Desde los fuegos del tiempo

Ramón Vera-Herrera

Rini Templeton: historiadora visual de los momentos

Qué nos hace trazar líneas sobre un papel para intentar capturar un instante. Y su sentido. En la fotografía, ese momento es la captura de la luz y tras su huella buscamos sentido en lo no mostrado en la foto, que con suerte es una imagen de lo que muestra. Pero en un dibujo, como lo ha insistido John Berger, el sentido de lo que uno indaga con los ojos y las manos y el lápiz es evanescente mientras se le busca y el intento es irlo construyendo, trazo a trazo, borradura tras borradura. Y los tiempos implícitos en esa tarea son dispares, porque el detalle de un dedo, de una mano, o la profundidad de un suceso, la configuración total de la perspectiva o la concreción de una escena en primer plano, plano medio o un panorama, dependen de muchas valoraciones que a veces ni siquiera pasan por el razonamiento sino que obedecen a un flujo interno que es una especie de imantación, de baile entre ojos y manos, de arrebato callado pero firme en lo que se busca, o en lo que se va encontrando —y que determina lo que sigue hasta descubrir un dibujo terminado. Es un decir eso de “terminado” porque uno podría seguir trabajando un boceto transformándolo según la pulsión del instante y la carga emotiva o racional que le llevan a uno, a una, la mano por el papel.

Todo esto porque con cariño quiero hablar de Rini. De Rini Templeton, artista plena, volcada, intuitiva, lúcida, comprometida. Hay quien la piensa callada y solitaria, y a la vez llameante de ideas e imaginería popular. Con su trazo firme del dibujo a tinta, y que esto tenga una limpieza poco común en el arte del dibujo.

Lo más intenso es que su mirada fuera a la vez política (incluso por momentos panfletaria) pero que tal mirada nos llevara directo al corazón de las relaciones, al punto álgido de la situaciones, sabiendo muy bien qué mostrar y qué no mostrar para crear esa tensión entre certeza y misterio que son el alma de una historia.

Rini nos contaba historias en cada dibujo, con tal destreza que uno adivina lo que está ocurriendo o nos mueve resortes de sentimiento como para buscar el sentido de lo que vamos mirando en sus retratos, siempre retratos aunque sean paisajes, rostros, situaciones, momentos de tensión o memorias.

Puedo decir que aunque sus dibujos muestren alguna situación cotidiana, su punción sobre la realidad, que la hiere y la aflora, será política para nosotros.

Una persona (suponemos que un maestro) escribe en el pizarrón y lo entendemos, junto con las cuatro personas que atienden la clase, desde sus espaldas. Aunque no se diga, es un momento de formación comunitaria, barrial, sindical o rural.

Afuera de una fábrica, dos mujeres conversan en unas jardineras y un hombre y una mujer se cuentan algo importante sentados en la banqueta. Los arbustos de las jardineras marcan el espacio que contrasta con la masividad de la esquina del edificio. Adivinamos que es su momento de descanso.

Cuatro músicos pasan tocando: unos platillos, la trompeta, una flauta y una gran tambora. Hace calor. Tal vez encabezan el cortejo fúnebre del compañero recién fallecido.

Un hombre cobra en la caja registradora a dos obreros que arrastran su charola con su comida por el mostrador del comedor de la fábrica. Sus rostros, el ángulo entre la ceja y el trazo descendente de la nariz nos dicen que tienen que regresar a las 10:30.

Dos niños vuelan su papalote, alto, fuera de las barracas de palma, en el patio de tierra que es su ámbito íntimo y cercano entre las palmeras y los árboles.

Cinco obreros se sientan sobre un travesaño conminando a los demás (que no vemos) a reunirse en el mitin. Uno de ellos lleva un megáfono. Los adivinamos mineros porque sus compañeros de abajo portan cascos y permanecen de pie con las manos cruzadas. Son apenas figuras, sin rostro, en torno a quien, micrófono en mano, se dirige a la multitud. A la derecha, una mujer y un hombre comentan: son las únicas personas sentadas, en la esquina del dibujo.

Un trío de mujeres forman una especie de baile con gran movimiento, para dirigirse a un público que no miramos. Tienen los brazos tendidos; claramente conminan a actuar, a escuchar, a apoyar. Son apenas unos torsos, unos rostros, unos brazos, pero lo dicen todo.

