Desde los fuegos del tiempo

Ramón Vera-Herrera

Todo rincón es un centro. “Todas nuestras historias están relacionadas”

Ilustración: Sari Dennise

Estamos en la era del tumulto de cambios, transformaciones, mutaciones. Ráfagas de nuevas formas de relación que nos imponen, o que son producto de seducciones que sin ser demasiado sofisticadas nos dejan sin mucho margen para decir que no.

El vórtice gira a mayores velocidades y en varias direcciones porque como en los juegos mecánicos de la feria, el círculo desde donde se ejerce el giro cambia de eje, se inclina hacia la vertical, vuelca la dirección a la reversa. El zangoloteo nos aturde y todo tiende a normalizar lo individual. La idea de lo comunitario, lo comunal, la comunidad, aparece como romántica, idealizada, o como una perversión del control sobre la libertad individual: políticas públicas, programas de gobierno, desmantelamiento de las asambleas, megaproyectos, programas de asistencia directos a estudiantes, productores agrícolas, pequeños empresarios, adultos mayores, fomentos a la producción. El gobierno impulsa normas, criterios y estándares para individualizar el trato con las personas —desde la renta individual de los adultos mayores, las becas de estudiantes, los programas agrícolas, los apoyos a empresarias y empresarios (artesanales, fabriles, comerciales). La fragmentación de comunidades, organizaciones y barrios es tan fuerte que podemos decir que una de las grandes disputas que viene es el trabajo, el esfuerzo de reafirmación de nuestro ser comunitario, en los ámbitos rurales pero también en la ciudad, donde mucha gente siempre desconfía de la posibilidad de un trabajo de reconstitución y habilitación renovada de nuestras posibilidades “colectivas”.

Las mismas empresas y corporaciones, en un manejo más retorcido de la ya añeja promoción de ofrecer dinero a cambio de que la gente cuide su bosque (para que la empresa pueda lucir sus certificados con los que lucra de un modo bursátil sin tener que suspender sus actividades contaminantes y destructoras de bosques y el ambiente) ofrece ahora más de diez veces lo que ofrecía antes, con lo cual cientos de comunidades en toda América Latina caen embaucadas por esta cauda de prestidigitadores. Así, la gente de las comunidades firma “contratos de cuidado del bosque y el agua” mientras crece la deforestación, el acaparamiento de las tierras desmontadas, los grandes monocultivos de aguacate (muy centralmente), soya, palma aceitera, plátano, caña, maíz, y sobre todo frutas y hortalizas suntuarias de exportación en invernaderos, enorme desperdicio de agua y mano de obra semi-esclavizada. Todo eso, que merma y fragmenta la organización, realza al individuo emprendedor y adepto al triunfo.

A eso, agregarle el advenimiento del miedo cotidiano por la omnipresencia de los cárteles, de los halcones con su maletita o morral en ristre donde cargan la fusca, la vigilancia en todos los niveles de interacción social, desde las comunidades y barrios hasta las grandes urbes, compitiéndole a las autoridades el monopolio de la violencia o cooperando entre ambas para mejor controlar a las personas y sacar raja de todas interacciones.

El miedo o la normalización. Y nuestra idea del despojo, que de entrada pensamos material cuando los principales despojos ocurren cuando nos roban el sentido, cuando nos cosifican robándonos pasado y futuro, cuando nos secuestran nuestro horizonte de vida y relaciones, nuestro disfrute y alegría. Cuando nos imponen zozobra y vacío, que se traduce en agravios y rabia o desconcierto. Por parte de las organizaciones se abusa de “discurrir el discurso”, en lo panfletero y mecanicista, maniqueo de buenos y malos, mientras todo se entrevera y se variopinta, se viste de camuflaje entre lo militar y el entretenimiento masivo.

Por eso se tejió el Congreso Internacional de Prácticas Narrativas (con mucha antelación) para que se celebrara entre el 15 y el 17 de junio de este 2023 en San Mateo Acatitlán, Valle de Bravo, Estado de México, en la sede de la Universidad del Medio Ambiente.

Según su propia convocatoria ésta “es un llamado a congregarnos, una invitación a compartir conversaciones y espacios que nos significan. Nos interesa crear contextos para que narremos historias de cómo se vive desde la dignidad, donde se reconozcan y propicien los vínculos, al tiempo que celebramos la particularidad y la diferencia. Buscamos enunciar las historias que hacen posible la organización y el compromiso con el presente, para que sean posibles los futuros que queremos y necesitamos mirar. En el Congreso albergaremos espacios para la escucha (como conferencias), para el diálogo (como las mesas de conversación), para la práctica y el intercambio (como los talleres), así como mercadito, espacio para niñxs y zonas de compartir alimentos, al igual que mucha música y celebración. Nuestra esperanza es que el Congreso permita seguir tejiendo redes de colaboración y sea un semillero de proyectos en conjunto”.

