“Lo tradicional se adapta a lo insólito”, para que las comunidades se defiendan de la pandemia
Conforme avanza la pandemia, los pueblos, ante una situación insólita, adaptan su socialidad tradicional para corresponder a la complejidad del momento. Casi nadie lo mira.
Sí existe la preocupación por que no pasen hambre, pero siempre desde una postura condescendiente y paternalista, sin entender todo lo que se activa desde el lado de las comunidades. Lo cubrió Hermann Bellinghausen desde hace unas semanas: “En medio de constantes malas noticias y cifras aterradoras por la pandemia del Covid 19, surgen experiencias razonablemente esperanzadoras, donde la organización comunitaria y la autonomía alimentaria, en medio de la privación y la distancia, mantienen a raya la propagación del virus. Es el caso de las comunidades nahuas, otomíes y tenek de la sierra norte de Veracruz y la Huasteca, en una zona donde también confluyen los estados de Hidalgo y Puebla. Desde Radio Huaya, en Huayacocotla, habla con La Jornada Alfredo Zepeda, sacerdote católico y comunicador que ha vivido cuatro décadas en la región, y mantiene contacto directo con los migrantes indígenas en Nueva York. Ante la ausencia de atención real por parte de las instituciones, las comunidades se han cerrado de manera drástica y prácticamente no se han diagnosticado infecciones por coronavirus. No pueden confiar. Según Zepeda, el papel de los agentes municipales (en Hidalgo se les llama delegados) ha sido fundamental en el actual control interno de los pueblos. Cerrar los caminos es un reflejo nato, una autonomía que no se pregunta, y mantiene a la región en fase 1 de la pandemia. Un agente de Pericón, Veracruz, lo ponía así: Cerramos el pueblo porque, ¿qué tal si llega el virus? Sabe que no tendrían cómo enfrentar la enfermedad: No hay casos todavía. Hay que seguir así, que no nos llegue la fase 2. […] Estamos viendo cómo lo tradicional se adapta a lo insólito. Eso han hecho siempre los pueblos originarios, apunta. Están igual que cuando no había carreteras, saben cómo es vivir aislados. Me admira su capacidad de subsistencia en el límite. Y si la cosecha pasada hubiera sido buena, se reirían del hambre. […] Zepeda refiere que por ahora las comunidades, en su mayoría pequeñas, se han reportado con suficiente maíz, frijol, quelites, chayote y otros productos para las próximas semanas. Pero la escasez está anunciada, lamenta. El año pasado la sequía fue cruel. Por eso la Organización Otomí solicitó, en una carta formal al gobierno, maíz suficiente, y de calidad (les han traído uno muy malo), a mitad de precio, lo que también ayudaría para contraponerse a la especulación.”
Citamos en extenso a Hermann, y la experiencia de la Sierra Norte de Veracruz (este enclave de confianza y cariño entre comunidades que se ha ido implicando con ayuda de Radio Huayacocotla), porque esta experiencia puede resumir lo que tal vez es una actitud generalizada entre las comunidades del continente, y claro, no significa que puedan llevarla adelante con la presteza y la claridad que quisieran. Como bien dicen: “si la cosecha hubiera sido buena el año pasado, se reirían del hambre”.
Y es fácil, pero problemático generalizar, pero en nuestro recuento sumado de muchas de las comunidades amigas que van impulsando un modo común en la Red en Defensa del Maíz, el relato de cada comunidad u organización de la Red enriquece este panorama.
