Mirar y hermanar el México del Nosotros
La propuesta electoral, ya no digamos la oferta electoral, tras años de mirarla operar, trastocar, corromper, dividir, coptar a los pueblos, es considerada de dos modos diametralmente opuestos en las comunidades originarias o campesinas.
Por un lado, y de ahí el llamado “voto verde” del que tanto presume el Partido Revolucionario Institucional (PRI), es visto como el momento y la oportunidad de engarzar con ciertas estructuras dentro de la cadena de controles, mandos, sumisiones y vilezas que, en una región particular, activan y aceitan los mecanismos de acaparamiento de votos, conciencias y certezas para echar adelante su aplanadora. Mecanismos que ejercen su poder crediticio enhebrando los eslabones que sujetan las entidades federativas con las cabeceras municipales y a su vez éstas con sus agencias y sus localidades. Las ofertas son varias y tienen muchos niveles, bastante visibles y bastante narrados ya por lo menos en México.
El caso de Antorcha Campesina como organización urbano-rural que le “saca partido a su partido” y vive de ese poder crediticio en las regiones donde echa a andar “antorchos” para todo tipo de fines, es el más conspicuo y ominoso en nuestro país.
Mientras, las dependencias del Ejecutivo, aceitadas por los aparatos partidistas estatales y el aparato nacional, ligan también sus hilos con los programas, presupuestos, proyectos, asignaciones, permisos, normatividades y represiones (desde la complicidad forzada a la que someten a la gente hasta la activación de los circuitos criminales que inventan infundios, amenazan, mandan encarcelar, emboscan, desaparecen o de plano asesinan a personas clave o a sus familias o colaboradores) con tal de ejercer un férreo control sobre el momento electoral en sí mismo y su resultado, ahora cada vez más definido desde meses antes.
Esto es tan extremo que tal vez ya quedó enajenado totalmente del acto de marcar una boleta y depositarla en urna. Aunque se supone un momento de votación, de urnas y boletas, la maquinaria electoral partidista y la maquinaria electoral gubernamental instituida, se han coludido ya para sesgar lo más posible los resultados —antes, durante y después del momento-voto—, delineándose entonces como uno de los modos más conspicuos del desvío de poder: abrir margen de maniobra a cárteles, grupos de interés, corporaciones y sectas partidistas, mientras le cierran a la gente de buena voluntad del país la posibilidad real de ejercer acciones concretas mediante el aparato institucional del Estado-nación con su gobierno.
A los años de dictadura electoral en México, esto no se mira de otra manera. Por eso mismo, el otro modo en que las comunidades consideran el periodo o el juego electoral “electorero”, es como una interrupción de la vida cotidiana, con su propaganda, su promoción de figuras, su “star-system televiso”. Como dijeran hace años algunos comuneros de Xi’Nich’, la organización de choles y tseltales de la zona de Palenque en Chiapas: “el periodo electoral es como un comercial que nos interrumpe la programación normal de la vida y que nos quiere convencer, machaconamente, de las bondades de un producto”.
Durante muchos años, en el Congreso Nacional Indígena (CNI) se discutieron estas opciones y se invalidó su lógica corruptora, envilecida, y se hizo y hace la crítica de la clase política de los coyotes colmilludos y corruptores de PRI-PAN-PRD-Morena (y lo que se sume en candidatos y candidatas “independientes” siempre con propensión a ser vistas y vistos como figuras de éxito) hasta los santurrones de Morena-PRD-PAN-PRI, que sin ningún prurito se regocijan en relaciones promiscuas según la región y el estado. Su desbarajuste es tan triste que es evidente que ya no se trata de diferir en las propuestas (hay estilos y estilos pero el fondo descrito más arriba es el mismo). En las diversas radiografías, las complicidades locales quedan balconeadas por quienes salen a la palestra como amigotes y socios ad hoc.