Y exactamente eso es lo que ocurrió estos tres días. De remotos países llegaron Jehanzeb Baldiwala y Raviraj Shetty (de la India), Maggie Carey (de Australia) y América Bracho de Venezuela. De diversas regiones en México estuvimos presentes junto con Jaime Martínez Luna (de Oaxaca), Ignacia Serrano (de la Sierra Nororiental de Puebla), Rossina Uranga y Alberto Rodríguez Cervantes (de Chihuahua).

Lo paradójico y siempre esperanzador es que ante la miríada de embates y robos de sentido, esas “particularidades y diferencias” de las que habla la convocatoria no se traducen en una atomización dispersa e inentendible, no se traducen en una individualización como podría ser la apuesta del poder o el ideal de ciertas escuelas de auto-ayuda que ven en los logros y la superación personal la concreción de un bienestar sin horizonte y sin responsabilidades con las demás personas y con el tejido permanente que nos hace crecer como personas y comunidades.

La primera constatación de este encuentro de voluntades es lo que se viene creciendo desde otros encuentros y celebraciones: que somos iguales porque somos diferentes. Que desde nuestro rincón podemos cotejar las constancias y semejanzas de lo que nos ocurre, aunque lo que vivamos sea tan diferentes en su historia particular con su conflicto y el descubrimiento nuestro. Porque las personas individuales son imposibles. Siempre seremos seres “colectivos”, “comunitarios”, “comunales”, “gregarios”. El encuentro reivindica la construcción colectiva o en común del saber. Somos muchas personas, muchos procesos, cada quién.

Se cuestiona incluso la idea de lo colectivo por su connotación de “colecta” que viene de la ciencia taxonómica positivista y clasificadora.

Así, “esto que conversamos, si bien parece íntimo, es profundamente político”. Y la conversación se centra en dos niveles muy pertinentes, uno que implica cada caso, el relato concreto de lo que cada quien comparte de lo vivido, y el otro es la constatación de hermanamiento que va creciendo. Que adquiere legibilidad. Al escuchar las historias desde los rincones que se apersonan y expresan su presencia las demás gentes que escuchamos vamos habitando también sus entornos, y los volvemos entrañables, de tripa, “de sangre”, como dice la banda colombiana, o carnal como dice la gente aquí en México al abrazar con todo nuestro ser a hermanas o hermanos, nuestros “carnales” o “carnalas”, para por momentos volvernos monte, callejones de barrio o vecindades, o “volvernos río o lluvia para llegar a alguien”.

La intención central es conectar lo que escuchamos con lo que nos ocurre a nosotras, nosotros.

Así por ejemplo (uno entre cientos) el relato de Aída, que de ser docente universitaria comienza a promover un experimento de soberanía alimentaria desde las entrañas de la antigua Cárcel de Mujeres, hoy convertida en plantel de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, con prácticas que se incrustan en lo ambiental y en el cuidado a la salud, rompiendo con lo académico y así promover con sus estudiantes experiencias desde lo más cotidiano como que en casa se cuide la germinación de muchas variedades de jitomate, cuidando plantulitas de jitomate. (Esto disparará la recuperación de variedades que se creían perdidas.) Hubo primero la búsqueda de terrenos baldíos que pudieran convertirse en terrenos de siembra, pero también se comenzó a reconocer los breves espacios caseros donde cada quien —desde pequeños terrarios o macetas—, pudiera mantener y expandir la diversidad de estos jitomates, inaugurando una especie de grupo de siembra y reproducción en huertos dispersos por toda la ciudad, dando cuerpo a una colectividad de cuidado, casi que invisible, pero que le regresó al plantel muchas variedades.

Así, en la misma ex-cárcel de mujeres comenzó una reflexión sobre el cultivo, sobre los cuidados del suelo, sobre el manejo y cuidado del agua “reconstruyendo vínculos con la naturaleza, con los animales y las plantas, con el suelo, el agua y entre nosotras mismas”, personas que impulsamos “espacios para transplantarnos”.