Por lo pronto Alfredo Zepeda completa lo narrado por Hermann y agrega: “los otomíes de Texcatepec, los nahuatl de Ilamatlán y los tepehuas de Tlachichilco en la Sierra Norte de Veracruz reviven en la memoria los años en que no había brechas para salir de la comunidad. Están tranquilos con el acuerdo comunitario de quedarse allí, si no es por urgencia. Pusieron filtros en las entradas y salidas de cada comunidad. Si alguien llega de Monterrey o Pachuca se ha de meter en la casa de sus familias, apartado hasta que se vea que no viene enfermo. Y por teléfono recomiendan que mejor no vengan para no meter peligro en una región donde el sistema de salud está desmantelado. Éste es el tiempo de rozar y preparan la tierra para sembrar a fin de mayo y junio. Y se intensificó el trabajo con sana distancia de parcela a parcela. Los estudiantes, libres de escuela, sin haberlo programado se incorporan también a la escuela de la milpa con el sistema de mano vuelta bajo la dirección de los mayores, a tiempo para aprender el trabajo de sembrar y cultivar el propio alimento y el de la comunidad. La milpa en estas sierras alberga más de 20 quelites, frutas y hortalizas. Sólo dejan entrar a un comerciante a la semana para comprar cebollas y jitomates, mientras crecen los cebollines y los tomatillos entre las cañas de maíz para julio. En la fiesta de la virgen de Fátima de El Naranjal (Alaxcoatitla en nahuat), no hubo misa ni jaripeo ni campeonato de fut, pero la banda de viento le llevó su ofrenda de música toda la tarde a la santita. Mañana es la fiesta de San Isidro el Labrador, el Mephihäí en otomí. Habrá una procesión para cumplir el compromiso con el santo patrono, luego la ofrenda de las ceras en el altar de siete mesas de la capilla y un discreto convivio con itacate de cooperación de toda la comunidad. Los mayordomos trasladan su encomienda para el año que viene”.
En la Sierra Norte de Oaxaca, la llamada Sierra Juárez, Guelatao, al igual que otros 203 municipios de la entidad, fueron declarados absolutamente limpios de Covid-19 y se les concedió la posibilidad de abrir por completo, pero la gente no está aceptando la apertura. El gobierno les nombra “municipios de la esperanza”.
Como no se acepta la apertura, la Unión de Organizaciones de la Sierra Juárez de Oaxaca, Unosjo, realizó una cápsula radiofónica, donde le anuncian al mundo la postura de Guelatao y de toda la organización. Y dicen: “Los gobiernos de México y de Oaxaca han dictado medidas para que los municipios vuelvan a la llamada ‘nueva normalidad’ en el momento más crítico de la pandemia de Covid-19; en respuesta, muchas comunidades oaxaqueñas se preparan para continuar con el aislamiento.
“En Oaxaca podemos decir que hay dos factores importantes que permitieron que no proliferara el virus. Por un lado, las condiciones de aislamiento de muchas comunidades; pero más importante aún ha sido la organización comunitaria para controlar el acceso de personas a su interior.
“Si bien no todas las comunidades siguieron el mismo camino, la mayoría se ha hecho responsable de su propio cuidado instalando filtros sanitarios, siendo ésta la causa de que en Oaxaca haya tantos de los bautizados como ‘municipios de la esperanza’. Pero ¿de qué ‘nueva normalidad’ están hablando los gobiernos? El sistema de salud de Oaxaca está prácticamente desmantelado: si algo ha manifestado el personal de los hospitales y clínicas durante los últimos años es la falta de medicamentos y equipos; el caso más triste lo vemos ahora en Tamazulapam-Mixe, cuyo personal se encuentra aislado u hospitalizado por haberse contagiado de Covid-19. Tampoco podemos olvidar el montaje del gobierno de Murat cuando pretendió que se inaugurara el hospital de Tlaxiaco con equipo rentado solo para la foto. La vieja normalidad sigue vigente y eso es un riesgo que las comunidades no quieren correr.
“Lo que realmente pretenden los gobiernos es reiniciar las actividades económicas; pero no las que pudieran permitir que la gente sobreviva, sino las que favorecen a las grandes compañías, como a Hermes propiedad de la dinastía del profesor Hank González, quien fuera líder del grupo ‘Atracomulco’ y fungiera como Secretario de Agricultura en el Sexenio de Salinas, desde donde promovió la privatización y empobrecimiento del campo mexicano. Les urge continuar las obras de infraestructura para transitar mercancías de China al este de los Estados Unidos y viceversa, aunque AMLO haya decretado formalmente el fin del neoliberalismo en México; así como reactivar la denominada actividad esencial de la minería, cuando en realidad ésta es una industria letal para los oaxaqueños”.
Unosjo termina su comunicado diciendo: “la Unión de Organizaciones de la Sierra Juárez Oaxaca hace un enérgico llamado a los gobiernos estatal y federal para que garanticen el derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación, incluido el derecho a estar o permanecer en aislamiento; se abstengan de seguir promoviendo en México el modelo de desarrollo extractivista y de servidumbre de paso, que es el responsable estructural de generar la pandemia que hoy vivimos en el planeta; se garantice la salud y seguridad social de los pueblos, frente a la privatización del sistema sanitario promovido por el modelo neoliberal; y se garantice a los campesinos los apoyos necesarios para que se arraiguen en sus comunidades y recuperen la producción de autosuficiencia, así como el comercio local de excedentes, como un primer paso para alcanzar la soberanía alimentaria”.
