DESconstrucciones

Fernando Híjar Sánchez

Peteneras

Primera Parte

Para don Bernardino Carballo, nacido en el poblado de El Maguey (perteneciente al célebre municipio de Chicontepec, tierra de renombrados músicos de son huasteco), violinista que acompaña con su música los xantolos y fiestas que mantienen viva las tradiciones. A sus 98 años sigue atento al cultivo del maíz en su entrañable milpa.

DESconstrucciones (XVI)

Criaturas sobrenaturales mitad mujer y mitad pez, deidades acuáticas, cantos, hechizos, misterios, mitos, encantamientos, enigmas, revelaciones, locuras, orígenes, mares, embarcaciones, embrujos, ensoñaciones, enamoramientos, tragedias, leyendas, muertes, naufragios, lontananzas, apariciones, deseos no cumplidos; todos estos elementos, y más, están presentes en las coplas y músicas de las peteneras de México.

Pero antes de entrar al maravilloso universo de las peteneras, leamos lo escrito en el poema épico La Odisea (CantoXII) atribuido a Homero (algunas osadas teorías plantean que no existió y que su creación fue producto de distintas voces a través de los tiempos), una de las obras más célebres de la inspiración humana, cuando la hechicera Circe le advierte al intrépido y astuto Odiseo o Ulises, como usted prefiera nombrarlo:

Oye ahora lo que voy á decir y un dios en persona te lo recordará mas. Llegarás primero á las Sirenas, que encantan á cuantos hombres van á encontrarlas. Aquél que imprudentemente se acerca á las mismas y oye su voz, ya no vuelve á ver á su esposa ni á sus hijos pequeñuelos rodeándole, llenos de júbilo, cuando torna á sus hogares; si no que lo hechizan las Sirenas con el sonoro canto, sentados á una pradera y teniendo á su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo.

Todavía tengo presente en mi memoria el entusiasmo y la emoción al ver, a mediados de los sesenta, en el Cine Ópera, ahora en ruinas, la película Ulises (protagonizada por el formidable Kirk Douglas y la sublime Silvana Mangano) y la delirante escena en donde Ulises atado al mástil del barco oye el canto arrebatador de las sirenas.

Entrar al mundo de las peteneras es penetrar a una temática llena de elementos históricos, musicales, antropológicos, literarios, poéticos (para muchos críticos y conocedores, incluso así lo enuncian algunas enciclopedias y diccionarios, la poesía es un género de la literatura. Para mí, desde muy joven, siempre de manera natural e intuitiva y después con elementos más elaborados, esto no lo concebí así. Antonio Gamoneda en una entrevista para El País, en 2007, previo a la entrega del Premio Cervantes, aseveró que “la literatura está en la ficción, que puede ser maravillosa, pero la poesía es una realidad en sí misma. La poesía no es literatura. Contiene nuestros goces y nuestros sufrimientos, y esa relación con la existencia le da un carácter que va más allá de los géneros. Por eso hay también poetas literatos y novelistas poetas. En poesía los géneros no significan demasiado, son divisiones académicas”, esto no quiere decir que las y los poetas sean seres iluminados, ni nada que se le parezca, al contrario suelen ser ultra mundanos y, en algunos casos, sagaces simuladores), mitológicos y muy psicoanalíticos. En lo concerniente a la cita de La Odisea (la cual reproduzco tal cual la leí hace muchos años; el utilizar la á, con acento, constituye una forma gramatical obsoleta, que dejó de escribirse a finales de siglo XIX) decidí utilizarla por un gusto personal.

Es tan vasto y enrevesado las temáticas sobre la petenera (las representaciones sonoras e imágenes que nos producen, lo que está detrás, el trasfondo, es decir, lo semiótico permea estas narrativas) que tan sólo rozaré algunos puntos y daré algunas referencias.

La imagen que da inicio a este ensayo es un grabado (prueba de autor) titulada La marea que marea, del reconocido artista gráfico (también pintor y escultor, para mí su fuerte es el grabado) Joel Rendón. Su obra ha llenado las salas de infinidad de galerías en México y otros países. Algunos de sus trabajos ilustraron publicaciones del Fondo de Cultura Económica y de revistas como Artes de México; es menester recordar sus cápsulas Estampas al minuto, en el Canal 11, las cuales mostraban como elaborar un grabado de forma nada complicada y en la comodidad de su casa. A Joel lo conocí durante la exposición Sin maíz no hay país en el Museo de Culturas Populares, en el año 2003, sus grabados fueron plasmados en carteles, folletos y libros. Por cierto esta exposición marcó un hito en la historia de este recinto por su contenido y trascendencia (ya que sus temáticas, entre otras, fueron la importancia, por tanto la defensa, de los maíces originarios en los aspectos sociales, económicos, políticos y culturales en la vida de nuestra nación y alertar sobre los riesgos y amenazas de la siembra del maíz transgénico).

