Pensar en voz alta la justicia y la paz

Pietro Ameglio

¿Dónde está hoy la “frontera moral” en la sociedad mexicana?

¿Dónde está hoy la “frontera moral” en la sociedad mexicana? ¿Quemar viva a una madre en un parque porque su hijo con trastorno mental grita?

En México cada vez más ha ido aumentando la delgada línea de la “frontera moral” de la sociedad frente a la inhumanidad y su normalización, sobre todo en esta última década de guerra entre cárteles y bandas del crimen organizado -con sus múltiples alianzas- por construir el monopolio de territorios con una gama amplia de delitos. Este concepto social que une la frontera y lo moral, es sumamente concreto -para nada abstracto y subjetivo- y clave de transformar en un “observable social” en la lucha social por la justicia y la paz. Tiene una doble dimensión: individual y social, aquí abordaremos la social pero es también fundamental para cada persona tener conciencia de cómo está construyéndose su propia frontera moral individual, que en gran sentido es la medida de su grado de humanización y dignidad. Constantemente en México se han ido sucediendo hechos sociales que rebasan el imaginario y la experiencia social previa, y cuando uno cree que ya no es posible rebasar esa frontera de lo inhumano, aparece otro hecho original y más violento aún. Esto tiene el gran riesgo que la frontera moral social, que marca el grado de deshumanización pública que un orden social -encarnado en un conjunto de cuerpos e identidades- está dispuesto a tolerar o normalizar sin movilizarse masivamente con un ¡Ya Basta!, se va haciendo más laxa y tolerante de la inhumanidad creciente. Y, por consiguiente, avanza la deshumanización social en ese orden.

Hemos venido sosteniendo que esta es una de las grandes razones del crecimiento de la guerra y el dominio territorial del delito organizado en el país, pues se han tolerado y dejado pasar hechos sociales de ejemplar inhumanidad (guardería ABC, Masacres de San Fernando y Villas de Salvárcar…), sin movilizaciones altamente masivas públicas y continuas en un nivel de acción noviolenta radical (no-cooperación y desobediencia civil), proporcional a la violencia. Quizás el último caso de inhumanidad en que la frontera moral de la sociedad se negó a correrse y normalizar más aún, fue la acción genocida contra los 43 estudiantes de Ayotzinapa, pero esas grandes movilizaciones no duraron el tiempo suficiente ni tuvieron la determinación moral y material necesaria de grandes porciones de la reserva moral nacional con capacidad de presión real hacia la autoridad, para lograr los resultados de la verdad y aparición de los 43, así como las renuncias siquiera indispensables también para la no-repetición. Existe como trasfondo asociado a nuestra frontera moral que cada vez es más claro: en México hay “Permiso para Matar”, como sostiene la Dra. Myriam Fracchia, especialmente si son mujeres y jóvenes: aproximadamente 12 mujeres asesinadas cada día.

Hemos asistido en los últimos tiempos a muchos casos de mujeres quemadas en su rostro y cuerpo con ácido, y ahora se pasó a otra etapa (¿?) que ha sido la de quemarlas vivas (hacer este acto despiadado en vida le da un nivel total de deshumanización): una niña de 11 años fue quemada viva en el centro de rehabilitación privado “Casa de Vida Camino a la Fortaleza” en Tonalá, Jalisco, el 22 de julio; Margarita Ceceña fue quemada viva el 1° de julio presuntamente por familiares en Cuautla, Morelos.

