Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

Evegueni Prigozhin: el cocinero de Putin y otros cuentos

Se difundió por fin la información oficial: el Comité de Investigación de Rusia confirmó que los resultados de los exámenes genéticos moleculares coinciden con las 10 personas que se encontraban en la lista de pasajeros y tripulantes del avión estrellado en la región de Tver el 23 de agosto de este año. Entre ellos estaba el fundador de la Compañía Militar Privada “Wagner”, Evgueni Prigozhin. Algo que ya se sabía, pero necesitaba la última confirmación formal.

En una conocidísima canción del trovador cubano Silvio Rodríguez, él se pregunta:

“¿Si alguien roba comida y después da la vida qué hacer?

¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?”

Hay pocos personajes contemporáneos rusos que hayan dado más temas para el festival mundial de mentiras, tratando de explicarle al público internacional la vida política rusa. Evgueni Prigozhin, el temible fundador de la mítica Compañía Privada Militar rusa Wagner, la que combatió en Siria, África y Ucrania, recientemente muerto en una extraña catástrofe aérea a unos 300 kms de Moscú fue quien acumuló el récord de acusaciones de todo tipo, dentro y fuera de Rusia, pero es visto como un verdadero héroe por las tropas rusas que siguen combatiendo en la guerra contra la OTAN. Es muy curioso ver cómo algunos periodistas, que antes cuando él estaba vivo llamaban al jefe de Wagner “el líder de los mercenarios”, y ahora lo tratan de “héroe de Rusia”.

En Rusia desde hace rato hay muchas opiniones y sentimientos encontrados respecto a la personalidad de Evgueni Prigozhin, y mil discusiones sobre esto. Pero en estas últimas noches varias ciudades rusas se alumbraron con miles de velas, que ponía la gente de forma espontánea, para homenajear a Prigozhin y a sus compañeros muertos. Más allá de las verdades oficiales, que siempre y en todas partes se escriben o se silencian por los vencedores, Evgueni Prigozhin se estaba convirtiendo en estos días en un héroe nacional, que sin lugar a duda quedará en la historia. Y aquí tenemos algo importante que entender. Los héroes reales no necesariamente deben ser buenos o malos. Los humanos no somos los personajes de los cómics norteamericanos, siempre hay algo más complejo y profundo que no cabe en las liviandades faranduleras. Por eso creo que el fundador de los Wagner, “los músicos” como se les dice en Rusia, merece por lo menos un intento de nuestra comprensión, más allá de los juicios moralistas, simpatías, antipatías, juicios, prejuicios, condenas y alabanzas que rodean su ardiente nombre, tibio todavía.

Primero que nada, habría que limpiar el pedestal del mito naciente de las mentiras instauradas por la prensa. Él nunca fue ni el “cocinero personal de Putin”, ni el “líder militar de los Wagner”, como suele ser tildado en los titulares. Efectivamente, a inicios de su vida empresarial fue un emprendedor gastronómico en San Petersburgo, donde en uno de sus restaurantes conoció al futuro presidente de Rusia, pero como confesó en varias entrevistas, “nunca aprendió a cocinar”. Tampoco era un militar y mucho menos el mando castrense del grupo Wagner. Prigozhin fue el jefe y el estratega económico y logístico del proyecto, que claramente superaba los propósitos habituales de una empresa privada.

Los que realmente conocen algo de la política interna rusa, tienen normalmente la claridad y la humildad de reconocer que no manejan suficiente información para opinar sobre las versiones escandalosas que inundan la prensa mundial. Lo más probable es que nada de lo dicho por la prensa sobre la vida y la muerte de Prigozhin sea cierto. Hasta hay quienes opinan que NADIE tiene todos los datos fidedignos para poder hacer en este momento un análisis completo y definitivo. Hay demasiado en juego y la realidad de la política rusa es muy dinámica y diversa. Pero existe algo muy contundente, previo y aglutinador, que no nos permite desviarnos hacia lo secundario. En estos tiempos Rusia, como país independiente, está corriendo el mayor riesgo en su historia. Desde hace años Rusia es objeto de la agresión por parte de las corporaciones transnacionales representadas por los principales gobiernos de Occidente y del bloque militar OTAN formado por ellos. Es demasiado evidente que su objetivo real no es “la democracia” en Rusia, sino el control económico de sus enormes riquezas y el dominio geopolítico de la novena parte de la tierra firme del planeta. Esto es mas allá y muy previo a su errónea o no decisión de atacar a Ucrania. No es una guerra por una mayor o menor influencia en el mundo, sino por la destrucción competa del enemigo. Como lo han comprobado los últimos años, nadie está interesado en negociar nada con Rusia e incluso negociando, nadie está dispuesto a cumplirle.

