Judith Butler: desobediencia civil contra leyes injustas
Hace pocos días la filósofa feminista norteamericana Judith Butler, creadora de muchos textos y acciones de ruptura dentro de este movimiento como “El género en disputa” o “Cuerpos que importan”, recibió en Madrid la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes, en medio de mucho reconocimiento y alguna oposición de grupos feministas. Resultaron por demás interesantes, y actuales para México y el resto del mundo, algunas ideas de su discurso que intentaremos compartir y que también hemos promovido varias veces, la más reciente en estas mismas páginas reflexionando acciones de familiares de desaparecidos por todo el país (https://desinformemonos.org/cien-mil-desaparecidos-en-mexico-desobediencia-civil-inmediata-a-la-desaparicion/), y algo complementario de la Dra. Myriam Fracchia, del Serpaj, en (https://fb.watch/fRWxmD9coa/ Conferencia en las Noches de Museos en San Ildefonso sobre “La construcción de la desobediencia en la ciudadanía, y las ideas de justicia y castigo”). También retomaremos ideas de la filósofa del libro “La fuerza de la no violencia” (Paidós).
Butler en su ponencia “Juicio, libertad, solidaridad: Pensar con Arendt”, se refirió específicamente a la urgente necesidad de activar la “fuerza de la no violencia” en su mayor escala: la desobediencia civil, partiendo del pensamiento de Hannah Arendt sobre la violencia y la libertad, y sosteniendo que la “no violencia es una posición ética dentro de lo político”. Butler parte de un diagnóstico del actual orden social que enfrenta sus mayores peligros con el cambio climático (la no violencia como propuesta de interdependencia frente al individualismo), el fascismo de derechas y la violencia policial. ¿Frente a ellos cómo luchar? Ella se responde, citando su solidaridad con la lucha de los familiares de los 43 en México: “Cuando enjuiciamos la ley y decidimos que un conjunto de políticas o hechos de un régimen legal son criminales, tenemos que cuestionarnos acerca de si estamos fuera de la legalidad o ejercemos un principio que aún no es legal pero que debería serlo”. Y complementa: “Hemos visto cómo los estudiantes se reúnen para oponerse al feminicidio, cómo grandes grupos de feministas han salido a la calle para oponerse a las violaciones y los asesinatos, cómo los indígenas han reclamado sus tierras que el gobierno ha robado, cómo los activistas climáticos han detenido maquinaria sin autorización previa. Los familiares y amigos de los desaparecidos en México les buscan. Todos se han reunido sin pedir permiso, han hecho responsables a los gobiernos y la policía; son las personas que han ejercido el juicio colectivo de palabra y obra para lograr justicia, una justicia que llegó, está llegando y seguramente llegará si seguimos brindando nuestro apoyo”.
La ley no es sagrada y cambia
La filósofa aborda aquí dos conceptos centrales para quienes incursionen en formas de lucha de desobediencia civil colectiva -también la hay individual-, que en la espiral de la resistencia civil noviolenta es la mayor escala posible e implica desobedecer consciente, abierta y públicamente una ley o reglamentación oficial, colocando -como sostenía Gandhi- la consciencia por encima de la ley; la legitimidad por encima de la legalidad. Así, el primer punto que plantea es: no caer en la idea de legalidad desde una mirada legalista, sino desde un enfoque ético e histórico, pues la ley responde a un proceso social y político de intereses muchas veces de clase o grupos de poder, es la imposición de la voluntad y los intereses de unos sobre otros, y por ello tiene un carácter cambiante e histórico, no es sagrada e inmutable. Una gran porción de la población mundial tiene -a partir de un gran proceso político, educativo y social desde el poder oficial- una concepción “infantil” y sacralizada de la ley y la institucionalidad, instalada en occidente sobre todo desde el siglo XIX con el proceso cívico-político laico donde los símbolos, liturgias, santos religiosos fueron sustituidos por símbolos, rituales y héroes de los estados-nación, pero manteniendo su carácter sacralizado, absoluto e inmutable en la población. Así, desobedecer la ley es ir contra todo el orden social reinante, es crear el caos social y el des-orden, en la visión oficialista institucional y de un porcentaje muy elevado de la sociedad.
Para Gandhi la “desobediencia civil sin un programa constructivo al lado era una simple bravuconada”, pero además exigía una fuerte preparación para ejercerla con la finalidad de no caer en la reproducción de la espiral de la violencia por las provocaciones y castigos de la autoridad ante esta acción. En nuestra experiencia al respecto hemos aprendido que la primera condición para construir cuerpos capaces de luchar desde esta forma, es construir una “toma de conciencia” acerca de lo qué es realmente una ley, cuáles son los intereses detrás y de la autoridad que la aplica, y evitar toda sacralización de lo legal, institucional y las jerarquías sociales. Y, como complemento, conocer también la dignidad y humanización que nos produce la “desobediencia debida a toda orden deshumanizante” (Juan Carlos Marín). Sin estas dos pre-condiciones los cuerpos que actúen en desobediencia civil no lo harán desde un pensamiento y acción autónomas, sino también desde la lógica de la “obediencia ciega a una autoridad”, aunque sea “progresista”. Y esa es sólo otra forma de heteronomía dominante y no liberadora.
