Ejercer nuestros saberes es su mejor protección
Los saberes no son cosas. Son tramados muy complejos de relaciones, muchas de ellas ancestrales, y se entreveran con la comunidad, el colectivo, la región, la circunstancia, la experiencia de donde surgen y donde se les celebra como parte de un todo que pulsa porque está vivo. Esta reflexión, desarrollada en GRAIN y en la Alianza Biodiversidad, pero también en Ojarasca, nos lleva a la reivindicación plena de que “el saber siempre se construye en colectivo, que no es posible que sepamos nada solos, que el saber individual es imposible, porque decir saber es decir lenguaje y el lenguaje es nuestro bien común más vasto y más expansivo. Los saberes son bienes comunes libres, y si los privatizan se rompen sentidos de nuestra vida. Se rompe su ser flujo y eso los trastoca por completo”. El propósito fundamental de tales saberes —que es fortalecer la relación natural de respeto, cuidado y justicia entre las personas, las comunidades y el territorio natural donde nos relacionamos y de donde surgen esos saberes— queda en entredicho. Los saberes, construidos expresamente en colectivo, son la base de nuestras posibilidades de resistencia y utopía. Por eso, para que sigan vivos esos saberes, debemos asumir expresamente su natural flujo vital —que acuna la resistencia.
Puesto así, es un contrasentido intentar hacer registros o certificaciones de esos tramados de relaciones intentando protegerlos. Todo lo que congela, cosifica. Todo lo que busca una cristalización como sustituto del todo ya traicionó el flujo de donde se cristalizó esa “instancia”, esa “muestra”.
Hay un enorme salto epistemológico al querer equiparar una foto con todo el proceso del que fue extraída. Una foto en todo caso es una sugerencia, muy fuerte si se quiere, de que algo como lo que nos presenta ocurrió.
En el caso de una muestra (semilla, cultivar, y peor aún idea, concepto) el salto cuántico es brutal e insostenible. Todo el tramado de saberes se imbrica y se transforma y nada que aísle alguna de sus partes puede sustituir al todo. Quienes privatizan creen que privatizar una pieza del rompecabezas te otorga la clave para toda la figura.
Peor si es algo que de por sí es evanescente, como el tramado de saberes e ideas que configuran lo que somos y que sólo podemos defender plenamente, ejerciéndolos, no dejando que los confinen ni que los acoten, que los certifiquen, registren y mucho menos los sometan a regímenes de propiedad intelectual.
Es la lógica industrial la que pretende convertir todos los saberes en mercancía para hacer uso de ellos como partes de alguna producción en serie, violentando las escalas en que ocurren en aras de una masificación que busca la reproducción del capital. Para hacerlo, hay que arrebatárselos a la gente y la forma de hacerlo es legalizar el despojo.
“Los controladores de empresas y gobiernos a nivel local, nacional y mundial pueden condicionar los saberes a su antojo y hasta utilizarlos contra la gente que antes les iba dando forma libre”, decía el editorial de Biodiversidad, sustento y cultura núm 59, enero de 2009. “Tratar los saberes como mercancía es hacerlos cosas y tornarlos vacíos y ajenos. Es despojarlos del impulso creativo —y comunitario— de donde surgieron”. Esto no busca proteger nuestros saberes. La pretensión central de privatizarlos es que nosotros no los podamos utilizar.
En la compra-venta o “reparto de beneficios” alguien impondrá siempre los términos de la transacción porque la cosificación desequilibra los términos de dicha transacción y quienes la fijan nos controlan.
Hoy, nuestra lucha entonces debe dirigirse, señala Vandana Shiva, contra “la sumisión y privatización que entrañan los tratados de libre comercio y sus sistemas de propiedad intelectual, pues tales sistemas se basan siempre en biopiratería, es decir en el despojo”.
Qué significa el “confinamiento” de nuestros ámbitos o entornos comunes o comunales, bienes comunes, patrimonio común, o commons —ese antiguo y a veces no bien entendido término medieval.
Qué significa su apropiación en manos privadas. Qué significan los actuales intentos por emprender una defensa “global” de commons sometiéndolos a estrategias de propiedad “colectiva” o “común”, como las reservas de la biósfera, o los proyectos de emprender un muestreo genético de la población mundial en aras de “preservar” el “patrimonio común de la humanidad”. Qué significan los llamados derechos sui generis, y cualquier suerte de propiedad intelectual, incluido el open source, los creative commons y el copyleft.
