Pensar en voz alta la justicia y la paz

Pietro Ameglio

A 10 años del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad: cuando los familiares de víctimas desnudaron la guerra en México

El 28 de marzo se cumplieron diez años del comienzo de las movilizaciones masivas de familiares de víctimas contra la guerra por todo el país, encabezadas por el poeta Javier Sicilia y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), una de las experiencias de masas más grandes que han existido en México y en América Latina en los últimos años. Al respecto, se han escrito textos muy valiosos, sobre todo desde el papel y dolor de las víctimas. En lo personal he escrito también varios artículos, pero ahora quisiera hacer un análisis desde el ángulo de la estrategia de la lucha social noviolenta del movimiento en sus inicios, algo que creo es original y puede ser útil a otros que luchan. No se trata, por tanto, de un ejercicio nostálgico del pasado sino de una reflexión actualizada al principio de realidad presente, principalmente de las luchas de los colectivos de víctimas mexicanos. Para ello, en parte, tomaré como base los artículos que incluí en el libro de la editorial Era titulado con el nombre del movimiento (2016), en el libro del Centro de Estudios Ecuménicos sobre la espiritualidad de las caravanas (2013) y en la revista Christus en 2014.

Desde 2011 México fue atravesado al menos por cuatro “Gritos de indignación moral masivos”, profundamente conectados con el grito zapatista de 1994 del “¡Ya Basta!”, que fue el inicio de esta nueva etapa de resistencia civil mexicana y mundial. El primer grito fue el “¡Estamos hasta la madre!” de Javier Sicilia ante el brutal asesinato de su hijo Juan Francisco y seis personas más en Cuernavaca, el cual fue seguido por un número muy grande de víctimas individuales y comunitarias en todo México. En el año 2012 se dio el segundo grito masivo del “#YoSoy132” -relacionado más con la política, los medios de comunicación y la democracia- por parte de un movimiento sobre todo de jóvenes, en una forma noviolenta de “dar la cara”, de enfrentar al poder.

Luego, en febrero del 2013 se registró un tercer grito, el de las autodefensas michoacanas, víctimas comunitarias de esta guerra: el doctor José Mireles, líder histórico de este movimiento, exclamaba que llega un momento en que dices “¡Ya No!”. Esta afirmación viene porque un sector amplio de la sociedad decidió asumir en forma directa -con mucha valentía y dignidad- su propia autodefensa. Finalmente, en septiembre del 2014, ante la acción genocida del gobierno y la delincuencia en Iguala contra 43 estudiantes normalistas rurales de Ayotzinapa, grandes masas nacionales e internacionales volvieron a llenar las calles del país bajo la consigna de “Fue el Estado”.

Los cuatro Gritos Masivos se han dado en un país atravesado por “hechos sociales de guerra”, con características de “exterminio masivo” hoy con no menos de 300 mil asesinados y 85 mil desaparecidos; y de “exterminio selectivo” de activistas sociales, defensores del territorio, periodistas, representantes políticos.

Con el proceso de lucha del MPJD, no hay duda que se logró: visibilizar el horror y la magnitud de la guerra en el país, promoviendo que grandes masas de la reserva moral nacional salieran a la calle en forma de protesta noviolenta; dignificar a las víctimas en su identidad social e historia particular, organizarlas y consolarlas en un espacio de acogida y fraternidad, convertirlas paulatinamente en sujetos sociales de derechos humanos, paz y justicia, a partir también de un “desencantamiento” de la función social y protectora que tenían del Estado; romper la normalización de lo inhumano y el terror social de este modelo nacional de “paz armada”, demostrándolo como agravante de la violencia, como un gran negocio y que tiene como parte directa asociada al delito organizado a porciones del gobierno en todos sus niveles, de empresarios y de la sociedad civil; cuestionar de fondo el modelo económico que nos imponen como gran reproductor de la pobreza y el desamparo en todos los sectores sociales, especialmente de los niños, mujeres y jóvenes.

