Volver a ser Nosotras, Nosotros

Verónica Villa Arias

La economía del palomazo y el “hueso”

Carlos Rodríguez, joven y experto repartidor, en un buen día entrega 23 pedidos. Foto: Verónica Villa

En los años veinte, jazzeros de Nueva Orleans comenzaron a referirse a sus tocadas como gigs. No a los conciertos, sino a tocar con una banda por aquí, otra por allá, cubriendo ausencias, cobrando poco o nada. Gig es lo que músicos llamarían en México un palomazo cuando te apuntas porque quieres, o un hueso cuando no te queda otra que obedecer el llamado.i

Después de la crisis económica de 2008 comenzó a hablarse mucho de la economía gig, que se puede explicar burdamente como la organización de “huesos”, palomazos, chambas, jales o camellos mediante plataformas digitales (Apps). Forbes México la describe como: “un sistema de mercado libre que consiste en un contrato independiente realizado de forma temporal o a corto plazo. (…) Los trabajadores independientes a menudo tienen la libertad de controlar sus propias agendas, sus proyectos y el tiempo que le dedican al trabajo.” Y agrega del diccionario de Cambridge: “Usualmente, esta labor se desempeña a través de plataformas digitales que, aunque limitan el contacto personal, amplían el alcance geográfico de las empresas”.ii

Muy adornada definición que incluye repartidores de comida, mensajeros, choferes para todas las distancias, paseadores de perros, lavadores de alfombras, limpiadores de casas, ensambladores de muebles, masajistas, compradores de mandado y muchas ocupaciones más. Se calcula que hay 100 millones de personas en el mundo trabajando en la economía del “hueso”.

Economía gig, le dicen pomposamente, cuando el concepto viene de la incertidumbre y la inseguridad en el trabajo. La presentan como un fenómeno propio de la época y del advenimiento de la digitalización (lo que sea que eso signifique) cuando es la continuidad lógica de la precarización feroz, el escalón más ruin de la flexibilización y la dislocación laboral, eso que se conoce como outsourcing; el engaño más mal intencionado que hacen a quienes necesitan vender sus capacidades, diciéndoles que son empresarios de sí mismos y únicos responsables de su desempeño, aunque ello signifique morir entre tráilers y autobuses.

Empleados y empleadas de la economía del hueso y el palomazo subsidian a los magnates de las plataformas proveyendo los medios de trabajo: la bici o moto, el coche comprado con altísimos intereses, el combustible y las reparaciones; la casa o cuarto propios para disponerlo a turistas mientras la familia se refugia en otro lugar. No tienen prestaciones médicas pese a que la mayoría desempeña trabajos de altísimo desgaste físico y riesgo. Mucho menos tienen sitios comunes para descansar, tomar acuerdos o agua.

Seyda Osorio en su primer viaje. No tiene mochila de la App porque está juntando $1,200 para pagarla. En otros momentos se une a las cuadrillas que arreglan los jardines de los camellones. Foto: Verónica Villa

La economía gig afecta desproporcionadamente a los jóvenes del mundo, pues son las primeras generaciones en formase en la precariedad a gran escala en todos los rubros ocupacionales.iiiLa precariedad está tan asumida, dice un estudio con jóvenes de Canadá, que las circunstancias económicas no se investigan ni se cuestionan. Los jóvenes buscan navegar la economía gig y subsistir en vez de resistir, consideran que las condiciones laborales de esta época son la norma a la que deberán acostumbrarse toda su vida. El cambio de sistema les parece improbable, cualquier logro se aprecia en términos de desarrollo personal y de la capacidad de “competir.”

La administración de los “huesos” mediante las Apps oculta que los algoritmos son diseñados y alimentados por gente con intereses específicos (ganancias). Las plataformas digitales tienen dueños. Las indicaciones que escupen sobre mejores tiempos y rutas de entrega, así como la autoejecución de cada contrato (servicio), nos dicen, derivan de la inteligencia de las máquinas, que lubrican los procesos productivos, eliminando fricciones con eficiencia y objetividad. Si el trabajador se accidenta o lo asaltan, la plataforma registra eso como incumplimiento del contrato. Se desvió de ruta. Tardó más. ¡Le dirigió la palabra al pasajero! Llegó fría la comida. Se despostilló un mono de porcelana. El perro tiene diarrea. Todo eso va contra las magras comisiones de las que sobreviven los empleados y empleadas del “hueso.” Como si tras “el algoritmo” no existieran cálculos del lucro, sólo “calificaciones objetivas del desempeño”.