Como habría querido André Bresson, concentran en unos cuantos detalles el drama de la acción completa. Así son todos los dibujos de Rini. No hay desperdicio en sus trazos. Son reportajes, relatos, haikús, perfiles. Pero nos cargan de significado desde la ambigüedad de lo poco que muestran.

Una montaña, trazada en gruesas y largas líneas paralelas horizontales, con mucho negro, nos delinea un trascavo que sabemos está horadando la tierra.

Tres niñas de unos diez años juegan. Dos sostienen la cuerda y la tercera salta. Sonríen todas.

Un médico escribe atentamente en una hoja con su lápiz. Una mujer espera el escrito, pendiente de su legajo de papeles. Adivinamos la seriedad del momento.

Cuatro torsos con sus semblantes nos reciben al entrar a este instante. Los tres hombres y la mujer valoran. Están pensando. Es crucial que entiendan lo que ocurre. Los suponemos sentados a una mesa, porque tienen unos papeles apilados. Ella escribe y los gestos de las manos de los hombres asoman preocupaciones diversas. Los pensamos profesionistas.

Una mujer nos mira de frente con una bandera en la mano, de la cual no vemos sino su asta. Pero su fuerza expresiva y sus ojos enormes y fijos, su pelo alborotado y al viento, nos anuncian que alguna acción colectiva, con gran fervor, está por ocurrir.

Una pendiente en un camino, que adivinamos tras el matorral, nos hace descubrir a cuatro hombres cuyas siluetas, con mochilas y fusiles, nos dan la certeza de que son paramilitares en la penumbra de la caída del sol. ¿Por qué paramilitares, enemigos, y no una patrulla amiga, de compañeros? Algo en el trazo oscuro, en el sigilo, nos restan confianza en quienes suben esa cuesta en la oscuridad.

Un hombre con una hoz se recarga en un poste entre la milpa florecida. Un reposo en su día.

Con trazos pesados, Rini nos presenta a cuatro compañeros que cargan un féretro. El dolor y la pena emanan del dibujo.

Cinco personas comentan en cuclillas. Son campesinos. Traen una lámpara Coleman. Están ponderando. Pienso que buscan a alguien y que ponen en común las posibilidades y lo que hay que hacer.

Un jornalero entrega lo pizcado al capataz que con un papel en la mano evalúa peso, volumen, calidad.

Seis personas se reúnen en torno a una mujer que les da instrucciones o les aclara alguna situación que preocupa a todos. Ella no parece resonar con el grupo y da la impresión de que les da órdenes.

Dos granaderos con cascos llevan casi a rastras a una mujer a la que acaban de golpear con sus macanas. La carga dramática del dibujo vuela en las líneas paralelas, pesantes, de los brazos y los hombros de los milicos.

Un tríptico: tres situaciones donde varios hombres traman y sus rostros reflejan la mezquindad y el desprecio, la hipocresía y la ruindad.

Un mitin con pancartas en fila. Se siente que están por dar la vuelta para recomenzar sus gritos y sus consignas. Son sólo siluetas, pero algo nos hace sentir la misma urgencia que ellos sienten.

Vemos de espaldas y un poco desde arriba a un grupo nutrido de campesinos que están ante unas personas que les presentan una situación. No parece haber cordialidad entre ellos. Un campesino con sombrero, de pie, alza la mano.

Cuatro personas se agazapan dentro de un tubo cubierto con matas y yerbajos, escondidos para no ser descubiertos por la Migra. Todos atentos y silenciosos.

Son infinidad de situaciones y relatos, instantes capturados a través de varios minutos u horas de intensa intuición y ponderación de los detalles. Pero en su factura está presente una febril pasión por quienes retrata. Hay una identificación total entre Rini y las personas que son las protagonistas de esos momentos que quedaron capturados en su imaginación y sus hojas de papel entintadas.

En todas ellas, el cumplimiento de su militancia con la resistencia y la lucha de emancipación de los pueblos no puede ocultarse. Lo que más le importa a Rini es recuperar la cotidianidad que tiene enfrente, a las personas plenas que tiene enfrente, y que parece abrazar con sus trazos. Con un cariño que la lleva a plasmar, a no dejar que se olviden esos instantes atrapados por su emoción.

