Pensar en voz alta la justicia y la paz

Pietro Ameglio

Tutu y la Comisión de la Verdad y Reconciliación: sin perdón no hay futuro

Acaba de morir a los 90 años Desmond Tutu, arzobispo anglicano de Cd. del Cabo, hijo de una empelada doméstica y un maestro, educado en misiones cristianas igual que Mandela, con polio y tuberculosis en su infancia, profesor y pastor euménico de gran fe y contemplación de silencio, fue un hombre que respondió plenamente a los signos de los tiempos en su país Sudáfrica. Además, de amplia solidaridad con otros pueblos oprimidos: Palestina, Tibet, Zimbabue, Zaire, Etiopía, Nigeria, Sudán, Chechenia, Myanmar, Cataluña, Panamá, Haití frente a abusos de trabajadores de Oxfam…También defensor de causas de exclusión social: LBGT, homofobia, matrimonio infantil, Sida, mujeres-lesbianas-gays como sacerdotes y sacerdotisas…Se trata asimismo de la muerte de uno de los últimos grandes líderes sudafricanos negros del gran movimiento nacional e internacional antiapartheid, una referencia mundial de paz, derechos humanos y liderazgo religioso. No creo en la muerte como el final de todo -lo es sólo del cuerpo material-, por ello estoy seguro que él ya estará viajando por otras galaxias enseñando y aprendiendo con gran crecimiento espiritual.

Tutu fue un hombre profundamente comprometido con muchas formas de construcción de paz desde la noviolencia; Sudáfrica tiene en su raíz histórica de lucha social la experiencia de noviolencia de Gandhi y la población hindú a inicios del siglo XX. La gran lucha de este pueblo y sus muchas etnias, se vio también reconocida internacionalmente con tres premios nóbel de la paz: Luthuli en 1960, Tutu en 1984 y Mandela en 1993.

Su liderazgo en la lucha antiapartheid, fue -en sus palabras- debido en mucho al asesinato y arresto de los líderes del movimiento social, encabezado por el Congreso Nacional Africano (CNA), al que Tutu sin embargo no se afilió. De hecho, cuando fueron liberados los principales líderes, encabezados por Mandela, a inicios de los noventa, él bajó su perfil público en Sudáfrica y se dedicó mucho más a la solidaridad internacional, fundando en 2007 el grupo internacional con liderazgo de gran fuerza moral llamado “Los Mayores”, para promover la paz mundial en conflictos nacionales; y participando del Comité de Honor de la Onu del Decenio de la Noviolencia y la Paz (2000-2010).

Su protagonismo público fue algo muy poderoso a lo que el régimen del apartheid y sus múltiples aliados (a veces incluso la propia iglesia anglicana y sus fieles) no pudieron oponerse ni matarlo (fue declarado “enemigo público nº 1 por el gobierno”), a pesar de haberlo reprimido e intentado asesinar en muchas formas diferentes, y a evitar eso ayudaron mucho el nóbel de la paz, los cargos que Tutu tuvo en el Consejo Mundial de Iglesias, así como los múltiples premios internacionales.

Su radicalidad en la denuncia y llamado a acciones nacionales e internacionales contra el apartheid y el gobierno sudafricano no dejan dudas. El rol en la promoción del boicot internacional contra el apartheid y el gobierno sudafricano fue fundamental, viajando y dando discursos por todo el mundo, escribiendo cartas a los presidentes de Sudáfrica, arengando en mítines dentro del país y en comunidades negras muy pobres. Esta acción de no-cooperación internacional fue fundamental para confrontar la legitimidad legal, política, económica y moral de ese gobierno, porque además de las múltiples acciones de las sociedades civiles sobre todo europeas y norteamericana, se unieron al boicot grandes empresas trasnacionales como el Chase Manhattan Bank, la IBM, la General Motors. También hubo un boicot deportivo internacional para disminuir las relaciones deportivas entre ese país y el mundo: el 10 de diciembre de 1985 la asamblea General de la ONU aprobó la Convención Internacional contra el Apartheid en los Deportes.

