Cotidianidades

Leonel Rivero

Manipulación informativa: la otra pandemia

En la trama del film “Cartas de un Hombre Muerto” (Konstantin Lopushansky, URSS, 1986), proyectada en la Cineteca Nacional, durante la XVI Muestra Internacional de Cine (1986), la hecatombe nuclear ha ocurrido luego de que fallara la computadora de una de las superpotencias. Las pocas personas que sobrevivieron, según la película, se enfrentaron a la desolación de un mundo que fue destruido por un error cibernético. Después del cataclismo, la amenaza mayor que se cierne sobre los sobrevivientes, es la política militar de selección de las personas que serán sometidas a un proceso criogénico (congelamiento) que durará treinta años, -tiempo en el cual la vida en la tierra volverá a regenerarse- de esa fase serán excluidos los niños abandonados y los ancianos sin familia, a los cuales el destino les depara una muerte por radiación.

Los militares que controlan la sociedad han decidido recluir a los elegidos en un búnker central, aislándolos del resto de sus congéneres; durante el confinamiento sale a flote el egoísmo, el individualismo, el narcisismo, el autoritarismo encarnado por los militares que controlan la sociedad, pero también brota la solidaridad humana representada por el personaje principal Larsen (Roland Bikov), un científico en computación que durante la catástrofe perdió a su hijo y después de buscar refugio junto con otros sobrevivientes en un museo, ve morir a su esposa a causa de los efectos que le produjo la radiación.

Luego de pasar por varias tribulaciones, agobiado por la culpa de la catástrofe, ya que los militares utilizaron sus conocimientos para someter a la población, Larsen busca expiar su sentimiento de culpa y superar la decepción que le produjo el comportamiento de muchos sobrevivientes, por lo que toma la decisión de abandonar el búnker central y dedicarse a velar por la vida de los niños desprotegidos: Esa tarea la desarrollará hasta el último aliento.

El mundo apocalíptico que describe el film soviético, (enfermedades contagiosas, muertes por radicación, hambre, control absoluto de los pocos sobrevivientes) es el que día a día auguran para la sociedad mexicana ciertos articulistas, politólogos, intelectuales y ex funcionarios públicos, que de la noche a la mañana se convirtieron en expertos en epidemiología, economía, políticas públicas, etcétera, asumiendo además el papel de pitonisas del Oráculo de Delfos.

En sus columnas o a través de las redes sociales, los “líderes de opinión” diariamente pontifican su verdad absoluta a través de una serie de mensajes apocalípticos llenos de egoísmo, desesperanza, sensacionalismo, confusión, incitación velada o abierta al odio, señalando la inminente destrucción de la economía, la democracia, la inversión privada y prácticamente la desaparición del país.

Obviamente, estos personajes se consideran a salvo, ya que pertenecen al estrato social y económico que puede tener acceso a los bienes materiales vedados para la inmensa mayoría de los mexicanos.

Las opiniones de los comunicólogos en cuestión, aún suponiendo que fueran bien intencionadas, denotan un menosprecio para “los otros”, sólo así puede entenderse su regocijo ante las grandes adversidades que enfrenta nuestra sociedad y su oscuro anhelo de que los sectores más vulnerables sean los afectados por las desgracias que las presentan en forma de desastres, biológicos o económicos.

No se trata de abandonar la crítica al gobierno, ni el ejercicio democrático ya que éste no sólo entraña ser implacable al momento de señalar los errores (un decisión errónea en situaciones de emergencia nacional puede significar la pérdida de miles de vidas) sino que también supone aportar opiniones objetivas. El desastre que prevalece en el sistema de salud pública no es responsabilidad del actual gobierno, sino de los regímenes anteriores que realizaron todas las acciones para desmantelarlo con el objetivo de privatizar el derecho a la salud, los resultados de esa política nociva, están a la vista.

La libertad de expresión, en su vertiente de derecho a la información, que ejercen los articulistas, politólogos, intelectuales o ex funcionarios públicos, sólo puede tener como límite los principios éticos de quienes las vierten. Las manifestaciones tendenciosas o alarmistas exhiben la calidad moral (falta de objetividad) de la persona que las expresa.

La pandemia que se enfrenta a nivel global, requiere que la libertad de expresión se ejerza sin cortapisas, la sociedad debe estar informada del desarrollo de la enfermedad y de las acciones emprendidas por los gobiernos; el derecho a la información, también debe ser un medio para dejar al descubierto los errores de los gobernantes. La crítica debe ser implacable, pero objetiva, no desestabilizadora. Los comunicólogos deben tener presente que la sociedad mexicana y el planeta entero se enfrentan a una situación inédita, por lo tanto, no deben utilizar la tribuna pública para alentar un conflicto social a través de discursos desestabilizadores y claramente golpista que día a día parecen atizar los líderes de opinión.

COMPORTAMIENTO JUDICIAL

Nadie puede negar que estamos ante un hito. Cuando sea superada la contingencia derivada de la pandemia, el mundo habrá cambiado para siempre, y una de las transformaciones que empiezan a tomar forma aun en plena emergencia nacional es la aplicación del derecho.

Como usuario cotidiano del sistema de administración de justicia federal, veo con satisfacción que muchas juezas y muchos jueces federales en materia de amparo han estado al nivel de las circunstancias, teniendo presente que las normas legales constituyen un derecho dinámico (viviente) en constante evolución.

Las decisiones jurisdiccionales concediendo la suspensión de plano no sólo a los quejosos, sino ampliando los efectos de la protección al segmento de la población, que sin ser peticionarios del amparo ha resultado afectada por omisiones y/o acciones del Poder Ejecutivo Federal, constituyen determinaciones que se ajustan a los tiempos inéditos que vivimos, en los cuales, los jueces deberán tomar decisiones que respondan a las circunstancias excepcionales que atraviesa la sociedad.

Por eso considero loables, las resoluciones que concedieron la suspensión de plano para que el Consejo de Salubridad General, implementara mecanismos de control sanitario en las terminales aeroportuarias para detectar en los pasajeros y el personal que labora en esos lugares, la probable portación del coronavirus COVID-19; o bien la concesión de la suspensión de plano, que compele al ejecutivo federal, al citado Consejo y al gobernador de Chiapas a difundir masivamente en los medios de comunicación, en las lenguas indígenas Tsotsil, Tseltal, Zoque y Chol, información (escrita, oral o audiovisual) sobre las acciones emprendidas para combatir la pandemia y los riesgos que implica el virus para los pueblos indígenas.

Los tiempos actuales requieren un Poder Judicial comprometido con su actividad y dispuesto a enfrentar, a partir de la reinterpretación de las normas jurídicas y la maximización de los derechos, los nuevos retos que se presentan.

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