Desde los fuegos del tiempo

Ramón Vera-Herrera

Crecer hacia dentro y hacia fuera desde el corazón

Un encuentro mesoamericano en defensa del maíz

Foto: María de los Ángeles Jiménez / Biriteca Agroecológica

¿Cuál de estos maíces es más breve?

—pregunté.

Dijo el viejo, canoso, de piel arrugada y curtida:

–El amarillo es de cinco meses, el morado de seis y el blanco de siete.

–¿Y cuál rinde más?

–El amarillo poco, el morado un poco más y el blanco es mejor.

–¡Ah! ¿y por qué no siembra puro blanco en lugar de esa revoltura?

El viejo sonrió mostrando unos dientes cristalinos y pequeños como los granos del maíz reventador.

–Eso es lo que dijo mi hijo. Pero dígame, señor, ¿cómo van a venir las lluvias este año?

–Óigame, yo soy agrónomo, no adivino.

–Ya ve. Sólo Tata Dios sabe. Pero sembrando así, si llueve poco, levanto amarillo; si llueve más levanto más, y si llueve bien, pues levanto un poco más de las tres clases.

Efraím Hernández Xolocotzi (1913-1991)

Apuntes sobre la Exploración etnobotánica y su metodología

Escuela Nacional de Agricultura SAG, Estado de México, 1971

Entre el 10 y el 14 de abril, celebramos en Costa Rica lo que con toda intención llamamos Encuentro Mesoamericano en Defensa del Maíz pese a que contamos con la presencia de campesinas y campesinos de Colombia y Ecuador, países que en las clasificaciones botánicas, geográficas, históricas y antropológicas, no están incluidos en Mesoamérica, que va de la mitad de México hacia abajo e incluye toda Centroamérica, no más. Pero no nos importó.

Nuestra transgresión e inclusión de Colombia y Ecuador la justificamos por la cercanía agrícola en lo relativo al maíz, a la milpa o la chacra, una suerte de afinidad que con este encuentro se hizo más visible, pero también por lo que varias entidades de investigación le llaman el “triángulo del genocidio”, que incluye de muy mala manera a los países situados entre México y Colombia y Ecuador (Centroamérica), que sufren una reconfiguración creciente de sus territorios a partir de la violencia corporativa y de los cárteles que van vaciando —con desapariciones, asesinatos, despojo y expulsiones masivas— a una cantidad impresionante de personas. Esa y otras razones explican que muchas poblaciones busquen trepar el continente subiendo hacia el norte y entrar por México donde muchísimas personas encuentran refugio, aunque sea temporal, y a veces destinos muy terribles en manos de los grupos delincuenciales. Según Forbes, tan sólo de Centroamérica “las autoridades migratorias de Estados Unidos y México registraron en 2023 un total de 787,483 aprehensiones de migrantes originarios de El Salvador, Honduras y Guatemala, países que forman el llamado Triángulo Norte de Centroamérica, de acuerdo con datos consultados por EFE”.

Más allá de esas terribles precisiones, la idea de un encuentro mesoamericano en defensa del maíz surge de la propuesta centroamericana de mostrar lo que está ocurriendo en nuestros diferentes países, no sólo en lo relacionado a la defensa del maíz, sino en las coyunturas actuales de privatización de las semillas mediante convenios como UPOV y su cauda de leyes de variedades vegetales, de promoción e imposición de organismos genéticamente modificados, y de certificaciones y registros que van ampliando sus exigencias conforme los tratados de libre comercio imponen sus premisas sesgadas en favor de los intereses corporativos (en particular los estadunidenses).

Foto: María José Murillo

En el Colectivo de Semillas de América Latina, principal promotor del encuentro, hay la sensación de que sólo poniendo en conjunto los problemas es factible reconstruir o retejer los hilos para enfrentar una problemática muy compleja. Es el conflicto entre las corporaciones agroindustriales y el quehacer campesino, indígena, afrodescendiente o simplemente campesino mestizo o criollo. Las corporaciones tienen sus compadrazgos con los gobiernos en turno y su herencia transgeneracional, que de gobierno a gobierno dan continuidad a las imposiciones. Las comunidades abrevan de su estrecha relación con la Naturaleza, vigente en un horizonte de casi 10 mil años de agricultura campesina basada sobre todo en el maíz (con su comunidad milpa/chacra: un sistema de policultivo sumamente potenciador de las posibilidades de subsistencia de las poblaciones que se reconocen en esta relación, que además es un vínculo sagrado).

El mismo Arturo Warman afirma que a la llegada de los españoles ya había maíz desde el actual Montreal en Canadá hasta Tierra de Fuego en el sur profundo del continente latinoamericano.

En el caso de este Encuentro, nos reunimos de México, Guatemala, Honduras, Salvador, Costa Rica y Nicaragua, Colombia y Ecuador. Y el horizonte de convivencia fue muy fluido y pleno de resonancias.