En cambio, para los constructores de paz, los luchadores sociales, la cultura noviolenta – como bien señala Judith Butler- es casi un “deber moral” (diría Gandhi) ejercer la desobediencia civil en tiempos de extrema violencia y riesgo para la justicia en un orden social determinado y global. En este enfoque histórico, la desobediencia civil es uno de los principales motores y acciones del avance de nuestra especie en su milenario -y aún lejos de acabarse- proceso de humanización cultural y social, no así biológica en la que llevamos aproximadamente 250 mil años constituidos como especie. Así, para Butler lo que hay que cuestionarse es si en realidad un conjunto de leyes y políticas no son afines a un régimen criminal, y entonces nosotros estamos ejerciendo un derecho y deber que moral y políticamente debería ser legal y legítimo.
El ”Poder de los débiles”: actuar “Sin pedir permiso”
Asimismo, la autora usa al pasar tres palabras centrales en la lógica e identidad moral de la forma de acción noviolenta: “sin pedir permiso”, nada fáciles de construir en las acciones de cada uno de nosotros, por la fuerte construcción jerárquica y heterónoma que sufrimos desde antes de nacer. En la desobediencia civil es fundamental enfrentar esta “presión social y moral” -que muchas veces nace “peligrosamente” desde el genuino afecto protector de quienes más nos quieren, pero ignoran la violencia que así reproducen y en la que nos educan-, para actuar anteponiendo a ella la consciencia y la justicia. Es memorable al respecto, la frase que acuñó el comandante David en Oventic, el 9 de agosto del 2003, en la fundación de las Juntas de Buen Gobierno zapatistas: “Autonomía sin permiso” (https://enlacezapatista.ezln.org.mx/2003/08/09/comandante-david-palabras-a-los-indigenas-no-zapatistas/).
Finalmente, nos parece importante reflexionar otra idea general que Butler enuncia acerca de la relación entre noviolencia y violencia, que no son dos términos contrapuestos y “mal utilizados muchas veces” según ella. Al igual que muchos, optamos por escribir noviolencia toda junta sin guión (no-violencia) y sin separación entre ambos términos (no violencia), justamente para situarla dentro de una cultura y práctica universal -para Gandhi “antigua como las montañas”-, que va mucho más allá que la simple ausencia u oposición a las violencias, y se instala en ideas de justicia, dignidad y humanización de la especie, incluidos los adversarios. Butler afirma, como parte de otro tema central, que se refiere al carácter “activo” de la noviolencia y no a un “pacifismo” simple malentendido, puntualizando que “Si la noviolencia parece una posición débil, deberíamos preguntarnos: ¿Qué se considera fuerza? ¿Con qué frecuencia vemos que la fuerza se equipara con el ejercicio de la violencia o la señal de una voluntad de emplear la violencia?”.
En su libro sobre “La fuerza de la noviolencia”, la autora profundiza mucho y bien este tema al afirmar que “La no violencia no implica la falta de fuerza o la ausencia de agresión…Si en la no violencia hay una fuerza que surge de esta ‘debilidad’ putativa, podría estar asociada al poder de los débiles, que incluye el poder social y político de instituir la existencia de los que han sido anulados conceptualmente”. Y agrega: “Mi primera propuesta es que lo que Einstein llamaba ‘pacifismo militante’ debe repensarse como una no violencia agresiva; que la fuerza de la no violencia implicará repensar la relación entre agresión y violencia, dado que no son lo mismo”.
A su vez, respecto a la aparente “debilidad” de la noviolencia, convendría repasar su uso en innumerables experiencia históricas de todo tipo y lugar mundial, dónde por el contrario construye una fuerza material y moral activa en permanente confrontación hacia poderes, leyes y autoridades injustas, misma que un gran maestro del tema en México -el padre Donald Hessler- bien llamaba a la noviolencia como la “más violenta de las violencias”, pero donde se ejercía una violencia que no buscaba destruir al otro, sino que cambiara sus posiciones hacia la justicia y la paz (https://1a9f175c-6259-480c-a9b0-9a41a11743a6.filesusr.com/ugd/6e3166_a649133d60744275ba2f6a9ecbad8dc5.pdf). Asimismo, sobre el mismo tema del aparente carácter débil o pasivo de la noviolencia, resulta muy interesante leer el libro de un gran escritor teatral y luchar social checoeslovaco -luego primer presidente postsoviético- Vaclav Havel, donde se define a la noviolencia como “El poder de los Sin Poder” (Editorial Encuentro).
Finalmente, siguiendo la lógica del discurso de Judith Butler, Hannah Arendt, en su excelente libro “Sobra la violencia” (Alianza Editorial), plantea distinguir entre violencia y poder, y poder de fuerza. Decía la filósofa alemana que “Una de las distinciones más obvias entre poder y violencia es que el poder siempre precisa el número, mientras que la violencia, hasta cierto punto, puede prescindir del número porque descansa en sus instrumentos…la extrema forma de poder es la de Todos contra Uno, la extrema forma de violencia es Uno contra Todos”. Así, el poder está ligado a la concertación, a la legitimidad de actuar representando a un cierto número de personas en su voluntad, y “donde las órdenes no son ya obedecidas, los medios de violencia (…último recurso del poder) ya no tienen ninguna autoridad”. Ese es el estadio de la desobediencia civil. Y agrega la misma Arendt, que “La violencia puede ser justificable (legítima defensa propia) pero nunca será legítima”.
Por lo anterior, siempre según Arendt, “El poder y la violencia son opuestos; donde uno domina absolutamente falta el otro. La violencia aparece donde el poder está en peligro pero, confiada a su propio impulso, acaba por hacer desaparecer al poder. Esto implica que no es correcto pensar que lo opuesto de la violencia es la no violencia; hablar de un poder no violento constituye en realidad una redundancia. La violencia puede destruir al poder; pero es absolutamente incapaz de crearlo”.
Pietro Ameglio
Miembro del Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), del Colectivo “Pensar en voz alta”, y del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en 2011.