Pensar en voz alta la justicia y la paz

Pietro Ameglio

¡Alto a las Guerras! Deshumanización e Infantilismo social: los medios como arma letal

Mucho se está (des)informando y analizando sobre esta invasión de Rusia a Ucrania, en sentidos complementarios u opuestos, con mayor o menor objetividad y deseos de manipular o no a la opinión pública. No vamos a meternos en esos terrenos geoestratégicos, políticos y económicos, porque además no conocemos a profundidad esos territorios e historia. Sin embargo, se trata de una coyuntura clave humana para desarrollar la solidaridad, la com-pasión, el pensamiento crítico y el manejo de fuentes, para constatar cómo el orden social está construido sobre la permanente normalización de la violencia y la guerra, y promueve permanentemente la “paz armada” militarista en detrimento de cualquier forma de construcción de paz con justicia y dignidad. La “otredad” y la verdad opositora están totalmente destruidas y censuradas en ambos bandos, se impone el “pensamiento único”, maniqueo y unilateral.

Intentemos, al menos, con humildad, articular una reflexión primaria de “pensar en voz alta” así como una toma de conciencia de esta guerra, desde la mirada epistémica de la reproducción de una cultura, particularmente de paz y no violencia. Sin ningún afán de dar juicios absolutos sino haciéndonos preguntas y poniendo posibles hipótesis que nos ayuden a entender mejor “lo que no se ve a simple vista” (inobservados sociales), para no caer en la ingenuidad de sólo analizar lo que Galtung llamaría la punta del iceberg o violencia directa, tomando parte -directa o sutilmente- entre buenos y malos. Para esto, trataremos primero de conceptualizar brevemente la idea de infantilismo social para luego asociarla a lo mediático; posteriormente abordaremos algunas características de estas dos guerras que actualmente nos atraviesan.

1-Medios reproductores del infantilismo social

La lógica del pensamiento es el punto clave -de partida y llegada- en el largo proceso de humanización de nuestra especie y de paz, desde ella se desprenden las etapas posteriores de construcción de conocimiento (conceptualización creciente, compleja y entre iguales), de reflexión, de toma de conciencia y de las acciones correspondientes. La reificación, “congelamiento” o estancamiento en un estadio, en la evolución de los estadios epistémicos de esa lógica es lo que llamaríamos el “infantilismo social” o la “infantilización” de grandes porciones de la sociedad en todos sus estratos y en ciertas partes de sus identidades sociales. Se trata del principal objetivo de los poderes que controlan el desenvolvimiento del orden social para continuarse reproduciendo, acumulando poder y ganancias: mantener a la mayor porción social en estadios epistémicos primarios del “egocentrismo, del respeto unilateral al ‘adulto mayor’, de la sumisión” (similares a los desarrollados por un niño entre 5 y 7 años), de lo que llamaríamos -con Juan Carlos Marín- de la “obediencia ciega y a priori a la autoridad y a toda orden de castigo que emita”. Resulta clave entender que este proceso acerca de cómo “opera” el orden social sobre nuestros cuerpos, reflexión e identidad no tiene nada que ver con la inteligencia, con la escolarización, con la capacidad económica o el estatus social, sino con la capacidad de construir conocimiento, colectiva e individualmente. Asimismo, el término “infantil” no es usado en un sentido despectivo hacia los niños -¡para nada!-, sino que se refiere a estadios en el desarrollo reflexivo y moral de una persona y su grado de conocimiento o ignorancia (tampoco es un despectivo, sino sólo una referencia a un grado mayor o menor de conocimiento de la realidad).

Piaget tiene un texto epistémico clave al respecto, “El criterio moral en el niño”, donde explica los estadios del desarrollo moral en los niños, aunque -como él afirma claramente- no habla sólo de niños sino del adulto (y agregaríamos la sociedad, aunque él no lo hiciera), que queda estancado en múltiples aspectos de su vida en estadios egocéntricos “infantilizantes”, heterónomos, de obediencia ciega al “adulto mayor”, bajo el lema ejemplarizante: “Cada cual para sí y todos en comunión con el Mayor”. Así está instalada la lógica del pensamiento de la gran mayoría de los habitantes del orden social que nos atraviesa, en los aspectos centrales de su funcionamiento y por eso se puede reproducir con tanta fuerza y velocidad. El estadio que sigue en el desarrollo de la adultez -equivalente al de la humanización creciente y la construcción de paz- es el de la “co-operación”: respeto mutuo, relaciones desde el “principio de igualación”, moral autónoma; mismo que todo el orden social boicotea y pre-juicia permanentemente desde mil formas diferentes, empezando por la familia, escuela, iglesia, trabajo…

