Colombia y México: más justicia (social) y convivencialidad, menos balazos e impunidad
En el artículo anterior, acerca de las dos concepciones más dicotómicas de paces y las espirales de la lucha social, intentábamos ejemplificar cómo en la guerra de Ucrania y la lucha de los familiares de desaparecidos en México se expresaban estas espirales contrapuestas (https://desinformemonos.org/las-dos-paces-espirales-de-la-guerra-violencia-y-la-resistencia-noviolencia-en-la-lucha-social/). Desgraciadamente, hace pocos días asistimos a una Cumbre tremendamente peligrosa e incierta sobre el futuro -de la humanidad- de la OTAN en Madrid, donde con una enorme claridad y transparencia las grandes potencias europeas y EU relanzaron explícitamente la guerra fría (¿nuclear?) y la espiral de la guerra-paz armada contra Rusia (“enemigo a vencer”) -¿y China?- con un lenguaje, apoyo militar y amenazas bélicas no vistas antes en las últimas décadas. Gran negocio y salto tecnológico en la industria armamentista de ambos bandos. A su vez, pudimos observar en Colombia, en menos de un mes, a dos actos cívicos de gran envergadura para la construcción de paz positiva-espiral de la noviolencia.
Colombia: “Basta de matarnos los unos a los otros” (Petro)
El 19 de junio pasado fue un día profundamente histórico para Colombia y América Latina, pues, por primera vez, triunfó electoralmente un gobierno de izquierda en ese país asociado a los “nadies, a los de manos callosas, a los de a pie”, bajo el liderazgo de Gustavo Petro y Francia Márquez. Él un ex_guerrillero, economista, senador; ella una abogada, activista social afrocolombiana de base, comprometida en grandes luchas ambientales y por la paz. Dijo bien Petro en su discurso de esa noche: “La paz es que alguien como yo pueda ser presidente, y como Francia vicepresidente”. Fue para que nos salieran hasta lágrimas de emoción con este triunfo -por muy estrecho margen- de un pueblo que ha sufrido y luchado tanto, que salió a votar masivamente, con imágenes muy conmovedoras de su “firmeza moral” yendo a votar en las condiciones más heroicas y precarias, en todo tipo de transportes, haciéndonos evocar en algo las imágenes del pueblo sudafricano cuando ganó Mandela en mayo del 94. El levantamiento social de abril-julio del año pasado en Colombia -con toda su radicalidad principalmente de resistencia masiva noviolenta- sembró condiciones más favorables para este gran cambio que, en parte, es también una prolongación del levantamiento pero en un terreno político-electoral primero.
Este nuevo gobierno se inscribe en un importante cambio político hacia la izquierda en América Latina, más allá de las muchas contradicciones, gestado electoralmente en los últimos años, con López Obrador, Fernández, Arce, Castillo, Boric, Xiomara, y confiamos que se afianzará con Lula en Brasil en octubre. Ha dicho bien la vicepresidenta Francia, que representa la garantía de que se aborden y resuelvan las demandas y base popular más de abajo en el nuevo gobierno: “Es el momento de ir de la resistencia al poder”. Vaya desafío: el lograr realmente -y desde un buen “principio de realidad” de cierta unidad nacional- ejercer el poder real, para avanzar en la paz, en los cambios estructurales y de todo tipo por los que la sociedad colombiana votó masivamente.
En el discurso de ese 19 de junio, destacó mucho el llamado de Petro a la construcción de una “Paz con justicia social y ambiental”, para constituir a Colombia en una “potencia mundial de la vida”. Y profundizando en esa paz, agregó que “basta de matarnos unos a otros, debemos amarnos los unos a los otros”. A su vez, pocos días antes Francia Márquez señalaba cómo “la paz no es sólo el silencio de los fusiles, es inversión y justicia social” (Pedro Anza, La Jornada, 18-6-22).
