Pensar en voz alta la justicia y la paz

Pietro Ameglio

Levantamiento social en Colombia: entre la resistencia civil noviolenta, la guerra de clases y la impugnación al neoliberalismo

Colombia, a nuestro entender y esperanza, está atravesada por un “levantamiento social” noviolento de construcción de justicia y paz, de proporciones y procesos incalculables e inesperados. Hablamos de levantamiento más que de “estallido(s)”, porque creemos que se está prolongando más allá del tiempo coyuntural, que “va a más”, y se persiguen -a nivel nacional, regional y local- cambios estructurales de fondo en lo político, económico y social. Los estallidos, en cambio, tienen que ver con unas demandas muy precisas y puntuales que una vez logradas, hacen que la presión y movilización social disminuyan y luego cesen. Esta reflexión no es una cuestión conceptual o semántica, sino estratégica en el sentido de plantearse y prepararse para el tipo de acciones que seguirán, porque en una lucha social de esta envergadura y profundidad la pregunta estratégica de “¿Qué y cómo sigue?” debe continuamente rehacerse colectivamente, pues lo peor sería rutinizarse, reificarse o repetir y prolongar mecánicamente las acciones.

El proceso social que atraviesa a Colombia actualmente, me hace recordar, en parte, a una expresión que usó Vinoba Bhave, el discípulo más cercano a Gandhi que encabezó su movimiento a la muerte del Mahatma, cuando decidió intensificar la campaña del “Bhoodan” (Donación de la tierra), una especie de gran reforma agraria en la India. Él planteó en 1965 de aumentar masivamente las donaciones de tierras a campesinos sin tierra, creando un “levantamiento como un tifón”. Vaya que en Colombia existe ahora un tifón social.

Ejemplos recientes y cercanos en América Latina han sido los masivos y radicales estallidos sociales en Ecuador y Chile, en septiembre y octubre del 2019, por los aumentos a la gasolina y al metro, habiéndose encauzado luego esas grandes luchas sociales noviolentas en procesos electorales y de cambio constitucional. En Colombia, a su vez, se han tirado abajo o replanteado tres reformas: tributaria, educación y salud; tres ministros han renunciado (Hacienda, Relaciones Exteriores y el Alto Comisionado para la paz). Sin embargo, en todas estas luchas sociales ejemplares resulta clave no quedarse en la punta del iceberg que son las demandas inmediatas e iniciales, sino captar los cambios de fondo que el hartazgo social está planteando masivamente, y justamente la incapacidad gubernamental de no captar a tiempo la envergadura de esos procesos sociales y objetivos de más larga duración ha hecho en estos y otros países -como sobran ejemplos a lo largo de la historia- desarrollar levantamientos, rebeliones y revoluciones sociales. El paro nacional fue inicialmente de 3 días, empezó por el rechazo a una brutal reforma tributaria, y ante la nula acción gubernamental se “incendió la pradera” inmediatamente, para gran sorpresa incluso de los convocantes a ese paro.

Colombia es uno de los países del mundo con más experiencia en construcción y educación para la paz, y resistencia civil noviolenta, y cómo habrá sido de profundo el hartazgo o desesperación (“por no tener nada que perder…más que la vida”) ante esa impunidad y violencia oficial acumuladas, para que tamañas masas hayan tomado -con esa determinación moral y material- los espacios públicos en medio de tales cifras de pandemia (muertes, contagios, ínfima vacunación); violencia social con permanentes asesinatos de activistas sociales (más de 900 desde 2016; más de 100 en 2020); hambre y pobreza (más de la mitad de la población en esta situación).

Lo que intentaremos muy humildemente reflexionar desde la resistencia civil noviolenta, en medio de una gran distancia en todo sentido, proviene de la escucha en varios encuentros, foros, lecturas e información que hemos ido teniendo en estos días con gente cercana actual y de años atrás, de este pueblo que personalmente conocemos de años atrás y consideramos hermano y maestro. Se trata de un levantamiento social que nos emociona, contagia y enseña, iniciado y sostenido en gran parte “desde abajo” (parecería que los jóvenes más empobrecidos y los estudiantes, los indígenas y campesinos con sus maravillosas mingas como “pueblos de paz y equilibro”, las mujeres, los obreros, son quienes sostienen al levantamiento), interclasista, interétnico, antiinstitucional, antineoliberal y por supuesto antigubernamental,  que atraviesa a todos los sectores y clases sociales. A su vez, está extendido en la gran mayoría de los territorios nacionales donde organizaciones, grupos, colectivos, personas han tomado el espacio público -calles, plazas, caminos, carreteras…- con una enorme radicalidad moral y material masiva.

