Desde los fuegos del tiempo

Ramón Vera-Herrera

Tentaciones genéricas

Foto: Vista muy parcial de la plaza Buenavista

La globalidad nos ha dado la muestra de que sí nos puede conectar a todas, a todos, y puede hacernos entender lo que está ocurriendo de una manera simultánea, en todas partes. Es la globalidad que tanto pregonan y aclaman millones de personas por conectarles con músicas y películas, con diferentes entornos en cada momento (toda la revolución digital que se anuncia como el futuro de la humanidad), y es también la globalidad que nos arroja tremendos efectos que constatamos diario.

Antes de 1989 el horizonte de lo que llamamos real era bastante más apretado. Ahora, esta globalidad tan enorme, abierta e impulsada por los medios, nos sitúa todo en un lugar de ciencia-ficción.

De pronto de tantos rincones presenciamos las mismas violencias que vemos ocurrir en Quito y otros lugares de América Latina, porque están conectadas: qué bueno y qué tremendo.

Entrar a un mall como la Estación Fórum Buenavista, instalada literalmente arriba de la antigua y famosa estación de ferrocarriles de Buena Vista en el norte de la ciudad de México, es penetrar las fronteras invisibles de infinitas cadenas de suministro que, integradas vertical y horizontalmente, arrojan a los ensueños y las emociones de las y los visitantes y posibles compradores un caleidoscopio de prendas y objetos, marcas y texturas, tentaciones que ni siquiera el infierno de Dante, Mefistófeles o la aparición que se le apersonó a Jesucristo en el desierto pueden semejar a plenitud.

Lo inimaginable se hizo disponible. Lo impensable fue puesto a disposición de Londres, Tokio, París, Roma, Nueva York, México, Medellín, Quito, Río, Johannesburgo, Abu Dabi, Nueva Orleans, San Francisco, Santa Fe en EUA o en las inmediaciones de la ciudad de México. Da lo mismo que sea Guayaquil, Miami, Tegucigalpa o San Salvador. .

Es muy probable que incluso en sitios como Mogadiscio, Manila o Puerto Príncipe, (en los barrios más pudientes y exclusivos) haya malls con los mismos despliegues, las mismas marcas que aquí en Buenavista: zapatos deportivos, bisutería, blusas, abrigos, zapatillas, calzones, vestidos, faldas, joyas, computadoras, equipo fotográfico, dispositivos digitales y una correntada de variantes efímeros. Porque todo este cúmulo de espejismos va cambiando al pulso algorítmico de la evanescente realidad a la cual está enganchada la mayor parte de la gente que vive en los espacios urbanos, sea rica o pobre. (Y que no tiene comprender la devastación, el despojo, la opresión y deshabilitación que son el costo real de lo que parecen vender, barato o caro.)

Los outlets saben bien cómo atrapar y les importa vender para seguir vendiendo, valga la redundancia. Comprar es ya ser estafados.

Es indudable que hay una sobreproducción y el reto que tienen las corporaciones es mantener el consumo para seguir reciclando lo que implican los circuitos del acaparamiento: del cambio de uso de suelo, la apropiación de cada paso, del almacenamiento, del transporte, de la fragmentación de la producción de las partes componentes para que los ensamblados vayan configurando las caricias del alma que se despliegan en los aparadores. Y que representan algo parecido al deseo pero sin el glamour que llegó a tener alguna vez.

Porque en realidad ya se aplanó la mercancía. Seas de familia acaudalada o compres en las pacas de ropa de los mercados sobre ruedas, ya todo se parece, aunque cambie la marca, y aunque haya facturas mejores o más refinadas que otras.

Así, por el mismo vértigo y velocidad de producción de las maquilas (chinas en particular), hay una revolución en la distribución, y las tiendas ya no se especializan sino que compran lotes de contenedores con productos diversos, y con su contenido inundan cada vez más espacios. Y las tiendas compran también sus oportunidades de ser una opción más tentadora que sus competidores. Todo requiere satisfacer, aunque sea por un momento, los sueños de alguien de la familia, sea la tía, la hermana, el niño pequeño o el abuelo jubilado. (Y entre el algodón sembrado y cosechado por manos esclavas, como alguna vez, y las prendas vendidas en forma de camiseta, camisas o blusas de vestir, chales o pantalones de mezclilla o paneles laterales de unos tenis de lona y hule, las prendas terminadas ya se parecen, ya se homologaron. Hay ahora mucha diversidad en la homogenización, valga el oxímoron).

La paradoja es que si los tratados de libre comercio impulsaron la atomización de la fabricación o en la especialización extrema del componente producido o del ensamblaje particular, ahora la distribución vuelve a emparejar los productos y a producir lo genérico, aunque tenga marcas diversas y calidades distintas.

Así, en el tráfago de luces, colores, sonidos, rebotes, sensorialidades y un supuesto sentido de seguridad por la vigilancia desplegada en cada corredor, pasillo, escalera o elevador, las y los visitantes viven transitoriamente en una especie de film, de serie televisiva, de “experiencia” no vivida antes salvo en las pantallas. La sensación de kermesse o feria barrial sofisticada remite a esas pantallas que nos promueven cada una de estas sensaciones y más —porque a eso se dedican, para eso están en nuestras manos y se entrometen con nuestras pulsiones y nuestras miradas e intereses.

Ahora para hacer negocio el instrumento central es aquel que manipula [escribí manipulsa] el modo en que pulsa cada quién sus preferencias en las pantallas macro y micro.

Si la economía capitalista siempre tuvo algo de conductismo, hoy el conductismo llegó a su sofisticación más globalizada y nos utiliza como mano de obra haciéndonos sentir que su opresión nos está recompensando.

Entre la experiencia individual, íntima, casi de clóset que cada quién vive con su propio dispositivo y la experiencia de masificación obediente que los “males” representan no hay distancia alguna.

Ya no podemos utilizar la frase “pan y circo” sin sentir que la complejidad de las experiencias que configuran los intercambios actuales de manipulación quedó excluida de la descripción.

En esa complejidad, ahora las empresas se dedican a adquirir todos los hilos posibles de infinidad de procesos industriales cuya venta transfigurada en artículos diversos aprovecha cada paso de todas las posibilidades de las materias primas que los hicieron posibles, y ya se apoderó de todos los universos locales implícitos en cada paso.

Y por supuesto, la violencia es la contraparte de este encantamiento, de este embrujamiento que tiene sometida a la población urbana del mundo. Y ésta aumenta rampante. hay ciento doce mil y pico de desapariciones de acuerdo a los recuentos últimos, y esos 112 mil desapariciones tienen la contraparte, entre 2006 y 2020, de 52 mil muertes que no tienen a las personas identificadas. No se sabe quiénes son esos muertos, no se sabe quiénes son esos, de quién son esos cadáveres, esos restos que se han ido encontrando.

Hubo 3700 asesinatos de mujeres tan sólo en 2021, 15 periodistas entre enero y septiembre de 2022, asesinados doce defensores y defensoras de Derechos Humanos en 2022, según Americas Watch en su informe de 2022. Muy sorprendido para mal de todo lo que ha sido el reconocimiento de los Derechos Humanos en México.

Las tentaciones genéricas y la violencia callejera son ambas estrategias de sojuzgamiento y control. Ante ambas habrá que dar una respuesta que nos restituya nuestro ser primordial, que siempre es comunitario.

Dejar una Respuesta

Otras columnas