Imagin-acción

Sandra Petrovich

Ciudades, el afuera es también la posibilidad de ¡cambiar todo!

Foto: Sandra Petrovich (Montevideo)

Recorriendo las calles de algunos barrios de Montevideo, tenemos las sensación de caminar en el momento después de un bombardeo o de alguna catástrofe climática. Lo viejo, abandonado, se desmorona; los frentes de las casas grises y sucios, vacíos de esa amorosidad que hace que la vida se manifieste con la energía de lo alegre, cuidado, amado. Una masa de automóviles circula ruidosa por las avenidas, las personas se desplazan mecánicamente de un punto a otro, muchas llevan auriculares, otras sus cabezas inclinadas sobre las pantallas de los celulares. Aquí, allá algunas tiendas nuevas, cafeterías, vinerías, mueblerías. Después, una ciudad que se eleva al cielo en lo que se va pareciendo cada vez más a una selva de cemento, los edificios se multiplican como hongos.

Todo parece tener un crecimiento exponencial, el consumismo, la pobreza, el individualismo, el encierro, los espectáculos, las luces y las sombras y por tanto la población no ha variado mucho en sus números; somos más o menos los mismos. Hay algo que ha ido sucediendo como capas de tiempo y acontecimientos, eventos inasimilables que dejaron huella. La crispación a flor de piel está en todas partes, miedo y auto censura. Los modos de comunicación, el lenguaje también mutan; así es que en la era de la inteligencia artificial gana el «no entiendo». Podemos percibir los pantallazos de la ciudad como las piezas de una máquina que comienza a desajustarse una a una. Lo que tenemos delante es un horizonte brumoso que deja por momentos entrever los escombros de un tiempo que pasó. Alrededor del concepto de ruina aparece lo frágil, desgastado por el tiempo u otros acontecimientos externos u internos. La ruina algo que se contempla como pasado de otro tiempo, huella de otras vidas. Toda ruina implica el peligro eminente de derrumbe, arrastrando muchas veces a quienes las habitan. Pero toda ruina es también una metáfora de la decadencia, la soledad, la melancolía. Lo derruido carcome el alma de las personas, penetra en sus poros hasta paralizarlo en su tristeza.

Claro está, siempre hay «otra» ciudad que se construye sobre las ruinas de la que la precede, son espacios transparentes u opacos, aseptizados, bañados en una luz blanca que borra en la superficie las estrías de lo que se esconde en las sombras, sin historia, sin huella.

¿Qué pasa con la gente? En los distintos corredores por donde se circula en el cotidiano, cohabitan dos categorías de ciudadanos: los que forman parte de la sociedad moderna y los que van poblando los márgenes, los que buscan las grietas, los que pueblan las ruinas de una ciudad que se fue. Hay desplazamientos, flujos; en ese transitar se va perdiendo la horizontalidad en la comunicación. La vida de la ciudad se traslada paulatinamente a las superficies de consumo, quedando ahí confinada al tiempo que el afuera se transforma progresivamente en un desierto, espacio de tránsito, corredores.

Estamos ante la evidencia de que todo borde produce vida, una nueva vida, otro modo del ser. Es justamente esto que provoca el violento choque de los mundos sociales que comparten un mismo territorio. Tengamos en cuenta que todo exceso produce desecho y esto está directamente relacionado a la abundancia y a la escasez. Nuestras ciudades se fundan en estas contradicciones, nada más alejado de la» integración», del «ser parte,» de la «igualdad de oportunidades» y tantos otros mantras de las políticas sociales de los gobiernos.

«¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Creo haber escrito algo como un último

poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como

ciudades. Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y

las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles.

Se habla hoy con la misma insistencia tanto de la destrucción del entorno natural

como de la fragilidad de los grandes sistemas tecnológicos que pueden producir

perjuicios en cadena, paralizando metrópolis enteras. La crisis de la ciudad

demasiado grande es la otra cara de la crisis de la naturaleza».

