Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

Desde Rusia, el infierno oficial

El metro de Moscú es uno de los lugares más raros e impresionantes del mundo. Empezó a construirse en los tiempos de Stalin, antes de la Segunda Guerra Mundial, y mientras en la capital soviética caían las bombas, las tropas nazis que estaban a sólo 17 km de Moscú, el estado mayor alemán estaba eligiendo un caballo blanco para la entrada triunfal de Hitler a la Plaza Roja, el metro seguía inaugurando las nuevas estaciones. Con el comienzo de la “guerra fría” el metro con sus cientos de kilómetros bajo tierra se convirtió en el refugio del ataque nuclear más seguro del mundo, y según cuentan, esconde una enorme ciudad secreta subterránea, con reservas de comida, agua y espacios de alojamiento para millones de personas. Independientemente de las verdades o de las mentiras del mito, la parte visible del metro es un gigantesco de museo con cientos de salas de granito, mármol, bronce y acero, con pinturas, mosaicos y esculturas de todas las épocas y de la Rusia moderna; desde el realismo socialista hasta el minimalismo capitalista de ahora. Todos los moscovitas, desde el 1938, generación tras generación, pasando por la estación Plaza de La Revolución, donde están esculpidos en bronce todos los grupos protagonistas de la gran utopía bolchevique, tienen que acariciar la nariz del perro del guardia fronterizo. Antes esto traía suerte a los estudiantes en los exámenes, ahora se sabe que el don de la nariz del perro se expandió y tocarla trae todo tipo de fortuna para todo el mundo, así que brilla de lejos por tanto frotamiento.

El metro de Moscú es también un lugar profundamente democrático. Aquí se encuentran todos sus mundos y grupos sociales, hay que ser un turista, alguien con mucha carga o simplemente un ignorante para viajar por la capital rusa en un carro o en taxi: el recorrido siempre será mucho más largo. El metro de Moscú es limpio, rápido, cómodo y absolutamente seguro, y con una naturalidad absoluta, heredada de los tiempos soviéticos, lo usan todos por igual, los pobres y los ricos, los jefes y los empleados. Muchos bajan al metro con sus mascotas de todo porte. Teóricamente está prohibido, pero nadie hace caso confirmando el dicho ruso (uno de los esenciales para entender algo del país) que dice: “Aquí la rigurosidad de la ley se compensa por la innecesaridad de su cumplimiento”. Antes, este metro impresionaba a todos los extranjeros porque sus pasajeros siempre viajaban leyendo libros. Con el cambio de los tiempos ahora leen celulares. Pero se nota también otro tipo de cambio. Este año, muchos rusos empezaron a usar los símbolos nacionales y soviéticos en algún elemento de sus ropas, bolsos o maletas. Las banderas norteamericanas, tan comunes hace poco más de un año, desaparecieron. No existe ninguna ley al respecto, simplemente, muchos dejaron de sentirse cómodos con los símbolos norteamericanos.

Moscú sigue su vida absolutamente normal, en su cotidianidad no se siente la guerra, algunas marcas occidentales, que se retiraron de su glamoroso centro, fueron reemplazadas rápidamente por la competencia, la coca cola, que desapareció por un par de meses, ahora se volvió aún más barata, según dicen, traída desde la China, y por lo menos una decena de imitaciones rusas del mismo producto bajo otros nombres. Pero algo cambió en el aire. Disminuyó mucho el ambiente alegre y despreocupado que se vivía en las calles de Moscú antes de febrero del año pasado. Se nota tristeza y algo de inquietud. Casi la mitad de lo que lee la gente en las pantallas de sus teléfonos en el metro son noticias de la guerra, análisis de la guerra, opiniones de la guerra. La sociedad rusa es diversa y existen varias miradas. Suelen coincidir en una sola percepción: a nadie le gusta la guerra, menos en la vecina Ucrania donde prácticamente todo el mundo tiene familiares o amigos cercanos. Hay un leve aliento de guerra civil, como uno lo imagina, según los libros.

