DESconstrucciones

Fernando Híjar Sánchez

Miles, la improvisación parisina con los ojos bien abiertos

Para José Antonio Mac Gregor,

Miguel Pavía,

la Becky Álvarez del Toro y

Paco Mayorga

DESconstrucciones  (V)

Creo que fue en 1984, después de tomar un exquisito “café especial” en la antigua Cafetería Gabis (que se encontraba por aquel entonces, enfrente de la “desaparecida “ Glorieta de la Plaza Washington de la Colonia Juárez), que caminando me topé sobre la calle de Dinamarca, a media cuadra antes de llegar a Insurgentes, con una “venta de garage” y adquirí tres discos 33 1/3, que representan toda una época de mi vida. Los títulos y artistas son: Rhapsody de Erroll Garner; Greta, de Greta Keller y  Ascenseur pour l’échafaud de Miles Davis. Sobre este último girará la presente DESconstrucción.

   Ascensor para el cadalso  (vale recordar aquí que Francia fue el último país de Europa en suprimir la pena de muerte en 1981 y la guillotina dejó de ser un acto masivo en 1939; en 1977 fue el año del último guillotinado en privado  y  resulta irónico que ahora regrese sin piedad para decapitar, por mandato e ira divinos, a un maestro de secundaria que explicaba a sus alumnos aspectos sobre la libertad de expresión y a una mujer piadosa) es la ópera prima del director francés Louis Malle filmada en París, en 1957. Durante la postproducción, se le encomendó a Miles Davis la  música y muy poco tiempo después del lanzamiento de la película, apareció el disco que contiene su música original (prefiero usar estas palabras a la insípida  sound track o a la pomposa banda sonora, en realidad estos términos tienen significados diferente, ya dedicaré un ensayo de manera exclusiva para tratar este interesante tema); en la portada  aparece la fotografía de la actriz principal: Jeanne Moreau. El disco fue producido por Fontana Récords, en 1958, en formato de 25 centímetros y 33 un tercio de revoluciones por minuto. Quisiera detenerme en cuestiones de calidad sonora y bondades técnicas, pero dejemos las sutilezas para otro momento, tan solo diré que esta hechura para mí fue la ideal para los discos de vinilo,  que se ubica en medio del sencillo o single (17 cm) y el larga duración o long play (30 cm). LD no es sinónimo de resistencia o de durabilidad, lo que significa es que “el tiempo de escucha es más largo” (30 minutos por cara). La foto de la Moreau pertenece a N. E. F., el disco fue hecho (fabrique) en Francia y en la contraportada aparece un breve texto del mismísimo Boris Vian. Antes de entrar de lleno con el fonograma de marras y los hechos que rodearon su grabación, detengámonos un poco  en dos “botones de muestra” del director.

Los amantes, el Lido y ¡Viva María!

   La filmografía de Malle abarca 21 películas y 9 documentales, no he sido un seguidor de su cine (aunque sí me ha “atraído” el tratamiento tan europeo a temas que giran en torno al amor, la sensualidad, el erotismo, la pasión, los celos, el deseo, las relaciones vedadas, los encuentros y desencuentros amorosos) pero si he visto ocho de sus largometrajes de ficción, incluyendo Ascensor para el cadalzo; de sus documentales no podría escribir ya que, confieso, sólo he visto uno sobre Dominique Sanda. Un año después de iniciarse como director, apareció la provocadora Los amantes, con el papel protagónico, de nuevo, a cargo de Jean Moureau, que ya emergía como toda una diva del celuloide, cinta que planteaba la infidelidad y el gozo del amor carnal clandestino; no tardaron los grupos católicos franceses en censurarla y tratar de prohibirla. En 1964, a raíz de su exhibición en Estados Unidos, La Corte Suprema de aquel país la calificó de obscena y provocó un inédito debate de lo que debía entenderse por pornografía y qué no. En Los amantes, el cineasta se decantó por una música clásica: Johannes Brahms, que no embonaba con el tratamiento temático de la cinta. Esta película la vi, a finales de los setenta, en el Cine Lido, después llamado Bella Época y ahora convertido en Centro Cultural que lo integran la Librería Rosario Castellano, la Galería Luis Cardosa y Aragón y un infame cinito de 144 butacas que lo rebautizaron como el original, nada que ver con el espléndido Lido que albergaba a más de mil cinéfilos.