Unos días después de la elección, el 28 de junio, la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, encabezada por el jesuita Francisco De Roux, presentó su Informe Final, después de casi 4 años de trabajo, titulado: “Convocatoria a la Paz Grande”. No se trató sólo de algo puntual para un Informe, sino fue fruto del desencadenamiento de un largo proceso nacional de encuentro y búsqueda de la verdad, de la justicia, en que se construyen una cantidad de “herramientas pedagógicas para la paz”: historia, videos, exposiciones, textos, audios…
Desde noviembre del 2018 en que se estableció la Comisión con 13 comisionados (dos de los cuales fallecieron durante el proceso), en las 22 Casas de la Verdad dieron testimonios víctimas y victimarios, se realizaron 15 mil entrevistas con 28 mil víctimas, con actores armados legales e ilegales, se recibieron 1195 informes de organizaciones con hechos de violencia sufridos, se visitaron 23 países entrevistando a exiliados por el conflicto que alcanzó a 9 millones de víctimas en 50 años analizados. La tarea fue “esclarecer el conflicto, dignificar a las víctimas, alcanzar la convivencia en los territorios y establecer un camino de no repetición”, y si bien los resolutivos no tienen efecto judiciales o penales, se demandó dar una “reparación integral” a esos millones de víctimas, que, según palabras de De Roux: “Nos tomarían 17 años si damos un minuto para honrar a cada víctima”.
Tomaremos textualmente algunas frases centrales en el tema de construcción de paz, en la presentación del Informe, dichas por el padre Pacho De Roux y Petro, que nos pueden ayudar a reflexionar más profundamente al respecto.
Comisión de la Verdad en Colombia: Una Paz Grande con verdad y sin violencia
En el título del Informe apareció ya un nuevo concepto de paz como “Paz Grande”, que Petro complementó como “Integral”. Y en las playeras de todos los comisionados presentes estaba una primera idea clave para dotar de contenido a este concepto: “Hay futuro si hay verdad”. O sea, el primer paso indispensable en esta construcción de paz, es buscar la verdad.
La “verdad” es el nombre principal que adoptó la Comisión colombiana, y es el gran concepto eje que engloba todo el proceso de la construcción de paz desde la noviolencia. Gandhi decía que la “la verdad es dios” (no al revés), pues exploró profundamente en muchas tradiciones religiosas y humanistas acerca de cuál era el término más universal para referirse a dios en el que todas pudieran coincidir mayormente sin ninguna ambigüedad, y encontró que ese concepto era el de “verdad”, con “v minúscula, pues sólo dios puede acceder a la Verdad plena”. Con este concepto-eje de toda la gran investigación social y proceso de encuentros por la paz realizados durante esos años en Colombia, la Comisión evitó polemizar en conceptos, también centrales, pero muy discutibles y complejos, como perdón y reconciliación. Probablemente habían aprendido de la experiencia previa sudafricana (y ruandesa), encabezada por el arzobispo Desmond Tutu, donde la Comisión se llamó “de la Verdad y la Reconciliación” (1995-98).
El presidente Petro fue muy enfático, desde el inicio de su discurso, al afirmar que “la aproximación a la verdad no puede ser considerada un espacio de venganza… Cortar los ciclos de la venganza es lo mismo que cortar los ciclos de la violencia”. Y agregó que “La verdad tiene un sentido…el diálogo, el acuerdo, la convivencia, la reconciliación…Construir los espacios de la verdad en espacios de reconciliación…Lo que sigue a la verdad en el fondo, y depende de las víctimas y de nadie más en Colombia, es la posibilidad del perdón social (filosofía francesa), la posibilidad de una era de paz, la posibilidad de otra historia”.
El padre De Roux, a su vez, enfatizó la necesidad de “hacer de la verdad un derecho público“ y de “la paz un deber y un derecho de obligatorio cumplimiento”. Y agregó: “Que la verdad fuerte y audaz que ustedes entregan, nos lleve a la reconciliación, la reconciliación es que podamos quedarnos juntos en el paisaje rico en ecosistemas y de árboles en este bello país”.
Al profundizar en su concepción de paz noviolenta, De Roux declaró que “No queremos más guerra”. Profundizando en este aspecto clave para el nuevo gobierno, agregó que: “Pedimos a los colombianos no matar por ningún motivo a nadie…Pedimos parar la guerra ya desde todos los lados, ponerse en la ruta del diálogo”.
Particularmente“Al Estado y a la sociedad pedimos establecer una nueva visión de la seguridad para la construcción de paz, una seguridad centrada en las personas y la protección de los seres humanos (“el cuerpo: campo de guerra de miles de mujeres”) y la naturaleza, sobre la base de confiar en el pueblo. Y para un ejército que ponga el honor en la paz, y una policía ciudadana al lado de los ciudadanos”. Asimismo, respecto al narcotráfico se enfatizó la necesidad de “cambiar la política de guerra y resaltar la dimensión de los derechos humanos, la salud pública, con soluciones éticas, educativas y económicas. Poner en marcha una estrategia de regulación del consumo y del mercado”.