No es entonces un proyecto de reproducción de semillas de jitomate sino la expansión, el cultivo, la reproducción de nuestras propias relaciones, y nuestro entendimiento de los barrios. Se dice, aunque no es muy conocido, que tan sólo en la zona de Iztapalapa funcionan unos 3 mil huertos caseros que ayudan a alimentar familias y grupos vecinales.

Éste es tan sólo uno de los múltiples relatos que circularon en los diferentes espacios de conversación abiertos, y que contemplaron varios ejes generadores muy pertinentes como el de los Florecimientos posibles ante el colapso (que son aproximaciones en contextos difíciles, ante la precarización de la vida, las violencias en procesos individuales, grupales. En Tiempo y narrativa se trataba de establecer “la relación de sentido que guardamos con todas las diversidades del tiempo que las historias nos hacen florecer”; en Cuidados, luchas y defensas del territorio, era cómo “habitar los lugares, escuchar las voces de la tierra, la reconstitución de las personas y las comunidades desde la cocina, el cultivo, la salud y los cuidados”. El Juego, los cuentos, la música y el arte fue otro eje narrativo “para el trabajo de niñxs y sus familias”. En Cuerpxs y territorios  se reivindicó que “si la identidad es un acontecimiento colectivo lxs cuerpxs también lo son: desde las diversidades, las disidencias, nombrando el deseo en términos propios, habitando los bordes y desbordes. También estar siendo y devenir cuerpx para rehabitar el mundo en términos propios y reconocer cómo creamos territorios para reacuerparnos desde la diversidad que somos”. En el eje de Documentación “buscamos registrar historias a través de distintos lenguajes, siempre en clave de dignidad, para compartir las huellas de esos relatos y dar a conocer los diversos mundos que habitamos. En Aproximaciones narrativas en el trabajo con comunidades, grupos y colectivos: el foco se puso en “la organización para el sostenimiento de la vida y el actuar en colectivo, diversas formas de educación desde la comunalidad. El papel de la improvisación, la experimentación y la relación con la naturaleza como forma de enseñanza en la vida cotidiana”. Finalmente en Experiencias desde los márgenes: el punto era “la decolonización, el antirracismo, el anti-patriarcado. Retos en el trabajo con personas que tienen una relación de abuso con sustancias. Orgullo loco. Salud comunitaria. Neurodivergencias y más resistencias”.

Esto, además de veinte talleres puntuales que abordan transversalmente los contenidos y los puntos de mira de estas mesas de conversación.

En todos estos talleres la constante eran las prácticas narrativas, la ontología, el papel de los imaginarios y el arte, la escucha y la resonancia, la geografía desde lo cotidiano y sagrado hasta lo territorial amplio, la recuperación de la presencia, la autonomía, el tiempo, la corporalidad, la documentación, el habitar, el mapeo y las geografías comunitarias, el cultivo, la vida cotidiana, la crítica a las tecnologías, y la narración en términos propios.

Transcurren las historias, que en sí mismas nombran lo “imposible posible” que es la recreación que permite que lo tóxico se vuelva vida y fuerza, como a yuca que se puede “endulzar” hacerse casave y así ser una fuente de alimento fundamental o el maíz nixtamalizado que permite extraer los nutrientes con más facilidad. Así, se trata de “la reconstitución de los vínculos”, el entendimiento de los ciclos para entender lo que perdura y lo que se pierde y cómo lo que permanece lo logra porque se transforma de continuo. A la gente presente nos queda la sensación de que “sabemos más de lo que creemos saber”.

Un relato de mucha esperanza es el de las compañeras de Camargo que en el semidesierto van recuperando proyectos de herbolaria y por ende del cuidado a la salud (recuperando el poleo, el piñón, el orégano, la damiana) y en Tolimán con su proyecto de abejas el trabajo y la organización propios, que es una labor de escucha y de aprendizaje, donde  ellas aprenden de las abejas, quienes les enseñan a observar y la escucha necesaria para organizarse mejor. “Ellas se adaptan muy rápido al cambio, al pantano, a la milpa, a los pozos de agua, siempre y cuando haya alimento natural. Las abejas tienen una buena organización y eso nos obliga a organizarnos mejor para entendernos más y atenderlas bien.  Las abejas les enseñan también a entender mejor su territorio, que comparten con estas organizadas productoras de miel.

Hay un énfasis en todas las personas que relatan algo en pedir una nueva atención, un volver a observar, una segunda mirada que reivindique la primera y la coteje, la haga consciente. Hay una reivindicación de nuestro propio rincón, que es el centro del universo desde donde todo existe.