   A Malle, por su narrativa nada convencional y por ejercer su libertad creativa llevada a la pantalla,  sus films fueron tachados de “atrevidos y escandalosos”; he aquí los títulos de sus trabajos que presencié en los momentos que fueron estrenados en La Ciudad de México (nunca me gustó referirme a mi ciudad, tan querida y maldecida, como Distrito Federal): ¡Viva María! (1965); Historias extraordinarias (1968); Soplo en el corazón (1971); Pretty Baby (1978); Atlantic City (1980) y Damage (1992). Todas tienen algo fuerte, poderoso y que enturbian la mente de las buenas conciencias, y bueno, no sólo a estas: el maestrísimo Jorge Ayala Blanco, se refirió a ¡Viva María! como “una completa tontería” y de “falta de gusto”, mientras esta película en Europa, con el paso del tiempo, es considerada de avanzada, feminista, con tintes revolucionarios  y hasta de culto. Louis Malle dijo que no había que considerarla seria y tomarla como lo que era, una comedia. Cuando la vi, yo era un adolescente y la tomé así, como una película medio loca y desbordada, pero en verdad hice lo imposible por verla porque aparecía la BB punto.

  La película y su música

   Malle se basó en la novela negra  de Noel Calef para crear un film noir en esencia francés que se distanciaba del cine negro estadounidense y no sólo eso, además esbozaba los elementos (en  Ascensor para el cadalso están presentes los personajes, la fotografía, las formas y el tratamiento que  la caracterizan) de la corriente cinematográfica francesa llamada la novelle vague o nueva ola (Godard, Truffaut y otros). Malle nunca fue considerado como integrante de la misma y él mismo no aceptó ser parte de esta vanguardia su línea fílmica está fuera de catalogaciones, optó por un derrotero único y muy personal (como Vadim y Lelouch) al grado de ser considerado uno de los grandes del cine europeo de la posguerra.

   En los años cincuenta Europa, y en especial Francia, vivía un gran momento de aceptación y reconocimiento (a diferencia de Estados Unidos, donde el racismo y la prohibición se manifestaba ferozmente de manera cotidiana) hacia los músicos afroestadounidenses; se les veía como una especie de semi-dioses y al jazz una música exquisita (en el sentido de calidad y refinada) y a la vez vanguardista, liberadora, llena de imágenes y lenguajes novedosos, muchas veces poco comprensibles, pero que cautivaban y seducían a las y los parisinos.

   En este ambiente, en esta sin igual atmósfera cultural , se encontró Miles al llegar por primera ocasión a Europa. Antes de Miles, el  brillante baterista Kenny Clark, había asentado sus reales en París y a inicios de los sesenta y parte de los setenta el mítico saxofonista Dexter Gordon vivió 14 años en París y Copenhague. Dexter afirmaba que Europa era un lugar más acogedor y tranquilo para vivir, donde había mucho menos racismo y existía un verdadero respeto para el jazz y sus músicos. Si bien Miles no vivió de manera permanente en París, desde 1949 hasta finales de los ochenta se presentó en varios festivales de jazz, realizó conciertos y tocó en espacios dedicados a esta música, justo en uno de ellos, en el Club SaintGermain, se encontraba cubriendo una temporada en 1957 cuando se le propuso realizar la música para la película de Malle. En un primer momento el director había optado por música sinfónica, orquestal o clásica, como usted quiera llamarle, para “acompañar “ las escenas (incluso el montaje estaba casi finalizado), pero el principal asistente de dirección, Francois Leterrier, amante del jazz (otros fuentes plantean que fue Jean Paul Rappenau, otro joven director emergente el que tuvo esta idea), convenció a Malle para que Miles llevara el sonido de su trompeta a la pantalla. Con este giro musical crearon un concepto,  estoy seguro que ni ellos lograron percibir el alcance de esta decisión, radicalmente diferente en cuanto a envolver la imagen con una música de avanzada e imprimirle una contundente visión dramática al cine. Una de las personas que influyó también en esta decisión fue la bella cantante Juliette Gréco (a diferencia de Edith Piaf que representa  la esencia y el espíritu de la canción francesa, la Gréco modernizó y llevó a otro nivel la canción abriéndola así a un abanico de posibilidades interpretativas) que conocía bien a Malle y mantenía un romance apasionado con el trompetista de la sordina que emanaba sonidos que nadie pudo imaginar.

