Desde los fuegos del tiempo

Ramón Vera-Herrera

Eduardo Llerenas un año después. La perpetua transfiguración es permanencia

Mary Farquharson y Eduardo Llerenas

Si alguien me dio claridad para cotejar la idea de que lo tradicional se adapta a lo insólito respondiendo a la incertidumbre —incluso en el vértigo de una interpretación musical donde todo fluye y se desparrama—, fue Eduardo Llerenas.

Eduardo se nos fue el 6 de septiembre de 2022 dejándonos como regalo su permanencia, su sonrisa socarrona y su mirada divertida disfrutando los instantes, cambiantes todos ellos, de maravillamiento, sí, pero también de reconocimiento hacia las personas, sus dones y sus talentos. Y ése es un sentimiento, una certeza que no nos abandona a quienes conversamos con él y pudimos disfrutar sus evocaciones y argumentos, su extrema lucidez, sus bromas de triple sentido y sus ocurrencias tan humanas siempre.

Desde sus primeras hazañas públicas en los años 70 que culminaron en la aparición de la Antología del Son en México, logro conjunto de él con Beno Lieberman y Enrique Ramírez de Arellano, Eduardo comenzó a desplegar su inquisitiva y lúcida manera de considerar la música desde la historia y su complejidad de influencias y torrentes culturales, y desde el cambiante arrebato que vuelve única e irrepetible la interpretación, la rendición de una pieza o canción.

El otro lado de Eduardo también asomaba ya. Tenía un verdadero don para entender a la gente, para activar conversaciones interminables y para compenetrarse con lo que personas de tantos rincones le pudieran decir, o pudieran desplegar a partir de sus historias personales y colectivas. Si esto era así, sus dotes de organizador pudieron perfilar un proyecto de largo plazo: aflorar toda la riqueza musical surgida de las regiones de México, del área de influencia afro-indígena-europea que es el Caribe, y eventualmente hasta de la Europa central gitana.

De esta interminable cauda, entrecruzada siempre, su asociación y su matrimonio con Mary Farquharson (ella misma proveniente de su impecable trabajo de abrir brecha para lo que después se habría de nombrar como world music), les volvió un equipo con todas las posibilidades de abrir espacios para que tantas músicas no conocidas tuvieran cauce, para que tantos grupos, intérpretes, acervos poéticos e instrumentales pudieran expresarse y crear vínculos con mucha gente como ellos y ellas. Su obra entonces fue tejer un enorme y emotivo tapiz pleno de relatos, interpretaciones, instrumentación y arrebato surgido de los recónditos rincones del ámbito rural y de los barrios de las ciudades a donde se mueve la gente en busca de volver a vivir en sus propios términos.

Ya como espacio para que intérpretes, mujeres y hombres brindaran al mundo sus saberes más atesorados, más espontáneos y a la vez más ensayados por siglos, fue (y sigue siendo ahora con Mary) Discos Corason, siempre con una actitud de una gran generosidad.

Generosidad con las y los intérpretes y su creación, y generosidad con melómanas y melómanos, y con quienes historian la música, la cultura y la imaginación.

Como ha dicho Hermann Bellinghausen y siempre he coincidido, el proyecto musical de largo plazo de Discos Corason saca a la música popular de sus casillas etnográficas y de documentación, y le abre canales múltiples a las rías musicales desde la barriada rural y urbana al mundo, mostrando la fuerza imparable y perpetua de la innovación.

La música viva en rancherías, lumbradas vaqueras, cantinas, portales y marisquerías, o en las calles y casas de barrios populares con procedencias rurales —que han ido haciendo círculos de diversión y estudio— adquirió una fuerza nunca antes escuchada, subsumida como estaba por las versiones domesticadas de las enormes cadenas radiales que, pese a ellas, también contribuyen a crear una atmósfera que hoy en día se complejiza y adquiere influencias inusitadas.

Como hemos dicho en otros espacios, la escucha, la mirada que nos brindan Eduardo y Mary a través de Corason es el entendimiento profundo de que  “cada interpretación logra su trascendencia en el aquí y ahora de quienes tocan y cantan, sienten y vuelcan enlazando entre ellos la electricidad del instante —y del torrente de tantos años que vez tras vez regresa renovado pero claro en sus fuentes”.

Éste es ahora el modo complejo de ubicar la música del son en México y el mundo.

Cuando supimos de su fallecimiento, varias de sus amistades, conmovidas por el impacto de la noticia, nos reunimos en Tlayacapan a acompañar a Mary y a su hijo Santiago, en primer lugar, y nos topamos con que el cuidado acumulado había tejido un capelo de cariño y agradecimiento que cubría la casa entera, y dentro del capelo pudimos hablar de él y con él rememorando, imaginando lo que hubiera o no dicho según nuestros propios recuerdos de nuestro paso en su vida y de la huella indeleble que nos dejaba su legado que es semilla que se siembra y se vuelve a sembrar.

Como en tantas otras reuniones en casa de Eduardo y Mary en Tlayacapan, la cocina nos unió en guisos y tortillas, en bebida y sal, pero sobre todo en la emoción del hermanamiento que Eduardo (con Mary, claro) simbolizó y que perdura.