En los medios rusos se tiene prohibido el uso del término “guerra” y para referirse al conflicto bélico, debe usarse “operación militar especial”. Es por dos razones: en los combates en Ucrania participa un contingente restringido del ejército ruso, no más de una sexta parte, el resto debe vigilar las larguísimas fronteras, que ahora están bajo nuevos riesgos; tampoco se usa todo el potencial militar ni las armas más modernas (no me refiero de las armas nucleares), que seguramente están reservadas para el caso del enfrentamiento directo con las tropas de la OTAN; y lo otro, es que si el gobierno ruso reconoce oficialmente el estado de guerra, por las leyes vigentes, el país debería militarizar la economía, aplicar el estado de emergencia nacional e iniciar una movilización total, situaciones que Putin quiere evitar, tratando de no impactar tanto la vida dentro de Rusia y conservar la mayor normalidad posible. Pero igual, todo el mundo habla de la “guerra” todo el tiempo y muchos medios también. Algunos, con menos suerte, son multados. Hay muchas críticas y también preguntas.

Un amigo de infancia, que es oficial de las fuerzas especiales de la policía rusa, cuenta: “Cuando pasó lo que pasó, muchos, dolidos y preocupados por sus amigos y familiares en Ucrania, de inmediato se comunicaron con ellos, expresando su preocupación y el dolor sincero. En respuesta, recibieron insultos, maldiciones, amenazas y fotos de cadáveres de soldados rusos. Fue como un balde de agua fría. En los primeros días después del ataque ruso, en febrero del año pasado, en diferentes lugares de Rusia, varios salieron a protestar. No eran tantos, pero igual fueron miles de personas. La policía detenía a todos, conversaban con ellos, discutían a veces, pero en pocas horas los liberaban…”. No hubo maltratos ni represión brutal, como esperaba la prensa occidental. Las protestas fueron disminuyendo. No creo que el miedo a las represalias fuese el factor determinante sino su inutilidad ante lo poco impactantes.

El apoyo al gobierno dentro de Rusia sigue bastante alto y esto tiene dos principales razones: la primera, tiene que ver con los recuerdos de la época de Gorbachev y Yeltsin, cuando el país se convirtió en una verdadera colonia del Occidente, con la economía, educación, cultura y todo el sistema social totalmente destruidos y cuando la delincuencia, la policía corrupta y los grupos neonazis se adueñaron de las calles rusas, y la segunda, es el “ejemplo” reciente de la vecina Ucrania, donde los “demócratas” pro-occidentales tomaron el poder y el país en tiempo récord se convirtió en un infierno para sus habitantes.

En términos reales, no propagandísticos, Rusia aunque con tantas contradicciones y problemas serios sin resolver, en comparación con todos sus vecinos y hasta con varios países europeos de los últimos meses, tiene una calidad de vida notoriamente más alta, el estado social sigue funcionando bastante bien con muchas opciones de la salud y la educación gratis, apoyo a la familia y a los niños, mucha cultura de primer nivel, al acceso de todo el mundo, muy poca delincuencia, la vida cotidiana en general bastante cómoda y más libertades reales que en muchos países con las “democracias ejemplares” del “Primer Mundo”. Es cierto que no se puede ir a la plaza Roja a gritar abajo Putin y que hay poca libertad de prensa (los medios opositores pro OTAN fueron cerrados después del inicio de la guerra y los independientes de verdad, realmente son muy pocos). Pero en la red Telegram, donde no se compara a la censura que políticamente tiene Facebook, twitter o youtube, vemos una libre e interesantísima discusión social entre miles de escritores, políticos, sociólogos, historiadores y militares rusos.

También hay excelentes posibilidades para desconectarse del ruido informativo y escapar a uno de las decenas de parques de Moscú, que son para todo el mundo, donde no se diferencias ricos o pobres, y donde las clases disfrutan por igual de su tranquilidad y belleza, totalmente gratuitos, realmente espacios democráticos, seguros, muy bien mantenidos y extremadamente necesarios para la salud mental de la gran urbe.