Todo el encuentro reafirma la pertinencia de la micropolítica sin abandonar la intencionalidad transformadora que es el centro del encuentro. Por eso se narran experiencias de resistencia y quehacer político que muchas y muchos buscan alojar, reivindicar, promover.

Los relatos nombran las profundas acciones de reconfiguración de la resistencia como ése contra la minería en la sierra nororiental de Puebla, en Ixtacamaxtitlán, y el modo en que la comunidad entendió cómo enfrentar a la compañía resignificando a la empresa y lo que significa una mina en la región. Sin confrontarla pero sin dejar que hiciera su voluntad. Esto sin caer en la neutralidad porque “la neutralidad sólo existe en los procesos químicos”, como insiste Nachita Serrano, quien insiste en que lo crucial es “separar el problema de las personas” y “ponerlo en quienes ejercen las afectaciones”. Tarde o temprano se cancelaron las concesiones por falta de un proceso de consulta libre, previa e informada. Otro caso muy central fue la desaparición forzada como proceso nacional con “un crecimiento exponencial que nos arroja 112 mil 78 personas desaparecidas entre 2006 y 2021, y el otro lado de la moneda, 52 mil personas fallecidas sin identificar”. La toma de rehenes por parte del gobierno como Miguel López en la zona cholulteca por atreverse a cerrar la planta de Bonafont y luchar por su agua, o como los presos políticos de Eloxochitlán, Oaxaca: Jaime Betanzos, Fernando Gavito, Alfredo Bolaños, Omar Morales, Herminio Monfil, y Francisco Durán, quienes han sido víctimas de un encarcelamiento injusto por más de 8 años. Toda esta iniquidad coteja lo publicado por Americas Watch en su informe sobre México recién publicado, que habla de más de 130 colectivos de búsqueda de gente desaparecida, los 3700 asesinatos de mujeres tan sólo en 2021, el asesinato de 15 periodistas de enero a septiembre de 2022 y de 12 defensores y defensoras de derechos humanos en los primeros meses del mismo año, además de lo usual del abuso militar y la tortura, de las que la CNDH documentó 940 denuncias en 2021, “la mayor cifra en ocho años”.

Se habla también de los problemas de contaminación del agua con cianuros y fluoruros, el entender que los procesos de devastación y despojo promueven la queja o los síntomas con que los cuerpos responden enfermando. “El trabajo esclavizante que te inflige el poder y provoca que la gente descuide sus vínculos y su salud. La urgencia de crear identidades en el encuentro a contrapelo de las rutinas alienantes”.

Un compañero reivindica su ser de “marica anarquista” y su queja es que nadie le haya nombrado. Y deja constancia de que “ahí donde está la incertidumbre, ahí existimos muchas personas”, y cuestiona que no se abandone “la dualidad romantizada masculino-femenino”.

Para la gente del encuentro es crucial nombrar. Recuperar con palabras lo vivido, la memoria, para resguardar del desgaste y el sinsentido.

El encuentro es necesariamente abigarrado porque a la vez que logramos más y más tener un horizonte global y un entretejido de detalles y relatos, la devastación y el despojo son un manotazo que de manera instantánea puede desaparecer lo que hace unos meses era significativo. Entonces hay en todo el encuentro un sentido de urgencia.

Y nombrarnos era reafirmar nuestra existencia, nuestra pertinencia, nuestra identidad móvil pero permanente. Hasta los derechos humanos y la propia libertad fueron cuestionados afirmando que nuestro ser puede fluir en “la civilización natural” y entonces tenemos que ser “comunalocráticos”, que “sólo desde la comunalidad podremos enfrentar el discurso de la libertad, cuando que dependemos del oxígeno, el agua y la tierra para existir” como lo planteó Jaime Martínez Luna: “a la libertad la ponen como trampa individual”. Y cómo esto desafana a la gente de las responsabilidades inescapables: las “ombligaciones”, es decir todo lo que nos vincula a la tierra, al monte, al territorio.

Alguien dijo: “Soy el dolor de nombrarlos y que me nombren”. Y otra más resaltó que al cosificar estamos robando su historia (su pasado) y su horizonte (el futuro) a lo que vivimos. Es decir, deberíamos reivindicar los hilos, la complejidad, los contrapuntos, los procesos. Regresarle densidad de pasado y futuros a todo. Y entender que la separación y el olvido son nuestros enemigos. Que debemos rehistoriarnos para entender y que debemos entender para transformarnos vinculándonos de nuevos modos.

Desde los rincones nos narramos. Todas nuestras luchas están relacionadas.

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