Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

La canción de octubre

Roberto Márquez, el director artístico del grupo chileno Illapu, cuenta que esta canción nació en el cielo. El 7 de octubre de 1981, cuando los músicos estaban de vuelta de su gira por Europa, al aterrizar su avión se enteraron del decreto de la dictadura de Pinochet que les impedía pisar su propia tierra. En el vuelo sobre las tierras y los mares hacia el exilio nacieron estas notas. El octubre chileno es primaveral, son tiempos del despertar de la naturaleza que después de meses de lluvias, por todas partes brota la vida y hay miles de volantines (barriletes, papalotes etc.), los niños se alzan con los vientos a la profundidad del cielo despejado.

Cuando escuché por primera vez la melodía de la “Canción de Octubre” de los Illapu, se vivía un octubre distinto en esa otra Ucrania, que junto a Rusia formaban parte de otro país, de hoz y martillo, los que hoy están prohibidos por su gobierno. En el país donde yo nací, octubre es el mes en que se incendian los árboles y arbustos de los colores más fogosos, que hacen estallar el oro de las hojas con las ráfagas del viento, que vuelan, revolotean y estremecen todo lo que encuentra a su paso, antes de que las lluvias borren todo el paisaje, hasta la próxima primavera. En aquel octubre norteño, mientras escuchaba la “canción de octubre” vi y sentí el único paisaje que conocía hasta entonces, con sus lloviznas en el viento, el fuego rojo de las hojas y su color amarillo de despedida. Las notas que nacieron camino al exilio.

En América Latina, octubre es un mes de homenaje a varios de sus héroes caídos: el Che, Turcios Lima, Miguel Enríquez y otros tantos. También es el eterno recuerdo del inicio del genocidio más grande en la historia de la humanidad, disfrazado de varios nombres: el descubrimiento de América, el “día de la raza”, el encuentro entre dos mundos, etc. Recordarlo no se trata de guardar resentimientos históricos sino de buscar un mínimo de justicia. Mientras en España y hasta en la misma América Latina haya quienes hablen y promuevan todavía la “leyenda negra”, estamos obligados a defender la dignidad y la memoria de millones de seres humanos cazados como animales por los generosos embajadores de la civilización superior. Igual que ahora.

Existen lugares donde hablar de octubre es sinónimo de hablar de Revolución. La revolución rusa se hizo en octubre de 1917, pero debido a un posterior cambio de calendario, del tradicional (juliano) al más moderno (gregoriano). Por esta razón las fechas de la Revolución Bolchevique, una vez realizada, pasaron a noviembre del calendario nuevo. Así que los rusos, para cumplir con ser raros, como Hollywood manda, celebran su revolución de octubre en noviembre, pero siempre entienden, que hablando de la historia se menciona a Octubre para referirse a la Revolución Socialista.

También en Rusia, además de estos días, se conmemora otro octubre. Se cumplen 30 años del asalto al Parlamento, llamado popular e irónicamente la “Casa Blanca”. Con el incendio generado por los disparos de los tanques, ordenados por el propio presidente Boris Yeltsin, la parte superior del edificio de la Casa Blanca se volvió negra. Las principales cadenas noticiosas transmitieron en vivo y en directo el cañoneo al parlamento en pleno centro de Moscú y no dijeron ni una sola palabra sobre los cientos de asesinatos de defensores de la “Casa Blanca” que se encontraban en la salida de atrás del edificio y en un pequeño estadio aledaño. Su colega Bill Clinton, felicitando a Yeltsin, se felicitó por el “triunfo definitivo” de la democracia en Rusia, así era eliminado el último obstáculo para el reformateo neoliberal del país más grande y más rico del mundo en recursos. Eran tiempos en que la crema y nata de la intelectualidad rusa y soviética creían ciegamente en el santo capitalismo y soñaban con un Pinochet ruso. Eran los primeros éxitos de la prensa democrática e independiente.

La Canción de Octubre, nacida para unir tiempos, continentes y esperanzas, atraviesa la memoria, prendiendo a su eje las hojas rojas de nuestros recuerdos, que volaron cayendo todos aquellos octubres del norte y del sur. La música andina tiñe de escarcha los paisajes de Moscú donde el leve humo de sus chimeneas hace volar la imaginación hacia los volcanes lejanos siempre a punto de vomitar su pasión telúrica hacia las nubes que nos reflejan y nos unen.

Es una canción universal sobre la maldición y la esperanza, la descripción más literal y perfecta de nuestros paisajes y tempestades internos, que cobijan el frágil milagro de la vida, para proteger, cultivar y fortalecerla ante las mil guerras que la esperan.

Esta canción, como todo, tiene una misión. Nos está anclando a este octubre como si fuera el único lugar en el tiempo y el espacio o simplemente la única y la última estación posible en el camino al abismo de nuestro tren. Ahora, cuando aquí en Europa el mundo está a punto de volar en mil pedazos, donde los colores y las notas ya serían las mismas cosas, necesitamos llenar los pulmones con este aire otoñal y prepararnos para despedir ese mundo enmudecido en la espera de este otro, mejor, que ya viene con el estallido de las quenas y los charangos.

Dejar una Respuesta

Otras columnas