De una ofensiva masiva estratégica noviolenta a diálogos, negociaciones y leyes

En los primeros tres meses el MPJD no dejó de “moverse” a partir de una “ofensiva estratégica noviolenta” de presión material y moral nacional e internacional, tratándose en parte más de una movilización social que de un movimiento: hubo caminatas y caravanas masivas de víctimas a la capital, al norte y al sur del país (en 2012 incluso una Binacional en Estados Unidos); existieron diálogos directos y públicos de las víctimas con el presidente en dos ocasiones y los poderes políticos; unidos a innumerables acciones de solidaridad y organización a lo largo del país. Sin embargo, al iniciar la etapa de los Diálogos Políticos y Mesas de Trabajo -23 de junio del 2011- se empezó a disminuir la complementaria e indispensable acción abierta y directa de masas en el espacio público. Así, el poder político logró llevar la lucha social, y la gran confrontación a su legitimidad y legalidad que el MPJD le creó en su primera etapa, hacia el territorio y espacio social que domina y controla: lo institucional, lo jurídico, la negociación política, la atomización separada de los casos de víctimas… Lo hizo bajo muchas, muy variadas y sutiles tácticas, pero logró poco a poco “desprocesar” el nivel público y abierto de confrontación directa noviolenta y moral que el MPJD y otros movimientos aliados le plantearon inicialmente. Asi, sin esa presión social y moral masiva en las calles la autoridad impuso mediáticamente su discurso y cifras descontextualizadas como realidad, que a su vez cada vez siguió siendo más dramática y brutal.

Quiero detenerme en una acción estratégica de este periodo: la Caminata del Silencio de víctimas y sociedad civil, durante cuatro días desde Cuernavaca al DF, que culminó con una multitudinaria marcha en la capital (8 de mayo de 2011), donde la población rompió su miedo, aterrorizamiento, y salió masivamente a la calle. Por tres horas en el zócalo de la capital del país repleto se escucharon setenta y dos testimonios de familiares de víctimas de todos los rincones de México y el anuncio de un Pacto Nacional Contra la Guerra y por la Paz. En el discurso de Javier Sicilia, líder moral del MPJD, quizá se planteó -a mi entender- la acción más radical (“ir a la raíz”) y de consecuencias más reales para la justicia y el fin de la guerra: se pidió la “Renuncia de Genaro García Luna”, secretario de Seguridad Pública, que hoy sabemos claramente su responsabilidad central y directa en la guerra y el aparato delictivo nacional. Era el momento de mayor “acumulación de fuerza moral y material” del movimiento, y de mayor “debilidad” del gobierno frente a él, por el gran apoyo de la sociedad y medios nacionales e internacionales; la acción apuntaba directo al corazón del contubernio delito-gobierno, origen y causa central de esta guerra. Al otro día, sin embargo, el movimiento corrigió y matizó esa demanda -que quedó en palabras sin acción- que efectivamente entrañaba alto riesgo a las vidas de todos, y no había sido consensada antes. Nunca más volvió a plantearse algo tan claro y central de cómo “Parar la guerra”.

Como decíamos, las movilizaciones y testimonios de cientos de víctimas que siguieron por todo el país fueron una lucha ejemplar de dignidad y despertar de la toma de conciencia individual y nacional de la guerra e impunidad que nos atravesaba. Una verdadera explosión de rabia e indignación social, que marcó hasta hoy la historia social del país. Pero, a pesar del enorme mérito de todo ello, y continuando con la reflexión estratégica, podemos reflexionar que el MPJD -por muchas razones- no logró pasar a la etapa que la historia y experiencia de la resistencia civil noviolenta exigía en tamaña lucha: la no-cooperación y la desobediencia civil. Cuando hay un nivel tan grande de violencia, impunidad y complicidad del Estado, si no se activan otras escalas de acciones con mayor proporción de intensidad radicalidad moral y material respecto a las de la violencia, no resulta suficiente la lucha. La presión de las movilizaciones de masas, los medios, las declaraciones, las leyes y los diálogos ante las autoridades no alcanzan, porque se permite que el Estado tenga márgenes de simulación, de gatopardismo, creando leyes e instituciones -como la Ley de Víctimas, Províctima, CEAV…- que en la práctica no operaron para lo que realmente fueron creadas.