Rini Templeton nació en Búfalo, Nueva York en 1935 en una familia clase media. Desde muy chica despuntó y la gente que tenía trato con ella comenzó a valorarla como niña prodigio, lo que le hizo ganar una beca que le permitió abrirse camino y viajar, tener independencia y dedicarse por completo al activismo y a su arte. Fue andariega y viajó por todo Estados Unidos y luego en Europa donde incluso se ganaba la vida tocando en las calles de Londres. Estudió pintura, grabado, dibujo y escultura. Después se instaló durante un tiempo en Nuevo México, en Taos. Llegó a México poco antes de la Revolución Cubana y estudió en La Esmeralda. El primero de enero de 1959 Rini estaba en la Habana “habiendo entrado al país desde México con un grupo de estudiantes para recibir a los insurgentes que llegaban con Fidel Castro”. Participó en la Revolución, cortó caña, enseñó cerámica en alguna escuela de arte y después logró regresar a Estados Unidos pese a que fue difícil que se le aceptara. Estados Unidos le puso la condición de que no hablara de la Revolución ni de sus logros.

Se implicó en las luchas centroamericanas de El Salvador, Guatemala y Nicaragua, y en México se involucró en las luchas campesinas, indígenas y sindicales, en particular la lucha de los mineros en el norte del país.

Su trazo tuvo la intención de que sus dibujos fueran amigables con mimeógrafos y luego con las fotocopiadoras, y efectivamente, su trazo limpio y seguro, garantiza una legibilidad que fue parte de sus estrategias de reproductibilidad, en un momento en que no se soñaba con las posibilidades digitales.

Se dice mucho que en lo personal era aislada y muy enfocada en su devoción por La causa, como lo dice su perfil en la Wikipedia.

Rini murió de un paro cardiaco o respiratorio que no sorprende a la gente que la conoció porque fumaba muchísimo y sin filtro.

Desde 1987, funciona en la UAM-Xochimilco el Taller Rini Templeton en honor de su vida entregada a las causas de la gente común.

En 2011, el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) “realizó la exposición Rini presente. Arnulfo Aquino, investigador del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes (Cenidiap) pronunció algunas palabras para celebrar la importancia de Rini Templeton, no sólo en la manera original y estratégica de enfocar su obra artística, sino celebrando su vida, consecuente con las luchas de los pueblos por su liberación, de México a Chile.

Dijo de ella en el homenaje del IAGO, Arnulfo Aquino: “En esa época volvimos a platicar y le pedí que me mostrara algunos apuntes; fue una sorpresa mirar su capacidad visual, la cantidad de trazos rápidos en síntesis para captar las figuras y los movimientos de la gente: hombres, mujeres, niños, la calle, el campo… figuras en actividad, marchando, gritando, levantando el puño, cargando las mantas, avanzando. En esos momentos entendí a Rini; había estado dibujando los movimientos sociales de la época, captando el sentido, el ritmo, la energía de la gente en la lucha política; estaba en todas partes haciendo monitos, como ella decía, pero esos monitos representaban al pueblo y al pueblo los devolvía, porque los donaba para ser utilizados por y para la gente”.

Coincido con Arnulfo Aquino en su mirada sobre las figuras de Rini “en las reuniones, sentadas, paradas, discutiendo, pintando la manta, cuidando la huelga, marchando, portando banderas; la comunidad, los dirigentes, las familias, los individuos, sus casas, el interior, el exterior, el accionar en el trabajo o en la fiesta, el pueblo, sí, pero el pueblo que se ha reconocido pueblo y avanza en la construcción de su futuro. Ahí están las mujeres, las madres, las hijas, las esposas encontrando su lugar en el trabajo, en el taller o la fábrica, en la huelga; también están las madres de los militantes desaparecidos en la guerra sucia, buscando a sus hijos, esos que fueron encarcelados, secuestrados, masacrados por el Estado y nunca supimos de ellos están los estudiantes y maestros afuera de las aulas exigiendo una educación democrática y popular, un sindicalismo independiente; los obreros peleando por mejores salarios y prestaciones, contra los patrones y el charrismo sindical; los campesinos en el trabajo, en la pisca, en la cosecha, defendiendo la tierra, las tradiciones, los usos y costumbres. […] También está la represión: los cuerpos policiacos armados con escudos, macanas, botas, cascos, avanzado, golpeando, lastimando, apañando, capturando, matando”.

Al igual que Simone Weil, combatiente en la Columna Durruti en la Guerra Civil española, Rini se entregó a las causas, pero no se agotó en ellas, porque ideó modos desde donde llegar al corazón de los momentos. En un cierto sentido fue una historiadora visual de los momentos. Y eso, en una sociedad evanescente, y por tanto ausente, es todo un halago. Así, Rini fue hermana de la memoria y guardiana de los momentos presentes.

Vean https://riniart.com

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