Pensar en voz alta la justicia y la paz

Pietro Ameglio

Hipólito Mora y Autodefensas: “Que mi muerte no sea en vano”

¡Con una muy profunda emoción de ver a los pobladores de Atenco con sus tierras del ex aeropuerto restituidas!

En el artículo anterior, reflexionábamos acerca del asesinato de Teresa Magueyal en Celaya, y los violentos ataques armados de la ORCAO contra la comunidad zapatista de Moisés Gandhi, en el crucero de Cuxulhá, Ocosingo. Ahora, nos toca referirnos al brutal asesinato del líder moral y material de las autodefensas michoacanas -desde el 2013-, Hipólito Mora, junto a tres escoltas, acaecido el pasado 29 de junio en La Ruana, municipio de Buenavista, muy cerca de su casa. A la desaparición e igualmente brutal asesinato del corresponsal de La Jornada en Nayarit, Luis Sánchez, el 7 de julio. Al refugio como domicilio en un cuartel militar que tuvo que pedir la alcaldesa de Tijuana, desde finales de junio, por ataques armados a ella y sus escoltas.

Estas cinco víctimas e identidades sociales corresponden a los principales sujetos sociales hacia los cuales se dirige el “exterminio selectivo” en México en la última década: activistas sociales y comunidades defensoras del territorio, la seguridad comunitaria y los recursos naturales; buscadoras de desaparecidos; periodistas; autoridades o candidatos políticos. Vemos así cómo ambos exterminios, el masivo y el selectivo, no cesan ante el contubernio entre el delito organizado, parte del poder económico y político -sobre todo local y estatal-, fuerzas con armas legales e ilegales, y parte de la sociedad civil empleada. A su vez, no decimos esto con afán de contribuir a la permanente y cada vez más violenta campaña mediática y política de infantilización social y aterrorizamiento ciudadano, que la oposición en México ha escogido como estrategia central de su guerra sucia para lograr el poder en 2024.

Michoacán fue elegido por los expresidentes Calderón para declarar la más que catastrófica, falsa y fallida “guerra al narco” (enero 2007), y por Peña Nieto para su experimento -importado con Naranjo y Uribe desde Colombia- de las autodefensas, que con el contubernio de su delegado-virrey plenipotenciario, Alfredo del Castillo, las penetró y copó de delito organizado, hasta convertir a muchas en nuevas bandas delincuenciales. En febrero del 2013, encabezadas por dos personajes de mucha fuerza moral regional: el Dr. José Manuel Mireles en Tepalcatepec e Hipólito Mora en La Ruana, se crearon las autodefensas bajo el Grito Masivo de Indignación Moral y Material “¡Ya no!”. Fue un Grito nacional más, después del “¡Ya basta” zapatista de enero 1994; del “Estamos hasta la madre” de Javier Sicilia y las familiares de desaparecidos en el país de abril del 2011; del “#Yo Soy 132” estudiantil” de mayo del 2012; y antes del “¡Fue el Estado” de los padres y madres de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos en Iguala a finales de septiembre del 2014.

Hipólito Mora, después de la muerte por enfermedad de Mireles, representaba el mayor liderazgo moral y de autodefensa de esa región emblemática del país, alguien que siempre se mantuvo coherente, honesto y valiente para contradecir y enfrentar la simulación o complicidad de las distintas autoridades. Todo un símbolo de fuerza moral, igual que en Michoacán también lo son las guardias comunitarias de Cherán y Ostula, bastiones de la defensa del territorio ante las mayores violencias del delito organizado y el despojo ambiental. De ahí, los constantes ataques por más de una década a Cherán y Ostula, hoy aún con la desaparición desde el 15 de enero pasado de su abogado –Ricardo Lagunes- en el juicio ante la minera ítalo-argentina ternium (ligada al narco), y del maestro y líder comunal Antonio Díaz. Toda la gran presión nacional e internacional, y la clausura por meses hasta hoy de la mina Ternium Las Encinas por parte de los comuneros nahuas de Aquila y Ostula, no han sido suficientes para que aparezcan con vida estos dos activistas sociales y defensores ambientales.

El poder de fuego, económico y político del delito organizado quedó demostrado en el ataque al convoy de protección de Hipólito Mora, donde decenas de sicarios los atacaron con armas de muy alto poder, prendieron fuego a la camioneta blindada del líder en medio de cientos de balazos, todo en el territorio donde Hipólito Mora actuaba y conocía. Coincidimos con la afirmación de López Obrador -en el aniversario de su triunfo electoral- que en México a nivel federal “ya no hay un narco-Estado”, como fue en tiempos de Calderón y García Luna; pero sí hay Estados y municipios donde actúan gobiernos profundamente ligados al delito organizado, y también como afirmaba el obispo Raúl Vera, en el Foro “Tejiendo esperanzas” del Premio Nacional de Derechos Humanos don Sergio Méndez Arceo: “En México aún hay zonas controladas por el crimen organizado”.

Don Hipólito Mora dejó una carta póstuma, sabiendo que su muerte era en parte “anunciada”: “sabía que este día llegaría…voy a morir peleando, sólo quiero que mi muerte no sea en vano”. Eso ya no depende de él, sino de todas y todos nosotras y nosotros, en todos los niveles sociales en que actuemos y luchemos. Cada acción nuestra reproduce “órdenes deshumanizantes” o no, ahí es dónde se ve la determinación moral y material de cada una y uno.