Esta exposición produjo varios “productos culturales” como la serie fonográfica La música del maíz, la cual tuve la fortuna de coordinar. Queda pendiente para una futura columna hablar sobre la música del grano ancestral, la exposición, las personas (ahora me acuerdo del finado Gustavo Esteva, Catherine Marielle, Cristina Barros, Marco Buenrostro, entre muchos otros) y organizaciones que participaron. Por cierto esta exposición fue la plataforma de despegue, cuatro años después, de la muy bien lograda y efectiva Campaña Sin Maíz no hay País. Pero en fin, ya trataremos esto con más detalle y profundidad.

La primera vez fue en los Tuxtlas

En la década de los setenta, en tres ocasiones, viajé por la República Mexicana, las dos primeras a puro aventón o raite con el sólo objetivo de conocer mi país y sus múltiples interrogantes en relación a lo que años después el maestro Bonfil llamó el México profundo, concepto que caló no sólo en el ámbito académico, pues además se incorporó en el habla de algunos sectores de la sociedad y muchos repetían, y repiten, sin saber lo que realmente significa. Fue en esos viajes que por primera ocasión escuché una petenera jarocha en vivo (ya en los años sesenta había escuchado, en un desgastado elepé, La petenera interpretada por El Viejo Elpidio, pero no me había llamado mucho la atención) en Santiago Tuxtla, Veracruz, no recuerdo el nombre del conjunto de jaraneros.

Esta experiencia sonora-vivencia me impactó de sobre manera y estuve dándole vueltas en mi cabeza por un buen rato, no lograba descifrar esa recóndita construcción lírica, no fue sino hasta muchos años después que la revelación llegó y logré engranar casi todos los elementos. Quién iba a pensar que 20 años después coordinaría una grabación, primero en caset y después en cedé, de los jaraneros del Son de Santiago (también de otras agrupaciones veracruzanas y tríos huastecos) y no sólo eso, sino que entrevistaría a los virtuosos que integraron esta agrupación legendaria del son jarocho, creo que todos sus integrantes ya fallecieron.Unos días antes en el Puerto de Veracruz me tocaría, por pura casualidad, escuchar y ver a uno de los exponentes máximos de la música tropical: Mike Laure y sus Cometas. Fue impresionante ver a cientos, tal vez, miles de parejas bailando y gozando (recuerdo como sudaban y emanaban una energía que sólo surge cuando las multitudes se funden en un único fin) las cumbias del insuperable jalisciense conocido como El rey del trópico (Rigo Tovar no le llegó a los hombros y Chico Ché, ni al ombligo) llevó a otro nivel este sabroso género nacido en la tierra de los ballenatos, ya hablaremos de la revolucionaria cumbia mexicana en futuras entregas.

Un día después, un domingo porteño, recuerden que estamos en los setenta, disfruté y me maravillé con los danzones y las mujeres, ¡Oh, qué mujeres! (la gran mayoría señoras con una prestancia, elegancia y distinción, todas ellas dueñas de una sensualidad y cadencia indescriptibles); no recuerdo haber experimentado algo así después y eso que he participado en innumerables eventos y bailongos danzoneros. A inicios de los noventa, los pintores Guillermo Scully y Fabián Rizo presentaron una exposición sobre el danzón y el tango en Orizaba y me invitaron a realizar el texto de presentación de la misma, el cual centré en el encuentro de dos almas, de dos cuerpos y el erotismo de estas locuras de la vida; aquella colaboración la extravié en alguna caja polvorienta; no hubiera podido elaborar el mencionado escrito sin las imágenes y sensaciones que tuve aquel domingo señorial.

Cantes, palos aflamencaos y una femme fatal

Resulta fascinante sumergirse en los orígenes de las músicas que pueblan nuestro vasto y diverso país. Si bien podría haberme ahorrado tiempo y capacidad de síntesis, como decíamos en los setenta en la Unam, ya que existen excelentes trabajos sobre la presencia de la petenera en la Península Ibérica, preferí recurrir a internet para navegar a mis anchas. Para situarnos en esta subyugante travesía y entender el papel y ubicación de la expresión sonora (música y letra) que nos ocupa, tenemos que referirnos a los cantes aflamencaos.