Así, en la resistencia civil noviolenta mexicana, la escala de denuncia-diálogo-foro-negociación-leyes-movilización de masas en marchas y caravanas se ha demostrado insuficiente para presionar al Estado en lograr avances en la aparición de los desaparecidos, en la justicia para los muertos y en el cambio del modelo de seguridad militarizada. El MPJD construyó sobre todo al inicio acciones con muchas masas en la calle, con mucho efecto mediático, pero el “tipo de acción” no fue igualmente radical, fue de poca intensidad de confrontación noviolenta; no es suficiente sólo el carácter masivo o mediático de una acción para otorgarle la intensidad de presión que hay que ejercer ante la autoridad.

Por otro lado, también es cierto que el MPJD no se logró articular en alianzas organizativas reales con los pueblos indios y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Los pueblos indios y el EZLN fueron muy generosos en su ofrecimiento de articulación con las víctimas, en sus movilizaciones solidarias, pero hubo complicaciones de entendimiento, de organización y estructuras, de culturas, de formas de acción. Se perdió entonces la gran oportunidad de crear realmente un movimiento nacional de masas organizadas de víctimas y sociedad civil solidaria, con toma de conciencia como sujetos sociales, junto a los pueblos indios-campesinos, que son los que por lejos tienen en el país las formas de lucha más claras y avanzadas de resistencia civil y seguridad.

A su vez, en la parte final del 2011 el MPJD y las organizaciones cercanas sufrieron una serie de ataques armados y represivos directos, de “exterminio selectivo”. Fueron impune y brutalmente asesinados luchadores sociales y seres humanos ejemplares: Pedro Leyva, nahua en lucha por sus tierras y autonomía, asesinado en Ostula el 6 de octubre de 2011; Nepomuceno Moreno, padre y activista ejemplar, que buscaba a su hijo desaparecido, asesinado en Hermosillo el 26 de noviembre de 2011; Trinidad de la Cruz, líder nahua moral y de la seguridad, secuestrado y posteriormente ejecutado el 6 de diciembre del 2011 en Ostula, dentro de una misión de acompañamiento de derechos humanos del movimiento; ese mismo día fueron desaparecidos en Petatlán, Guerrero, Eva Alarcón y Marcial Bautista, de la Organización de Campesinos Ecologistas de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán (OCESPCC).

Un paso más allá del MPJD: no-cooperación autónoma buscando fosas clandestinas

En los últimos años, como parte del proceso iniciado por el MPJD y continuado autónomamente por familiares en todo el país, se dio un aumento muy grande en el número de organizaciones y colectivos de víctimas en todos los estados mexicanos, ahora también articulados en redes como Enlaces Nacionales, Por Nuestros Desaparecidos, Fundem, Eslabones… Estas organizaciones y colectivos con enorme valor y audacia han dado una vuelta de tuerca estratégica fundamental de radicalidad en la lucha noviolenta que en parte de la reserva moral mexicana y el MPJD se discutió desde el inicio, aunque no prosperó como acción colectiva: el gobierno -en todos sus niveles- no va a recuperar a nuestros desaparecidos ni a hacer justicia con nuestros muertos, por una sencilla razón: él fue el principal victimario, por distintas razones directas o indirectas. Por tanto, si se quiere que aparezcan los desaparecidos hay que organizarse y buscarlos por sí mismos, “sin pedir permiso” -como diría el comandante David en Oventic en la creación de las Juntas de Buen Gobierno (agosto 2003)-, ahora en otro tipo de caravanas que no buscan principalmente dar testimonios públicos, sino que buscan fosas clandestinas (se han hallado más de 3000), restos humanos, y su posterior identificación forense. En términos de resistencia civil noviolenta, esto es lo que se llama “autonomía” o “no-cooperación”, a veces incluso desobediencia civil, valores esenciales -como afirmábamos- para una estrategia de lucha social más intensa y radical. Decidieron, a partir de esta toma paulatina y colectiva de conciencia de su propio poder, “meter sus cuerpos” en una acción noviolenta de “desobediencia a toda orden inhumana” (Juan C. Marín), que en este caso era: déjennos a nosotros -autoridades y Estado- buscar a sus desaparecidos.

En el acto de conmemoración del décimo aniversario en Cuernavaca, los colectivos de víctimas anunciaron que la próxima Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas de la red de Enlaces Nacionales será en Morelos, tal vez en junio, y por tanto tenemos pronto una gran oportunidad de sumar nuestros cuerpos -de muchas formas diferentes- en una lucha radical y ejemplar, indispensable para nuestra humanización y la del país.

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