Crónicas de las luces y de los ruidos

Oleg Yasinsky

De los acuerdos, las garantías y otras mentiras

La historia humana es bestialmente repetitiva, es una rutina sangrienta repetida hasta el cansancio donde los sueños, las muertes y las frustraciones colectivas se parecen a las olas del mar, que se mueven sin cansancio golpeando las orillas de la humanidad que busca inútilmente vislumbrar la línea del horizonte en un más allá tormentoso.

Soñamos con cambiar la lógica absurda de este eterno retorno. “Romper el paradigma”, “pasar al otro lado”, “salir de la prehistoria”, hay miles de metáforas que también se repiten chocando y rebotando de los muros, mientras observamos la maliciosa sonrisa del pasado que nos acecha al otro lado de la palabra. Tal vez la única manera de romper este círculo vicioso es entendiendo el mecanismo oculto de esta eterna repetición. Después de los griegos, en el teatro no fue inventado absolutamente nada nuevo. ¿Y en la política? Sí, ha habido varios intentos maravillosos. Pero ahora el tsunami neoliberal agarra nuestras frágiles construcciones sociales y lo inunda todo con la mentira mediática planetaria, asfixiándonos en nuestro grito.

Cuando en 1953 (“los años sin cuenta”) el legendario líder guerrillero colombiano Guadalupe Salcedo pactó la paz y se entregó con todos sus compañeros que habían logrado liberar vastos territorios de los Llanos Orientales, para librarse de la violencia bipartidista que vivía el país y el gobierno “generosamente” otorgó a todos el indulto, no se imaginó la lógica perversa, traicionera y baja de la que se valdrían después para masacrar a cada uno de los excombatientes, incluido a Salcedo. ¿Cuántas veces en la historia latinoamericana o del mundo, se repitió este mismo suceso, donde lo único que cambia son los nombres de los protagonistas, las hojas del calendario ó el número de las víctimas?

¿Conocerá algún miliciano de Donbass, que desde el año 2014 empeñaron las armas para resistir a la ofensiva nazi del régimen golpista de Kiev el nombre de Guadalupe Salcedo?

¿Alguien pensó que el fraude más grande de la historia moderna de Colombia, llamado “negociaciones de paz con las FARC”, realizado por encargo del “progresista” partido demócrata de EEUU y de las transnacionales que lo gobiernan, sucedía al mismo tiempo que la otra estafa política que desataría la guerra en el corazón de Europa, marcando con bombas los nuevos territorios por conquistar en Ucrania Oriental, para las mismas empresas y para los mismos intereses que desde hace décadas gobiernan a Colombia y son los causantes de la misma violencia bestial?

¿Alguien se dio cuenta? ¿O sea, algún pacifista se dio cuenta? Por ejemplo, que la prensa que suele llamar terroristas a los guerrilleros latinoamericanos sin titubeos aplicó este mismo término para los combatientes de Donbass, que en ese momento estaban terriblemente solos y tuvieron que usar contra los modernos tanques del ejército ucraniano, los tanques sacados de los monumentos de la Segunda Guerra Mundial, dándoles la misma utilidad que en aquellos tiempos: la lucha contra el fascismo.

Pueden opinar lo que quieran del gobierno ruso (o lo que diga la prensa), pero el ejército que lo enfrenta no se avergüenza de izar las banderas con esvásticas, destruye todos los monumentos a los liberadores de Europa del fascismo y consideran sus héroes a los empleados locales de Hitler que masacraron en esas tierras a millones de judíos, polacos, comunistas, gitanos, homosexuales y por supuesto, a los mismos ucranianos.

Hace pocas horas vi en internet la entrevista de una joven rusa jugando con su niña en pleno centro de Moscú, muy molesta con su gobierno, porque le parecía el colmo que en pleno siglo XXI no se hubiera podido encontrar una manera de evitar la guerra. Esta muchacha nació después de la Perestroika, cuando la nueva ideología de su generación fue el american way of life, adorando a las grandes potencias civilizadas y despreciando nuestra precaria vida provinciana con extraños valores comunitarios. Esos mismos valores que le permiten hoy estar hablando pestes de su país mientras su hijita feliz juega en la calle de la gran ciudad, una calle limpia, segura y con una tranquilidad impensable en cualquier otra metrópolis. Tal vez este es el punto central del debate de este momento.

También me encantaría tener la varita mágica o saber la fórmula secreta de cómo con amor y respeto uno rodeado de delincuentes, asesinos, ladrones, timadores, logra negociar la paz de una forma civilizada. Proyectándolo a planos mayores, evitar las guerras. Pues las guerras son una mierda, qué duda cabe.

¿Qué pidieron los campesinos en Colombia, qué pidió Cuba, qué pedían los mineros de Donbass? Lo único que pedían todos era que los dejaran quietos, que los dejaran en paz, querían respeto y poder vivir en sus tierras tranquilos como ellos quisieran. ¿Era tanto pedir? Lo pedían mientras la prensa ya sabía de antemano que eran terroristas.

Para el gobierno antiucraniano de Ucrania, los mineros de Donbass eran demasiado proletarios, demasiado comunistas, demasiado soviéticos, demasiado símbolo de subdesarrollo y atraso, eran una vergüenza, merecían bombas.