   Miles conoció a la Gréco  desde su primer arribo a París y ella lo introdujo a los círculos de intelectuales y artistas  (los existencialistas veían en ella una fuente de inspiración, una inquietante musa) que frecuentaban Boris Vian, Simón de Beauvoir, Jean Paul Sartre, Picasso, entre otros. Miles a lo largo de su vida entabló relaciones conflictivas con sus parejas, pero con la francesa el vínculo que los unió fue muy distinto, según testimonios del propio jazzista aparecidos en Miles, la autobiografía, que salió a la luz en 1990, Sartre le preguntó el porqué no se casaba con Juliette, a lo que contestó : porque la amo mucho, demasiado para hacerla infeliz, ella falleció en septiembre pasado, a los 93 años.

   El día 4 de diciembre de 1957, alrededor de las once de la noche, inició  en el Estudio Poste de París la histórica grabación; fueron 9 horas continuas de improvisación, pero a diferencia de otras sesiones de estudio y presentaciones en vivo, donde Miles se sumergía en una profunda introspección cerrando los ojos y en ocasiones dando la espalda al público, en esta inesperada improvisación mantuvo “los ojos bien abiertos” mirando las escenas de la película, ya que él y los músicos que lo acompañaron ( Kenny Clark había conformado un estupendo cuarteto, con músicos franceses, mismos que serían sus cómplice en esta experiencia-aventura- fílmica-musical) estaban literalmente pegados a la aparición de las imágenes que transcurrían una tras otra del proyector y hacían brotar  la “música espontánea “ (crearon esta singular propuesta sin partituras, unos días anteriores  Miles miró la película en su cuarto de hotel  y esbozó “un par de notas” que de seguro desechó al estar ya metido en pleno proceso de creación al empaparse de las escenas previamente seleccionadas y que requerían de musicalización ) que marcó un hito en la cinematografía mundial y devino en una leyenda, fuera de serie, que enriqueció los anales de la historia del jazz. En el estudio se encontraban los técnicos, Malle, Jeanne Moureau, Boris Vian (que plasmó en un pequeño texto la trascendencia del suceso artístico) y Marcel Romano, productor y gerente del sello fonográfico Fontana.

   La música de Ascensor para el cadalso logró convertirse en un personaje que trasciende las imágenes, con presencia y diálogos propios, no es un elemento más del film, ni una música que acompaña, ni un personaje secundario, al contrario, la trompeta de Miles crea un vínculo con la noche, con las calles frías y lluviosas parisinas (sus bares, hoteles y cafés), con los estados de ánimo de los personajes, en especial con el histrionismo a flor de piel de la Moureau. No se puede concebir el film sin la música de Miles y viceversa, ya que esta propuesta dio pie a toda una visión diferente de afrontar y ensamblar el dilema entre sonido e imagen. A su vez, esta inusitada conjunción de elementos que hicieron posible su realización, no fue el producto de voluntades individuales, sino de una coyuntura social y cultural que permitió que Miles y Malle unieran sus dotes artísticas. El momento exigía que esto sucediera, no fue fortuito, ni pensado, y mucho menos producto de una ocurrencia insólita.

