Pensar en voz alta la justicia y la paz

Pietro Ameglio

UNAM: paros y tomas, ¿hacia dónde?, ¿qué aprendimos del 2019-20?

Acaban de pasar el día mundial de la Paz (21 septiembre) y el día mundial de la Noviolencia (2 octubre), y vaya que avanza mundialmente, y en México, la idea de la Paz Negativa, de la Paz Armada, donde paz es sinónimo ante todo de seguridad y violencia, y no de respeto a los derechos humanos y la dignidad de las personas. La “siembra impune de la inseguridad” –por parte de muy diversos actores legales e ilegales- es el origen de este gran negocio llamado ingenuamente “paz” a secas.

La Unión Europea y Estados Unidos alimentan continuamente la guerra geopolítica y de dominio capitalista en Ucrania con envíos de dinero y armas a Ucrania; y Rusia desesperada se lanza a reclutamientos militares forzosos en la población civil, a bombardeos y conquistas territoriales despiadadas en medio de amenazas permanentes de guerra nuclear. Como contexto de todo esto, el secretario general de la ONU ha advertido que “la crisis ambiental ya causa estragos mortales en el mundo…y ante el cambio climático será acción o suicidio”. Claro, en ambas situaciones los grupos de poder miran distraídamente para otro lado, y siguen multiplicando sus negocios insaciables.

¿Otra “primavera estudiantil” mexicana?

En este artículo quisiéramos, sin embargo, reflexionar sobre un creciente proceso de movilización y lucha social estudiantil en México, que tiene efectos de rápida expansión, multiplicación y crecimiento nacionales.

Desde el regreso a clases presenciales en agosto y con la emergencia creciente de los efectos de la crisis económica por la pandemia, han aflorado todo tipo de luchas estudiantiles, originadas por demandas –luego transformadas en pliegos petitorios y una Asamblea Interuniversitaria- muy sentidas, amplias y justas que van desde rechazar todas las violencias de género, la inseguridad, las carencias académicas, la corrupción y malos manejos administrativos, la exclusión social, la disminución de las matrículas y becas, hasta pedir mejoras en infraestructura, transportes, cafeterías, ventas de ambulantes dentro de las facultades…El 8 de septiembre ya habían 13 planteles del IPN –donde inició todo- en paro; hoy en la UNAM hay facultades, FES, CCHs, prepas en paro también, así como van creciendo las acciones en la UAM, Chapingo y en provincia. Los métodos de lucha han sido variados pero se han caracterizado por marchas, mítines, asambleas, bloqueos viales y cada vez más paros y tomas.

Este proceso social del que ni idea tenemos de donde puede desembocar, nos atraviesa y duele en forma directa y total pues nuestra identidad y cuerpo están inmersos en parte en la UNAM, y su envergadura nos trasciende ya que se inserta en el cambio de rectoría de 2023 y las elecciones presidenciales de 2024, dos hechos demasiado relevantes en la vida del país. Claramente, sabemos que nos es fácil reflexionar sobre lo que uno tiene más cerca, pues puede perderse la objetividad mínima e indispensable, pero preferimos esto a estar callados y ver cómo este proceso social de “crisis anunciada” nos lleva por delante y crea impotencia. La historia nos enseña reiteradamente cómo algo muy positivo puede derivar –sin tomar conciencia antes- en situaciones negativas para toda la comunidad y los objetivos de la lucha, si no se evita que crezca la espiral de la violencia y la confrontación estéril, en lugar de la espiral de construcción de paz y noviolencia.

El trabajo preventivo para la paz y el “tener la iniciativa” (estar un paso adelante en el desenvolvimiento del conflicto y sus actores violentos) –como diría Gandhi- son más que nunca indispensables. No podemos permitirnos, dentro de unos pocos días, mirarnos unos a otros y hacernos los sorprendidos porque las principales instituciones de educación superior estén todas completamente en paros o tomas, o porque porros hallan atacado rectorías u otras oficinas. Todo eso puede ser también de una perversa y mal intencionada construcción de la violencia social y sucederá si no actuamos y nos organizamos adecuada y noviolentamente.

