Yo soy Montaña

Edith Herrera

Una fiesta sin los festejados

Fotos: Oscar Rodriguez Vallotton

Hace unos días fui a mi comunidad, para visitar a mi abuela Soledad. En ese trayecto por aquellos caminos y paisajes de terracería, se me venían a la mente muchas memorias de mi infancia. De aquellos polvos que dejan cenizo todo el cuerpo espolvoreado cuando no hay lluvia; pero cuando llueve, pareciera que estás en caminos imposibles de película, porque se vuelven tan arcillosos, chiclosos y difíciles de transitar por los derrumbes. Esa es la ruta que nuevamente me llevó a mi pueblo y, extendidos sobre techos y en patios, pude ver estas semillas oscuras que se andaban secando: estaban terminando la cosecha de café. Por los malos temporales de lluvia de la temporada pasada, se retrasó el momento del corte este año.

Durante esta vuelta vi a las infancias reír a orilla del camino, a los jóvenes intercambiar bromas en nuestra lengua materna tu’ún savi (“palabra de la lluvia”), a mujeres arreando sus vacas o sus animales de carga, algunas mujeres en la crianza diaria, cocinando, lavando, cargando al bebé, moliendo: ¡todo al mismo tiempo! Y, por otro lado, me encontré a varias personas mayores abuelas y abuelos que se comunican exclusivamente en nuestra lengua.

Pero esta visita me dejó algo indignada (más que de costumbre). Y es que me ponía a pensar durante esos días ¿en dónde estamos los pueblos? El detalle es que 6 personas de distintas familias, en este recorrido relativamente rápido, presentaban enfermedades y una dificultad para obtener un diagnóstico médico. Me parece importante mencionar esto especialmente durante este día, ya que hoy tanto se pregona de ensalzar las lenguas maternas. Pues creo que lo justo es no desvincular al sujeto real, al individuo concreto de la lengua que él o ella habla, que resguarda y que transmite. En este caso, no separar la población nativa de carne y huesos de las lenguas nativas como ente abstracta y reverenciada.

¿Por qué es importante hablar de estas historias de los y las hablantes de lenguas indígenas, este 21 de febrero que se declara el día internacional de las lenguas maternas en todo el mundo?

Por la simple y sencilla razón que la lengua necesita de las y los hablantes para poder vivir, reproducirse, sonarse, escucharse y vivirse. Tenemos que existir quienes la dialogamos, la transmitimos, la enseñamos. Ese es el punto: este día de mucho jolgorio, alegrías y festejos, tiene que ser también un día de mucho reflexionar y repensar. ¿Dónde y cómo viven los y las hablantes? ¿Qué problemáticas enfrentan en la vida cotidiana y no solo cada 21 de febrero? No tendría sentido realizar muchos foros, eventos alusivos y celebraciones una vez cada año, si esos no están vinculados al cotidiano de los y de las hablantes nativas. Sería como organizar una fiesta olvidando a quienes estamos festejando. Resulta algo absurdo, para no decir más.

Tampoco podemos seguir celebrando sin considerar el racismo institucional vigente. Predomina en las instituciones de salud, justicia o educación en las cuales, por no hablar el castellano, la lengua hegemónica en este país, los pueblos nativos no logran acceder a los derechos más básicos. Como es el caso de los abuelos y abuelas que me encontré durante esta visita a mi comunidad. Eso es una doble moral: estas instituciones celebran a los pueblos nativos durante este 21 de febrero y los reniegan durante los otros 364 días del año.

Les quisiera compartir la historia de Catarina. Ella es una abuelita de 70 años, que tiene cataratas en los dos ojos. Es algo común en las partes altas de la Montaña. Mi abuelito también lo padeció. Ella no sabe qué tiene porque en la clínica solo le dieron gotas para los ojos, sin hablarle de las posibles soluciones quirúrgicas. A mi abuelo, le pasó lo mismo. El asunto es que ella ya perdió la visión por completo, y se queda todo el día en casa mientras su hija tiene que ir a trabajar al campo.

Cuando me acerqué a ella, vi en sus ojos las características nubes que dibuja la catarata en las pupilas. También vi mucha tristeza en esos ojos porque, aunque se siente fuerte todavía, perdió mucha movilidad. No logró que en el Centro de salud del pueblo vecino, le dieran una referencia para el hospital o le explicaran en su propio idioma cuál es su diagnóstico. A mi abuelito le sucedió exactamente lo mismo. Con lo que podemos llamar una “simple” cirugía ambulatoria eso se corrige y realmente le cambiaría la vida. Pero, aunque pareciera tan “simple”, el hecho es que Catarina por más que pueda comunicar sus síntomas y las limitaciones que padece en su idioma materno, no logra hacerlo en español. Si lo pudiera hacer, posiblemente tendría otras posibilidades. Y entre este hecho y el estado del sistema de salud en las partes marginadas donde viven los pueblos nativos, es muy probable que Catarina nunca vuelva a ver. Como otras docenas de personas del municipio que comparten su enfermedad. Y como cientos de personas en toda la región Montaña de Guerrero.

También me encontré con Eleuterio, durante esta vuelta a mi pueblo. Tiene 58 años y padece de una enfermedad que le hace rascarse todo el tiempo los pies. Puede parecer algo anodino en medio de tantos problemas y violencia. Pero realmente le afecta la vida cotidiana. Tanto que bajó a consulta a la capital de la región 8 veces en los últimos seis meses. Y esto que tuvo la suerte de poder hacerlo: porque sabe ir hasta allá, a 3 o 4 horas de camino; y porque tiene los medios para hacerlo, debido a que tiene un hijo trabajando en Estados Unidos.

