Pensar en voz alta la justicia y la paz

Pietro Ameglio

UNAM: pasar de un grito masivo de indignación a parar la violencia

Foto: El Sur de Acapulco

El 2 de octubre representa para México el hecho social de más inhumanidad y violencia de Estado de la segunda mitad del siglo XX, con la masacre de cientos de estudiantes, maestros, obreros y población solidaria, pertenecientes al mayor movimiento estudiantil que ha existido en el país por la democratización y apertura del sistema político. Paradójicamente esa misma fecha es también el aniversario del nacimiento del Mahatma Gandhi (1869) y día mundial de la noviolencia. Guerra y paz, violencia y noviolencia, caras contrastantes e interrelacionadas de procesos en la conflictividad social.

Este año se hace memoria de los 50 años de la masacre de Tlatelolco, y la historia nos presenta una de sus múltiples facetas azarosas, al coincidir una cifra tan significativa de este aniversario con otro gran estallido de movilización y organización estudiantil, también por la democratización y contra la violencia, como es el que nos atraviesa actualmente como reacción al ataque armado porril del 3 de septiembre en la explanada de Rectoría, contra una protesta de preparatorianos. No podía existir mejor re-memoración y homenaje a tan valientes jóvenes y profética lucha de hace cinco décadas, que esta movilización actual.

Más allá que la acción de guerra haya sido totalmente construida como una provocación e impunemente permitida desde autoridades federales, de la Ciudad de México y la Unam, y los intereses desestabilizadores que hayan detrás, no cabe duda de la importancia de este estallido social de jóvenes estudiantes de los niveles medio y superior, sobre todo de la Unam. En los últimos doce años, desde la completamente falsa declaración de Calderón de “guerra contra el narco”, sólo se habían dado dos Gritos Nacionales Masivos de Indignación de estas proporciones contra la guerra y la violencia: el de los familiares de víctimas iniciado en marzo del 2011 (¡Estamos hasta la madre!) y el de los familiares de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos en Iguala iniciado en septiembre del 2014 (¡Fue el Estado!). Los otros Gritos Masivos Nacionales de este sexenio fueron el de los maestros democráticos contra la reforma educativa (mayo-septiembre 2016) y el ¡No al Gasolinazo! (enero 2017). Por tanto, no es menor esta movilización e indignación nacional del actual movimiento estudiantil que radical y moralmente decidió “¡No dejar pasar este nivel de impunidad y violencia!”, con acciones noviolentas desde “Parar” hasta moverse, pensar colectivamente y organizarse.

Una movilización social de esta envergadura adquiere más valor aún en un país con el nivel de violencia social y guerra que nos atraviesa, ya no sólo habiendo cada mes más asesinatos que el mes anterior desde hace años, sino que ahora al grado de normalizar el hecho que haya tráilers refrigerados fanstasmales recorriendo las calles y estacionamientos de ciudades, cargados de cadáveres no reconocidos aún por familiares, sin muestras de Adn disponibles. La magnitud del exterminio es tal en México que no alcanzan las instalaciones de los servicios médicos forenses, no por falta de terrenos ni presupuesto sino porque las autoridades no consideran prioritario gastar en colocar esos cadáveres en lugares adecuados y hacer público su reconocimiento. Mientras, miles de familiares en todo el país luchan denodadamente y deambulan por procuradurías, forenses y fosas clandestinas buscando a sus seres queridos. Cadáveres y familiares peregrinando en busca de re-encontrarse. Es una paradoja igual de trágica que la que señalábamos al inicio respecto a la fecha del 2 de octubr. Aplicaría perfectamente la consigna de las grandes movilizaciones en Argentina de finales del 2001, contra la brutal crisis económica: ¡Que se vayan todos!

Este movimiento estudiantil está ahora en una etapa crucial de la lucha social, que es la de aterrizar demandas generales amplias de gran consenso social (democratización, seguridad en las instalaciones educativas, detener la violencia de género y defender la educación pública y gratuita) en demandas específicas claras, posibles de alcanzar en tiempos distintos, entendibles por las mayorías, y con fuerza social para lograrlas. Se trata de una tarea compleja, más desde formas de acción principalmente asambleísticas, que luchan contra una temporalidad acotada de la movilización, contra el consenso amplio que enfrenta la normalización de la violencia, y la presión que generan la vida académica y el fin del semestre. Esta etapa se ha dado en llamar la “construcción del Pliego Petitorio”, y tiene varios niveles: uno interuniversitario, otro interUnam y otro para cada facultad y sus problemáticas particulares. Los avances han sido más en “cuáles” son los objetivos específicos, que en “cómo” lograrlos.

Los planteamientos apuntan mucho en el sentido de crear instancias o comisiones lo más independientes, autónomas y tripartitas (estudiantes, trabajadores y maestros), que puedan participar en decisiones claves en temas de violencia (particularmente de género) y la academia, y también en la construcción de nuevas legislaciones universitarias, reglamentaciones, protocolos, tribunales y elecciones de autoridades. Se trata, en el fondo, de una lucha contra las violencias culturales y estructurales, con un replanteamiento muy necesario, por un lado, de las relaciones y estructuras de poder en la Unam, que llevan décadas sin revisarse, y fueron creadas en un país totalmente distinto. Y, por otro lado, algo también central: el cambio de un modelo de seguridad enfocado en políticas de seguridad represivas, violentas, estigmatizantes, de encierros de todo tipo.

A su vez, existen demandas en la inmediatez del corto plazo de la violencia directa, que se refieren a la reparación integral de las víctimas de los ataques porriles, al desmantelamientos de esos grupos violentos, a la renuncia de funcionarios universitarios involucrados en esas violencias.

Todo esto creemos debería ser también construido en diálogo y debate con las actuales autoridades en todos los niveles que correspondan a las demandas, no viéndonos como enemigos, ni siquiera como adversarios, sino sumando reflexiones y acciones que a todas y todos convienen. En este sentido, si las autoridades no comprenden bien la indispensable “igualación de poder” que estas movilizaciones han logrado consensar en la sociedad y comunidad universitaria, y siguen aferradas a sus privilegios y esquemas autoritarios jerárquicos, apostando al desgaste del movimiento estudiantil y a diluir las demandas en la simulación burocrática de Mesas de Atención, presenciaremos una vez más un avance de la ignorancia, principal fuente generadora de la violencia. Ojalá triunfe el conocimiento colectivo y co-operativo, única fuente de la humanización de la especie.

Lo anterior es una lucha profunda no fácil de lograr. Por eso, nos parece muy importante no cargarle la mochila a los jóvenes estudiantes, y quedarnos contemplando a observar cómo avanzan sus acciones y demandas, o aportando una crítica constructiva sobre qué hacer y no, sino que es fundamental sumarnos metiendo el cuerpo -desde el lugar que nos corresponda- en construir reflexiones y acciones colectivas, que concreticen avances en este proceso social para parar la guerra, construir justicia con paz y humanizar nuestras relaciones territoriales y sociales.

Este proceso de enfrenar y comenzar a detener con mayor fuerza la violencia y la guerra en los espacios de la Unam, es también una experiencia concreta e importante de tomarse en cuenta para el actual proceso de pacificación nacional que el nuevo gobierno ha desatado.

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