Esa misma renuencia del CNI ha hecho pensar a algunas personas que es incongruente la nueva apuesta aparentemente electoral que lanza al primer plano del debate y la visibilidad a María de Jesús Patricio, como si la apuesta fuera únicamente establecer una plataforma electoral dentro de las reglas tan viciadas que ya describimos para buscar un gobierno nacional con una mujer indígena a la cabeza y ya, como si eso fuera suficiente en tales reglas viciadas.
Propalar lo anterior (incluso insistiendo que es para privilegiar sobre todo al PRI) es una vileza que con dolo soslaya las diferencias radicalmente opuestas entre la amañada lógica electoral y la lógica de un cuerpo colectivo (el Concejo Indígena de Gobierno —CIG-CNI— con respaldo del EZLN) que le pone un cargo por cumplir a su vocera (Marichuy en este caso).
La propuesta del CIG-CNI es mirar y hermanar el México del Nosotros.
Aquí no hay promoción ni propaganda, no hay promesas ni logros de campaña, no se trata de “sacarle partido al partido” sino mirar en qué se puede colaborar, cómo se puede contribuir al urgente diagnóstico de lo que ocurre. Cómo se contribuye con la mirada propia, individual y colectiva en ubicar cuáles son los ataques, cuáles los obstáculos, quiénes son los que detentan los poderes de facto, quiénes son los beneficiados en las dinámicas más locales del ejercicio del poder y el gobierno en la geografía nacional.
Porque hiere saber que existe un abigarrado tapete de corporaciones apalancadas en normas, leyes, estándares y baterías de tratados de libre comercio que buscan acaparar el agua y sus fuentes, detentar predios y más predios individuales y colectivos, los sistemas de cuidados de bosques, la mano de obra barata y semi-esclavizada, el sistema agroalimentario industrial de la tierra al supermercado y sus alimentos procesados, las semillas de laboratorio, los derechos de propiedad intelectual, los minerales metálicos y no metálicos, todos los rubros de la energía, los canales de la distribución y mercadeo, los controles y mecanismos de la usura o la corrupción mediante cárteles de drogas, trata de personas, contrabando, tráfico de armas, y todo con sangrienta violencia institucional o particular desmedida e inhumana.
De lo que se trata es de revertir la lógica de la interrupción de la quejaban los compañeros de Xi’Nich’. Se trata de interferir en la farsa electoral con un elemento letal: la veracidad, una veracidad surgida desde miles de rincones del país.
Impulsar una especie de suero de la verdad mediático donde los candidatos no puedan ejercer sus modos de corrupción comunes y usuales, y donde sus mentiras se miren desnudas, conforme los testimonios, las miradas, los manifiestos, las vinculaciones y la movilización local tomen curso en los diferentes actos de campaña que se vuelvan verdaderos documentos vivos no sólo de visibilización local, sino de recuperación histórica, de revinculación y reconstitución de los sujetos y sujetas individuales y en colectividad. Una reconstitución de frente a la nación.
Una verdadera reconstitución integral de las comunidades como siempre fue la idea del CNI (con sus reuniones locales y regionales), empeñado en sistematizar lo que ocurre y quiénes en las comunidades pueden ejercer una resistencia congruente y digna.
Durante todos estos años, el devenir del CNI lo fue acercando al momento en que pudiera ejercer una acción de escala nacional que paradójicamente reviva las localidades y comunidades más invisibles, recirculando la energía en el México por abajo.
Visibilizar en los hechos el actuar del Instituto Nacional Electoral (INE), reflejando sus respuestas y reacciones es emprender sondeos reales que visibilizan la naturaleza de las estructuras que dizque gobiernan el país. Esta campaña los desnuda. Es “un cale”, se dice en los pueblos. Haber rechazado el dinero de una campaña es una primera señal de congruencia fundamental.
