Desde los fuegos del tiempo

Ramón Vera-Herrera

Senda desolación

 Graffiti en París, 2017 | Foto: Ramón Vera Herrera

El ejercicio de intervenir, traducir y parafrasear textos que provienen de otros lados, incluidas las canciones —que normalmente no se consideran referencias usuales en la documentación, argumentación o enriquecimiento imaginativo de tiempos más nuevos— cada vez me parece un modo de proponernos límites y a la vez retos para discurrir historias, imágenes (es decir puentes entre un suceso y otro, entre un instante y otro).

Aquí, el texto de Desolation row, del álbum Highway 61 Revisited (1965), de Bob Dylan, se me apareció y no me dejó en paz hasta comenzarlo a molestar con intervenciones, comentarios, otros textos conexos, de tal suerte que lo resultante dijera de otro modo pero con referencia al Dylan original. No se trataba de hacer la traducción “fiel”, porque nunca hay una, sino que hay versiones, y la versión “fiel” pierde muchísimo del contexto original de donde surgió, sobre todo tantos años después.

Lo que sigue es mi ejercicio, que dividí en dos partes. Ésta es la primera entrega…

Ya venden postales del linchamiento y rediseñan los pasaportes. [La ley promueve siempre los negocios.] El salón de belleza se llena de marinos. El circo se aposenta en el barrio.

Y aquí viene el comisionado, es ciego y lo mantienen en un trance: lo hacen caminar con una mano atada al equilibrista que camino en lo alto de la cuerda floja, mientras la otra mano se la meten en los pantalones.

[Desde Ecuador, Fernanda Vallejo escribe: “Banqueros de codicia sin fin emitiendo billetes inorgánicos. Fuerzas represivas corrompidas hasta la médula, asesinas y obedientes de sus patrones. medios de comunicación encargados de ocultar los miles de cuerpos masacrados y arrojados a la ría. Hoy como hace cien años, seguimos peleando por salarios y condiciones de trabajo dignas, por que no nos chupen la vida, por libertad, justicia y amor. Hoy como hace cien años nos siguen robando en la cara, nos siguen matando de hambre o de bala, y los medios siguen mintiendo. Hoy como hace un siglo sacaremos a flotar miles de cruces sobre el agua, hasta que la dignidad se haga costumbre…”]

Los escuadrones antimotines deambulan sin descanso, buscando donde ir. Así vemos, mi amiga y yo, desde las hileras de la desolación.

La Cenicienta parece tan fácil cuando dice sonriendo que “se necesita uno para conocer a una”, mientras se pone las manos en los bolsillos traseros al estilo Bette Davies. Pero aquí viene Romeo, quejoso, para decirle a Cenicienta, “tú me perteneces, me parece”.

Y alguien le contesta que está en el lugar equivocado, que mejor se vaya. Y lo único que queda cuando las ambulancias se marchan es el ruido de Cenicienta barriendo las hileras de la desolación.

Ahora la luna casi está oculta y las estrellas se esconden también. La adivinadora también guarda su baraja. Todo mundo hace el amor o espera la lluvia, todo mundo excepto Caín y Abel, excepto el Jorobado de Nuestra Señora de París.

Mientras, el Buen Samaritano se viste para el espectáculo [y Elon Musk despide a todo el personal de su recién adquirido Twitter incluido personal clave para el funcionamiento, por lo que su despido hace redundante al hombre más rico del mundo. Bill Gates osa declarar que toda pieza de pan que alguna vez ha probado es de trigo genéticamente modificado, toda pieza de maíz es OGM. Éstos son productos probados.] Y el Buen Samaritano llega al carnaval esta noche, ahí, por las hileras de la desolación.

Ahora son las Ofelias quienes se ponen en la ventana. Tengo tanto miedo por ellas. A sus 22 años [y mucho menos] son ya mujeres mayores. Hoy sus muertes repetidas y repetidas y repetidas no son nada románticas. No me emocionan nada sus vestidos de hierro o madera. Sus destinos se volvieron religión.

Para el mundo cometieron el pecado de estar exánimes. [Y mientras, las muertes de mujeres se multiplican, a más de miles, “inexplicables”, reptando por los barrios y los campos abandonados y las carreteras solitarias.] Y aunque busquemos en el gran arcoíris que anhelaba Noé, las Ofelias se hunden en las hileras de la desolación.

Hace una hora que pasó por aquí Einstein, disfrazado de Robin Hood, con sus recuerdos en un baúl. Iba con su amigo, un monje celoso, y se miraba inmaculadamente aterrador fumando su pipa. Luego se fue a olisquear por entre los drenajes recitando el alfabeto. Ahora no te atreverías a mirarlo, pues fue famoso, pero antes, por tocar un violín eléctrico por entre las hileras de la desolación.

El doctor Mugre mantiene su mundo dentro de una taza de prestigio. Pero sus pacientes asexuados intentan hacerla explotar. Ahora su asistente, una enfermera, una fracasada local, se encarga del agujero de cianuro y guarda unas tarjetas que rezan “Tengan Misericordia de su Alma”. Todos los pacientes soplan silbatos corrientes, podemos escucharlos chiflando, sobre todo si aguzas el oído y asomas la cabeza en las hileras de la desolación.

***

El mismo Dylan incursiona en descifrar el sentido de las canciones, en analizar la criptografía que atrapa imágenes, reflejos, modos de decir que son irrepetibles y que sólo de un modo único dicen lo que dicen.

Traducirlos no es traicionarlos, sino abrirles crecimientos a otros ámbitos, a otros universos. Dylan acaba de publicar The philosophy of modern song,Simon and Schuster, Nueva York, 2022,donde desmenuza y analiza canciones del country, baladas, blues y rock, a partir de las propias biografías de compositores e intérpretes. Un ejercicio inédito en la crítica. Ya habremos de hablar en extenso sobre ese libro. Esperen la segunda parte el mes entrante.

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