Como en todo proceso de conflictividad social tan elevada, por un lado, hay una gran dosis de dolor y sacrificio presentes por la brutal represión oficial con muertos (76 según comités de ddhh de iglesias), desaparecidos, torturados, arrestados, violadas…y también por el sacrificio que implica el sostenimiento de los bloqueos y plantones con lluvia, sol, hambre, insalubridad, etc. Pero, por otra parte, existe también una gran dosis de esperanza real de lograr avanzar en cambios fundamentales en todos los niveles respecto a la pobreza, hambre y desigualdad social, en que los sectores sociales siempre más discriminados y excluidos sean escuchados y obtengan medidas justas para el respeto a sus derechos fundamentales, a su condición de ser plenamente humanos en el presente y futuro.

Parar para avanzar el doble y Pedagogizar a la sociedad

Analizando las características de la lucha social, este levantamiento está articulado desde una acción de resistencia civil noviolenta denominada “Paro Nacional”, que tiene características muy originales para la historia de la resistencia, a partir de la experiencia e identidad de los actores sociales colombianos. El concepto de “paro” es ambiguo porque históricamente está asociado a formas de huelga, de parar actividades, de no-cooperación con las autoridades y formas del poder, de romper la normalización de la injusticia y la violencia. Sin embargo, este paro no es sólo para parar, sino para “avanzar el doble”, para no dejar de movilizarse en múltiples, desafiantes y muy creativas formas masivas; todas y todos los involucrados, están actuando y reflexionando 48 horas al día. Sin duda, muchas instancias han decidido también parar para no-cooperar y otras probablemente se han visto obligadas a hacerlo, por la situación social que las rodea y determina en su actividad laboral. Es un país parado en cuanto al avance neoliberal -al menos por un momento- y a la vez movilizado a su máxima velocidad en cuanto acciones sociales de impugnación a ese modelo. Y, sobre todo, este paro se da en medio de un proceso de desobediencia civil masiva nacional, no de no-cooperación, articulada sobre todo por bloqueos de caminos, calles y carreteras, lo que da al paro una característica muy especial y radicalizada desde la desobediencia civil, y coloca ya la lucha social en una etapa avanzada, llevando la confrontación a su pico más alto.

Nuestra experiencia en procesos de acción directa o mediación con gobiernos, nos ha enseñado que lo que realmente afecta los intereses y poder de los gobernantes, y los grupos económicos que los sostienen, son los bloqueos, no los paros, mismos que en general incluso los usan moralmente con bastante cinismo social como “judo político” para descalificar a quienes los realizan. Pero contra los bloqueos masivos de carreteras y caminos estratégicos, sostenidos por los pueblos y organización ciudadana, no hay mucha defensa oficial más que asumir los costos sociales, políticos y morales de represiones brutales, o negociar y ceder.

Con una enorme sabiduría y humanización popular, los bloqueos han sido llamados “Puntos Pedagógicos”, con toda la fuerza moral y mirada noviolenta que el término implica, para evitar ampliar la espiral de la violencia y para buscar un puente de comunicación con los otros que están fuera de la lucha directa. Estos “puntos de pedagogización”, como nos enseñó un joven líder indígena amazónico, han dinamizado mucho la tensión y el rechazo social porque allí se comparte información a los transeúntes -en coche o a pie-, se discuten los sucesos del día, los avances de la lucha y su concientización entre quienes están a cargo de las guardias en las fogatas nocturnas. Igualmente sucede en los barrios más empobrecidos de Cali en los “círculos de la palabra” entre jóvenes, como nos enseñan sus educadores populares. Son espacios de encuentro, formación política y social, solidaridad, construcción de determinación moral creciente, de aprendizaje a luchar y a “desobedecer todas las órdenes inhumanas” (J.C.Marín), de suma de aliados y simpatizantes con la lucha, de construcción de ciudadanía, y sobre todo de gran presión material, social y política hacia las autoridades y sus sectores aliados.

Así, si bien el paro es una gran acción de no-cooperación hacia el poder, está siendo también una enorme acción de “co-operación entre iguales”, porque se han ido construyendo espacios de discusión, diálogo y organización muy originales, diferenciados, desafiantes, solidarios y fraternales. A su vez, es una acción estratégica que articula otras muchísimas formas de lucha directa, simbólicas, artísticas, de movilizaciones de masas en espacios abiertos……….

