Palabras sin reposo

Beatriz Zalce

“Los Colores de la Memoria”

Foto: Notimex

La exposición “Los Colores de la Memoria: Pinturas, dibujos y fotografías de René Villanueva” se inauguró en días pasados en el Museo Nacional de Culturas Populares, en Coyoacán.

Los colores nos hablan de René Villanueva (1933-2001) y él se expresaba a través de ellos. Lo han acompañado desde su principio, desde aquel 5 de mayo cuando nació en Oaxaca, hace apenas 85 años. Lo deslumbraban cuando su padre le dibujaba a los personajes de las canciones de Cricri que adornaban unas cajas de cerillos. Lo fascinaban cuando se los comía en forma de gelatinas o de mangos o convertidos en mole negro, amarillo, coloradito, verde.

Como todos los niños, a René le gustaba dibujar. Uno de sus primeros dibujos fue una locomotora. Su padre le vio aptitudes y le dijo: “Algún día te voy a mandar a la Academia a estudiar ‘Desnudo’. Y al niño le dio miedo que lo fueran a mandar en cueros a clases. Sin embargo, las primeras lecciones de color las recibió de las artesanas y bordadoras de su tierra: René descubrió que los amarillos pegan de gritos, que los rojos vivos se administran en dosis homeopáticas, en cambio los quemados mitigan las penas, que una línea verde se vuelve camino, halo, y que el azul es eterno infinito.

Desde chico fue melómano: le cantaba las canciones de Cricri a su abuelita, chaperoneaba a su hermana a los conciertos en Bellas Artes; adolescente, se volvió “ratón de sinfónica”. Tarareaba completitos los Conciertos de Brandemburgo de Bach. Pero fueron los colores quienes lo encaminaron a la música, a la otra música, a nuestra música. En 1963 viajó a Perú para recorrer sus zonas arqueológicas. En el mercado de Cuzco, le pidió a un indígena de recias facciones incaicas que posara para un retrato. El hombre se puso a tocar la quena y a René la música le llenó el alma de luz.

Regresó a México cargado de discos de música andina, flautas, quenas y rondadores. Se encerraba horas y horas a practicar buscando los sonidos de la cordillera, los silencios del agua que se deshiela para volverse río y del cóndor que pasa, majestuoso, por los cielos. A la par que trabajaba como ingeniero químico y estudiaba Estética con Don Adolfo Sánchez Vázquez, Justino Fernández e Ida Rodríguez, tomaba clases de pintura con Santos Balmori y Raúl Anguiano. Un día éste le dijo: “Lo voy a llevar a un lugar donde tocan la música que usted silba mientras dibuja”.

Así llegó René al Chez Negro, un café que tenía Salvador, el Negro, Ojeda en la Colonia del Valle y en donde se reunían a tocar quienes en 1966 decidieron llamarse Los Folkloristas para dar su primer concierto. Hoy, el grupo acaba de cumplir 52 años. Es leyenda viva. René fue co-fundador e integrante de “Los Folkloristas” con quienes dio más de 3,000 conciertos en México, Estados Unidos, Europa y Centro y Suramérica.

La muestra “Los Colores de la Memoria” está integrada por trece obras plásticas y doce fotografías. El criterio curatorial fue muy simple: mostrar a René, hacer su retrato a través de su trabajo como artista plástico, revelar facetas poco conocidas y algunas inéditas. Una sola aspiración: compartir. Compartir las pasiones de René a través de los colores. Recordarlo. Abrazarlo. Festejarle sus 85 años.

A principios de los años 60, René y unos amigos tenían un estudio en contra esquina del Panteón Francés de la Piedad. Pintaban, oían música clásica y folklórica y montaban exposiciones a las que asistían familiares, modelos y musas (la distinción era importante). Entre los egregios asistían el director de orquesta Luis Herrera de la Fuente y el crítico de arte Justino Fernández.

René admiraba profundamente la obra de José Clemente Orozco. Los murales de San Ildelfonso lo habían acompañado en su etapa de preparatoriano. El Hospicio Cabañas no tenía secretos para él. Un día, a partir de un sueño, más bien de una pesadilla, René empezó a trabajar una serie de dibujos a los que llamó “Las Fuerzas Brutas”: Hombres jóvenes, de cuerpo atlético, que carecían de cabeza y, en su lugar, tenían una mano, una mano para golpear, para empuñar un garrote, para empujar a un joven al abismo, para echar los libros a la hoguera, para destruir ciudades, para no dejar piedra sobre piedra y convertir a la especie humana en un montón de cráneos que se tiran a la fosa común, al basurero de la historia. Un modelo de Orozco posó para René.