Hoy día por el tipo de sociedad y desarrollo tecnológico en que vivimos, en muchos aspectos, el “adulto mayor” está encarnado en los medios con su enorme y desproporcionado poder para construir y reproducir permanentemente el “infantilismo social”. Mucho antes que (des)informar esa es su gran tarea: impedir el avance humanizante y co-operativo entre iguales de grandes porciones de la sociedad, para reproducir las grandes cuotas de poder social y ganancias económicas de sus mismos dueños y aliados en infinitas escalas y negocios. En conflictos tan polarizados como una guerra, por ejemplo, con tan grandes intereses económicos y políticos, este proceso de “infantilización social” -en su máximo grado de deshumanización- se transparenta aún más claramente, en este caso gracias al análisis de los medios, que son los grandes constructores del pensamiento mundial masivo.

Giovanni Sartori decía con justa razón que “la voz del pueblo es un reflejo de los medios de comunicación. Ven la televisión y luego la gente dice lo mismo. ¿Cuál es la fuente de esa voz? No es el pueblo, es el mensaje televisivo”. Eric Fromm, en su excelente libro de “El miedo a la libertad”, complementa críticamente muy bien este punto acerca de cómo la sociedad “infantiliza” y aleja el “pensamiento original” en las personas, afirmando irónicamente que “los problemas son demasiado complejos para la comprensión del hombre común…y sólo un especialista puede entenderlos…generando una aceptación infantil de lo que se afirme con autoridad”. El especialista en este caso es el “adulto mayor mediático”, encarnado por el locutor o analista en turno.

Y luego, el mismo Fromm, agrega otra gran arma mediática para la construcción de este estadio infantilizante de la población: “Prevalece la superstición patética de que sabiendo más y más hechos es posible llegar a un conocimiento de la realidad…de manera que queda muy poco lugar para ejercitar el pensamiento…la información sin teoría puede representar un obstáculo para el pensamiento tanto como su carencia”.

2-La primera guerra: un genocidio anunciado en medio de una pasividad cómplice

Hace dos semanas teníamos una guerra ofensiva con una defensa armada de la principal víctima, ahora tenemos dos “guerras globales ofensivas”: la primera de Rusia -con el apoyo total de su satélite bielorruso liderado por su presidente antidemocrático y represor Lukashenko- contra Ucrania; la segunda del bloque occidental aliado a Ucrania contra Rusia y sus aliados. No son siquiera similares ambas guerras en su forma y desenvolvimiento, empezando desde los armamentos usados, pero sí comparten en parte intensidades y violencias crecientes que afectan masiva y brutalmente a las poblaciones atacadas, y la idea mesiánica de que son “guerras justas”. Hace décadas no se veía algo así en territorio europeo. Para empezar, cabría preguntarse si la mejor definición de la guerra rusa contra Ucrania, es calificarla como “invasión” o “guerra de conquista”, pues parecería ser que será un proceso muy largo en el que se busca la conquista total del país al menos en forma temporal de inicio, para luego instalar un posible presidente pro ruso; algo que tal vez nunca se logre -como pasó en Irak, Afganistán, Siria- por la fuerte resistencia que encontrarán en el tiempo, y también ahora con heroicidad en el corto plazo de la invasión.

Como decía Elías Canetti, “hay guerra cuando hay muertos”, y yo agregaría que es guerra porque “sólo hay dos bandos” actualmente en el mundo. A su vez, creemos que -en el fondo- no se trata del fin del capitalismo o de su etapa neoliberal, sino de una nueva re-estructuración del poder y los bloques hegemónicos, que se expresa por uno de los mecanismos históricos central de la expansión capitalista: las guerras y las industrias armamentistas y de re-construcción nacional. Pero, además, estas guerras de recomposición y expansión hegemónica y geopolítica de bloques capitalistas tienen -en su carácter “híbrido”, étnico, multifactorial e intercultural- el enorme riesgo de trasladarse hacia una confrontación nuclear internacional, que sin mucho esfuerzo podría significar el fin de una porción al menos de nuestra especie.

Para una amplia población mundial afín a las formas y procesos de construcción de paz no violentos, este tipo de coyunturas de tan alto grado de violencia nos coloca -ante todo- delante del problema histórico-social, teórico y moral, que plantea la pregunta de hasta dónde los medios no violentos y/o pacíficos pueden tener un espacio de intervención en medio de una etapa de tan alto grado de confrontación armada. Personalmente, este cuestionamiento me hace regresar al hecho que creo que la especie humana no tiene todavía -en esta escala- la suficiente experiencia histórica y conocimiento acumulado para poder detener en lo inmediato el avance de la espiral de tamaña inhumanidad.