Respondiendo a la pregunta, de si Rusia tenía otras opciones aparte de esta maldita guerra, se puede tener diferentes opiniones, y creo que ninguna sería definitiva, ya que hay demasiados elementos que no sabemos. Pero también hay otros muy claros y reales. Ucrania está gobernada por un régimen nazi totalmente controlado por los EEUU. Los 8 años que Rusia y Donbass estuvieron esperando el cumplimiento por parte del gobierno ucraniano de los acuerdos de Minsk, de los cuales Francia y Alemania eran “garantes”, claramente Ucrania nunca pensó cumplirlos, y sus socios de la OTAN lo sabían, y la misma Merkel reconoció que el circo de Minsk fue para engañar a Putin y darle tiempo a Ucrania para prepararse militarmente y recuperar el Donbass rebelde, por la fuerza. En Ucrania del post Maidán a un nivel oficial fue en aumento el discurso fascista, se prohibió y se persiguió la cultura rusa, natal para la mayoría de los ucranianos, existían laboratorios biológicos de los EEUU y el presidente Zelensky expresó la intención de volver a tener armas nucleares propias. Cualquier evaluación seria y honesta de las realidades de esta guerra debe tomar en consideración este contexto, para no repetir burradas de los medios occidentales con que el “dictador se ha vuelto loco”, “el odio ancestral ruso hacia los ucranianos” o “una agresión no provocada contra una joven democracia ucraniana”. Se equivocó Rusia o no, hoy detrás de Ucrania está todo un poderío militar, económico y mediático de Occidente y el único interés que tienen los EEUU en Ucrania es usarla como la punta de lanza contra Rusia y de paso debilitar aún más los casi coloniales estados de Europa y mermar su economía para recuperar su rol de superpotencia, preparando su guerra principal, que será contra China.

La guerra informativa mundial contra Rusia es la parte más evidente de nuestra nueva realidad mediática, y abarca desde el cierre y censura total en el “mundo democrático”, de sus medios y redes sociales a todas las fuentes informativas rusas. Hasta la persecución de todos los que nos atrevemos a dudar de la nueva verdad, la única y la obligatoria. Todos los grandes medios del sistema, “serios” y no, se dedicaron a reproducir los mismos fake news imposibles de comprobar o desmentir. El escándalo más famoso de hace un año sobre “los crímenes rusos en Bucha” por ejemplo. Bucha es un lindo pueblo en las afueras de Kiev hasta dónde llegó el ejército ruso en su inicial ofensiva de marzo de 2022. Hubo fuertes enfrentamientos en una zona densamente poblada con muchas víctimas civiles, en su enorme mayoría por el fuego cruzado. Cuando los rusos se retiraron (confiando en un preacuerdo de paz, que parecía realista y que una vez más, el gobierno de Kiev no pensaba cumplir), las autoridades ucranianas invitaron a la prensa internacional y ordenaron a exhumar a todos los cadáveres, presentándolos como “civiles masacrados por los rusos”. El macabro show fue complementado con “los testimonios” “recopilados” por la encargada de los DDHH del parlamento ucraniano, Liudmila Denisova quien con lujo de detalles presentó a la prensa cientos de “casos” de violaciones de civiles, niños y viejos ucranianos por los militares rusos. Un par de meses más tarde, se supo, y la misma Denisova lo reconoció, que las terribles historias contadas habían sido fruto de las fantasías sexuales de ella y de su hija que es sicóloga y que así habrían querido “incentivar el odio hacia el agresor”. La elección de Bucha para los medios tampoco es casual, suena como “butcher”, carnicero, en inglés. Tomando en cuenta que para quien no sabe ruso o ucraniano, los nombres le suenan a nada, son imposibles de retener en la memoria.

Hace un par de semanas las redes y las pantallas del mundo, recorrieron las escalofriantes imágenes de “militares rusos decapitando a un prisionero ucraniano”. Algunos patriotas ucranianos se indignaron que su soldado antes de morir en vez de gritar en ucraniano consignas heroicas, suplicaba y se quejaba en el idioma del agresor. Pasaron los días y resultó ser falso. El “prisionero ucraniano” resultó ser un prisionero ruso, y los verdugos eran los militares ucranianos vestidos de rusos. Tampoco fue aclarado ni desmentido por ningún medio occidental. Este tipo de manipulación informativa durante todo este año no ha parado ni un segundo y sin duda, fuertemente formateó la opinión pública occidental, incluso la de los “pensantes” o de “izquierdas”.

