Pensar en voz alta la justicia y la paz

Pietro Ameglio

La paz en Colombia y Ayotzinapa: no cooperar con la guerra y el aterrorizamiento social

Del 24 al 28 de octubre tendrá lugar en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y en algunos otros espacios académicos afines, un nuevo Ciclo de las Jornadas Reflectere , creadas a comienzos del 2015 por una asamblea autónoma de profesores de la facultad, con el propósito de ahondar la reflexión y la acción a partir de la “acción genocida” del 26-27 de septiembre del 2014 en Iguala, contra los normalistas rurales de Ayotzinapa. El objetivo es “no-cooperar” con una política de silencio, simulación, falsedad, normalización, aterrorizamiento e impunidad, construida desde muchas esferas -principalmente desde el poder político nacional- acerca de ese brutal hecho social e intentar evitar que se siga repitiendo en nuestra historia. Combatir la falta de verdad, justicia, reparación y memoria, en una facultad de ciencias humanistas y sociales es tarea central, y no permite “seguir dando clases como si no hubiera pasado nada”. Así, a dos años del hecho, todos los maestros y maestras adheridos a estas Jornadas adaptaremos, en consenso con los estudiantes, nuestro temario en esta semana a construir un mayor conocimiento respecto a esta acción que encarna el más alto grado de inhumanidad de nuestra especie: el genocidio.

Al igual que los maestros y maestras que se negaron a evaluarse por parte de la SEP, según ellos por el uso de metodologías e instancias tendenciosas, ignorantes y represivas, en una acción de “objeción de conciencia” ejemplar hacia la ciudadanía y sus alumnos; al igual que organizaciones sociales y sindicales nacionales y norteamericanas solidarias con la lucha de los jornaleros de San Quintín que están haciendo un boicot a la trasnacional Driscoll’s en California; al igual que los miles de familiares de víctimas en todo el país que han decidido ellos mismos “excarvar las fosas” clandesinas parea buscar a sus seres queridos; al igual que el reciente “ayuno público” del rector de la UAEMorelos en demanda de los fondos que el gobierno estatal y federal no les han entregado; al igual que todas estas luchas sociales también esta acción de los profesores de Filos de la UNAM coloca la reflexión pública en uno de los niveles más intensos y necesarios de la lucha social noviolenta, cuando las escalas de violencia e impunidad del adversario son crecientes y altas: la no-cooperación.

El gandhismo, los movimientos encabezados por Martin Luther King, César Chávez, Mandela, etc. etc. y hoy el zapatismo (“mandar obedeciendo” y boicot al gobierno) han sido grandes maestros en este arte de decir “Ya Basta” al poder en sus abusos. ¿Cómo? Retirando el propio cuerpo –en toda la amplitud de su sentido individual y colectivo- de cualquier acción o recurso material que esté ayudando a sostener esa injusticia o régimen de gobierno que se combate, porque esto sólo puede sostenerse con el «consentimiento» (explícito , silencioso o no) de cada uno de nosotros. Gandhi en su Programa Constructivo resumía esta forma de lucha noviolenta, anterior sólo a la desobediencia civil, en una relación entre el propio poder y el externo: “Nosotros hemos estado acostumbrados por mucho tiempo a pensar que el poder viniese sólo de las asambleas legislativas. Yo he considerado esta creencia un grave error causado por la inercia o por una especie de hipnotismo. Un estudio superficial de la historia inglesa nos ha hecho pensar que todo el poder llega al pueblo por los parlamentos. La verdad radica en que el poder está en la gente y es confiado momentáneamente a quienes ella puede elegir como representantes propios. Los parlamentos no tienen poder y ni siquiera existencia independientemente del pueblo…la Desobediencia Civil es el depósito del poder”. En lugar de parlamento pongamos todas las instancias de poder que queramos y enfrentemos, y en lugar del pueblo pongámonos a nosotros mismos.