Sin duda, Putin, sus aliados y Rusia han perdido mediáticamente -a nivel mundial, fuera de sus zonas de influencia- casi totalmente la batalla por la “fuerza moral”, por la “razón”, por la “legitimidad”. Los misiles filmados y difundidos mediática y masivamente impactando edificios, hospitales, escuelas, casas, comercios o centrales nucleares son la foto perfecta del “derrumbe de fuerza moral” ruso, paso fundamental para instalar la segunda guerra, ahora ofensiva y global contra Rusia y todo lo que huela a ruso. Contra estos hechos no hay defensa ni justificación moral posible. Nadie -empezando por el mismo Putin- puede contestar a la pregunta de por qué ordenó la invasión en este exacto momento histórico. No hay un solo hecho social concreto, verificable empíricamente, que haya sido exhibido públicamente que justifique tamaño ataque genocida en este preciso momento: no hubo en esas semanas previas ataques específicos ni masacres por parte de neonazis o ucranianos en el Donbass (que existen desde 2014) o en las repúblicas separatistas (que están desde 2014), no hubo asesinatos selectivos de líderes pro rusos, no hubo anexión formal a la OTAN o a la UE de Ucrania, mucho menos hubo ataques en suelo ruso…Entonces ¿por qué justo ahora?

Por tanto, no existen razones públicas que avalen tamaña acción militar de ataques genocidas desproporcionados. Mucho menos una acción que justifique invadir y conquistar todo un país, incluida la capital, derogando su gobierno legítimo, más allá de que nos guste o no. Todos los argumentos acerca de algunos batallones neonazis (¿son mucho peores que los ultranacionalistas soviéticos, los actuales supremacistas blancos trumpianos en EU o los neonazis europeos?) adscriptos a la armada ucraniana, de las políticas represivas brutales contra la población rusa del sureste (como reacción también a la declaración separatista de las dos repúblicas) y su supuesto pedido de auxilio, no son más que “medias verdades”, que sí son ciertas en la mayor parte pero se instalan fuera de contexto, fuera del tiempo presente inmediato de la “corta duración”, con el fin de avalar una decisión genocida y sin proporción. En este punto no debería haber justificación ni ingenuidad alguna: es una invasión y una conquista genocida contra un pueblo y una nación independientes. ¿Tomar la capital Kiev al norte, todo el país, destituir a un gobierno legítimo, arrasar a una población de 44 millones para defender a una población de 4 millones de rusófonos al sur? En el último caso, ¿por qué no detener la invasión en el territorio del Donbass y declarar independientes a las repúblicas de Donetsk y Lugansk que se han autonomizado desde el 2014, como continuación de la anexión de Crimea en el 2014?

Sin embargo, por otro lado, llama poderosamente la atención la “forma pasiva” con que la diplomacia occidental -encabezada por EU- dejó avanzar los argumentos infundados de Putin, su envalentonamiento y a su ejército en la frontera ucraniana en una “invasión anunciada” que sólo Zelenski no creyó se fuera a dar, algo que cuesta mucho creer seriamente. La diplomacia occidental, con la complicidad de los medios, nunca se preocuparon en “desnudar públicamente las medias verdades” rusas para justificar su ataque inminente, tampoco exhibieron pruebas contundentes acerca de la no anexión inmediata a la OTAN (¡una aberración de la “paz armada”!) de Ucrania, principal acusación. Dejaron en forma poco creíble de incapacidad, sino más bien de complicidad con una segunda guerra que ellos también buscaban contra Rusia, que avanzaran impunemente argumentos legitimadores sin fundamento empírico en lo inmediato. La complicidad estuvo en que dejaron -con su pasividad y silencio- que Putin acumulara un mínimo -pero suficiente para su invasión- de fuerza legitimadora con sus argumentos de medias verdades manipuladoras.