Fue alguien profundamente complejo y rico en sus expresiones públicas, paradójico muchas veces más que contradictorio: era un radical y moderado a la vez lo que le causó innumerables críticas y odios de ambos bandos alternadamente, mediaba sin renunciar nunca a sus principios; llamaba a la desobediencia civil y negociaba con el gobierno afrikaneer; reía permanentemente a carcajadas y lloraba igualmente con las víctimas en sus testimonios y visitas que hacía. Poseía una gran capacidad retórica y de oratoria, un testimonio de vida, fe y sencillez, una empatía con las víctimas, una calidez humana desde el gran sentido del humor; una capacidad -al igual que otros sabios- de decir ideas muy complejas y profundas en palabras sencillas comprensibles por todos.

La risa a carcajadas sonoras la usó como arma de humanización, fraternidad y lucha social era proverbial: “El sentido del humor de dios es increíble: eligió como antepasado a un adúltero, como David”. “El humor es realmente lo que nos salva” decía en un hermoso “Libro de la alegría”, conversando con el Dalai Lama. Asimismo, a pesar de sus altos cargos de obispado y arzobispado en Sudáfrica (primer negro en ser ordenado arzobispo anglicano en 1975), y en el Consejo Mundial y el Africano de Iglesias, nunca dejó de tener trabajo en una parroquia de Soweto, un suburbio negro y muy marginado sudafricano que enfrentó permanentes represiones brutales una gran masacre en 1976. Por ello, la sencillez de vida fue un signo clave en su credibilidad y testimonio de vida, visible también en el mismo austero ataúd de pino que había escogido para su entierro.

Asimismo, desde un “principio de realidad” muy claro y racional (la especie humana no es perfecta en sus órdenes sociales) sobre su país y su historia reciente, acuñó la concepción de Sudáfrica como la “nación del arco iris del mundo” -retomada por Mandela-, donde se privilegiaba la idea de multi-inter culturalidad, inclusión social para todos los sectores sociales, no revanchismos y venganzas, o sea, evitar continuar -ahora desde un ángulo opuesto, pero con la misma lógica- la espiral del odio y la guerra interna.

Otra idea complementaria y poderosa que instaló en la cultura sudafricana y mundial fue la de “ubuntu” y “botho”, a partir de dos conceptos de la etnia xhosa de su padre y de su madre setswana: “Una persona es una persona a través de otras personas”, resaltando la interdependencia, y cómo el bienestar individual depende del bienestar de los otros. Y complementaba agregando que “El individuo solitario es realmente una contradicción. No sabría cómo pensar, trabajar, hablar como ser humano solo. Necesitamos que otros seres humanos nos ayuden a ser humanos. Nadie llega completamente formado al mundo, te necesito a tí en todos tus dones, con todas tus debilidades. Te necesito a tí para poder ser yo con todos mis dones y debilidades. Estamos creados para vivir en una delicada red de complementariedad. Ubuntu dice que cuando te deshumanizo inexorablemente me estoy deshumanizando en ese proceso, porque mi humanidad está atrapada en tu humanidad. Para mejorar mi humanidad tengo que trabajar en mejorar tu humanidad”. Por ello también había que ser “amables con los blancos”, porque “les necesitan para redescubrir su humanidad” ya que “el apartheid deshumaniza más al opresor que al oprimido”.

La Comisión: reconstruir las rupturas sociales

Por otro lado, Tutu es un muy buen ejemplo, al igual que Gandhi, de que religión y política son parte de lo mismo, y una no podía existir sin la otra, a riesgo de no entender qué eran una y la otra. Decía Tutu que “Dios es dios de toda forma de vida, sea religiosa que política”. Este es un testimonio para las jerarquías eclesiales de cualquier religión y país, en cuanto a involucrarse con sus cuerpos en la calle y espacios públicos en favor de la justicia y las víctimas, como por ejemplo debería suceder en la guerra que atraviesa a México con los desaparecidos. Así, una característica muy central en la vida y testimonio de Tutu, fue su permanente compromiso con las víctimas de la guerra del apartheid contra el pueblo negro sudafricano, escuchando públicamente sus testimonios, visitándolas en sus casas, hospitales, cárceles: metió el cuerpo en el espacio público abierto siempre junto a las víctimas y a los manifestantes contra el apartheid en situaciones extremas de dolor y desobediencia civil, porque según él vivía en “una nación de víctimas…una nación de sobrevivientes” (113).

