Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

Elon Musk, las metamorfosis de un alienígena

Un tal Elon Musk, como un buen empresario, sabe bien salvaguardar sus intereses. Ahora él sufre grandes pérdidas económicas en el nuevo patio trasero de los EEUU, que es Europa.

Las sociedades europeas, a diferencia de la norteamericana, conocen las guerras de primera mano. La fina capa de prosperidad de las últimas décadas, inútilmente pulida por el afán publicitario pseudoprogresista de estos años, se está rompiendo y se abren las múltiples heridas sin cicatrizar de la terrible y sanguinaria historia europea. La verdadera Europa sabe que representa no sólo a los cafés de París sino también los campos de concentración nazis. Europa tiene en su memoria recuerdos de los tiempos en que fue la fábrica del hitlerismo y al mismo tiempo, territorio de la heroica resistencia de todos sus pueblos, incluyendo el alemán.

Para someter Europa o a lo que quede de ella, a las élites estadounidenses, que a su vez son empleados de las mafias transnacionales, les era vital quemar y volar todos los puentes, canales, oleoductos y enlaces entre Moscú y Berlín, para imposibilitar algo aún más peligroso: su alianza con China. La frau Merkel, la última de los verdaderos estadistas europeos, quien a pesar de todas sus comprensibles debilidades humanas, como por ejemplo engañar al mundo con su falsa mediación de paz en Donbás, a diferencia de los actuales muy increíbles gobernantes del continente, seguramente lo entendió. Mientras que algunos como Musk o unos cuantos perdidos oligarcas rusos, que faltaron a sus clases de historia en la escuela, intentarán torpemente salvar su negocio. Las naciones europeas, que lo están perdiendo absolutamente todo, tienen la obligación de salvar su futuro. Hoy Europa no ha sido secuestrada por Zeus, sino por Tánatos.

Es interesante ver que ahora en la prensa europea se ha puesto de moda discutir las declaraciones de Musk, como el nuevo mesías, que por el sólo hecho de haber alcanzado el éxito en los negocios ha ascendido a las alturas hasta tener el derecho de influir en el destino de la humanidad y profetizar sobre el gran tema tabú de un sistema decadente, es decir, sobre el futuro.

Algunas personas han pasado a la historia por su sabiduría, otros por sus hazañas o crímenes de guerra. Conocemos a muchos personajes o personeros, ilustres o accidentales que se han convertido en símbolos de épocas, países, esperanzas o tragedias, quedaron estampados para siempre en el tejido de la memoria como parte de su diseño tan enredado y tan poco lineal de nuestro viaje común hacia la luz.

Elon Musk, la celebridad de hoy, no es sólo una celebridad sino un modelo, un símbolo, que además está destinado a convertirse en un semidiós, en medio de la modernidad que exalta el ateísmo. Como pocos otros, Musk representa de la forma más fehaciente el vacío humano de este tiempo. Misión y negocio, destino y coyuntura, luz de las constelaciones y luces de iluminación artificial, vida y muerte son indistinguibles de este vacío. Musk es el epítome de la ordinariez militante de nuestros días, en los que los temas, las preguntas y los escenarios dan absolutamente lo mismo. La desolación del poder, consolando su narcisismo en su propio reflejo.

La gran mayoría de países del planeta son más pobres que Elon Musk, el hombre más rico de la Tierra.

Ahora leemos con gran asombro que con unos cuantos tuits críticos de Elon Musk contra el gobierno de Ucrania bastó para que muchos en Rusia hablaran de él como si fuera el fenómeno progresista del mundo moderno.

Los envidiosos y prejuiciosos, mejor dicho, los que lo cuestionamos, lo hacemos no por su ciudadanía estadounidense o canadiense, que obtuvo para no prestar el servicio militar en Sudáfrica, ni por sus ambiciones estelares y ni por su riqueza astronómica, ni siquiera por el hecho de que declare sin vergüenza alguna haber robado a su propio padre. El problema es otro. Es un ratero.

A diferencia de muchos de los que luchan o dicen luchar por un futuro diferente, un mundo multipolar u otras cosas bonitas y vagas, él representa una ideología absolutamente concreta y un proyecto de futuro diseñado con una total claridad. Disfrazado de “filántropo”, sus sueños visionarios anhelan fusionar el cerebro humano con la inteligencia artificial, su espacio cósmico infinito debe convertirse a futuro en un refugio para las élites que tendrán que escapar de los frutos de su propia irresponsabilidad en la Tierra, y sus túneles subterráneos para el transporte deberán asegurar un enlace directo a través del inframundo entre los distintos puntos del infierno que se está construyendo en la Tierra.

Por eso resulta más fácil simpatizar con el mísero Zelensky que con Musk. En la locura, ambiciones, adicciones y cobardía de Zelensky hay rastros de lo humano.  En los sueños transhumanistas y de autodenominado mesías venido del espacio de Musk, de humano no hay nada.

El espeluznante robot del futuro presentado por él hace unos meses, como fórmula para solucionar todas nuestras incomodidades domésticas, me hizo pensar en las advertencia de los compañeros cristianos sobre el regreso de Satán. Para llevar a cabo los satánicos planes del sistema, nuestro Musk colectivo tendrá cualquier máscara y, a petición del público descerebrado, el mago Supremo del sistema adaptará cualquier color y forma, ganando la simpatía y el aplauso de cualquier focus group requerido.

Hace unos años, durante el golpe de estado en Bolivia organizado por los EEUU para controlar los yacimientos de litio, en una carta a un representante de la empresa Armani, Musk dejó clara y honesta su postura: «¡Daremos golpes de estado donde queramos! Acéptenlo».

Mucha gente en Rusia, tras las últimas declaraciones «progresistas» de Elon Musk, vuelve a la retórica de la estupidez de los primeros años de la perestroika. En aquel entonces les gustaba admirar a los multimillonarios que en múltiples entrevistas de los primeros medios recién democráticos y recién anticomunistas «se daban cuenta de su propia responsabilidad del futuro» y estaban «dispuestos» a servir a la humanidad con sus miles de millones. Todo el mito de la civilización occidental está basado en múltiples fábulas de este tipo, bien pagadas a la servidumbre intelectual que las inventa.

Musk es la máscara del sistema. El sistema que no ama ni odia a la humanidad, la humanidad le es infinitamente indiferente. Musk y el sistema se dedican únicamente a ganar dinero y no desperdician ni una sola frase, ni un gesto y ni un tuit en nada que no tenga que ver con ello.

Que Musk hable ahora de la hermandad de los pueblos ruso y ucraniano, proporcione internet a los sobrevivientes de Gaza y recuerde que Irán está rodeado de bases estadounidenses, no significa que haya mutado en un Che millonario. Solo ha creado un nuevo plan de negocio que requiere un nuevo rebranding del producto. Musk es una pequeña parte visible del monstruoso proyecto del transhumanismo. Y por eso es mucho más racional creer en nuestra salvación como resultado de la intervención de alienígenas bondadosos que en la súbita humanización de Musk y de los suyos.



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