   Conforme pasa el tiempo esta creación musical va adquiriendo una valoración mayor en la amplia y diversa  discografía de Miles. Es importante resaltar aquí que han sido los críticos y periodistas europeos los que han escrito y ubicado en su justa dimensión este célebre trabajo jazzístico, en comparación con los estadounidenses que por lo regular la han menospreciado e incluso olvidado. Mucho se ha escrito sobre Miles, entre las múltiples aristas de su obra, se ha manejado que su sonido está cargado de soledad, resignación, dolor, luto e incluso se ha escrito sobre su faceta dark, dirían en estos tiempos que corren. Nada más alejado de la realidad (y lo he constatado ahora que de nuevo escucho la música de la película), en Miles encontramos sentimientos muy profundos que se relacionan con la ausencia, la pena, la lejanía, la añoranza, la pérdida (de algo o de alguien), es decir, su sonoridad está impregnada de cierta tristeza, de una vaga nostalgia (no de melancolía depresiva) y para nada de una obscuridad  impenetrable, pero si, como un enigma a descifrar.

Jazz en Tuxtla, las tertulias de los Pavía, Narimbo y la innovación…

  Hace unos meses volví a escuchar la música de Ascensor para el cadalso y de nuevo experimenté esa sensación de innovación, pasión, nostalgia y lejanía que le imprime Miles. La primera vez que me enfrenté a esta inusitada creación sonora fue a finales de los sesenta en el programa radiofónico Panorama del jazz (que inició sus transmisiones en 1959 bajo el cobijo de Radio Universidad y por iniciativa del nebuloso e inclasificable Juan López Moctezuma) que es considerado el más antiguo de la radio en México y que en la actualidad lo conduce el destacado músico y compositor Roberto Aymes, en Panorama del Jazz han circulado varias personalidades del ambiente jazzístico, entre ellos, el conocedor y siempre acertado en sus comentarios Germán Palomares Oviedo.

   En Tuxtla Gutiérrez, en los últimos años, he frecuentado las veladas, tertulias, interminables partidas de dominó e intensos “jam session” de jazzistas chiapanecos y de otros “lares” (ahora interrumpidas por la inesperada pandemia) en la casa de Miguel Pavía y de la Becky Álvarez del Toro, espléndidos anfitriones y conocedores y apasionados del rock y del jazz. Justo en el estudio de Miguel, rodeados de instrumentos musicales (un piano, batería, saxofón y una extraordinaria marimba de concierto) y de una infinidad de libros y discos escuchamos en una tornamesa, muy cuidadita y bien “aceitadita”, mi disco de Miles. Aquí es menester decir que el maestro Pavía, aparte de músico y psicólogo, es un prominente promotor cultural, fue uno de los iniciadores de lo que ahora es La Facultad de Jazz y Música Popular de Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Desde hace un poco más de dos décadas todo un equipo de académicos, músicos y verdaderos funcionarios comprometidos han cimentado una institución musical que goza de un gran reconocimiento a nivel nacional e internacional. A Miguel lo conocí cuando yo era responsable del  Programa Nacional de Música de la DGCP y  producimos conjuntamente  el primer disco del grupo Narimbo (que tiene como eje la Marimba y ha logrado  insertar de manera sorprendente este instrumento con el jazz, creando atmósferas musicales vanguardistas) que dirige el maestrísimo Israel Moreno acompañado por sobresalientes músicos conocedores de los diversos géneros populares,  gracias a esto, han logrado construir acertadas innovaciones y no simples “adendums sonoros” como lo han hecho la mayoría de las agrupaciones que se jactan de realizar fusiones. Este término fusión, tan manoseado y mal usado,  al igual que world music y música étnica han perdido todo significado y relevancia y sorprende que en la actualidad todavía hay despistados que los siguen  utilizando de manera equívoca. Hace más de 30 años platiqué con Gilberto Gutiérrez, del grupo Mono Blanco, y coincidimos que para lograr verdaderas fusiones, se deben conocer a fondo las diversas músicas que se usen para que sea creíble e innovadora la propuesta, de lo contrario sólo se engendra “una mezcolanza sin ton ni son” y un “merequetengue de sonidos confusos y malogrados”. Una fusión no es el resultado de un acto o afán personal, si no que es el producto de un proceso cultural enmarcado en un contexto histórico musical y tienen que conjugarse ciertos elementos para que perdure y logre enraizarse en el gusto popular, es decir, sólo el tiempo y la aceptación la definirán, al no ser así la propuesta se quedará en una “mera experimentación” o en una “efímera genialidad” y pasará al olvido de manera inexorable.