El punto culminante de la vida política de Tutu fue su presidencia de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, a partir de un pedido de Mandela, presidente de la república multirracial de Sudáfrica desde 1994. Según su muy recomendable libro “Sin perdón no hay futuro”, la Comisión trabajó desde 1995 hasta 1998, con 21,000 testimonios de violencia política y “groseras violaciones a los ddhh” durante 33 años de régimen del apartheid: desde 1960 con la masacre de Sharpeville (el 21 de marzo la policía disparó contra manifestantes pacíficos en el Transvaal matando a 69 personas negras e hiriendo a 180) hasta el 10 de mayo de 1994 con el inicio del gobierno de Mandela; se transmitieron en televisión a todo el país 2000 casos emblemáticos. Esta Comisión intentó en todo momento ser lo más “imparcial y ecuánime…No podíamos darnos el lujo de poner en peligro el éxito de nuestra empresa siendo percibidos como predispuestos a favor de uno u otro lado”. Por tanto, no sólo se acusó a los gobiernos sudafricanos del apartheid, sino que también esclareció crímenes de los movimientos de liberación negros, incluido el mismo CNA (“se condenó a ambas partes por cometer atrocidades”; “los movimientos de liberación libraron una guerra justa porque ellos tenían una causa justa”, pero eso no justifica sus acciones).

Tutu insistía en la ‘tercera vía’: un acuerdo intermedio entre el extremo de los juicios de Nuremberg y la amnistía general o la amnesia nacional. Y ese “tercer camino fue conceder Amnistía a los individuos a cambo de una completa exposición del crimen por el cual solicitaban indulto”. Él negaba que “otorgar amnistía alienta la impunidad, porque la amnistía sólo se otorgó a aquellos que se declararon culpables…el proceso realmente alienta a asumir responsabilidades”. Y reconocía que “La solución a la que se arribó no era perfecta, pero era lo mejor que podíamos tener, dadas las circunstancias: la verdad a cambio de la libertad de los autores materiales”. Se concedió amnistía a 849 perpetradores y se le negó a 5392. Ciertamente existieron reiteradas críticas en estos trabajos, que tuvieron que ver algunas con que muchos de los blancos sudafricanos no aceptaron recibir la amnistía ni la reconciliación, y el gobierno democrático sudafricano no compensó plenamente a las víctimas.

Perdón, reconciliación, amnistía son términos muy delicados de manejar en los procesos de construcción de paz durante o después de las guerras. Sabemos eso muy bien en nuestro México actual, y es clave tomar esta experiencia sudafricana en su contexto histórico, político y social, así como reflexionar en la lógica de su acción sin juzgar. Las víctimas de Sudáfrica, al igual que las de México, decían: “Queremos perdonar, pero no sabemos a quién”. Por su parte, el lema del gobierno de Mandela, después de 27 años de cárcel fue: diálogo y perdón. Tutu y Mandela abogaron constantemente por la reconciliación entre las partes tan polarizadas y violentamente confrontadas por el apartheid, sin dejar de denunciar nunca la inhumanidad y brutalidad de ese régimen segregacionista de gobierno, instaurado en 1948 por el Partido Nacional blanco afrikaaner, que cínicamente en boca de uno de sus principales presidentes, P. Botha, describió como de “buena vecindad”.

