Desde los fuegos del tiempo

Ramón Vera-Herrera

El sentido político de caminar

Fotos de la marcha de UACM-Tezonco el 8 de noviembre: Tania Barberán Soler

Hace unos días, el miércoles 7 de noviembre por la noche, un estudiante de Ingeniería en Sistemas Electrónicos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), fue ultimado a balazos dentro de un RTM a las puertas del plantel Tezonco. Según versiones, César Ramírez Méndez falleció al intentar bajar del autobús supuestamente ante la tentativa de atraco por parte de dos sujetos armados.

La noticia del hecho es altamente preocupante y nos hunde en la zozobra de cómo la frontera de Iztapalapa-Tláhuac se ha vuelto una zona de alta peligrosidad por la presencia de grupos delincuenciales prohijados por autoridades y cuerpos policiacos.

Pero lo digno de mencionarse es el hecho de que la indignación que cundió en la UACM plantel Tezonco disparó una marcha espontánea tras una asamblea multitudinaria de la gente dolida, enojada, sacudida, violentada por estos hechos de sangre. El estudiantado sabe que tal zozobra barrial cubre y rodea lo que también dentro del plantel eriza ante lo que viven como la imposición del nuevo rector de la Universidad. Es decir, “para la violencia no hay realmente un adentro y un afuera: nos circunda pero la vivimos adentro en varios procesos que nos acosan”, dijo alguna persona que se echó la marcha.

El hecho es que la marcha desbordó las expectativas. La gente decidió ir a exigirle a la delegada de Iztapalapa, Clara Brugada, que tomara medidas para frenar la violencia en la zona y ponerle coto a los grupos delincuenciales que operan con impunidad en las calles de los barrios aledaños.

Ya desde septiembre de este año, “vecinos y estudiantes acusaban inseguridad en Iztapalapa”, según nota de Excélsior, y pedían “frenar la ola de atracos en Lomas de San Lorenzo”. La exigencia, que también fue expresada en una marcha y un plantón frente al metro Tezonco era la denuncia de sentir que por años han sido presas de los grupos que operan en las inmediaciones de esta frontera entre Tláhuac e Iztapalapa. Algunos de los vecinos se quejaban en ese momento del derecho de piso que cobraban los grupos delictivos y del clima de terror que les habían impuesto.

No obstante, la sensación ahora fue diferente. La gente que salió en la marcha recorriendo los barrios de calles angostas e internándose en zonas conflictivas para lograr llegar hasta la sede de la “alcaldía de Iztapalapa”, más de mil personas, es decir, por lo menos una cuarta parte del estudiantado que toma sus clases en el plantel de San Lorenzo Tezonco, testimonia que al recorrer las calles se fueron topando con los grupos de pandillas locales que pueblan algunas esquinas, y que por fieros que se miraran al pasar, entendían perfectamente la gravedad de la situación y señalaban amistosamente la urgencia de no dejarse, a más de contribuir a que la caminata fluyera hasta la alcaldía sin contratiempos.

La banda estaba extrañada porque tal vez no está acostumbrada a que las marchas ocurran a nivel local, con reivindicaciones de convivencia y exigencias puntuales a la gente que comparte territorio.

Tenemos que entender que no son lo mismo las banditas locales (que casi siempre expresan una necesidad de identidad y pertenencia, de acompañamiento aunque éste sea extremo), que el papel socavador de la corrupción y terror impuesto para ejercer el control social, político y por ende lucrativo de un territorio que podría ejercerse autogestionariamente con tantito que la gente pudiera tejer relaciones más fluidas y permanentes entre la comunidad de barrios y una Universidad actuante en sus inmediaciones.

En ese sentido, esta marcha puede verse como un gesto poderoso por parte de la autoconvocada asamblea de estudiantes y maestros que decidieron retomar, reclamar, reivindicar su presencia en las calles de la zona, “romper la barrera entre la UACM y los barrios” [como comentó un maestro] y gritarle al mundo su negativa a tolerar que les maten un estudiante, una estudiante, un profesor o profesora.

(Ya han tenido por lo menos dos casos previos muy graves cuando la desaparición del estudiante Marco Antonio Sánchez —imputable a la policía— y después el extraño caso de la estudiante Belén Cortez. El homicidio de César es una gota que derrama vasos.)

Pero la vulnerabilidad natural la volvieron un grito de fuerza colectiva que no se emparenta con las marchas en el centro de la ciudad que van a recorrer el espacio simbólico del poder estatuido. Aquí, era literal la exigencia de reivindicar su presencia, su trasiego y tránsito de ida y vuelta de sus casas a Tezonco y de nuevo a su casa.

Además de la marcha, Tezonco suspendió sus actividades 48 horas, y las declaraciones institucionales no se hicieron esperar.

Tanto Clara Brugada como la rectoría de la UACM y el coordinador del plantel de Tezonco emitieron comunicados lamentando el suceso y elevando la exigencia de que no vuelva a ocurrir.

Pero en una comunidad universitaria como Tezonco, lo que realmente surge del corazón del estudiantado es sentir que lo comunitario debe ser más fuerte y más real que cualquier comunicado. Y que por eso hubo estudiantes responsables que, con prudencia, sabiduría y modestia, cuidaron la tranquilidad de la caminata sin hacerse visibles y sin intimidar a nadie.

Esa misma responsabilidad de la asamblea general estudiantil incluso permite que los grupos cercanos al rector estén y participen y sean protagónicos, pero básicamente por la apuesta de los y las estudiantes comunes, de ir tejiendo una claridad de lo que significa ser comunidad y lo que no lo es. Y en ese empeño, no se pierden.

Los verdaderos estudiantes de Tezonco, aquellas y aquellos que están con la utopía de una construcción colectiva de saberes, con el impulso de ejercer un activismo como estudiantes de Tezonco para que haya otros y otras que puedan estudiar y hasta facilitarles su estancia en el plantel, que incluso emprenden una milpa para en los hechos buscar demostrar las posibilidades educativas de la comunidad, sin necesidad de letreros, saben que la verdadera comunalidad con los barrios se terminará tejiendo mediante las relaciones vivas, reales que puedan tejerse con los barrios, con vecinas y vecinos que viven su vida en paz y con un compromiso con el flujo de la vida en los quehaceres y cuidados hacia las familias y la comunidad.

Con su caminar, exigiendo no sufrir otro asesinato de una compañera o compañero nunca más, el estudiantado le demostró a los barrios de la zona que tiene la mirada limpia y el impulso de tender puentes reales, no los puentes que luego se tejen entre corrupciones y movidas delincuentes.

Su marcha, su caminar, no es un acto vacío. Es la expresión de una responsabilidad compartida que reivindica que nada humano les es ajeno. Como dijera Iván Illich, “tenemos que reivindicar el sentido político de caminar”.

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