Siempre critiqué la privatización de la guerra, que se practicaba vez más en las últimas décadas y obviamente no podía ser admirador de las empresas militares privadas, ya que según mi entender, en nuestro mundo prehistórico, el monopolio para la violencia debe pertenecer sólo al Estado (siempre y cuando el Estado no pertenezca a las corporaciones privadas… o sea… quizás en otro mundo, de otros tiempos). Pero todos vimos el brillante desempeño militar del grupo privado Wagner en la defensa de los intereses del estado ruso en la heroica y temeraria toma de la ciudad de Bajmut, hoy nuevamente llamada Artiomovsk, enfrentándose al ejército ucraniano, armado, dirigido y abducido por los mejores expertos de la OTAN. Supimos de la total y sorprendente eficiencia de “los músicos” en la lucha en África y Siria, a lado de sus pueblos contra los mercenarios europeos y los grupos islamistas. Varios testigos cuentan, de la admiración que ganaron los Wagner en África por su actitud de respeto y hermandad hacia los locales, tan diferente de otros ejércitos blancos europeos. Este tipo de armas puede ser mucho más potente que las balas. También sabemos del enorme respeto que ganaron con su sangre y profesionalismo los combatientes de Wagner entre las tropas regulares y la población civil de los territorios de Donbass ahora bajo el control ruso. La gente que los conoció de cerca simplemente no puede llamarles “mercenarios” como siempre lo hizo la prensa.

Sin ser un militar, su líder Evgueni Prigozhin era sin duda el alma de su ejército. Un ser elocuente, rudo, expresivo, directo, grosero, franco y sobre todo, verdadero. Tal como suelen ser los grandes jefes militares de todos los tiempos y de todos los pueblos. Su rol en esta trágica tan lógica y tan absurda guerra fue insuperable. Su desastrosa “Marcha de la Dignidad” hacia Moscú también fue de una irresponsabilidad inmedible. Si el pueblo ruso necesitaba un personaje para concentrar en él todos sus sentimientos y emociones encontradas, este ha sido Prigozhin.

Algunos, los más sensibles, empiezan criticándolo por la total grosería de su lenguaje. Realmente no sé cómo imaginan ellos a los grandes próceres históricos del pasado. Se me ocurre que al lado del lenguaje del mariscal Gueorgi Zhukov, el más importante en la victoria soviética sobre los nazis, Prigozhin se vería como una tímida colegiala (aunque no con el lenguaje de una niña de nuestros tiempos).

Los más grandes hacedores de la historia no son ni blancos ni negros, son de mil colores y suelen tener un montón de defectos, por su envergadura comparables solo con sus virtudes. Los grandes no son cómodos. No caben. No se acomodan. Molestan.

A otros de sus críticos les molesta su pasado de delincuente. No hay nada más cómodo que una mirada hacia el mundo desde un estéril moralismo que no se compromete con nada. Prigozhin desde hace tiempo tenía mucho dinero. Muchísimo. Tanto, que podía elegir cualquier punto, cualquier pasaporte y cualquier placer del planeta, a los ricos normalmente no les faltan las excusas para no morir en las guerras al lado de los pobres. Pero en el momento de las grandes pruebas, Prigozhin estuvo con su patria, al lado de sus combatientes y cumpliendo lo que consideraba su deber. Uno de estos casos tan obvios que no suelen suceder.

Él no era un intelectual de izquierda ni un gurú espiritual, pero con todas sus torpezas y groserías, tenía algo que muy pocos gurú o intelectuales tienen: era un tipo absolutamente libre y directo, no buscaba caerle bien a nadie, seguramente estaba en un profundo acuerdo con su propia verdad, tal como la entendía, y por eso se atrevía a decir y hacer lo que tan pocos se atreven. Parecía un buen bandido de los tiempos pasados, de esos a quien se les dedican las baladas populares.

Seguramente, muy pronto, cuando quede más evidente la enorme importancia de su figura, todos sus rivales y adversarios tratarán de apropiarse de ella. Y entonces nosotros, que nunca fuimos sus admiradores, ni sus enemigos, vamos a darnos el lujo de seguir tratando de descubrir el rol de la personalidad en la historia y como en los lejanos tiempos de paz poder discrepar respetuosamente.

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