitarios (nacen y crecen en dichos espacios) desde los festivos-seculares hasta los sagrados-religiosos. El aprendizaje de su música se transmite de generación en generación (como ya lo tratamos antes), es decir, por vía directa por medio de familiares músicos o maestros ejecutantes, pero sobre todo participando en los mequés  (viendo, escuchando a los músicos) y siendo parte integral de la comunidad (identidad, sentido de pertenencia). Por lo tanto su aprendizaje no tiene nada de educación formal, mucho menos de académica.

Pero a su vez, pervive en paralelo a lo anterior, el don de la música que forma parte del pensamiento mágico (el cual te atrapa, desafía el buen entendimiento y te hace concebir al mundo de otras maneras, el hacer a un lado o minimizar estas situaciones es no entender una parte significativa de su cosmovisión) que envuelve las prácticas religiosas y rituales de los pueblos originarios.

Siguiendo esta línea, los músicos de las diversas regiones zoques, adquieren el don de la música por revelaciones en los sueños o del otorgamiento a través de deidades y encantos que moran en los sitios sagrados (cuevas, cascadas, rocas, ríos, etcétera). El patrimonio musical que se crea y recrea de forma continua en las celebraciones de los pueblos originarios (mitotes, mequés, y de los verdaderos fandangos y originales guelaguetzas, recalco esto de verdaderos y originales, ya que se han desvirtuado, en las recientes décadas, estas dos últimas despojándolas de todo contenido ritual y simbólico) es un patrimonio con plena vigencia, antiguo y contemporáneo a la vez. La música de la tradición no está pensada para los escenarios, ni para lucrar con ella (muchas agrupaciones musicales “se hacen llamar tradicionales” y cobran por sus falsas y engañosas presentaciones), sino para reforzar redes comunitarias e invisibles enlaces con las deidades. El maestro Leopoldo me platicaba que “nuestra música está dirigida a las vírgenes y santos, no a las personas, por eso, casi siempre la tocamos al lado de los altares, es música para las imágenes divinas, así nos comunicamos con ellas, somos un puente, una vía”.

La poeta zoque Mikeas Sánchez, promotora cultural y activista social, en su artículo Ser músico zoque: un don supremo en La Jornada del Campo (número 70, julio de 2013), nos dice:

Porque ser músico zoque no es asunto del azar. Son incontables las historias que narran las experiencias de los músicos al ser honrados con este don. La transmisión de este conocimiento musical ocurre en los sueños, donde el afortunado recibe esta distinción por parte del patrono o virgen de la comunidad, o bien (aunque en menor medida) se adquiere cuando un maestro músico decide, en su lecho de muerte, encomendar su don a un ‘elegido’, a quien soplará su vaho, es decir, la esencia de su ser. Así, entre los músicos zoques, la música se convierte no sólo un oficio sino en un acto que trasciende la existencia eterna.

Viví 15 años en Tuxtla Gutiérrez, 10 de ellos estuve muy cercano con los músicos zoques y sus mequés. El maestro pitero Leopoldo Gallegos me invitó a integrarme a su grupo de tamboreros  (por fortuna me aceptaron y me abrieron las puertas de su conocimiento), fue así que adquirí el entendimiento de manera directa de uno de los guardianes de la tradición. Todo lo que conozco de la música tradicional zoque se lo debo a él, y también a otros músicos como a don Cecilio Hernández, primer tamborero y constructor de este instrumento “el tambor tiene vida, siente, hay que bendecirlo, tenerlo siempre a lado de los altares, darle gracias a la naturaleza por este ofrecimiento que nos da”, me dijo alguna vez don Cecilio. Además es admirado por su toque insuperable y certero.

Don Luis Hernández, maestro pitero de Copainalá, a sus 90 años sigue tocando y enseñando los secretos del carrizo, me platicaba que desde que tiene memoria toca el carrizo, “voces e imágenes me rebelaron ensueños que debería tener el encargo divino de tocar y así complacer a las deidades, así adquirí el compromiso”.

El maestro chirimitero (sobre la chirimía, otro instrumento de viento que aún se encuentra presente en algunas regiones de Chiapas, y en otras regiones de México) Ubaldino Villatoro, mame de Tuxtla Chico, afirmaba con vehemencia y absorto en sus palabras que cuando tenía unos 10 años, un familiar cercano, reconocido tocador en la comunidad de este enigmático instrumento, en sus últimos suspiros, lo llamó, a la vista de familiares y conocidos, sin mediar palabra le entregó su chirimía. Todos sabían que el pequeño Ubaldino sería el chirimitero que tocaría la música divina de la comunidad. El maestro Ubaldino comprendió el mensaje y asumió el compromiso de por vida, al grado de llegar a ser el más respetado chirimitero de esta región del pueblo mame.

En los pueblos zoques, a los seres que resguardan y protegen los sitios sagrados les llaman encantos. Tuxtla Gutiérrez está rodeada de cuevas, una de ellas, la más conocida, en donde se realizan rituales antiquísimos, es la llamada Cueva del Ramillete. Durante siglos en esta cueva los músicos zoques tuxtlecos han recurrido a ella para que el encanto les otorgue el don de la música y para otros rituales y peticiones. El maestro Leopoldo, siguiendo los lineamientos de el costumbre acudió a la cueva en su juventud (es importante mencionar que en las visitas a este lugar sólo llegan pequeños grupos de creyentes), el guardián otorga dones y favores, pero siempre pide algo a cambio, “por fortuna a mí no me fue mal, al salir de la cueva sólo sufrí una caída sin mayores daños, con el tiempo, sin darme cuenta ya tocaba el carrizo y sabía todos los sones y misterios, así, casi sin darme cuenta”, me platicaba don Leopoldo (en algunas celebraciones, a las de mayor significación como la música del Rosario, Candelaria, San Marcos y San Pascualito o Camposanto Dichoso, a los sones les llaman misterios).

Desde que apareció la pandemia con su inevitable encierro (sumado a ciertos males y achaques del tiempo que se han apoderado de mi cuerpo, pero no de mi espíritu) he estado imposibilitado de continuar con el costumbre tuxtleco, espero pronto retomarlo, vivirlo otra vez: Regresar al ritual, regresar a la esencia de la humanidad.

Fernando Híjar Sánchez

Promotor cultural, productor musical e investigador independiente. Uno de sus más sobresalientes fonogramas: Lienzos de viento (músicos zoques y mames en diálogo con Horacio Franco) obtuvo el Premio Patrimonio Musical de México, INAH 2012.

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