Y en la rememoración me he ido encontrando con sus palabras de cuando salió el álbum de recopilación El gusto, antología que resume 44 años de grabaciones de son huasteco. En ese momento Eduardo en entrevista: “Conocí a Beno Lieberman y a Enrique Ramírez de Arellano, y luego a Carlos Perelló. Beno tenía su Asociación Mexicana de Folklore, donde cada sábado en la noche se presentaban artistas invitados. Gente que provenía de diferentes regiones de México, y otros países. De lo mexicano traía tríos huastecos, conjuntos de son jalisciense, cantantes de corridos, trova yucateca, conjuntos jarochos. Casi todos eran grupos radicados en la ciudad de México. Tuvimos la inquietud de ir a grabar a todos ellos, pero en los lugares de donde provenían. Ahí donde la experiencia original se producía y se transformaba en sus propios términos. Fuimos en búsqueda de lo que en ese momento era el corazón del huasteco, del jarocho, de los sones de Costa Chica. Intentábamos apreciar y entender esta música estéticamente. Entender a quienes la interpretaban, compartir la experiencia y convivir con ellos”.

“Queríamos sacar el gusto directamente de la forma expresiva —constante y cambiante— en el virtuosismo de los músicos, en la forma interpretativa del canto y en ciertos gestos, ciertas formas que ocurren con los huastecos, de un modo, que ocurren con los jarochos de otro modo y que en cada tipo de son ocurren por las condiciones y tradiciones propias de cada región”.

“Lo que percibíamos no podía yo explicitarlo. Pero comencé a entender cuándo estábamos delante de un muy buen grupo o de gente que copiaba de modo superficial. Había grupos con los que claramente sentías en su interpretación todos los movimientos, todas las formas y momentos de entrar en el canto, todos los contratiempos, los contrapuntos, los contra-ritmos. Las formas de zapateado cuando era el caso. Y esto fue volviéndose una filosofía de búsqueda. Comenzó a ser muy fácil entrar en estas comunidades y profundizar en la música. Mucho era el trato con la gente, la forma de relacionarnos, la forma en que pedíamos entrar a la música. Un factor decisivo de por qué nos atraparon estas experiencias fue la intensidad. Si de pronto a alguno de los cantantes se le ocurría hacer una improvisación o un verso, y si gente de entre los asistentes a la grabación (siendo de la región) se metía e improvisaba, ahí había una fuerza, una intensidad, irrepetibles pero siempre presentes de diferentes modos”.

“Es difícil repetir una selección determinada y que te salga igual dos veces. En un momento dado, se le ocurre al de la huapanguera empezar a bordar en su instrumento, el violín le sigue y aquel con su huapanguera adorna al violín y ‘repiten’ la versión sin que fuera precisamente una réplica. Lo cierto es que la improvisación es un factor común, prácticamente en todas estas músicas. En el son mexicano, en el Caribe, en el África negra, por ejemplo en Mali. No se diga con los gitanos de Rumania. Es esta fuerza la que nos ha jalado muchísimo. Una fuerza interpretativa, eres tú y el conjunto musical, eso que está convenido y el todo. No hay restricciones, hay un lanzamiento muy rico de parte de la gente. Yo creo que es esta alma, esta intensidad, la que nos ha motivado todo el tiempo”.[1]

En la comida que se hizo para honrar su memoria, a las horas de fallecido, la sorpresa más fuerte, además de la cauda enorme de mujeres y hombres, jóvenes y viejos que nos reunimos para celebrarlo, fue que de una u otra mesa surgían jóvenes, muchachas y muchachos que se lanzaban a cantar y a tocar, en grupos o como solistas, con audaces e innovadoras versiones de los sones que conocemos, pero con un gusto, un oído y un corazón al que ya le filtraron no sólo las tradiciones de donde toda esta música, sus poemas y relatos provienen, sino también la actitud, el modo de asumir la creación, de entender las tradiciones, la pertinencia y la cultura como algo en vilo: algo que vamos amasando o tejiendo y retejiendo como en ese juego infantil (“el juego del cordel”) donde figurábamos “visiones” de animales y personas con cordelitos de hilo de algodón que transmutaban, que configurábamos al pasar de manos, de mano en mano.

Todo eso sentí en esa comida, y me emocionó saber que Eduardo era fundamental para esa nueva camada de intérpretes prosiguieran el infinito y constante devenir de lo nuevo —y que es nuevo porque ha existido siempre. Hay tanta gente que responde siempre a la incertidumbre con aplomo, cariño y nuestro corazón volcado. Ojalá Eduardo nos atisbe desde por lo menos alguna de las líneas que escribimos para mantenerle su presencia.

Y por eso no sobra la invitación que hace Mary Farquharson y que con mucho cariño y emoción comparto para extender la palabra: “Este 24 de septiembre a las 7:30 pm, Canal 22 de México transmitirá su documental, “Llerenas, Música de Corason”, y ¡se los recomiendo mucho! Es un retrato, complejo como fue él, que habla de sus más de 50 años grabando y produciendo y  difundiendo la música que tanto amaba y, en el proceso, abriendo gustos musicales en México. Los invitados de lujo incluyen a Adriana Cao Romero Alcalá, Poesía Hermann Bellinghausen, las Hermanas García, Boleros de la Costa Chica, Evelin Acosta, Bruno Bartra, Ery Camara y Salvador Tercero, entre muchos otros.


[1] Entrevista con Eduardo Llerenas: “Es la intensidad la que nos ha motivado todo el tiempo”, manuscrito inédito.

Dejar una Respuesta

Otras columnas