Entonces, Reflectere ¿sobre qué? En primer término, claramente que a dos años de la acción genocida de Iguala estamos completamente alejados y manipulados respecto a cualquier avance en la verdad, justicia y reparación de este hecho. A seis meses de la ‘disimulada expulsión’ del GIEI, y en medio de la heroica lucha encabezada por los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos, la impunidad avanza galopante. Todo lo que se pueda solidarizar y avanzar en la presión pública y conocimiento de este hecho social será fundamental de hacer.

Pero también, a nivel latinoamericano, acaba de suceder un hecho social y político original y relevante para los procesos mundiales de construcción de paz, del que hay que tomar nota y conocer mucho más. Nos coloca frente a muchas dudas, conjeturas, reflexiones –hacia Colombia, hacia México, hacia la construcción de la paz- que es bueno ‘pensar en voz alta’. El 2 de octubre, paradójicamente Día Mundial de la Noviolencia y natalicio de Gandhi, la población colombiana votó en un Plebiscito para refrendar o no los Acuerdos de Paz construidos por más de cuatro años entre el gobierno y las FARC; triunfó el “No” a los Acuerdos por una diferencia de porcentaje menor al 0.5% entre ambos bandos. El porcentaje de diferencia fue mínimo pero las consecuencias de esta decisión son mayúsculas, especialmente para las fuerzas con armas, para la la tan sufrida población civil de territorios donde más se enfrentan militarmente estas fuerzas, para toda la población colombiana. En los “territorios de la guerra”, sin embargo, apabulló el triunfo del “Sí”.

El Plebiscito, convocado por la presidencia sin obligatoriedad de hacerlo, fue una acción de co-operación del poder hacia la ciudadanía, como una forma de “operar” en forma más explícita con la población de lo que se había hecho en los cuatro años de negociación, donde la dinámica fue más bien “encerrada”. La lógica de esta acción fue, en su intencionalidad, positiva, al menos en apariencia, en cuanto a la construcción de la pluralidad y mayor democracia. Una primera reflexión paradójica al respecto, es que una “acción de co-operación” fue rechazada por la mayoría ciudadana a través de una “acción de no-cooperación”. ¿Con cuál acción se dio el rechazo a co-operar? Con un “boicot” (consciente o no). Al no ir a votar aproximadamente 2 de 3 colombianos (63%), esos millones de ciudadanos expresaron una “voluntad política y social” que no se puede juzgar, menos a la distancia, sino que hay que intentar comprender al menos mínimamente. Entender racionalmente, aun sin compartir, los más de seis millones que votaron por el “No” es más fácil que comprender a quienes decidieron ejercer su derecho a la “no-cooperación”, en una votación que iba mucho más allá de un tema electoral, pues tenía que ver con decisiones, humanitarias para empezar, que afectan y afectarán la vida de todo el país y especialmente de millones que están sufriendo y tanto han sufrido por décadas. Tal vez la palabra “paz” esté desgastada, tal vez tenga fuerte descrédito o no concuerde su contenido con el de todos estos ciudadanos, o incluso no signifique mucho en el actual proceso político-social, tal vez tampoco ayudó el “mesianismo” de los dos mayores líderes políticos enfrentados desde cada bando, pero este 63% de los ciudadanos pudieron ir y votar por el “No”. ¿Por qué decidieron como forma de lucha “No votar” y entonces no sólo negar los acuerdos sino el proceso? La pregunta de fondo es por qué en un tema tan de esperanza-para todo el país, las mayorías decidieron “retirar su cuerpo” de esa acción y no-cooperar. La no-cooperación siempre tiene detrás un “juicio moral” y es el que no resulta fácil de comprender en su lógica de la reflexión. Porque los que votaron “No” sí co-operaron con el proceso de paz, aunque no estén a favor de esos Acuerdos. He ahí la diferencia y la fuerte interrogante.