Podrían empatarse la Huasteca o Sierra Norte de Veracruz con la Sierra Juárez de Oaxaca en que la gente ya entendió que por la sequía del año anterior va a faltar alimento. El año pasado tanto en la Huasteca como en la Sierra Juárez las cosechas se perdieron en gran medida y no hay suficiente maíz, como en otros años. Por esa razón en Guelatao, dice Gabriela Linares “compramos maíz en las comunidades de la parte baja de la Sierra que tienen excedentes, para entregarlo a las comunidades de la parte alta que pudieran tener déficit. Poco antes de que se cerraran las comunidades estuvimos promoviendo la siembra de huertas escolares, para pensar cómo ir preparando el ahorro para lo que viene. En la escuela de Jaltianguis que es donde llevamos más tiempo trabajando con niños y maestras, los niños ya tienen sus propias semillas y le han enseñado a sus papás a hacer sus huertos (bueno, así lo ven ellos, porque se llevan las plantitas que sobran en el huerto escolar y las siembran en su casa con sus papás)”.
Alfredo Zepeda completa hablando de la zona de Huayacocotla: “Es lo mismo en la sierra norte y la huasteca. Las comunidades están exigiendo a Diconsa maíz suficiente y de calidad por la escasez a causa de la sequía del año pasado, pero en la parte baja. Y las comunidades están compartiendo excedentes entre ellas.
Unosjo ha organizado “estrategias para la enseñanza comunitaria” los últimos diez año. Al final de cada taller se elabora una línea temática y hay una sobre el maíz, otra sobre la soberanía alimentaria y una sobre el huerto escolar”. Y completa Gabriela Linares: “estamos empujando en los mercaditos locales para vender nuestros excedentes y entre las mujeres vamos impulsando siembras de traspatio. Estamos comprando y vendiendo nuestro maíz nativo en las micro-regiones para que podamos compartirles semillas a la gente que ya no tiene en su zona. Esto seguro que hará que la siguiente cosecha sea muy buena y que la más gente posible siembre. Reforzamos las siembras de más tiempo como la milpa, con nuestras siembras de corto plazo en nuestras huertas”.
Para la gente de Desarrollo Económico y Social de los Mexicanos Indígenas (Desmi), que trabaja en varias regiones de Chiapas, tanto en los Altos como en la Selva, quienes laboran insisten que hay una fuerte promoción por la soberanía alimentaria y ya se preparan las comunidades para sembrar al fin de mayo, con las primeras grandes lluvias. Dicen que el año será bueno y que esperan guardar todo el maíz posible. Rigoverto Albores ejemplifica: “estamos decididos a no venderle este año a los coyotes como a veces hace la gente; tenemos que guardar lo más posible. Sabemos que los coyotes ganarían mucho comprando muy barato y luego vendiendo caro cuando la comida comience a escasear y arrecie el hambre, por eso no los vamos a dejar hacer lo mismo este año”. Eugenia Vigil, también de Desmi, nos cuenta que en Candelaria El Alto, las mujeres decidieron poner una tienda de productos básicos. Antes no había ninguna tienda ahí pero ahora la tienda permitirá tener un cierre más estricto”.
Faustino Domínguez, también de Desmi, completa el cuadro chiapaneco: además del cierre total de la zona zapatista la gente de diversas comunidades está reforzando los huertos de siembras de corto plazo (ése es el caso en Tumbalá como en Teopisca), para defender el tiempo de espera de la milpa de más largo plazo, con maíz, frijol y calabaza, mientras en las huertas siembran chile, tomates criollos e incluso café de traspatio para completar.
La gente de la Red en Defensa del Maíz en la zona de Bacalar en Quintana Roo enfatiza, a través de Paty López del colectivo Xa’aybej [cruce de caminos] que quienes se dedican a cuidar las semillas, el Colectivo de Semillas Muuch’ Kanan l’naj, están preparando un intercambio semillero especial, de varios cultivos, para garantizar que en este periodo de siembra exista mucho alimento sembrado en las milpas. Pero también tienen un programa de resguardo para sus trabajadores migrantes que regresan de laborar en los centros turísticos. Al regresar de inmediato los someten a una cuarentena especial, para desinfectarlos. Quienes regresan claman orgullosos: “no tendremos dinero pero tenemos comida”.