Y Petro fue claro al proponer, en esta nueva estrategia: “Desaparecer el uso de las armas como el instrumento que desdice de las posibilidades del Acuerdo de Paz (representa la “paz total”)…las sociedades siempre tendrán conflictos por sus diferencias, pero el conflicto no puede ser sinónimo de la muerte, debe ser sinónimo de la vida, es una forma con que la humanidad ha podido ascender, para convertirse en civilización y cultura. El conflicto dialogado ha permitido que la humanidad crezca, sea cada vez más humanidad…el diálogo es lo específicamente humano”.
México: ¿queremos más justicia (social) o más balazos?
En estos últimos días se ha retomado en México la discusión pública acerca de la estrategia nacional de seguridad y su efectividad, algo que nos parece fundamental de estar continuamente replanteando y revisando, pero, en muchas ocasiones, nos parece que se ha hecho desde un enfoque simplista, descontextualizado sin “principio de realidad” o incluso muy mal intencionado y manipulador desde sectores opositores.
La paradoja es una gran herramienta humana del “pensamiento original y autónomo” y de la espiritualidad cuando permite crear “rupturas intelectuales, epistémicas y morales” en cada persona. Pero también es una herramienta que, sin esas rupturas y toma de conciencia, ayuda a reproducir la ignorancia y el “infantilismo social” en alto grado, al repetir ciegamente lugares comunes genéricos sin historicidad y sin considerar el contexto social. Justamente en México nos atraviesa una paradoja en este segundo sentido, construida en parte por la legítima indignación e impotencia ciudadana hacia la gran violencia social que nos atraviesa, pero también desde los más perversos sectores opositores políticos, económicos y mediáticos de poder: se critica la política oficial de seguridad identificándola caricaturescamente con la frase presidencial “abrazos y no balazos”, calificándola de insuficiente en su determinación armada y justiciera contra el delito organizado, y a la vez se critica al mismo gobierno por la militarización del país, por la creación de la Guardia Nacional, por la relevancia de la Fuerzas Armadas en la vida nacional. ¡Vaya paradoja!
Ello es fruto de una gran confusión y ambigüedad conceptual acerca de qué significa la construcción de paz en un territorio atravesado por una guerra de exterminio masivo y selectivo desde hace más de una década. No cabe duda que el país está totalmente armado con fuerzas legales e ilegales, por lo menos desde la muy mal llamada “guerra contra el narco” que resultó ser una “guerra para el narco”. ¿Cómo actuar entonces cuando nos hallamos ante una lucha armada extendida y continua por casi todo el territorio nacional? A su vez, claro que todos queremos la paz, y si bien hay muchas conceptualizaciones de la paz (imperfecta, gaia, transracional, neutra, holística, buen vivir, grande, desobediente…), los enfoques de fondo pueden categorizarse -como decíamos al inicio- desde la dicotomía de positiva o negativa, con justicia y dignidad o armada. Cómo enfrentar este doble reto es algo inédito, y nadie sabemos bien cómo hacerlo en su integralidad más allá de principios abstractos, aunque muchas comunidades y pueblos sí nos han mostrado algunos pasos seguros.
Este gobierno ha privilegiado la construcción de paz positiva desde que empezó a ocuparse de las causas sociales de la delincuencia, a partir de implementar todo tipo de programas de reconstrucción económica, laboral, educativa, territorial del tejido social en favor de los sectores más desprotegidos y frágiles (jóvenes, niños, mujeres, ancianos; Jóvenes Constructores de Paz), como nunca se había hecho antes. A la vez, se ha privilegiado evitar los enfrentamientos armados y ejercer un trabajo de inteligencia; muy seguido hemos visto cómo se han capturado a jefes narcos, a autores materiales de crímenes, y resuelto algunos asesinatos, así como han bajado ciertas tasas delincuenciales y homicidas, aunque falta mucho por hacer en delitos como son las desapariciones, el asesinato de periodistas, la trata, los levantones de jóvenes, el derecho de piso…Por supuesto que también ha habido balazos en la actual estrategia gubernamental, pero intentando no aumentar la espiral de la guerra y la violencia, y causar el menor número de bajas en todos los bandos.