Italo Calvino

Parecería que tendremos que hacer foco en la cada vez mayor probabilidad de accidentes tecnológicos, climáticos a fin de pensar en las fragilidades de la vida en las ciudades. A mayor número de personas mayor precariedad, incomunicación, aislamiento. En una palabra, las ciudades se tugurizan .

Expuestas las sensaciones, nuestra mirada es una fotografía, una instantánea que solo capta parte de la realidad, de la evolución de la ciudad. Volvemos a Ítalo Calvino para pensar el presente y la crisis climática , directamente relacionada con la crisis en la ciudad. Resulta inevitable pensar en la descentralización, en recuperar y habitar el espacio público, así como organizar aspectos tales como la soberanía alimentaria, la autonomía energética , educación y salud para toda la comunidad. Es en esas grietas que tal vez haya que meterse para deshabilitar la capacidad destructora del sistema.

«Los que no tienen Poder pueden hacer historia sin tomar el Poder».

Saskia Sassen

¿Qué quiere decir esto, si no que es necesario cambiar el chip de nuestras mentes, dar el salto y tener una actitud, un gesto destituyente?

«Retorno, entrada la noche”

de Michael Kruger

para Paul Hoffmann

Ya no reconocerás

a la ciudad,

pero ella recuerda

bien: anécdotas petrificadas

se deslizan furtivas

por delante de la llegada.

Amistades y enemistades

forman dos filas bajo nubes

sinuosas (como si comenzara

el cielo a derretirse).

En el oscuro prisma

de los ojos la calle

que te recibe,

infinita, inmóvil,

como si no tuviera

otra cosa que soportar».

Otro aspecto que queremos mencionar en esta oportunidad es el imaginario, como punto de fuga hacia donde ir. No importa tener un plan determinado sino un deseo que nos propulse a otras configuraciones de la vida. La literatura, el arte nos brindan pistas a explorar para ensayar salidas. Imaginar, abordar la vida como un acto de creación, implica moverse, poner el cuerpo en movimiento y plantear gestos creadores, ya sean que desordenen o que propongan otro orden pensando en la armonía dentro de la diversidad. Hacer cosas por el placer sin que medie el dinero por ejemplo.

Vimos que la educación es fundamental en la formación de seres pensantes, libres que puedan desde su autonomía construir sociedades mejores. En la siguiente cita de «Los desposeídos», de Ursula K. Le Guin, que nos presenta Silvia Castro Méndez en un resumen de la obra , la autora nos desliza hacia una interesante y muy actual reflexión de qué tipo de educación estamos necesitando .

«La educación en Anarres es considerada un placer, no un

camino para el éxito económico ni de otro orden; en ningún

caso se piden cuentas de lo aprendido. El interés del estudio

nunca se relaciona con la conclusión de niveles, sino con el

proceso de adquisición, las preguntas que motiva,

la posibilidad de contribuir a la vida colectiva.»

La ciudad, las ciudades, en medio de la tormenta global, lugares a mapear para conocer y mejor ubicar gestos transformadores. Partiendo de la base del desconocimiento del territorio que habitamos, la cartografía, otra cartografía es necesaria dibujar. Los «dueños» de los mapas son los que tienen el poder, los que nos marcan por donde debemos circular y por donde no, donde están los cajeros automáticos de los bancos, los edificios públicos, pero hay partes omitidas, zonas apenas señaladas, ninguna información acerca de lo social, de espacios o aéreas de reparación, encuentros, de disensos. Salir y caminar, mapear y crear.

«Edgar Morín señala (he aquí un argumento sociológico), que la

modernidad generó en el hombre una metástasis del ego, que lo ha

llevado a creer en una nueva ciudadanía para él, la de “ciudadano

del mundo”, desprovisto de cualquier lazo atávico que lo identificase

con su “terruño”. Sin embargo la abrumadora mayoría de la

gente hace uso de su tiempo de vida en un espacio geográfico que

no supera el área de un círculo de no más de 100 km. de radio».

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