Explicaciones de este boicot al proceso de paz, que incluía el Plebiscito, han sido dadas muchas, desde las dificultades climáticas, el rechazo a la clase política, la indignación, hasta el “exceso de confianza” (estilo como pasó recientemente con el Brexit) ante las encuestas que daban casi seguro el triunfo del “Sí”. Pero no alcanzan pues se trata de un porcentaje muy mayoritario de una población muy valiosa y solidaria como es la colombiana.

Pasando ahora a reflexionar alguno de los muchos factores que influyeron en quienes votaron por el “No”, nos parece importante detenernos al menos en un par de ellos que son claves en la construcción y cultura de la paz universal. El primero tiene que ver con la capacidad, desde esferas del poder derechista de Uribe, de inducir el voto a través de construir un estado de “aterrorizamiento social”. Bien señalaba la psicoanalista argentina Silvia Bleichman, de significativo paso por México: “Mientras el miedo es la forma en que la subjetividad organiza las defensas …el terror sabe a qué le teme pero no tiene forma de protegerse a lo que le teme…es un desmantelamiento de toda defensa. Se rompe con el terror la interrelación entre acción y consecuencia. El terror produce imposibilidad de pensar. Atonta y culpabiliza”. Resulta así central distinguir el miedo como una forma necesaria y reflexiva de defensa, y el terror como otra escala que paraliza y cancela la capacidad de reflexión propia con apego a un “principio de realidad”. La reflexión es la principal arma de un individuo, y cuando se pierde su autonomía entonces se convierte uno en agente de “obediencia ciega de órdenes (inhumanas)”.

Cuando uno ve la campaña de aterrorizamiento ciudadano a favor del “No”, colocando espectaculares con fotos del jefe guerrillero Timochenko bajo la frase “¿Quieres ver a Tiomochenko presidente?”, junto a retratos y banderas de Chávez, Fidel, Cuba y Venezuela, puede observar claramente la construcción de este imaginario-real social a futuro y el terror irracional que genera. Algo experimentamos también en México, con la guerra sucia contra López Obrador iniciada en febrero del 2006, asociándolo igualmente con Chávez. Este aterrorizamiento produce un “encierro” en la reflexión donde ya no se distingue el “principio de realidad” objetivo e histórico, de un “empirismo lógico” donde la realidad es sustituida por un discurso, desde una facción del poder a la que se “obedece ciegamente”.

Para concluir, podría haber existido otro elemento importante en la cultura de la paz, que pareciera ser influyó en la votación del “No”, que es la relación que hay en parte importante de nuestra construcción cultural acerca de la noción de justicia y su relación con el cuerpo. La justicia retributiva –que domina ampliamente el orden social- se define por la proporcionalidad entre el acto y la sanción, donde la “auténtica sanción es la expiatoria” (Piaget); para los que creen en este tipo de justicia (diferente a la distributiva y la transicional, presente en los Acuerdos de Paz colombianos) la sanción es justa y necesaria, es tanto más justa cuanto más severa es la pena…la expiación es una necesidad moral y necesita también de un reflejo corporal. Por lo tanto, si a los guerrilleros de las FARC no se les va a aplicar una sanción “expiatoria corporal” es como si no existiera la justicia hacia ellos. Y nadie va a estar a favor de la impunidad. Es un tema de “lógica de la reflexión” acerca de la noción de justicia, que deriva también en la forma de “humanizar al otro”, en la construcción de la llamada “otredad”.

Por lo pronto, entonces, este reciente Plebiscito colombiano acerca de los Acuerdos de Paz, nos deja dos muy buenos desafíos y preguntas para Reflectere como sociedad mexicana, sumida en la guerra y violencia social a dos años de Iguala, respecto a donde no-cooperar:

¿Cómo romper con la construcción desde el poder del “aterrorizamiento social” que nos paraliza y hace “obedecer ciegamente a la autoridad y las órdenes de castigo” (Lito Marín) que nos da?

¿Cómo romper la lógica imperante de la violencia social (y muchas cosas más: educación, familia, trabajo…) basada en una idea de justicia retributiva a partir de la necesidad de una “sanción expiatoria corporal”, fundamento de la “paz armada” y militarización en que vivimos?

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