Nadie niega que la estrategia de seguridad debe revisarse, corregirse donde haga falta, que muchas acciones son insuficientes y lentas en comparación al avance delictual, así como que el nivel de violencia, impunidad y delito no cesan. Pero eso no significa que el enfoque de la actual estrategia de seguridad esté totalmente equivocado. Si no, por qué no preguntarnos sinceramente ¿qué tipo de paz queremos? ¿Por qué mejor no aceptar abiertamente el modelo verdaderamente militarista y de balazos, con reproducción permanente de enfrentamientos armados y masacres con bajas civiles de todo tipo, lleno de manipulaciones mediáticas, que tuvimos en los dos sexenios anteriores? Respecto al tipo de paz armada y a la espiral de guerra que ocasiona, resulta interesante detenernos en la propuesta que acaba de lanzar el presidente nacional del PRI, Alejandro Moreno, de ampliar el permiso de portación de armas en el país para que “las familias se defiendan ante la creciente inseguridad e impunidad que se vive en México”. En sentido completamente inverso a las actuales iniciativas políticas en el país de las masacres: Estados Unidos.
Es buen momento, me parece, de ponerse a discutir amplia y colectivamente con más profundidad, principio de realidad y claridad conceptual-teórica acerca del modelo de construcción de paz que queremos para nuestro país, mismo que no puede ser uniforme en todos los territorios nacionales, pero que sí debe tener algunos ejes transversales de principios rectores, y evitar caer en frases simplistas o de medias (pos)verdades, en generalidades sin contexto, temporalidad y espacialidad, que sólo sirven para aterrorizar y des-procesar la reflexión y organización autónoma de la población. Esto nos ayudaría a aclararnos -o definirnos públicamente- hacia dónde y cómo avanzar, y evitar así politizar este tema, y usarlo simplista o ambiguamente a cada rato para atacar al actual gobierno y promover el terror de la “guerra sucia” electoral, quitando siempre de contexto las acciones, las cifras y la reflexión. Podría sin duda discutirse la pertinencia de la falsa dicotomía entre “abrazos y no balazos”, que no es textual ni puede ser tal en la realidad de un país atravesado por condiciones de guerra y que necesita intervenciones y políticas en todos los frentes, pero para quien cree en la construcción de paz desde la noviolencia no se puede discutir el sentido y la política de una paz positiva humanista y no belicista de sólo seguridad armada, como en los sexenios anteriores. Basta leer con atención los discursos que hemos compartido del actual cambio en Colombia, para entender hacia dónde caminar en este tipo de paz.
El concepto de “abrazos”, que puede ser confuso y ambiguo (personalmente no me deja conforme pero lo respeto), en la construcción de paz desde la noviolencia remite a la “humanización del otro y la otra”, a un re-encuentro y una nueva convivencia de todo el tejido social en su conjunto, desde la verdad, la justicia, la reparación y la no-repetición, donde la ley, el perdón y la reconciliación ocuparán el lugar que las víctimas escojan libremente, claramente sólo después de tener verdad y justicia. Esta idea no tiene nada que ver con la impunidad, con “poner la otra mejilla” sin verdad y justicia, y para quien cree verdaderamente en una paz con justicia y dignidad, o en una justicia con paz y dignidad, ¡nunca serán suficientes los abrazos! Al contrario, hay que multiplicar los procesos -como el actual de Colombia y el de México- que los construyan, pero, repito, con verdad y justicia antes.
El nuncio apostólico Franco Coppola, sostenía bien a finales del año pasado que: “la frase abrazos y no balazos es más profunda de lo que parece, y rechazaba rotundamente ‘la guerra contra el narco’ que fue desplegada en sexenios anteriores. No sirve. Recuerda que en Italia tenemos la experiencia de la mafia… abrazos y no balazos es un eslogan, y como tal, no dice toda la riqueza, profundidad y complejidad. Sólo fue una forma de decir no queremos más balazos, pero hay todo un trabajo atrás. El camino que ha iniciado el gobierno es correcto, pero no pienso que en un sexenio se pueda solucionar un problema de años…El gobierno solo no puede. Es necesaria la colaboración de la ciudadanía, de la sociedad civil, de la Iglesia” (Carolina Gómez, La Jornada, 26-12-21).
Pietro Ameglio
Miembro del Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), del Colectivo “Pensar en voz alta”, y del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en 2011.