Asimismo, en estos días muy recientes hemos visto que el delito organizado en el país no es sólo un tema armado, económico y político, sino ante todo social. Como bien señaló una investigación del Instituto de Investigaciones Económicas de la Unam en 2011: el delito organizado es la principal fuente de empleo directo e indirecto del país, incluso por encima de Pemex. O sea, su base social es enorme por muchas razones: es el agua que necesita el pez para crecer y reproducirse, diría Mao Tse Tung. Ayer (10 de julio) vimos algo impresionante en México: 5.000 pobladores de 4 comunidades de Guerrero –uno de los principales estados mexicanos del delito organizado de todo tipo y de las autodefensas- marcharon y bloquearon a más de 500 efectivos de la Guardia Nacional, retuvieron a 10 Guardias y 3 funcionarios públicos, bloquearon la capital del Estado y la principal autopista del país con destino a Acapulco. ¿Organizados por quiénes? La organización delictiva Los Ardillos. ¿Por qué causa? La liberación de un líder transportista de la región, parte de esa banda, arrestado con drogas y armas la semana pasada. El bloqueo e impresionante movilización masiva de poblados duraron más de un día, y al final se llegó a un acuerdo -a partir de una muy buena política no represiva, no violenta y tolerante del gobierno federal- para mejoras estructurales en las comunidades, pero no para liberar al líder ni para ser rehenes del narco.

Podemos observar así que las autodefensas y las organizaciones del delito organizado, como dos caras de una misma realidad social, son un claro reflejo de las necesidades y fracturas comunitarias de esta guerra que atraviesa a México: una parte de la comunidad se organiza en asambleas, crea su autodefensa, su guardia, o su policía municipal y comunitaria, sus formas de reeducación o castigos, y enfrenta a las bandas del delito organizado y a la autoridad pública asociada a ellas. Mientras que otra parte de la comunidad, vive o subsiste como “empleada” de la delincuencia organizada en varias formas, y protege de múltiples maneras a las bandas.

En nuestro país, casi cada semana surge algún nuevo grupo de autodefensa comunitaria o barrial, como una forma legítima de construcción local de paz y convivencialidad en condiciones de guerra o alta violencia. En estas últimas semanas se crearon, por ejemplo, en: Pantelhó y San Cristóbal de las Casas (Chiapas), Totolapan, Teloloapan y Temalacatzingo (Guerrero), Naucalpan (Estado de México).

La paz imperfecta

Como reflexionábamos en un artículo anterior de Desinformémonos acerca de las autodefensas (https://desinformemonos.org/autodefensas-son-un-limite-y-necesidad-real-de-la-especie-humana-ante-la-violencia-extrema/), éstas son parte de un tema muy complejo de analizar que no debe reflexionarse sólo en clave de violencia sí o no, o de lucha armada o resistencia civil pacífica, sino desde una dimensión y pregunta mucho más profunda: ¿hasta dónde su construcción y papel histórico de larga duración en todo el mundo, nos refleja un límite epistémico, organizacional, comunitario y moral de la especie humana frente a situaciones de la más elevada violencia material? ¿No conocemos con suficiente amplitud otro tipo de experiencias históricas y sociales? Creo que como humanidad no tenemos respuestas claras y amplias a estas preguntas, pero sí hay avances reflexivos y prácticos de por dónde intentar caminar.

Uno de los grandes desafíos, nos parece, de las autodefensas es de “mostrar las armas”, “usarlas si no hay de otra”, pero que sus acciones y estrategias no activen e incrementen la “espiral de la guerra, la violencia, el odio y la venganza”, sino que la detengan y la hagan regredir hacia formas de la “espiral de la paz, la noviolencia, la justicia y la empatía”. Este es un arte de una complejidad y conocimiento enorme. Las comunidades sobre todo indígenas lo tienen en las raíces de su historia, cultura y prácticas ancestrales.

Acaba de estar en México el padre Francisco -Pacho- De Roux, para recibir el doctorado Honoris Causa del Sistema Universitario Jesuita, por su vida al servicio de la construcción de Paz en Colombia, y recientemente como cabeza de la Comisión de la Verdad en su país. Un hombre ejemplar en la construcción de paz durante toda su vida: “La paz es un tema que nos divide, cuando debería unirnos, ya que es ‘parar la guerra’ y darnos la posibilidad de emprender juntos, en medio de las diferencias y los conflictos normales, las transformaciones que garanticen a cada persona, familia, comunidad, etnia y región las condiciones para vivir en dignidad”. Él escribió un libro titulado “La audacia de la Paz Imperfecta”, que retoma un concepto acuñado por el Dr. Francisco Muñoz (Universidad de Granada, España) en otro libro (“La paz imperfecta”), donde hablando de las paces desde la perspectiva del conflicto “agrupa bajo la denominación de paz imperfecta a todas las experiencias y estancias en las que los conflictos se han regulado pacíficamente, es decir en las que los individuos y/o grupos humanos han optado por facilitar la satisfacción de las necesidades de los otros, sin que ninguna causa ajena a sus voluntades lo haya impedido”. Y continúa más adelante: “una paz imperfecta que nos ayuda a planificar unos futuros conflictivos y siempre imperfectos. Este enfoque nos permite también pensar la paz como un proceso, un camino inacabado. Así puede ser entendida la frase de Gandhi no hay camino para la paz, la paz es el camino”.

Las autodefensas son, en cierto sentido, una forma de “paz imperfecta”, pero en esas condiciones materiales, sociales y morales de vida, resultan legítimas y hasta necesarias, aunque nadie lo desee. Gandhi decía que “entre la cobardía y la violencia, escojo siempre la violencia…pero existe otro camino que es la noviolencia”, y agregaba que en su tiempo “la noviolencia estaba como la electricidad en la época de Edison (su descubridor)”. Tal vez más de medio siglo después, la noviolencia no se haya desarrollado masivamente aún lo suficiente como lo ha hecho la violencia. Desde su lógica, Hipólito Mora en su carta de despedida invitaba a los michoacanos a ser “valientes una vez, y acabemos con este mal que nos tiene en el suelo”.

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