El flamenco (en árabe significa, ¡Oh, casualidad!, campesino errante) tiene raíces gitanas, mozárabes, islámicas y judías, por decir lo menos, ya que podríamos remontarnos a otras cepas más antiguas. El cante al igual que el son mexicano son expresiones musicales matriciales (así nombradas por el etnomusicólogo Gonzalo Camacho), es decir, fundamentales, cardinales, medulares de una nación que dan nacimiento a extensas ramificaciones sonoras en otras regiones con estilos y formas propias que otorgan un sentido de identidad regional fuerte y distintivo. El cante y el son constituyen la perfecta conjunción entre la música, el baile y la versada, todo esto bañado por la alegría y el jolgorio. Aunque en las dos hay excepciones que rompen las reglas.

Pero volvamos al cante, éste tiene varias ramificaciones, una de ellas es el cante aflamencao andaluz, el cual tiene múltiples estilos o palos, casi todos los textos hacen una clasificación de siete principales: fandangos, sevillanas, bulerías, soleás, alegrías, seguiriyas y tangos. Pero algunos autores hablan de más de 50 palos, yo encontré alrededor de 90 categorías y en un extremo inverosímil, visualicé a un “conocedor” quién aseveraba que existían “tantos palos como intérpretes había”, ¿será? Las peteneras se encuentran inmersas en este universo, aunque no figuran como las principales. Las encontramos como uno de los “estilos primitivos”, “curiosos” y que “pertenecen a la rama folclórica de los cantes autóctonos”, también las clasifican como parte de los “cantes básicos”, al lado de las bulerías y las soleás. Acordémonos que toda clasificación suele ser arbitraria, contradictoria y superficial, es decir, engañosa. Una definición interesante y polémica dice lo siguiente de la petenera: El nombre de este palo proviene de una cantaora de Cádiz del siglo XVlll llamada La Petenera. Sus letras suelen ser tristes y melancólicas y se interpreta de forma lenta.

En la segunda década del siglo pasado, La niña de los peines, en una de sus grabaciones históricas canta una petenera, donde se aprecia este carácter melancólico y sombrío:

Quisiera yo renegar de este mundo por entero…

Para muchos conocedores e investigadores el origen de la petenera no está del todo claro (incluso algunas aseveran que no entra en la lista de los palos, ya que existía antes de la aparición del flamenco y proviene de las zarabandas del siglo VII); hay muchas versiones en torno a esto, una de ellas, la más divulgada y extendida, más no aceptada del todo, tanto por eruditos como diletantes, es la que mencionamos al final del párrafo anterior, pero que nos da ciertas luces para hacer un paralelo con la petenera mexicana. Esta nos habla, en efecto, de una cantaora a la que nombraban la petenera, oriunda de Paterna de Rivera, municipio de la Provincia de Cádiz, en Andalucía, según esta versión el nombre de La petenera proviene del lugar de nacimiento de esta artista. Se habla de tres hermanas: María, Soledad y Dolores, esta última “cantaba como los ángeles” y por necesidades económicas (no canta para divertir sus penas) viaja a Sevilla y se presenta en las tabernas, cafés y tertulias en el barrio Triana, epicentro de la música flamenca; imaginemos este barrio hace dos siglos. Ahí la empezaron a llamar la paternera, luego la patenera y por derivación natural del habla o “deformación lingüística”, dirían los puristas, la petenera. Basándonos en el blog El Alcaucil (dedicado a la Petenera y al flamenco en Paterna de la Rivera, Cádiz) esta “mujer de cautivadora belleza e irresistible canto… hizo perder la vida a algunos de sus amantes”. Posterior a la muerte de la petenera, que por cierto está llena de misterios, surgió la leyenda negra que la ubicaban como “la perdición de los hombres”, ¿nos suena algo familiar esto? En otro texto que encontré navegando “dicen que trae mala suerte ya que los gitanos no gustan cantar de ella, pues su espíritu supersticioso les hace creer que es mal fario”. También hallé que para otros estudiosos lo anterior constituye una “injusta fama”, un “emponzoñamiento trágico”, son “puras conjeturas”. Un texto muy interesante nos dice que el mismísimo poeta García Lorca contribuyó en parte a este halo mítico y equívoco en torno a esta mujer villana y sin escrúpulos, en su libro Poema del Cante Jondo, 1921, en Falseta y Muerte de la Petenera leemos en algunos versos:

¡Ay, petenera gitana!