Poner en perspectiva y cotejo los problemas que aquejan a los pueblos campesinos en esa “Mesoamérica” que inventamos nos brinda un retrato de los problemas que dañan la libertad de las semillas, la práctica campesina y sobre todo la autonomía para defender los territorios, hoy amenazados con tantos megaproyectos mineros, carreteros, de extractivismo, monocultivo, deforestación y robo del agua. Estos escenarios estallan cuando las comunidades, sean indígenas, afrodescendientes o simplemente campesinas ya no pueden defender ni reivindicar sus sistemas ancestrales de agricultura campesina, su ancestral conversación con la milpa o chacra, en particular con sus semillas nativas, propias, por el estrangulamiento progresivo a las que son sometidas. Por fortuna, estas comunidades resisten.

Cada país fue respondiendo a sus problemas y nos propusimos explicar el horizonte del acaparamiento de semillas y materiales vegetales (leyes, regulaciones, estatutos, convenios, patentes, derechos de obtentor, leyes de variedades, pero también leyes de registro certificación y tránsito, y lo que son los controles tecnológicos como los transgénicos, la edición genética, la digitalización, más la biopiratería directa) y otros mecanismos incluido el acaparamiento de territorios completos. En México la lucha contra las leyes de variedades, los derechos de obtentor colectivos, el conflicto con Estados Unidos por aquello que desde fuera se mira como una “prohibición del maíz transgénico”. En Honduras, Guatemala y el Salvador sus luchas son contra las leyes de Variedades Vegetales y contra la imposición de OGM más el Reglamento Centroamericano de tránsito de semillas. En Colombia es la reivindicación de todo el ámbito campesino, no sólo indígena, para ser protegido en sus semillas nativas. En Ecuador es no dejarnos engañar con los llamados nuevos transgénicos (producto de la edición genómica) que se insiste que no son OGM y en realidad pueden ser peores.

Algo que ha sido la tónica en los encuentros de maíz por 20 años en la Red en Defensa del Maíz mexicana, es la conversación detallada de las experiencias cotidianas en los ámbitos campesinos de todo tipo de personas que se reúnen en un espacio común a poner en perspectiva su vida entera, con la familiaridad y cercanía que otorga el reconocernos en lo que dicen otras y otros, en la curiosidad creativa, imaginante, de ponernos en el lugar de esas otras personas participantes y tratar de entenderlas.

Tal vez ésa es la premisa inescapable de encuentros así: intentar entender, literalmente, lo que las otras personas están diciendo, están proponiendo y relatando de sus experiencias y memorias, de sus iluminaciones y claridades propias. Esto pone un manto de entendimiento, modos conjuntos de sabernos luchando contra el capitalismo, abajo y a la izquierda, como plantean diferentes colectivos, pero que nos obliga a profundizar en la reconstitución urgente que muchas comunidades y movimientos están buscando que ocurra hace años.

Foto: María de los Ángeles Jiménez / Biriteca Agroecológica

Con ese componente de búsqueda de la reconstitución de las comunidades, y con el tejido que configura un capelo de convivencia, hay también un respeto al lugar que ocupa el otro, la otra. En pocas palabras en estos encuentros se respeta y celebra la diversidad como principio subversivo de vida y transformación. Ya lo dice la dialéctica más fundamental a la cual nos sometemos: “somos iguales PORQUE somos diferentes” y eso nos potencia y nos defiende, nos da una fuerza inusitada y una claridad que no es fácil entender a simple vista.

Así entonces, el tercer día se dedicó a recoger todas las experiencias que las comunidades, organizaciones, movimientos y personas individuales llevaron para compartir, en un banquete de historias y atisbos que no podemos desperdiciar. Desde la defensa de las semillas nativas y la importancia de su reproducción, y no sólo su custodia e intercambio, pasando por el énfasis en la soberanía alimentaria podemos hablar de agricultura campesina tradicional o incluso agroecológica, pero con vastedad, y terminar reivindicando la agroecología como una herramienta, como unos “lentes con los que enfocamos de nuevos los saberes agrícolas y ecológicos antiguos, incluso ancestrales, al tiempo que le adicionamos los saberes profesionales surgidos de la biología, la agronomía, la geografía, la ecología, la química y más, que nos pueden auxiliar a entender mejor como buscar esa soberanía alimentaria tan urgente.

El trabajo se dividió en grupos de conversación. La gente podía explayarse y responder a sus inquietudes teniendo un ida y vuelta de respuesta, argumentación, propuestas y posibles soluciones, muy directamente. Esto le da a las conversaciones mucha pertinencia.

En cinco grupos la gente conversó de cómo recuperar la autonomía campesina y no sólo indígena o afrodescendiente. De cómo resignificar la agricultura campesina y la relación que los pueblos mantienen con la Naturaleza. La gente se afianzaba en lo prehispánico para acabar con los colonialismos y llegaron a proponer estudios e investigaciones propias, surgidas de las regiones, en diagnósticos participativos y estudios de caso con perspectivas de universalizar lo que vaya resultando significativo y pertinente.