El trabajo y proceso de esta Comisión -enmarcado con carteles en los salones que decían: “La verdad duele, pero el silencio mata”- fue un ejemplo internacional, aún con muchas críticas válidas, de justicia transicional: para muchos hubo libertad sin justicia, hubo sanación nacional, comunitaria e individual, con impunidad. Tutu hablaba de “justicia restaurativa” sanadora, en lugar de “justicia restitutiva” punitiva: “llegué a la conclusión de que la justicia verdadera no es el castigo sino la restauración”. Decía que “Su objetivo no es la punición sino la restauración. Sostiene como centro la humanidad esencial del perpetrador, incluso en la más grande atrocidad. Cree en la bondad esencial de todos como creados a imagen de dios, aún el peor de nosotros sigue siendo un hijo de dios con el potencial de convertirse en algo mejor para ser rescatado, para ser rehabilitado…La justicia restaurativa cree que una ofensa ha causado una ruptura, ha perturbado el equilibrio social que debe ser restaurado y la ruptura es curada cuando el ofensor y la víctima pueden reconciliarse y la paz ser restaurada”.

A su vez, en las audiencias Tutu decía: “No es fácil, como todos sabemos, pedir perdón -es la palabra más difícil de pronunciar en cualquier idioma- y tampoco es fácil perdonar, pero nosotros somos personas que sabemos que, cuando alguien no puede ser perdonado no hay futuro”. Y agregaba que “al perdonar, no se les pide a las personas que olviden. Por el contrario, es importante recordar, así no permitimos que semejantes atrocidades vuelvan a suceder. El perdón no implica condonar lo que se ha hecho. Significa…extraer el aguijón en la memoria, que amenaza con envenenar toda nuestra existencia. Implica tratar de entender a los perpetradores y así tener empatía, tratar de ponerse en sus zapatos y entender el tipo de presiones e influencias que pueden haberlos condicionado”.

Él insistió en que quienes perpetraron el apartheid “eran personas comunes y corrientes…Bajo el apartheid, los sudafricanos blancos cometieron el grave error de confundir ‘legal’ con moralmente correcto’ y por lo tanto se ponían coléricos cuando algunas personas decíamos que las leyes injustas no obligaban a la obediencia…(y promovíamos) campañas para desobedecer estas leyes injustas. Muchos sudafricanos blancos pensaban también que ‘ilegal’ era igual a ‘inmoral’…Cuando alguien sí hacía una confesión, le pasaban la culpa a otros: ‘Seguíamos órdenes’, rehusándose a reconocer que, como individuos moralmente responsables, cada persona tiene que asumir la responsabilidad por llevar a cabo órdenes inescrupulosas”. He aquí planteado uno de los aspectos centrales de la noviolencia: ¿cómo desobedecer órdenes que nos deshumanizan? (J.C.Marín).

Finalmente, sobre el largo proceso tan doloroso humano testimonial de la Comisión, Tutu dijo: “Me sentí agradecido…por toda la gente maravillosa que había acudido a la Comisión y que generosamente se había desnudado ante nosotros y ante el mundo, haciéndose vulnerables y ayudándonos a a recuperar nuestra humanidad al rehabilitarles a ellos su dignidad”. Y complementaba que “al escuchar las historias de las víctimas, me asombré de su generosidad, de que después de tanto sufrimiento, en vez de desear venganza, tuvieran ese extraordinario deseo de perdonar…Fuimos profundamente tocados por la resiliencia del espíritu humano”.

Con los testimonios de autoinculpación de victimarios se pudo saber de granjas por todo el país con fosas clandestinas que fueron desenterradas, conocer también de escuadrones de la muerte y sociedades secretas. Y algo central también de esperanza: “En los más o menos 50 casos en los que la Comisión condujo las exhumaciones, los familiares pidieron darle un funeral apropiado a los restos de sus seres amados….Ahora sabían lo que les pasó a sus seres queridos y experimentaron sanidad, dieron un cierre a sus historias. Eso no hubiese ocurrido sin la información provista a través del proceso de amnistía de la Comisión”.

Dejar una Respuesta

Otras columnas