La reflexión es la primer arma de paz y noviolencia con que contamos, y entonces debemos intentar ejercitarla, sin ninguna pretensión de verdad absoluta, pero sí de instalar algunas preguntas-problemas que generen discusión colectiva y rupturas intelectuales-epistémicas y morales. Mejor errar por exceso que pecar de pasividad y falsa neutralidad, que nos llevaría a la complicidad de un proceso individual y comunitariamente que puede tornarse deshumanizante.

¿Qué aprendimos en la UNAM de las luchas estudiantiles del 2019-20?

En discusiones colectivas –casi inexistentes- aprendimos muy poco. Y sin una memoria activa es difícil enfrentar bien nuevas luchas, en algo similares a las recientes. Respecto a la reflexión colectiva, nos parece fundamental tomar conciencia cómo se decidió -por parte de las autoridades y nosotros de la comunidad en general –consciente o inconscientemente (por razones válidas y no)- no hacer un proceso abierto de autocrítica, aprendizajes y toma de conciencia comunitaria, sobre lo que sucedió en el periodo de lucha social que nos atravesó en la UNAM entre 2019 y 2020, interrumpido sólo por la pandemia, pero no por ninguna solución o negociación de fondo que atacara decididamente los grandes problemas institucionales de todo nivel denunciados en cuanto a violencia directa, estructural, cultural, simbólica y psicológica.

Se decidió así hacer “borrón y cuenta nueva” sin un proceso abierto y reflexivo amplio, autocrítico y con algo de ‘sanación’ comunitaria. Quedaron muchos malentendidos y resentimientos a flor de piel. La historia nos enseña cómo esas actitudes y acciones a la larga se pagan caras y “regresan”, tal vez bajo otras formas y actores sociales, o incluso por los mismos. Nadie está hablando de procesos de culpas y estigmatizaciones, sino de toma de conciencia y reflexión constructiva, ya que así se construye la paz con la búsqueda de la verdad. También la teoría de conflictos nos enseña que es mejor acostumbrarse a vivir atravesado de permanentes conflictos –ayudan a crecer- que taparlos, normalizarlos e invisibilizarlos, porque cuando explotan –por cualquier causa incluso nimia- ya no se pueden detener: son como un volcán en explosión.

Es innegable también, que la lucha social estudiantil del 2019-20 logró acciones, legislación, instituciones, instancias tripartitas, sanciones y procedimientos nuevos contra las violencias de género denunciadas en las estructuras, en las autoridades jerárquicas universitarias y de las facultades, prepas y CCHs. Sin embargo, éstas se están demostrando insuficientes una vez más en relación a los graves problemas recurrentes que se querían atacar y que también están creciendo en el país.

¿Por qué “Parar” y para qué?

Vayamos ahora directo a la conflictividad y lucha social. Al respecto, resulta clave la mirada práctica y teórica, pero con un mínimo de rigor y principio de realidad, y no sólo con simpatía ideológica e ilusión. Me referiré especialmente a lo que conozco de primera mano, para no caer en especulaciones y abstracciones que no ayudarían. En el conflicto de la facultad de Filosofía y Letras del 2019-20, donde creo que todas y todos fuimos en parte responsables de su resultado –la toma se levantó únicamente gracias a la pandemia-, algo que he compartido en muchos espacios escritos y orales, han sido algunos aprendizajes, que me parecen claves actualmente para no repetir las mismas limitantes: se impuso la lógica de la polarización, estigmatización y desconfianza entre los dos bandos; ambos bandos se encerraron en círculos muy pequeños y jerárquicos en la construcción de sus acciones y toma de decisiones; faltó la construcción de un tercer actor comunitario amplio y plural, con fuerza moral que ayudara a mediar, y realizara acciones para romper la polarización; la comunidad amplia se vio marginada y se automarginó en muchos casos (por muy distintas razones) por no decidirse a luchar y actuar con determinación moral y material, y preferir “observar” a los dos bandos polarizados esperando ilusoriamente soluciones que no iban a llegar.