La mirada analítica e histórica asincrónica da parte de razón a Rusia por el proceso de los últimos años -aunque nunca para una acción genocida-, y la mirada sincrónica da la razón a Ucrania porque no existe ningún hecho social de guerra o violencia hacia Rusia y la población rusófona de Ucrania que justifique en esta coyuntura una acción desproporcional y brutal genocida en todo el país. En formas diferentes, sea el bloque invasor ruso que el ucraniano y sus múltiples aliados occidentales, están buscando justificar sus acciones y legitimidad instalando la reflexión ciudadana en el “punto periférico” -del resultado final-, dejando de lado el proceso. Al hablar de lo periférico, se aborda forzosamente –en el orden social capitalista que nos atraviesa- la lógica de que el fin justifica los medios (máxima negación de la paz no violenta), y ni qué hablar en tiempos de guerra abierta que excluyen a priori la paz justa y no violenta. Nos preguntamos así cómo Putin -y EU con occidente en tantas ocasiones recientes en otros países- puede decir que se trata de una “operación para restaurar la paz”, masacrando a la población civil ucraniana cada día. Así, la gente, los pueblos, no existen en estos perversos cálculos bélicos. ¿Podemos imaginar el negocio impresionante que será re-construir en una gran proporción Ucrania, en plena Europa y con las tasas de ganancia primermundistas? El drama humanitario no tiene límites: dos millones de refugiados en 15 días del peor invierno, sobre todo ancianos, mujeres y niños, dejando atrás todo lo material y a “sus hombres”, a todo lo construido en sus vidas y la de sus generaciones anteriores, y enfrentando un futuro del que no tienen la más mínima idea.

A su vez, se está dando una lucha contra el invasor -y su aliado bielorruso- ejemplar y heroica en toda Ucrania. No sólo ha existido una resistencia civil y militar armada -de muy diversas formas- contra el ejército ruso, sino que también hemos podido ver acciones solidarias de resistencia civil no violenta de todo tipo, como la población local tirándose en la calle frente a los tanques para detener su avance, la acogida fronteriza internacional o las crecientes manifestaciones mundiales contra la guerra, especialmente las que estratégicamente se están dando -con numerosos arrestos y represión incluidos- dentro de la propia Rusia.

3- La segunda guerra: un boicot satanizante contra una gran potencia mundial capitalista

La segunda guerra que ya no es sólo defensiva y de resistencia armada ucraniana contra el ejército ruso, sino que ha pasado a ser una guerra económica, política y social que busca destruir y atacar lo más posible toda fuente de poder de este gran competidor capitalista de EU y Europa en la re-estructuración del nuevo orden mundial. A primera vista, parecería una reacción defensiva ante el ataque ruso, pero sospechamos que es mucho más que eso, que irá más lejos que ese objetivo y que en parte fue construida desde antes. La no-cooperación es sin duda una forma ejemplar de lucha no violenta, y el boicot dentro de ella es también una gran arma si es masivo y perdura en el tiempo, y no estamos para nada en contra de muchas medidas de boicot que se están llevando a cabo desde diversos ámbitos de poder occidentales como una forma de lucha contra la invasión y conquista rusas, reconocemos el valor de que se hayan ido construyendo alianzas antibélicas entre muy distintas empresas y capitales financieros como una forma también legítima de lucha contra la guerra. Sin embargo, estas acciones de boicot se dan en una lógica de guerra y “paz armada”, no de construcción de paz justa y digna, y se convierten así en ataques no sólo para disuadir la intervención rusa sino para doblegarla a los intereses económicos y políticos liderados por EU y Europa. O sea, van más allá del boicot como un arma defensiva no violenta y paulatinamente se están convirtiendo en un ataque de otro tipo de guerra sobre todo económica y política.

Pero esta nueva situación, que nace inicialmente de un “No a la guerra”, está rápidamente pasando -gracias a una clara estrategia mediática y de la clase política y empresarial dominante occidental- a una nueva forma de violencia estigmatizante muy peligrosa para la construcción de paz y el futuro inmediato, se está convirtiendo en una campaña y espiral de “odio total a Putln, a Rusia, al rublo y por consecuencia este virus se hace extensivo a todos los ciudadanos rusos en un espectro que va desde lo económico-político hasta lo cultural-artístico-deportivo”; generalizando y mimetizando además a todos los rusos con su presidente. La estigmatización reproduce altamente la espiral del odio y la guerra, al buscar destruir al Otro, aplastarlo, humillarlo, como, en parte, se hizo con Alemania después de la primera guerra mundial

Llegando al grado que ahora políticos y medios están instalando en la opinión pública la idea de que con “matar a Putin” todo se resolvería; ni con Hussein, Gadafi…los políticos habían hablado con esa impunidad mediática del odio. El ministro de Relaciones Exteriores de Luxemburgo -Jean Asselborn- proponía que “ojalá se lo pudiera eliminar físicamente para detenerlo. Me parece la única opción”; y el senador Lindsey Graham de Carolina del sur afirmaba: “¿Cómo termina esto? Alguien en Rusia tiene que dar un paso al frente…y eliminar a este tipo”. Entonces, no se trata sólo de un boicot contra la guerra, sino por el aniquilamiento -también lo más total posible- de uno de los dos máximos competidores por la hegemonía capitalista trasnacional y su expansión hacia Europa, por ejemplo a través del North Stream 2, gran objetivo estratégico de aniquilamiento por parte de EU.