Tu prisa no vale más que mi vida. En México, el 1 de mayo cientos de repartidores en bici y moto exigieron justicia para los más de 70 repartidores muertos el último año. Renegaron de la farsa que los considera “socios-empresarios”. “La crisis económica consecuencia de la pandemia empujó a miles de jóvenes a desertar de la escuela, ser parte de los millones de nuevos desempleados o que les recortaran su salario, lo que los obligó a buscar una nueva fuente de trabajo. Así, miles de nuevos jóvenes han engrosado las filas de los repartidores”, explica el colectivo “Ni un repartidor menos”.iv

Rodrigo, joven abogado de la ciudad de México, cuenta: “Amigos que trabajan en UberEats y DiDi me inscribieron. Es mucha distancia, son muchas horas y muy poca remuneración. No hay seguros de vida, ni de nada. Un sueldo alto sería de 1,500 pesos por 14 horas. Uber te llena de ansiedad ofreciéndote un bono extra de 400 pesos diarios que hace que tú mismo te obligues a recorrer más, usar más horas del día para obtenerlo (hay que lograr 24 repartidas por día). Calculas que puedes ganar todo eso, pero nunca cuadra, porque hay tráfico, lluvia y todo es súper peligroso. En la glorieta del metro Insurgentes nos amontonamos cientos de jóvenes cachando pedidos, todos esperando salir corriendo por unos pesos. No hay posibilidades de asociación. Las calles de la Narvarte a la Juárez están súper competidas, en la Narvarte ví morir a un compañero atropellado. Aunque estamos comenzando, para entrar a las plataformas te piden tener cuenta de banco, registro en hacienda, número de nómina. Somos jóvenes, queremos dinero, entonces entras con cuentas de amigos. Hay mucha demanda, pero ese trabajo es como un monstruo Pacman que se come a todos, somos fantasmitas o puntitos. Entre nosotros nos ponemos de acuerdo sobre a qué zonas ir o no ir, la seguridad nos la brindamos nosotros. Me salí porque nunca pude cubrir las cuotas y además mi amigo necesitó usar su registro”.

Hermanos en la ruta. En Indonesia, la economía gig se montó en las redes barriales de mototaxis operados por antiguos conductores independientes, cuenta la investigadora Rida Qadri.v El Pacman que engulle jóvenes repartidores no la ha tenido fácil allá. En Yakarta, la resistencia a las órdenes de los algoritmos abreva de la cultura comunitaria y el conocimiento profundo de su abigarrada ciudad, pues Googlemaps nunca logra conocer todos los rincones. Los trabajadores se monitorean constantemente en chats donde se informan de desastres en el tránsito, manifestaciones, bloqueos, delincuencia organizada. Sus conversaciones trascienden las aplicaciones a las que están suscritos y las cadenas a las que sirven. Algunos se desconectan cuando quieren tiempo para ellos o evitar ciertas zonas; hackean los GPS para poderse colocar a la sombra de los árboles o en lugares de espera poco hostiles y que ello no aparezca como “incumplimiento del contrato”; algunos acuerdan que sea un despachador humano de su confianza el que reciba los pedidos y asigne los repartos (como en los viejos tiempos, dice Riga Qadri). Deciden ellos mismos los lugares de congregación y espera, contradiciendo la “optimización del punto de partida” que indica la aplicación, y como en Londres y California, han obligado a Uber a no imponerles aceptación a ciegas del destino sino a mostrarles el trayecto. Bombardean por twitter denuncias de agresiones de los restaurantes (pues hay quienes les prohíben entrar), han formado grupos de respuesta ante emergencias para reportar accidentes, hacen colectas entre ellos para usarlas en gastos médicos cuando las familias lo necesiten, y mediante el chat se organizan para escoltar a las ambulancias y abrirles paso en el tráfico al saber que pasará por allí algún colega hacia el hospital. Uno de sus lemas es “somos hermanos en la ruta”.

Urge ver las plataformas digitales como instrumentos de explotación y resistirlas. No pensarlas como la inteligencia que inevitablemente gobernará nuestras vidas para siempre. Richard Sennett, que ha documentado la corrosión que causa en el ser la flexibilización laboral, debe estar morado al ver cómo la fragilidad absoluta, la humillación y la desesperanza se vuelven requisitos ineludibles para ganarse unos pesos en la economía del “hueso”. No sustituyamos con Apps la antigua transparencia de imaginar que podemos construir el futuro.

i Significado de “Hueso” según los músicos, en Chilangoñol, Real epidemia de la lengua, revista Chilango: https://www.chilango.com/chilangonol/lenguaje-musical

ii Forbes México, 31 de diciembre de 2020, “La Gig Economy y su impacto en el mundo laboral”: https://www.forbes.com.mx/la-gig-economy-y-su-impacto-en-el-mundo-laboral/

iii Craig Berry, Sean McDaniel, “Young people and the post-crisis precarity: the abnormality of the ‘new normal’”, 20 de enero de 2020, LSE, en https://blogs.lse.ac.uk/politicsandpolicy/young-people-and-the-post-crisis-precarity/

iv “Los repartidores contra la precariedad laboral”, La izquierda diario, 30 de abril de 2021. En https://tinyurl.com/vdnwz22e

v Riga Qadri entrevistada por Paris Marx, “How Indonesian Gig Workers are Organizing , podcast Tech Won’t Save Us, 11 de febrero de 2021.

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