Mucho se habló de lo situadas que deben ser muchas de las técnicas agrícolas aplicables y de ir desprendiéndose de la dependencia hacia las instituciones de gobierno o de las promociones de las corporaciones y las mismas ONG.

La gente propuso reivindicar las propias formas de organización, y recuperar el respeto y salud del suelo. Su repudio a los paquetes tecnológicos de insumos agrícolas y semillas híbridas o transgénicas, su rechazo a las normativas que limitan el uso de sus semillas. Una de las exigencias más generalizadas fue la protección de sus territorios para que puedan volver a ser libres de agrotóxicos, sabiendo que una limpieza de los suelos sólo es posible paulatinamente mediante una transición muy preparada y muy consciente por parte de las comunidades que se decidan a dar ese paso. Incluso buscar en esa transición el establecimiento de zonas de amortiguamiento para ir cuidando lo que ya se limpió, en suelo y en aguas. Se habló también de incentivar a la niñez y a la juventud, recuperar saberes agrícolas, establecer diálogos intergeneracionales, reconocer nuestra herencia “biocultural”. Se insistió en la construcción colectiva del saber. En promover espacios propios de salud. También hay la preocupación de que no se pierdan cultivos, de garantizar la diversidad en alimentos y de fomentar la diversificación productiva.

En el fondo se busca una recuperación de nuestros saberes ancestrales y la idea de que la cocina o los mercados sean también un espacio de encuentro y entendimiento.

En los diversos grupos surgían y surgían propuestas de lo que la gente ya sabe o ya hace. El regalo era poner en común tanto saber acumulado que llega desde las regiones “olvidadas de las patrias que en Costa Rica se reunieron”. Otra propuesta reiterada era promover la experimentación colectiva, las prácticas organizativas de asambleas y autoridades propias en autogobierno, resistir desde lo local los riesgos de híbridos y transgénicos, impulsar las radios comunitarias de los pueblos y masificar mediante afiches y estrategias propias de comunicación lo que ya hacemos.

Se insistió mucho en que la gente mayor y las y los jóvenes y niños tenían que hablar, aprenderse y potenciarse.

No es posible soltar las acciones de resistencia, incluso jurídica, contra los ataques y agravios. Para eso se ocupa un esfuerzo colectivo de sistematización que pueda arrojar diagnósticos participativos contundentes que nos brinden innovadoras estrategias de defensa, y claridades nuevas para que crezca la articulación con otras comunidades y movimientos.

Y decían, “requerimos alianzas estratégicas, con abogadas y abogados, con investigadores, tribunales de conciencia, fundaciones, autoridades ancestrales y contemporáneas en un trabajo de incidencia que comience por lo local. La incidencia debe ser cercana, porque aquí en lo local nos conocemos y sabemos quiénes somos, con quién hablamos”.

Foto: Alejandra Porras

Hay también una preocupación por promover talleres y publicaciones de educación popular, para activar las economías locales y sensibilizarnos en la lucha contra los agrotóxicos.

La consigna principal parece ser: “las semillas son nuestra memoria”. “Es crucial reproducir y seguir sembrando nuestras semillas como un acto político fundamental”.

En los grupos se insistió mucho en activar reglamentos y ordenanzas agrarias o cantonales, municipales, pero sobre todo reconocer las asambleas como los espacios de reflexión y toma de decisiones fundamentales para la defensa de los pueblos.

Como conclusión el encuentro reivindicó la defensa territorial, la pertinencia de la vida campesina, lo crucial de la autonomía y el autogobierno como formas de organización fundamental. El remate ya fue reivindicar los festivales de semillas, como verdaderas fiestas de vida.

Lo más elocuente es que toda esta reconstitución la vamos tejiendo “pese al clima generalizado de violencia, imposición y sometimiento por parte de corporaciones, gobiernos y organismos internacionales”. Es entonces que “los pueblos y comunidades que nos reconocemos en el maíz (en su milpa o su chacra), reivindicamos nuestra autonomía y nuestros modos propios de gobernarnos. La devastación, el despojo, las imposiciones, el exilio forzado de jóvenes, niñas y niños por el vaciamiento programado de nuestras regiones, hace necesario que nos pronunciemos con fuerza y nuestra vida por delante”.

Agradecemos la hospitalidad del Instituto de Aprendizaje del Centro Especializado en Agricultura Orgánica en Cartago, Costa Rica, y de todo su equipo, comenzando por su director, Fabián Pacheco.

Las fotos de los grupos de trabajo fueron tomadas por María de los Ángeles Jiménez Solano de la Biriteca Agroecológica, la foto de la plenaria es de Alejandra Porras y la del intercambio de semillas es de María José Murillo.

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