Hace pocos días (16 julio) sucedió en Zapopan, Jalisco, un hecho social que visibilizó más aún la brutal deshumanización que nos atraviesa, y que no ha generado una toma de conciencia colectiva nacional en la línea de la frontera que estamos reflexionando, lo que agrava la normalización y aumento de la “violencia socialmente permitida”. Luz Raquel Padilla Gutiérrez de 35 años, madre de un niño de 11 años con autismo y epilepsia, y activista social por la defensa de los DDHH de personas con capacidades diferentes en “Yo cuido México”, fue rociada con alcohol y quemada viva en un parque cercano a su domicilio, por cuatro personas (3 hombres y una mujer), muriendo después de tres días de agonía. ¿Frente a cuántas personas? Hasta hoy no se han podido identificar a los agresores ni al autor material, se han estado haciendo hipótesis por la Fiscalía de Jalisco y hasta se manejó que pudo ser suicidio (¿¿Igual que en el caso de Debanhy Escobar con la Fiscalía de Nuevo León?? ¿Siempre culpando y revictimizando a las víctimas?), lo que fue desmentido por la Secretaría de Igualdad Sustantiva entre Mujeres y Hombres del Estado, quien atendía a Luz. El principal sospechoso, su vecino Sergio, se entregó voluntariamente al otro día, probando que no había estado en el parque a esa hora, y estará un mes en prisión preventiva mientras se investiga. ¡Vergüenza por la ineptitud o complicidad de las autoridades locales (igual que en Nuevo León)!

El 5 de mayo Luz había denunciado ante la Fiscalía, la Policía municipal y en redes sociales, a su vecino Sergio por amenazarla de muerte a causa del ruido que hacía su hijo durante las crisis de sus enfermedades, y por pintar letreros de odio contra ella en el multifamiliar donde vivían (“Te vas a morir quemada”, “Te voy a matar Luz”, La Jornada 21-7-22). Logró una “orden de restricción” para que el denunciado no pudiera acercársele hasta el 9 de julio, pero no logró que se la incluyera en el programa municipal Pulso de Vida, donde se entrega a mujeres amenazadas un botón de pánico y sistema de localización, porque su causa no era suficientemente riesgosa. ¿Qué criterios, variables, mediciones y herramientas de la cultura de prevención de la violencia se están usando?

Hasta aquí los hechos. Ha habido pequeñas manifestaciones en Zapopan, Ciudad de México, y tal vez alguna otra ciudad. Sobre todo con activistas sociales, familiares y gente solidaria con luchas similares. ¿Alguna renuncia de funcionarios públicos co-responsables en todos los niveles? Nadie de la capa jerárquica estatal y municipal, sólo un director de la Unidad de Atención a Víctimas. ¿Testigos del parque? ¿La reserva moral, la clase política, intelectual y cultural de la sociedad jalisiense y nacional? Todos ¡bien gracias!, en cuanto a acciones públicas de indignación y justicia, proporcionales en la noviolencia a esa barbarie. Repito, se trata de un hecho social que delimita la frontera moral de lo que una sociedad en su conjunto está dispuesta a dejar pasar, a normalizar, íntimamente ligada su respuesta al futuro de las acciones de deshumanización que se vayan dando y creciendo. En esta lógica de análisis social, no se trata de un “hecho más de violencia”, sino de un “hecho ejemplar de inhumanidad”, que no se puede tolerar socialmente.

Orden social: obediencia y castigo

Estos asesinos representan en realidad ejemplos avanzados de deshumanización social, pero no demasiado alejados de las identidades de cualquiera de nosotros. Tratando de explicarse y explicarnos cómo pudo realizarse el genocidio nazi, el psicólogo social Stanley Milgram realizó una importante investigación en los sesenta (“Obediencia a la autoridad”, Descleé de Brouwer) donde demostró que “personas comunes y corrientes” de las sociedades (sobre todo europeas, norteamericana y japonesa) eran quienes habían participado -en muchas escalas y formas diferentes- en la realización de ese genocidio, sin lo cual no podía haberse realizado por más tecnología que existiera. O sea, las acciones inhumanas -en la escala que sean, donde el genocidio es la mayor- son el efecto de la acción de muchos sobre pocos (aunque esos pocos sean 6 millones de judíos), y no como comúnmente se cree y enseña en todos los libros de historia: la acción de unos pocos desquiciados -enfermos de odio- sobre muchos.