Todas las demandas de un pliego petitorio responsable exigen la participación de una comunidad amplia e incluyente activa, organizada y comprometida con la justicia y la paz, nadie puede ser excluido o estar en su casa, sino que debe estar construyendo colectivamente en las facultades y espacios análogos. El paro es la acción antitética a eso, porque implica parar, encerrarse, aislarse, no escucharse, no organizarse, atomizarse, polarizarse, pre-juiciarse y luego estigmatizarse. Profundizaremos ahora en esta forma de lucha no para descalificarla sino, al contrario, para que sea utilizada cuando realmente es más útil para lograr los objetivos propuestos.

Hemos observado que, en ocasiones, existe una inercia y repetición mecánica social en la lucha, por diferentes culturas y razones, y debido a que las autoridades no escuchan debidamente o no comprenden a los actores rebeldes y retrasan así sus acciones para cumplir las demandas más urgentes e importantes, ya que los tiempos institucionales son muy diferentes a los de la lucha social. Se corre entonces el riesgo de promover apresuradamente y de inicio paros, olvidando que los paros son un medio de lucha no el fin, ya que en sí mismos no tienen ningún valor.

El paro corresponde al nivel de acción de resistencia civil noviolenta de la no-cooperación, de romper la normalización de un hecho deshumanizante, de dejar de co-operar con las fuentes de poder del adversario para reproducir la injusticia. Pero se basa históricamente justamente no en parar, en aislarse y encerrarse, sino en multiplicarse y ganar aliados y simpatizantes, en trabajar abierta y colectivamente el doble para lograr el objetivo. Por eso justamente las escuelas, facultades, prepas e institutos deben estar abiertas, activas, organizadas y articuladas para lograr los objetivos legítimos.

Además, un paro nunca puede ser “indefinido”, por definición. Ese adjetivo es una redundancia o peor una provocación hacia la espiral de la violencia, creando inestabilidad y una falsa concepción de quién cree tener más poder al usar esa imagen de incertidumbre y angustia, pues el paro cesa cuando se cumple el objetivo, que se desea y se lucha para que sea ¡lo antes posible! Esa es la base de la no-cooperación gandhiana, zapatista y de Mandela.

Las acciones de la resistencia civil deben tener una proporción y relación con las demandas, y los paros y tomas son de las acciones últimas en los procesos de lucha y no las iniciales, como frecuentemente se implementan, en ocasiones por causas que podrían resolverse con diálogo, empatía y mediación. Al grado incluso que vemos que se llegan a promover paros en “apoyo a otras luchas e instituciones”, de las cuales ni se conocen sus demandas y realidades, en nombre de abstracciones genéricas como ser solidarios, no ser egoístas, ser humanistas…Ese es el “infantilismo social” en plena acción, es la obediencia ciega heterónoma a autoridades o principios que ni conocemos bien.

La toma, en cambio, es una acción de encierro correspondiente a la desobediencia civil, que tiene un nivel muy diferente con la intensidad y radicalidad de la lucha, y se instrumenta general e históricamente cuando un proceso de lucha está avanzado y no se ven voluntades de solución en el adversario, pero nunca al inicio de una lucha, como sucede tan seguido en nuestros ámbitos.

En la práctica, la mayoría de los paros han sido tomas, y la consecuencia ha sido polarizar y encerrar la toma de decisiones en pequeños grupos con intereses y poder muy específicos; no es correcto ni ético, por cuestiones de intensidad hacia el adversario y preparación colectiva, pasar súbitamente, sin consulta amplia y en un instante de un paro a una toma. Por eso se ha lastimado tanto al tejido social comunitario educativo, al marginársele de esas decisiones claves. Es muy cierto que el actual proceso de asambleas y organización estudiantil ha sido en parte muy positivo, valioso, creativo y desafiante en todo sentido, nos educa y “despierta” a estudiantes, profesores, autoridades y trabajadores. Bienvenido sea. Sin embargo, también es cierto que los actuales paros en la facultad han sido también, por otra parte, fruto de imposiciones de tomas -a veces con violencia- de grupos muy minoritarios, algunos incluso externos a la facultad, donde claramente se han manipulado grotesca y violentamente votaciones, asambleas, sembrando aterrorizamiento y odios innecesarios en la comunidad.