Cuando Don Justino Fernández vio “Las Fuerzas Brutas”, sólo tuvo un reproche para el “joven Villanueva”: “¡Cómo se atreve a firmar una obra de este tamaño, una obra monumental con el nombre de René! Eso es infantilismo o exceso de narcisismo. Firme como Dios manda”.

Treinta años después, cuando René le mostró a mi padre los 19 dibujos que integran la serie (en la exposición sólo se muestran seis), éste lo miró con otros ojos. Admiraba al músico, a invitación de René iba a todos los conciertos que daban Los Folkloristas en Morelia, pero le ponía peros. No muy le gustaba de yerno. “Las Fuerzas Brutas” fueron el salvoconducto para entrar en el corazón de Zalce y ser invitados a su casa estudio en Morelia: “para que René tenga tiempo de pintar y hacer grabado y tú (refiriéndose a mí) te sientes a escribir”.

Por supuesto la música está presente en la pintura de René. No podía ser de otro modo. ¿Cómo no pintar partituras en el cuerpo de una mujer dormida, cómo no plasmar la pasión del canto huasteco o el sonido de una flauta convirtiéndose en constelación, una cascada vuelta arpa jarocha?

Bien dijo Armando Chacha, Director de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas quien además es músico de los nuestros y antropólogo, al inaugurar la exposición que “es el aletear de un pájaro en el corazón”. Armando, a quien muchos llaman también por su otro nombre, Jacinto, es el autor intelectual de esta iniciativa, es quien brindó todos los apoyos, quien facilitó todo y acompañó amigamente.

A Matyeli García se le debe que la exposición incluya fotografías. Ella me animó, me hizo sacar de un closet (literalmente) las cajas de metal y de madera que guardan cientos y cientos de transparencias: un caleidoscopio de imágenes, de recuerdos, unos en blanco y negro, otros se han vuelto trágicamente sepia y los más han conservado intactos sus colores. Gracias a Matyeli la selección fotográfica se volvió un viaje por Perú, Ecuador, Bolivia, una revisión de los afectos de René.

La selección incluye fotos que le han tomado a René. Mi preferida es una que le tomó Pepe Ávila en 1971 durante un viaje a Perú. Durante el conversatorio que acompañó la inauguración, Pepe contó cómo la música se volvió la llave maestra para brindarles hospedaje, a él y a René, en el hotel que está en la zona de Macchu Picchu. Gracias a Pepe la exposición se acompaña con música de Los Folkloristas. Tenuemente suenan los acordes de Tierra Mestiza, El cóndor pasa, La petenera, La vasija de barro, Adiós pueblo de Ayacucho y varias más.

Cuando el pintor, grabador, ilustrador, muralista y sobretodo hermano por elección del corazón y muchos azares del destino, Mauricio Gómez Morin, supo del proyecto de exposición de inmediato ofreció hacerse cargo de los gráficos, de todos los gráficos: la invitación, el diseño de textos para la sala, mamparas y baners.

Uno de los dibujos de “Las Fuerzas Brutas” coincide perfectamente con un poema suyo que ahora forma parte de la muestra. He aquí el principio, sólo el principio: “Quizá sea cierto / que queramos incendiarlo todo / no dejar piedra sobre piedra / ninguna virginidad poética a salvo…”. Mauricio cuidó todos los detalles, hizo guiños que sólo los entendidos descifran.

El equipo del Museo de Culturas Populares, encabezado por su director Rodolfo Rodríguez Castañeda, trabajó con entusiasmo y profesionalismo. Marco Polo Juárez se pulió con la museografía, acomodó unas fotografías de tal modo que volvieron a contar una historia que él no conocía pero que las imágenes se empeñaron en compartir.

Los Colores de la Memoria” permanecerá abierta hasta el 10 de junio en el Museo de Culturas Populares en Coyoacán. *** *** ***

René murió con la serenidad de quien ha cumplido su faena, oyendo los Conciertos de Bradenburgo de Bach. Está sembrado en nuestros corazones. Flores y cantos lo acompañan eternamente.

Beatriz Zalce

Premio Nacional de Periodismo por su labor cultural en Desinformémonos. Catedrática de la Escuela de Periodismo Carlos Septién y de la Facultad de Estudios Superiores de la UNAM.

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