Algún sabio pacifista después de meditar lo suficiente en su alta montaña podrá responder ¿qué se debe hacer cuando todos los garantes del mundo garantizadamente no garantizan nada?

Por ejemplo, en el reciente proceso de paz de Colombia los “garantes” garantizaban el cumplimiento de los acuerdos y obviamente la protección de la vida de todos y cada uno de los guerrilleros que depusieran las armas. Sabíamos que iba a pasar. Lo que pasó ha sido peor de lo que sabíamos. ¿Quién respondió? ¿El secretario general de la ONU? ¿El gobierno socialdemócrata sueco que entrega a los luchadores refugiados kurdos a Turquía para comprar su entrada a la OTAN?

A Rusia, que todavía era la Unión Soviética, en los años 80, se le prometió la no expansión de la OTAN al oriente. La OTAN en menos de dos décadas llegó a sus fronteras, desatando varias guerras sangrientas en Europa, Asia y África. Luego la OTAN organizó el golpe de Estado antirruso en Ucrania y desató una guerra civil en este país. Después con los países de la OTAN, Alemania y Francia como garantes, se negocia la paz, se firman dos acuerdos de Minsk, pasan ocho años y no se cumple absolutamente nada. Hasta la propia señora Merkel confesó que nunca se pensó en cumplir nada. Y no pasa nada. Se jactan de sus mentiras cínicamente y no pasa nada. Ucrania se llena de laboratorios biológicos de la OTAN, declara su intención de poner los misiles de la OTAN en Ucrania y en los primeros meses después del ataque ruso (equivocado o no, pero de todas formas muy provocado) se hacen otras negociaciones, se llega a un acuerdo y cuando Rusia retira la mayor parte de sus tropas, Ucrania desconoce por completo lo acordado y la OTAN aprovecha para llenar a Ucrania de armas, asesores militares y mercenarios. Luego se negocia un acuerdo humanitario de grano, para sacar el trigo ucraniano por el Mar Negro y de los cinco puntos que Rusia solicita como condición, en más de un año no se cumple ni uno sólo. Pero eso sí, las rutas marítimas desmilitarizadas por Rusia, se utilizan para los ataques contra la infraestructura civil y militar rusas. El miembro de la OTAN, Turquía, recibe a los líderes neonazis ucranianos de Azov, que fueron tomados prisioneros por las fuerzas rusas y en un intercambio humanitario, entregados a este país acordando con el gobierno ruso no liberarlos hasta el cese del conflicto. ¿Qué hizo Turquía? Recibe al presidente ucraniano Zelensky y en un ambiente de festejo le entrega a todos los nazis presos, que ahora de nuevo están combatiendo.

Que algún chamán o gurú pacifista nos explique ¿qué se hace en estos casos? Sin palabra, sin verdad, sin acuerdo, sin garantías, sin una sola institución internacional cuyo compromiso valga algo.

En el mundo neoliberal de pequeños y grandes depredadores no se ven intermediarios confiables, cada uno lucha sólo por su tajada, por su oportunidad para hacerse más de lo que es. Rusia está sola y lo sabe. Los “rusos” del Donbass estaban solos y lo sabían, por eso resistieron ni siquiera para ganar sino por pura dignidad, para no dejarse matar sin hacer nada. Los guerrilleros de Guadalupe Salcedo se alzaron para liberarse de la violencia que los estaba sacando de sus tierras, que les impedía sembrar y vivir de sus campos, fue por supervivencia su lucha porque sabían que estaban solos y que nadie más que ellos mismos podrían defenderlos.

Nos repugna y violenta la violencia. Nos hace sentir impotentes. Pero muchas veces es la única manera de conservarse con vida, incluso se habla de la legítima defensa. ¿Por qué no sería legítima la defensa de los habitantes antifascistas y civiles de Ucrania que han sido exterminados ante el silencio cómplice del mundo por más de 8 años?

Las seudoizquierdas rusas y ucranianas, que viven de los dineros de las fundaciones progresistas europeas jamás hablarán de eso porque aprendieron inglés y supieron cuidar bien sus estatus y chequeras. Es normal que en cualquier guerra los dos bandos tengan sus propagandistas que a veces hasta se creen en lo que dicen. El problema está con los hipócritas, que actúan como lo que no son y la verdadera manipulación es la de ellos, no de los propagandistas.

Una parte de las élites rusas seguramente añora, sueña con los acuerdos, extraña demasiado sus cafés preferidos de París o las boutiques de Londres. La guerra les estorba. Pero los rusos comunes y corrientes, desde siempre despreciados por sus élites malinchistas, los que nunca viajaron al extranjero, los que viven y piensan en ruso, los que siguen queriendo y leyendo literatura europea y norteamericana y sin ningún problema escuchan la música en inglés, los que no tienen dinero ni intención de escapar al extranjero, ellos saben bien que la guerra no es contra Putin sino contra ellos mismos y contra su existencia y su cultura. También saben que el enemigo mentiroso no dejará de buscar su destrucción, sin importar cuántos acuerdos, garantías, tratos o compromisos se firmen, volverán por ellos.

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