La construcción de justicia y paz noviolentas y comunitarias, se basa en la acumulación de “fuerza moral”, donde los medios deben ser tan legítimos y coherentes como el fin. Bien decía Gandhi: “de una mala semilla no puede nacer un buen árbol”. Y otro aspecto central al respecto: ¡la legitimidad de la causa no otorga mecánicamente legitimidad a los medios y acciones de la lucha! Son dos problemas diferentes que no se sobreponen, y distinguirlos exigiendo coherencia entre sí es la precisa medida de la noviolencia y el grado de “infantilismo social”.

Pensar en voz alta ¿Cuáles son las mejores acciones de construcción de justicia y paz, para lograr escalonadamente las demandas del Pliego?

Reiteramos, que ni por asomo estamos contra los paros o tomas -y hemos participado en muchos-, mismos que han originado avances trascendentes en la especie humana en sus derechos de todo tipo, pero nos parece que es necesaria una reflexión estratégica, desde los sectores que los promueven, a partir de la pregunta:

¿cuál es la acción (táctica de lucha) más conveniente para lograr que avancen y se cumplan –en tiempos diferentes- las demandas de los diferentes pliegos petitorios?

Y aquí entra otro tema central que es el manejo de los tiempos en los pliegos petitorios, ya que se intercalan demandas, sin orden temporal y con esferas de decisiones muy diferentes, que si no se jerarquizan acaban ayudando a crear un sinnúmero de condicionantes imposibles de cumplir en lo inmediato, y que sólo ayudan a prolongar la desorganización y desestabilización comunitarias. Consciente o inconscientemente es una táctica que sí prolonga indefinidamente los paros.

Para concluir, hemos sólo intentado con sencillez hacer un ejercicio reflexivo que ayude a que las demandas legítimas de estas luchas se cumplan lo antes posible, a partir de preguntas-problemas sin ninguna pretensión de verdad absoluta, pero sí elaboradas desde una experiencia real larga, con teoría y aprendizajes comunitarios de gente que ha luchado. Ojalá lo que sea útil pueda ser discutido y contradicho, pero con otras preguntas y experiencias, y no con descalificaciones o infantilismos acusatorios sin principio de realidad. La experiencia de cómo se desencadenó y creció el anterior proceso de lucha social estudiantil del 2019-20, hace aún más urgente la construcción, reflexión y acción de un tercer actor amplio comunitario, que respete, medie y luche activamente por esas y otras demandas, y presione a las autoridades en todos los niveles a que cumplan con ellas rápidamente, a partir de medios incluyentes acordes a los fines noviolentos que se persiguen.

Urge por ello, que todas y todos construyamos acciones para evitar pasar del miedo al terror, del enojo al odio, de la reflexión colectiva a las descalificaciones a priori, de la amplitud de criterios a la polarización ciega, porque entonces la lucha estudiantil tan válida y necesaria acabará reducida a más violencia y exclusión, sin ninguna legitimidad comunitaria.

Como tantas veces, las y los mismos jóvenes nos muestran el camino. Un grupo de estudiantes de la carrera de Gestión y Desarrollo Interculturales, hicieron por propia iniciativa una carta colectiva valiente y dirigida a toda la comunidad, buscando reflexionar y proponer caminos de verdadera construcción de justicia y paz, donde nos invitan a “realizar una reflexión crítica…que evite la fragmentación de la comunidad…(donde) las medidas impositivas y sin consenso no permiten que se continúe con la reconstrucción del tejido social post pandemia dentro de la FFyL. Nos pronunciamos firmemente en contra de toda acción violenta y desproporcionada que descuide los procesos de construcción de paz”.

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