La campaña de Marichuy Patricio como vocera de la estructura comunitaria del CIG del CNI puede resumir los vínculos tejidos entre comunidades, localidades, regiones, municipios, estados o entre mismos pueblos originarios (nahuas con nahuas, mixtecos con mixtecos, ñahñúes con ñuhúes, otomíes y mazahuas) en un tejido de lenguas, entendimientos, problemáticas y luchas concretas y visiones abstractas que van tejiendo un tapiz de lo que son los pueblos hoy día. Es un tejido luminoso pero igual es un tejido de los horrores y agravios, y abarca desde sus lugares más recónditos y sagrados hasta sus territorios más atacados, o hasta las deshabilitaciones que más buscan envilecerles, para desde ahí hacer que se sepa que la voluntad es remontar tal caudal de agravios para volver a ser lo que sus propios caminos les dictan que sean, sin necesidad de pedirle permiso de nadie. Y es activar esos vínculos.
Es tan diáfana la incomodidad rayana en escándalo que les provoca que una mujer, para colmo madre de familia (es decir una persona común) indígena y apartidaria se atreva a entrar en el vientre de la ballena para desde ahí rasgar las defensas de esa coraza, que cualquier cosa que diga repetiría lo que ya han dicho otras narradoras y narradores de la historia presente.
Mi memoria es que en las épocas más difíciles del Congreso Nacional Indígena, María de Jesús Patricio fue una mujer sencilla que se mantuvo firme. Y que junto con su compañero Carlos González impulsó —con la gente del sur de Jalisco— la permanencia del CNI mediante el empeño de reuniones locales de lo que se conoció como la Región Centro-Pacífico del CNI —siempre con una mirada comunitaria y el tejido de saberes en colectivo para establecer una presencia y una defensa, con tal de reivindicar una resistencia ante los ataques que se sufrían en Jalisco, Durango, Nayarit, Michoacán, Colima, Edomex, o hasta el Pacífico oaxaqueño. Y hubo siempre su esfuerzo porque no hubiera nada personalista. Su trabajo siempre quiso ser el de una persona dispuesta a compartir, cooperar e impulsar ese Nosotros, tan en el centro de la propuesta del CNI con la frase “Nunca más un México sin Nosotros”, es decir, nunca más sin ámbitos comunitarios, colectivos (territoriales o no) que tejieran ese Nosotros tan urgente en un mundo de egoísmo, voracidad y “sálvese quien pueda”.
Mi memoria es verla promover y revivir las tradiciones más dignas y respetuosas en Tuxpan, su tierra natal, para reconstituir la fortaleza histórica de lo nahua en la región y en el país, reviviendo ahí las tradiciones de herbolaria, medicina tradicional y partería que les emparentan como mujeres con tantas sabias nahuas en el México profundo.
La memoria de la gente de los poblados de ese sur de Jalisco es todavía mejor.
Ahí hay ejidatarios en resistencia, gente digna y buena, que recuerdan a Marichuy diciendo: “Claro que sabemos quién es ella. Ella era muy joven pero con mucha puntualidad venía a darnos talleres de herbolaria con plantas medicinales locales y medicina tradicional, ya hace muchos años, y siempre fue cuidadosa de nuestros modos y de lo que la gente le compartiera, de lo que las mujeres de nuestra comunidad construyeron con ella en tiempos largos de trabajo”.
Con ese fondo histórico, Marichuy se asoma al templete nacional, sabedora de las trampas y emboscadas que le tienen preparadas. Sabedora también que la gente de los pueblos, más y más, va entendiendo que ella es una ventana, un amplificador, un lente de aumento, para que la vida y anhelos de las comunidades vuelvan a ser visibles.
Esta campaña, si llega a ser electoral, habrá abrevado del proceso anterior de recogimiento, reflexión propia y colectiva, que se va volcando en la apertura de miles y miles de espacios de conversación, diálogo y tal vez decisión, que le urgen a nuestro espejo para volver a mirarnos tal cual somos.
Ramón Vera
Editor, investigador independiente y acompañante de comunidades para la defensa de sus territorios, su soberanía alimentaria y autonomía. Forma parte de equipo Ojarasca.