Una cuestión estratégica desde la noviolencia en este levantamiento social, para medir también su duración y el avance de los objetivos, está en la pregunta acerca de qué porción de la “reserva moral” de la sociedad -liderazgos educativos, eclesiales, campesinos, obreros, artísticos, intelectuales…- está con sus “cuerpos en la calle”, en formas no sólo simbólicas y declarativas, sino también físicas en el territorio de la acción directa, lo que implica una determinación moral y presión mucho mayor. La reserva moral en la calle es un “arma moral noviolenta” fundamental en la lucha contra el poder, por el poder social que ésta tiene para confrontarlo, no sólo nacional sino internacionalmente. No tenemos claridad en la respuesta en cuanto a los liderazgos de esos sectores sociales en la calle. Pero, al respecto, nos ha emocionado una imagen donde sacerdotes y pastores, con sus escudos e indumentarias, han constituido también -al igual que médicos, profesores….- una “Primera Línea ecuménica por Colombia”, de protección a los manifestantes en las grandes marchas, una ejemplar acción de “interposición noviolenta de cuerpos” en zona de guerra.

Otra variable fundamental para poder entender hacia dónde va este levantamiento social, es la medición de la sumatoria en la continuidad temporal de más y más gente, e identidades sociales diferentes, que van metiendo su cuerpo en la calle y caminos, sumándose a las múltiples formas de acción social y ayudando a una creciente acumulación de fuerza moral para la causa. Está claro que en este proceso colombiano una parte masiva de la sociedad -que complementa en gran parte a la reserva moral institucional- está ampliamente en la calle, como un tifón diría Vinoba.

También, por lo que hemos escuchado, este proceso inicial de lucha social nacional contra una reforma ha desencadenado y potenciado procesos regionales ya en curso e históricos, autónomos en cuanto a las demandas y negociaciones propias en cada territorio, y sobre la decisión de las formas de lucha convenientes: por ejemplo, si levantar o no los bloqueos no es una decisión sólo nacional sino ante todo regional o local. Esto también conlleva atrás toda una discusión colectiva acerca del carácter de la representatividad en las instancias de negociación, por ejemplo en el Comité Nacional de Paro, donde seguramente jóvenes, mujeres, indígenas y campesinos -que son quienes iniciaron y sostienen el levantamiento-  demandan mucha mayor presencia en la toma de decisiones.

¿La Espiral de la Resistencia Civil Noviolenta podrá revertir la espiral de la Guerra?

Esta gran espiral de la resistencia civil noviolenta, como siempre en la historia, se enfrenta y debe buscar no caer en la provocación de la espiral de la violencia y la guerra, instrumentada por el gobierno y sus aliados, que se niegan a “negociar como iguales”, que han implementado una estrategia de guerra contra el libre derecho a la protesta pública, que han aprovechado toda situación para criminalizar con violencia, racismo y desprecio de clase sobre todo a los jóvenes y más pobres. Algunos han llamado a esto una estrategia de “guerra molecular”, con civiles o paramilitares armados impunemente situados al lado de policías disparando a manifestantes desarmados, con cuerpos antimotines altamente violentos y deshumanizados, ensayando mundialmente nuevos tipos de armas y tanquetas cada vez más letales y violentas. Esta construcción oficial del aterrorizamiento social que busca desmovilizar a las masas, tiene también fuertes tintes de racismo y clasismo hacia los más pobres y jóvenes, a quienes se desprecia y mata, hacia quienes se construyen formas de odio de clase, acusándolos de saqueadores, terroristas, etc., siendo que la experiencia nos enseña que la gran mayoría de las acciones vandalizantes en medio de las movilizaciones sociales son construidas por grupos infiltrados desde el poder. Lo que tampoco justifica los excesos que a veces se cometen desde los mismos manifestantes, y que tanta fuerza moral quitan a la lucha.

Ante esto, el pueblo, en su creciente espiral de la resistencia civil noviolenta y combate al aterrorizamiento represivo, ha ido creando e inventando permanentemente nuevas formas organizativas incluyentes y horizontales, articuladas y no en redes entre sí, ajenas muchas veces a las formas tradicionales organizativas corporativas o de la sociedad civil, que asimismo también están presentes.  

Gran desafío entonces, es que la espiral de la resistencia civil noviolenta no caiga en las provocaciones de la espiral de la violencia y la guerra, del odio social, pues sería entrar “a su juego” donde se controlan la mayoría de los aparatos desde el poder. Y, a la vez, se debe lograr incrementar las acciones noviolentas y la indignación social para que las autoridades y sus grupos de poder cercanos sientan una presión creciente, y deban ceder en las demandas -inmediatas y más profundas- de cambio social que se están exigiendo. Para ello, resultaría central desde la resistencia civil noviolenta cuidar la relación coherente entre el fin y los medios en las acciones del levantamiento social, para seguir sumando los más cuerpos posibles y poder social a la lucha.

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