¿Por qué olvidamos que las Sociedades Anónimas (las SA), corazón del capitalismo, son su propuesta más acabada de colectivizar la propiedad? Mientras hablemos de propiedad, sea del mercado o del Estado, no rompemos el confinamiento de los ámbitos comunes.
Ésa es la discusión. El confinamiento de los ámbitos comunales no sólo los roba al enajenarlos-privatizarlos: hace que la gente acepte que otros decidan su destino —su utilización, su explotación, su manejo monetario o su devastación.
La antigua integralidad de producción-reproducción-autogestión-cumplimiento de necesidades se rompe también y se vuelve trato comercial ajeno entre productores y consumidores, o dádiva no siempre desinteresada por parte del Estado. Eso nos roba la libertad de ser constructores de nuestras relaciones. La comunidad no es sino la construcción colectiva, común, de los fines y modos de nuestras relaciones humanas y con la naturaleza. Ningún interés privado, sea individual o colectivo, puede estar por encima de esta libre construcción común.
El abogado e investigador Raymundo Espinoza lo plantea con mucho tino: “Tenemos que ver la protección de la biodiversidad y sus saberes como parte de un proceso integral de defensa del territorio y del derecho a la libre determinación, que habría que hacer valer para los pueblos como parte de su identidad, insistiendo en que la base material para los saberes comunitarios y los legados colectivos o comunes que hoy configuran entornos o ámbitos comunes, son la comunidad y el territorio”.
Estamos en un momento en que los esquemas que dicen proteger los ámbitos comunes en realidad son una promoción de derechos y esquemas de propiedad intelectual.
Se decía que los llamados derechos sui generis serían diferentes al no implicar patentes porque se otorgarían a grupos, colectivos, pueblos, que por estar en colectividad no entrañaban una privatización. Entonces, Camila Montecinos, de GRAIN, planteó en “Habrá llegado la hora de ver en qué callejón nos hemos metido?” que aceptando derechos sui generis, “de la oposición total pasamos a combatir un problema de acuerdo a las reglas del juego definidas por quienes crearon el problema”, además de legitimar los derechos de propiedad intelectual genéricos mediante estos derechos “especiales”, mientras seguíamos promoviendo confinamiento, enajenación, privatización.
A los años y a la distancia de las álgidas discusiones, insistimos en la reivindicación primera: estamos ante un flujo continuo, infinito y arborescente o rizomático de los saberes entrelazados, tramados de relaciones y nunca cosas.
Esto es muy claro en el caso de las semillas, donde querer cristalizar una versión (una variedad) es absurdo. El mapa no es el territorio. La foto no es el proceso completo del que se descarriló el instante atrapado. La muestra registrada y certificada no es nada ante el inasible proceso infinito de la transformación de las semillas en la conversación perpetua entre agricultores y sus cultivos, diría Camila.
El lenguaje es el ejemplo extremo. Ejercer nuestro lenguaje, dejarlo fluir, es la resistencia más eficaz. Tan vivimos dentro de ese ámbito de saber que su carácter abarcativo y englobador hace imposible patentarlo: la fuerza de la insumisión generalizada ante la regla seguirá impidiendo que alguien lo pretenda.
Camila Montecinos estableció también que es “una grave confusión pretender subsumir la protección de saberes y bienes comunes a los regímenes de propiedad, hay muchas opciones”. “¿Cómo puedes”, decía ella, “transformar un don en valor de cambio?”
Lo concreto es que cuando operan derechos de propiedad intelectual son las comunidades las que se ven impedidas de acceder, ejercer y disfrutar de sus beneficios.
Seguimos en el callejón sin salida. No obedecer y seguir ejerciendo nuestros legados sin hacer caso de sus esquemas-estafas aparentemente nos deja a merced de sus leyes. Si ejercemos nuestros saberes y no dejamos que nos limiten, tendremos la tarea de que ejercerlos sin coto vuelva letra muerta sus mentados derechos de propiedad intelectual.
Obedecer y entrar al sistema de patentes, o derechos de propiedad intelectual, sean directos o sui generis, incluso si invocamos open source o “patrimonios bioculturales”, nos hace vulnerables a un tramado de normas y disposiciones que en realidad someten nuestra libre determinación y autonomía, nuestra potestad de utilizar nuestras semillas, nuestros saberes, nuestros cultivares y variedades; legitima la privatización y nos somete al esquema de acaparamiento incrustado en los derechos de propiedad intelectual.
Ramón Vera
Editor, investigador independiente y acompañante de comunidades para la defensa de sus territorios, su soberanía alimentaria y autonomía. Forma parte de equipo Ojarasca.