¿Cómo es entonces posible que tanta “gente buena” en su vida cotidiana y familiar pueda ser partícipe en tamaña inhumanidad y deshumanización social? La falta de toma de conciencia de las propias acciones, de sus consecuencias sociales y de cómo opera el orden social que nos atraviesa es la clave. Y ¿cuál es el operador social e individual que construye esa falta de conciencia de los propios actos? Como afirmaba el Dr. Juan Carlos Marín, el operador clave es que somos construidos en “la obediencia debida a toda orden de castigo que a priori la autoridad emite”. Él mismo sostenía que todos los órdenes sociales conocidos hasta ahora se han basado en “la obediencia y el castigo”. El importante historiador norteamericano Howard Zinn afirmaba con claridad al respecto: “La desobediencia civil no es nuestro problema. Nuestro problema es la obediencia civil. Nuestro problema es que personas de todo el mundo han obedecido dictados de los líderes. Millones de personas han sido asesinadas a causa de esta obediencia. Nuestro problema es que la gente es obediente en todo el mundo frente a la pobreza, el hambre, la estupidez, la guerra y la crueldad”.

La cultura de paz y la noviolencia intentan que tomemos conciencia cómo los procesos de deshumanización en las personas y la sociedad avanzan a partir de obedecer ciertas órdenes y mecanismos violentos de transformación de conflictos instalados y normalizados en ¡todos y todas!, sin plena conciencia por el orden social: centrarnos en la espiral de la violencia y la guerra; no ver el conflicto como una oportunidad de humanización y crecimiento; promover el castigo ejemplar y el chivo expiatorio; reproducir el prejuicio y la estigmatización; tener falta de empatía y humanización con el otro y la otra; construir la intolerancia y polarización social; y, finalmente, desde la concepción que el otro y la otra están fosilizados y nunca podrán cambiar, por lo que lo mejor es desaparecerlos o exterminarlos en la forma que sea. Esta cultura de la violencia nos va penetrando cada vez más desde que nacemos, por su normalización y enorme reproducción social mecánica, que, como decíamos antes, tiene mucho que ver en los tipos y niveles de acciones públicas que toleramos, pasamos por alto sin realizar acciones abiertas y masivas de radicalidad y protesta noviolenta que tengan consecuencias de “control social ciudadano” sobre las autoridades y los victimarios.

Dejar pasar, normalizar, banalizar y la impunidad son los grandes ingredientes sociales para el avance de la deshumanización en todos los niveles individuales y sociales. ¿Un antídoto? Construir conocimiento a todo nivel para ser capaces de “desobedecer toda orden que nos deshumanice y deshumanice a otros y otras” (Juan Carlos Marín). Algunas órdenes inhumanas y deshumanizantes son fáciles de detectar: quemar viva a alguien. Otras son más complejas de captar: pagar menos a las mujeres que a los hombres por trabajos iguales .

Finalmente, es importante profundizar en las múltiples formas que el orden social ha construido para ejercer un castigo sobre los cuerpos e identidades, que considere que lo merecen. El castigo está íntimamente ligado a la idea de justicia y de sanción, que puede ser expiatoria o por reciprocidad. La postura de la justicia retributiva, ampliamente dominante en la violencia del orden social, corresponde a que la sanción es “justa y necesaria”, y es tanto más justa cuanto más severa y expiatoria es su acción: se conduce arbitrariamente a la persona a la obediencia por medio de una coerción suficiente con un castigo doloroso que privilegia el dolor corporal. Allí “no hay ninguna relación entre el contenido de la sanción y la naturaleza del acto sancionado…lo único necesario es que haya proporcionalidad entre el sufrimiento impuesto y la gravedad del delito” (Piaget). Cuanto más sufra el cuerpo más justo es el castigo, y más posibilidad habrá que la persona victimada cambie su conducta. Esa es gran parte de la lógica con que el orden social opera consciente e inconscientemente en nosotras y nosotros desde antes de nacer, por la violencia cultural normalizada en que se basa.

Nos preguntamos y preguntamos a los victimarios y a nosotros como sociedad:

¿Qué relación y proporción hay entre los gritos de un hijo con enfermedad mental y quemar viva a su madre? ¿Cómo se puede quemar viva a alguien en medio de un parque público: no había nadie mirando, nadie intentó impedirlo o buscar ayuda? El lugar y el tipo de castigo son centrales para la reflexión. ¿Estos asesinos no son ellos los verdaderos enfermos mentales?

Esas respuestas tienen relación -en parte- con el estado de las cosas de la “frontera moral” de la sociedad mexicana actual.

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