La gran mayoría de los rusos críticos de esta guerra, jamás condenaron los crímenes de Ucrania en Donbass. En Rusia el pueblo los llama “liberales” y esta palabra ya es un estigma. Estos liberales son nostálgicos por los tiempos de Yeltsin y sus “libertades democráticas”, incluyendo el asalto militar y la disolusión del parlamento con cientos de muertos, que nadie contó nunca, la bestial campaña anticomunista en los medios y el poder de las mafias que impuso. Estos recuerdos felices de los liberales, para el pueblo ruso, son los tiempos de su peor pesadilla. Eran los tiempos en que la embajada norteamericana le daba órdenes al Kremlin y el país se caía a pedazos. La Rusia de entonces se parecía a esta Ucrania de hoy, en vías al subdesarrollo. Los “demócratas” rusos “liberales” “de izquierda” y de derecha suelen ser financiados por las mismas fundaciones extranjeras mantenidas por las mismas Corporaciones. Muchos ahora están en Europa, “desenmascarando al régimen sangriento de Putin” y en las conversaciones privadas, cuando se sienten de confianza, dicen, que la ocupación de Rusia por la OTAN “sería un paso necesario para su progreso”. No estoy inventando ni suponiendo nada, lo sé de primera mano y es una tendencia. Desprecian profundamente a su pueblo y su memoria. Fingen ser europeos o gringos por sus costumbres y sus maneras, parecen ser extranjeros en su país. Al alcalde de Moscú Serguei Sobianin, quien hizo una maravillosa gestión urbanística reconocida por la gente, convirtiendo la capital rusa en una de las megalópolis más acogedoras del mundo, lo tildan de “pastor de renos”, burlándose de su origen étnico de uno de los pueblos indígenas del extremo norte. Saliendo al ilustre extranjero se transforman. Hablan en nombre de un “pueblo que sufre una terrible dictadura” y, lo más tragicómico, en nombre de “la izquierda no autoritaria”, o sea antisoviética, anticomunista y pro-OTAN. Obviamente, simpatizan con la “joven democracia ucraniana”. El pueblo y la izquierda verdadera rusa, de abajo, no habla ni inglés ni alemán y no tiene financiamientos extranjeros para pasearse por el mundo codeándose con personajes importantes. El pueblo está en su país, tratando de defenderlo como puede.

Los verdaderos problemas en Rusia existen y son muchos. Esta guerra los está agudizando por supuesto. Uno de los más graves y difíciles por resolver es que muchos de los altos funcionarios del gobierno ruso son liberales que ahora se pusieron las máscaras de patriotas. Son producto de la Perestroika, representantes de sus valores o lo único que quieren, es llegar pronto a algún “arreglín” con los EEUU para continuar con la vida glamorosa y sus escapadas los fines de semana a Europa, a lo que se acostumbraron hace tiempo. Siguen mintiendo y robando y con la guerra lo hacen más. También sabrán cómo cuidar sus puestos en el poder. El pueblo común, le exige a Putin “una mano dura” con ellos, lo acusa de ser demasiado blando e indeciso y cada vez más, se extraña a Stalin, quién “no lo toleraría”… No juzgo ni interpreto, sólo describo. El pueblo en su más enorme mayoría extraña mucho a la Unión Soviética, con su gran proyecto de hermandad entre los pueblos, donde una locura de guerra entre rusos y ucranianos habría sido algo impensable. El pueblo ruso cada vez más se desilusiona de su reciente sueño capitalista y cada vez menos quiere ser parte del “occidente democrático”, quiere buscar su propia identidad y reencontrar su propio camino. No le interesa sus políticas de género, ni ecológicas, ni antirreligiosas, este pueblo vive otra realidad histórica, cultural y social que merece ser respetada. Hoy se siente en la guerra con el fascismo y neoliberalismo, que ya no son aliados, sino que son lo mismo. A pesar de todo el dolor y absurdo de estos días, los rusos (que en realidad son cientos de pueblos, culturas, idiomas y credos), siguen defendiendo y descubriendo su lugar en la historia.

Dejar una Respuesta

Otras columnas