Más allá de la nostalgia

   Esta DESconstrucción la decidí escribir por la última vez que escuché el disco de la improvisación parisina de Miles en casa de los Pavía y por lo que a continuación relataré. Hace alrededor dos meses pasé por donde se ubicaba el Gabis, en una de las esquinas de las calles de Dinamarca y Londres, lo que ahora se conoce como La Plaza Washington. Así se le nombra porque ahí estaba la pequeña glorieta en cuyo centro se erigía una estatua del general del mismo nombre y considerado padre de la patria de Estados Unidos, pero también eminente propietario de esclavos, llegó a poseer cerca de 400 en sus plantaciones. A finales  de los setenta la estatua fue trasladada a Chapultepec y con el pretexto de mejorar la viabilidad desaparecieron la Glorieta, aún permanece el trazo original, al igual que decenas de ellas borradas por la “modernidad hankiana “ y  que modificaron de manera irreparable el paisaje urbano de nuestra amada ciudad (a Carlos Hank González, Jefe de Gobierno del Distrito Federal entre 1976-1982, la “vox populi” de la urbe lo apodó “Gengis Hank”, porque durante su gestión, por la construcción de sus ejes viales, la ciudad sufrió la mayor devastación y destrucción que se tenga memoria en la historia reciente). En 1991 la cafetería fue cerrada y la cambiaron a tan sólo dos cuadras de ahí, a partir de entonces todo se vino al carajo, se perdió ese ambiente que la hacía única e irrepetible, se esfumó la magia y ese halo que la  volvía inasible y casi divina, no hay ni habrá ningún otro espacio de reunión como el que representaba este “oráculo cafeteril” así le decía un querido  poeta subterráneo (perdido en el tiempo y alejado del mundanal ruido) que la frecuentaba. Por el Café Gabis, transitaron todo tipo de personajes para nada comunes, todos y todas con un dejo de locura, extravagancia, genialidad y también de frustración y recelo, algunos cargados de complejos y altanería, otros nobles y transparentes, algunos otros orgullosos y siniestros: músicos y compositores de música romántica, jazz, sinfónica, rock; periodistas, caricaturistas y moneros; teatreros, actrices y actores de primera, segunda y hasta de quinta; escritores y poetas (algunos consagrados y otros verdaderos undergrounds) ; editores, impresores y periodistas; galeristas y  aprendices de mercaderes; golfos y golfas;  investigadores y académicos del CENIDIM; promotores culturales(en ese tiempo no existía el término de gestores de la cultura); gitanos andaluces; uno que otro funcionario cultural; luchadores profesionales (no de la confrontación política, sino los de “a deveras”, los del  ring) cantantes, curiosos o simples habitúes que disfrutaban del café y de observar a estos personajes “sui generis”. Había dos mujeres: una de ellas que pasaba a diario por el Gabis, pero que no entraba,  era Pita Amor (con su bastón, maldiciendo a todo mundo, y una gran flor al lado de sus “pechos privilegiados” que, en su juventud y adultez temprana, volvían locos a más de 100, ella vivía en Los Apartamentos Washington, pero el final de su vida la pasó en las privadas El Buen Tono ubicadas sobre Bucareri; la otra, era La princesa de la Plaza Washington, joven mujer que inhalaba cemento todo el día y que estaba horas clavada, mirando desde la calle, a través de los grandes cristales, a los cafeinómanos y demás personajes.