Así, Putin se convierte mediáticamente y en el discurso político-empresarial en la encarnación del mal total para occidente, mientras en una parte importante de su país es el héroe máximo que busca traer al presente con valor y a cualquier costo nuevamente, a Rusia con su dignidad imperial pasada. Nadie niega que Putin sea un ultranacionalista, con un poder totalitario y represor muy grande, que cree firmemente que donde existe una mayoría de población que habla ruso se deben crear repúblicas independientes rusófonas sometidas a Moscú, o anexionadas. Ambos constructos son sólo parcialmente verdaderos, pero operan muy efectivamente en la reproducción de la lógica masiva pública del pensamiento indispensable para la construcción de esta segunda guerra, clave en el fondo para la re-estructuración de los polos hegemónicos del nuevo orden mundial capitalista, que -en gran parte- es el origen y fin de esta guerra geoestratégica genocida.

En parte, el infantilismo social aquí se instala en el concepto que siempre debe haber un “chivo expiatorio” social de todos los males y que al eliminarlo se acabarán estas desgracias, ignorando todos los procesos sociales e históricos que originan esas situaciones y la enorme red de apoyos y complicidades que los sostienen, sin las cuales nada podría suceder, y creyendo que con “castigos ejemplares” acabaría todo. Esta es la base cultural milenaria más extendida y reproducida cada día de la violencia normalizada en nuestra educación, trabajo, iglesias y familia. Mucho de esta infantilización nace de la forma en la que se enseña la historia desde la primaria: sus hechos relevantes son la resultante de acciones individuales, son un relato ingenuo e infantil de grandes héroes y villanos solitarios, cuyas voluntades individuales se matan y conquistan unos a otros, sin ninguna referencia a las masas y redes que hay detrás que son las verdaderas protagonistas de los procesos sociales.

Creer que todo hecho histórico violento -y también de paz- es culpa y responsabilidad de un solo hombre es algo totalmente “infantilizante” y ahistórico, ignorando tantas investigaciones sociales -como por ejemplo la de Stanley Milgram sobre el nazismo- donde se demostró que los genocidios y acciones más inhumanas son fruto de la acción de “muchos sobre pocos”, y no viceversa -la acción de unos pocos desequilibrados sobre masas- como se ha difundido siempre en la historia, la cultura oficial y los medios. Para poder actuar, Putin como cualquier otro genocida o dictador, así como su círculo cercano y lejano de poder, necesitan del apoyo -desde el silencio hasta la acción directa- de porciones muy grandes de la población y sus aliados, al igual que Biden y sus aliados occidentales.

Asimismo, lo que sí es cierto, es que Putin, probablemente sin quererlo, ha logrado unir a todo el bloque occidental alrededor de EEUU en primer término, y luego de la UE y la OTAN, reforzándolos en una lucha feroz por la re-construcción de un nuevo orden internacional capitalista, en el que existe y existirá todavía una gran confrontación entre bloques hegemónicos e igualmente belicistas (¡como un gigantesco negocio! Y que pasa por encima de cualquier legalidad internacional, empezando por resoluciones de la ONU). Gracias a la invaluable ayuda de los medios internacionales en la siembra del infantilismo social y al uso del “judo político”, y a la acción genocida tan inmoral como inexplicable de invadir un país independiente vecino sin razón objetiva inmediata, Putin y sus aliados han logrado legitimar -dotar de fuerza moral- al otro gran imperio (igual de belicista y depredador) al que se enfrentan, junto con China. Por ello, en este contexto de enfrentamiento entre bloques capitalistas, nos parece muy oportuno y necesario recuperar la reflexión de la carta publicada recientemente por el EZLN donde se afirma con claridad que “Ni Zelenski ni Putin. Alto a la guerra” (3 marzo 2022).

Todo trabajo de construcción de paz con justicia y dignidad -desde lo individual hasta las acciones más radicales en el espacio público- comienza por construir en uno mismo y alrededor cuerpos como “armas morales”, o sea con capacidad de una lógica de pensamiento co-operativo, original y reflexivo, autónomos en la “desobediencia debida a toda orden deshumanizante” (J.C. Marín), en detrimento de cuerpos instalados en estadios ego-céntricos -gracias al enorme poder mediático- de “obediencia ciega a la autoridad y sus castigos”, sea quien sea la autoridad.

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