En la zona de Jalisco, ocurre algo semejante. Por un lado en el sur, en el municipio de El Limón, Rodolfo González Figueroa insiste mucho en el trabajo de largo plazo en los huertos escolares, para que toda la familia sepa y pueda sembrar siempre como parte de una forma de vida, y además de cuestionar fuertemente a las agroindustrias y sus métodos tóxicos de siembra de monocultivo, resguarda su producción milpera de más largo plazo. La gente del ejido La Ciénega, en El Limón, también está concitando a que vuelvan a recolectar alimentos en los bosques, y así allegarse más comida en tiempos que se prefiguran de escasez. También en la zona ejidatarios y vecinos están estableciendo casas comunitarias de cuarentena para los migrantes recién regresados después del cierre de muchas granjas e invernaderos en el norte, antes de introducirse a los poblados al regresar a sus casas.
En la Sierra Huichola, la gente también cerró, tanto en Santa Catarina como en San Sebastián y Tuxpan, y lo que pesa a veces es tanta ONG que quieren venir a salvarlos del hambre, como también ha ocurrido en la Sierra Tarahumara. Eutimio Díaz, que como buen comunero hoy detenta un cargo de juez en San Sebastián, afirma que en todas esas comunidades de igual modo están buscando juntar abasto para tener maíz para aguantar el año. Le están echando ganas para la cosecha que viene y tienen que contener a los migrantes que regresen del tabaco, y saber que este año no van a poder ir si no quieren infectarse. En la comunidad están seguros, pero en las regiones a donde tienen que ir a trabajar todo es muy incierto.
Tendiendo hilos al continente, parecería que existe una lógica que responde a la incertidumbre (eso insólito) adaptando su torrente de fluidos procesos ancestrales. La gente luego piensa, y los antropólogos han hecho creer, que una comunidad es un círculo cerrado y autárquico. Pero nada hay más alejado de esa noción que el proceder, de muchísimos años, de los pueblos y comunidades que tienen un núcleo en su comunidad, pero mediante el trueque y comercio, incluida su mano de obra (y luego los cuidados mantenidos para fomentar que no se pierdan quienes se fueron a trabajar), han mantenido un flujo ida y vuelta que recorre torrentes invisibles, que sólo ahora con la pandemia y los cierres comienza la gente —en el amorfo mundo fuera de ellas— a entrever y a tal vez a entender.
La misma idea del territorio se fue difundiendo de un modo occidental que piensa en lo agrario primero que nada, y tal vez en detentar un ámbito. Pero para infinidad de pueblos en todo el continente, en particular en América Latina, ese flujo abarca todas las relaciones que se han ido expandiendo, diversificando y complejizando, conforme hijos e hijas de las comunidades alcanzan a llegar hasta lejanas ciudades, y van y regresan ampliando el territorio —que no entiende quien no está inmerso en sus enhebramientos.
En Ecuador, por ejemplo, que puede simbolizar mucho de lo que también ocurre en Colombia, Centroamérica o México, los territorios obedecen a una lógica que comienza en el escurrimiento de los páramos, de un modo vertical, y se va filtrando piso y nicho ecológico tras piso y nicho ecológico hasta llegar a la costa pasando por los valles altos andinos, los valles medios y luego las llanuras o planicies o sabanas y las interminables selvas donde “las fronteras no son las de los países sino en los puntos álgidos de asedio”, como bien señala Fernanda Vallejo, que sabe muy bien de qué habla.
Así, el tramado de las parentelas y los compadrazgos, que son cadenas de cuidados y ayudas mutuas, se teje poco a poco desde versiones de las religiones precristianas, a veces católicas en apariencia y a veces de las cientos de denominaciones cristianas (y hasta judías o musulmanas), en una pastoral indígena o de “opción preferencial de los pobres”, para tejer un entramado de refugios, de postas donde existen sus casas, puestos en los mercados, sus tiendas, sus empleos en compañías o en campos de labor, en el ejército o la policía y en las instancias gubernamentales, lo que va amainando de algún modo las precarizaciones y deshabilitaciones que el capitalismo ha ido expandiendo y apretando como un cinturón contra la gente. Todo esto va abarcando en su tejido extensos territorios, rutas de trueque, de complementariedad y de circulación de efectivo, de arriba abajo y de regreso.