   Retomando la línea de esta especie de epílogo, es decir, el hilo conductor (mentado término que utilizaron freudianos-lacanianos y autores marxistas de los sesenta y setenta para darle coherencia e historia a un discurso) al pasar por la Plaza, decidí sentarme en una de las bancas y las escenas que viví en ese lugar me llegaban a la mente de manera brusca e incontrolable, entonces de súbito me levanté y seguí mi camino por Dinamarca hacia Insurgentes, una cuadra después, constaté que la casa en donde había adquirido el disco de Miles ya no existía, en su lugar estaba un estacionamiento y unos cuantos metros más adelante el restaurante bar Noche y Día (lugar donde reparábamos los trasnochados) estaba en ruinas, a punto de ser  demolido, de nuevo me detuve y sentí que me faltaba la respiración, continué mi camino, en la esquina, un horroroso y venenoso McDonald’s aparecía ante mis ojos (Vips antes y ahora  Oxxos y similares, surgían como cánceres descontrolados en espacios en donde antes existían edificaciones con historia y memoria) , y me cuestioné: ¿Cómo es posible que hayamos permitido tal degradación? Ojalá hubiéramos tenido aquí un maravilloso Toledo que hubiera encabezado una lucha contra la devastación urbana, bien decía Gabriel Macotela que si en cada ciudad existiera un artista-activista-promotor de la talla de Toledo “México sería otro”, y si, muchos tesoros arquitectónicos estarían de pie.

Mi cabeza giraba como trompo, seguí avanzando, al llegar a Insurgentes doblé a la derecha y me encontré con el Jardín Jesús Reyes Heroles (político priísta, liberal comprometido,  académico y jurista. Entre dos de sus principales logros, resultado de la presión y movilización de los obreros, campesinos, estudiantes y del movimiento popular, están: la Reforma Política de 1977, que otorgó, entre otras organizaciones, el registro al Partido Comunista Mexicano; y la Ley de Amnistía dirigida a los miembros de organizaciones armadas. Don Jesús, como algunos le decían, era un bebedor gozoso y consecuente), espacio abandonado, sucio, inmundo y descuidado, ahora cercado, convertido en refugio donde viven y pernoctan los “olvidados”, los “malvivientes”, “los abandonados de la mano de Dios”, la derecha exterminadora los percibe como la escoria de la sociedad; las categorías sociológicas y antropológicas como “situación de calle” o los “sin techo” no alcanzan a dimensionar este drama social. Aquí en este mismo lugar se levantaba imponente y desafiante el Hotel Continental Hilton (uno de los símbolos del Milagro Económico y del Desarrollo Estabilizador de México cuyo período abarcó de 1954 a 1970) en las marchas políticas de los años setenta y ochenta las multitudes al pasar enfrente del Continental gritaban “ese hotel será hospital” (consigna infantil e inviable) ahora ni existe el hotel, ni se transformó en hospital (al igual que muchas edificaciones  seriamente golpeadas por el sismo del 85, las ruinas  de este hotel fueron dinamitadas un año después, uno de los últimos ejemplos de esta etapa “de esplendor” fue borrado del mapa de manera implacable), me veía caminando con compañeras y compañeros (a varios de ellos y ellas les perdí la pista hace algunos lustros, ignoro que será de sus vidas, sé de un puñado que ya no se encuentra en este Valle de lágrimas “revueltiano”) en aquellas manifestaciones de la izquierda y me di cuenta que habían pasado décadas  desde entonces, lo que empecé a sentir no era nostalgia, ni nada que se le parezca, sino un vacío que roía lo más profundo de mis entrañas. Ni la música de Miles, ni ninguna otra podía reflejar este momento de desasosiego que se iba apoderando de mi persona. Cerca, muy cerca, se encontraban vagabundos enloquecidos, teporochos envejecidos a punto de desmoronarse, muchos jóvenes y niños y niñas consumiendo drogas embrutecedoras y mortales, seres casi fantasmales. La gente (sin rostro, sin expresiones, muchos huyendo del contacto con el prójimo) pasaba con el cubrebocas puesto cada vez más generalizado y necesario pero perturbador y que también desmerece a la humanidad en más de un sentido. Desde hacía  mucho tiempo no sentía la presencia de la no música.

Fernando Híjar Sánchez

Promotor cultural, productor musical e investigador independiente. Uno de sus más sobresalientes fonogramas: Lienzos de viento (músicos zoques y mames en diálogo con Horacio Franco) obtuvo el Premio Patrimonio Musical de México, INAH 2012.

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