Tu entierro no tuvo niñas buenas

Tu entierro fue de gente siniestra

En otros versos:

En la casa blanca, muere la perdición de los hombres

Bajo las estremecidas

estrellas de los velones,

su falda de moaré tiembla

entre sus muslos de cobre

Algunos plantean que los poemas de Lorca que se refieren a la petenera están inmersos en profundos simbolismos y su lectura no habría que tomarla “tan a pecho” esto da para mucho, pero aquí le paramos. En fin, la percepción de la leyenda negra se ha ido desvaneciendo con el paso del tiempo (pasó de ser una femme fatal a ser una mujer tan sólo misteriosa), en la actualidad casi no encontramos estos referentes, es decir,ya no representa, del todo, esa idea de una mujer malvada y sin escrúpulos. La siguiente cita (escrito para la presentación de una coreografía basada en los poemas de García Lorca, de la Compañía Danza Suite Española, en 2018) nos puede ubicar en la visión que guarda en la actualidad allá al otro lado del charco:

Cuenta la leyenda de una bella judía, perdición de los hombres, mala mujer que sale al ser de día, y vuelve al amanecer.

La leyenda de Dolores La Petenera, mujer enigmática, habla de hombres que sucumbían ante sus irresistibles encantos entregándose a la pasión. Hembra de rompe y rasga que desata oscuras pasiones, calumnias, odios en un mundo de sangre, celos y viento espeso de lujuria.

Recuperamos este maravilloso palo de flamenco olvidado, sumergido en un océano de lucubraciones históricas. Poesía con trasfondo trágico. Estilo profundo, muy difícil de interpretar que debido a absurdas interpretaciones ha quedado en el abandono.

Dejad que La Petenera siga siendo un misterio por los caminos del tiempo. Dejad que se personifique en el bronce. Que su vida no cabe en los papeles.

El Alcaucil, antes mencionado, hace un recuento de las diferentes procedencias de la mencionada petenera. Existe una interpretación que afirma que llega a España, allende el mar, proveniente de Cuba y Santo Domingo, pero de manera principal de Guatemala y México (de la región del Petén, de ahí el nombre de petenera) y era un canto “triste y melancólico que cantaban los indígenas y que fue introducido por el Puerto de Cádiz, aflamencándose al contactar con los cantaores andaluces”. Como dato atrayente, en México, la primera referencia se da en los albores del siglo XIX, en el Teatro Coliseo, en donde se anuncia como un baile. Otro dato a tomar en cuenta es que en la obra Historia del Flamenco Antiguo se plantea que “las noticias más antiguas, en España, la sitúan, a la petenera, en Cádiz en 1820, presentada como Petenera nueva americana. Un baile más vivo que la seguidilla pero de melodía y letra melancólica». También se nombra con la categoría de Palo de ida y vuelta, es decir, “las tonadas y canciones” peninsulares son llevadas a “América durante la conquista y regresan a España” en donde gradualmente se integran a los cantes. Es natural que en España no se acepte el nacimiento de la petenera en tierras americanas, incluso se rechaza esta posibilidad, encontré esta joya en mis búsquedas:

Lo de situar a la Petenera Allende los mares es pura jugana. Lo de ser un cante de ida y vuelta puede cuadrar.

También ubican su origen como un canto gregoriano o que viene de las cántigas o del romancero popular.

Para finalizar esta primera parte, sería harto interesante conocer cuales son las diferentes miradas del feminismo contemporáneo en torno a la petenera.

En la próxima entrega hablaremos de la petenera mexicana, su transmutación en sirena, de los sones compartidos, de la petenera como un sistema de transformaciones y no como un género musical, también comentaremos sobre un disco fallido. Retomaremos la línea argumental de dos esclarecedoras investigaciones: La sirena de la mar/me dicen que es bonita: la petenera huasteca de Gloria Juárez y La petenera en México: Hacia un Sistema de Transformaciones de Lénica Reyes. A su vez será de gran utilidad la publicación Iconografía de la sirena mexicana de Ofelia Márquez Huitzil.

Fernando Híjar Sánchez

Promotor cultural, productor musical e investigador independiente. Uno de sus más sobresalientes fonogramas: Lienzos de viento (músicos zoques y mames en diálogo con Horacio Franco) obtuvo el Premio Patrimonio Musical de México, INAH 2012.

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