Hoy, pese a los cierres decretados en muchísimas de las comunidades kichwas de la zona andina y la Amazonía, se las han arreglado para tejer negociaciones y pactar cuidados, estancias, viajes entre el alto páramo o la selva y la costa, y entre lo aislado remoto y el hacinamiento de las ciudades.
Y apenas ahora se hacen visibles estos cuidados por unos meses, y los verá quien tenga elementos para mirar.
¿Por qué entonces, existe esa alerta intensa de gran contaminación en las comunidades amazónicas e incluso en las regiones apartadas, en apariencia, de las ciudades y los productos y embates de la civilización?
Para Fernanda Vallejo, esto ocurre “porque las zonas donde ha habido contagio son las zonas de asedio, las zonas donde están instalados los proyectos extractivistas del petróleo, la minería, las madereras, los oleoductos, el narcotráfico, las empresas de servicio de todo este tramado y hasta las disidencias de las guerrillas y las sectas religiosas” que no están tejidas por abajo sino que son proyectos de colonización y vasallaje que tienen su punto álgido y sus hacinamientos en esos boom-towns donde las trabajadoras sexuales no tienen descanso y donde el trago y la fiesta son la barra y la cama donde se siembran traiciones, corrupción y sometimientos de muchos tipos.
Ese punto trino entre Ecuador, Colombia y Perú, recibe el asedio de los garimpeiros, los prospectores de los metales preciosos, los empleados de las empresas de logística, los obreros legales o ilegales de cualquier cantidad de países, y el contagio es inevitable.
Esas fronteras interiores, esas costuras de la complejidad, son más riesgosas para el contagio que las comunidades donde la gente puede guardarse porque lo decidió ella misma —sin que llegue la invasión permanente.
¿Quién entonces puede establecer una contención?
Las comunidades andinas kichwas han logrado establecerlas en sus comunidades y a la vez han logrado llegar hasta el mismo Guayaquil a atender las carencias y situaciones de salud de sus parientes y amigos que siguen trabajando en la ciudad. Y se sabe que a lo largo de toda la verticalidad de los pisos ecológicos y sus diversas comunidades (según el recuento que nos sigue haciendo Fernanda Vallejo), se refuerzan los trueques, los circuitos de alimentación en ferias directas, chiquitas, y sigue manteniéndose una cierta seguridad alimentaria.
Pero en la Amazonia, para woaranis, sequoyas o los mismos kichwas, la deforestación, el avance de la agroindustria y las empresas han logrado una devastación sin precedentes. En particular ríos como el Bobonaza han tenido crecidas como nunca antes que inundan las comunidades, los proyectos de energía solar comunitaria, las milpas de la gente. Comunidades emblemáticas de la autonomía como Sarayaku, Pakayaku y otras, tuvieron que internarse mucho más en la selva para sobrevivir a las crecidas y las inundaciones y para cerrar sus fronteras y protegerse del Covid-19.
Por eso es especialmente grave que en México el gobierno insista en establecer la vuelta a la “nueva normalidad”, es decir a la normativa impuesta nueva, donde la minería sería una de las actividades esenciales, sabiendo que por un lado el extractivismo corroe las comunidades, destruye, devasta y despoja, fragmenta las relaciones y además, en la frontera de asedio, es un factor de contagio muy álgido como para no tomarlo en cuenta.
Lo tradicional se adapta a lo insólito, los torrentes invisibles de relaciones, vínculos y estaciones de paso para ejercer sus cuidados van tejiendo una urdimbre que fluye desde siempre y va reconfigurándose en esa modernidad que todavía no los entiende, mientras las comunidades (ésas que no existen) siguen impulsando su autonomía, la reivindicación de resolver lo que más les importa sin tener que pedirle permiso a nadie, y enfrentando el desplome de esta fase del capitalismo (vendrán otras) con sus propias y lúcidas visiones.
Ramón Vera
Editor, investigador independiente y acompañante de comunidades para la defensa de sus territorios, su soberanía alimentaria y autonomía. Forma parte de equipo Ojarasca.