En la comunidad, los profesionales de la salud no le decían más, sólo que se tenía que lavar diariamente con agua y jabón. Y al no ver resultados, decidió salir de su comunidad e ir a buscar un médico hasta Tlapa en medio de su desesperación por los síntomas.

Fue muy precavido. Siguió el tratamiento que le dio el médico durante sus 8 vueltas. Lo está tratando por una infección por hongo en los pies, pero no se le quitan los síntomas. Aún así, le sigue recetando los mismos medicamentos, sin pedir más estudios o mandarlo con un especialista. Comenta Eleuterio que siente desesperación. Quisiera explicar todos sus síntomas, pero la persona de la comunidad que los lleva a la capital de la región junto con su esposa, no tiene mucho tiempo. Y simplemente, para él, el español es una lengua extranjera que no domina. Se le complica explicar con matices lo que padece. Este es otro ejemplo, donde el referente lingüístico es limitante: si solamente Eleuterio tuviera esa oportunidad de explicar en su propio idioma cómo se siente, que síntomas tiene, como ha ido evolucionando su enfermedad, como ha reaccionado al tratamiento, expresar si se siente cómodo, si tiene dudas, etc. Todo queda limitado por la mediación del idioma ajeno, eso lamentablemente es una barrera, el no poder expresarse tal cual y de manera directa para acceder al servicio de salud.

Podemos seguir enlistando los casos, es una lista muy larga. Como cuando Lorena fue a buscar orientación para inscribirse al programa de apoyo a las personas con discapacidades. Tiene padecimientos mentales y sufre alucinaciones entre otras cosas, lo que le causa muchísimas limitaciones en su cotidiano. La rechazaron porque no la entendieron y no pudo comprobar que padecía una discapacidad. El asunto es que dentro de su entorno familiar no hablan nada de español.

Aunque los asesores del programa son hablantes del tu’un savi, al final obedecen a reglas o normas internas de las políticas públicas que no consideran las condiciones de las personas con padecimientos mentales en las comunidades indígenas. Exigen una larga lista de documentos que comprueben tales padecimientos, lo que implica viajar 4 horas hasta la ciudad más cercana, en donde ni siquiera se les va a tratar dignamente ni tampoco se les hablará en su propio idioma. En este caso, las personas que viven con ella son su mamá de 80 años de edad y su hija que también padece de una discapacidad. ¿Cómo carajos van a obtener estos papeles? De estas contradicciones y paradojas necesitamos hablar durante este 21 de febrero, el día internacional de las lenguas maternas.

Justo aprovechando esta fecha de celebración de las lenguas maternas en todo el mundo, es importante de nuevo colocar en primera plana a las y los hablantes de las lenguas indígenas, aquellas personas que estamos resistiendo cotidianamente para no dejar de hablarla. Porque de sobra sabemos, que se ha manipulado nuestra historia, se ha querido borrar nuestra memoria, nuestra palabra y pensamiento.

En medio de todo ello, el idioma nativo, las lenguas madres que tenemos los pueblos indígenas, son un elemento vivo, que aún se resiste a morir. Además, están profundamente enraizadas a los territorios que han habitado o los nuevos territorios que han estado construyendo para poder hacer vivir la lengua que es su ombligo y su raíz. Y estas lenguas están inseparables de las mujeres y de los hombres que las hablan. Y de sus vidas bien reales.

Este país debe de empezar por reconocer que las lenguas indígenas, y por ende los hablantes, son atravesadxs por las estructuras de opresión. Solo así podremos empezar a resolver los múltiples males de los que padecemos en los pueblos y se reproduce la inequidad, la injusticia y se violentan los derechos colectivos.

Entonces qué mejor manera de celebrar nuestros idiomas que exigiendo que no solo se celebren durante 24 horas. Sino que durante el resto del año obremos para que no sean una limitante para que las y los hablantes accedan a derechos básicos como la salud, la justicia, la educación.

El llamado es claro, tenemos que trascender todo el discurso que reduce a las lenguas indígenas solo a un carácter cultural o folclorizado, como se ha venido construyendo en la política pública de este país. Es urgente, volver a entender los idiomas indígenas, nativos, originarios, como mundos de convivencia, vinculados a un territorio, a la historia y memoria de cada pueblo.

Estos días que estuve en mi comunidad, me permitieron repensar quiénes somos los y las hablantes de los idiomas ancestrales, esta palabra que aún conservamos y resguardamos. Es esencial exigir una educación en nuestro propio idioma, servicios de salud garantizados con una traducción cultural en todas sus etapas, acceso a la justicia estatal, etc., desde nuestros idiomas y cosmovisiones propias, porque lo hemos dicho, la lengua no es solo una partecita del ser indígena, es uno de los pilares de nuestra identidad. Y no debería de ser un impedimento para poder vivir una vida con acceso a los derechos más básicos. Me parece urgente la posibilidad de hablar en nuestros propios términos, en nuestra propia palabra y pensamiento.

Sin embargo, la exigencia hacia el estado o sus instituciones y el resto de la sociedad que no es hablante de una lengua indígena, es solo un poco de la tarea urgente que tenemos. Es importante asumir nuestra responsabilidad como hablantes, porque somos afortunadamente quienes todavía poseemos esa sabiduría tradicional, esa palabra para comunicarnos con los espíritus que habitan en la comunidad. Sabemos hablar y escuchar desde la sabiduría de las abuelas y los abuelos, así como el uso de la palabra para comunicarnos con las deidades. Somos las personas que todavía podemos preservar la tu’ún to´ó (“palabra de respeto”), la tu’un ndaa (“palabra llana verdadera”), la tu’un ndakú (“palabra derecha”), la tu’un káxin (“palabra sabia”). Eso sólo se aprende en el mundo de nuestro pensamiento, nuestras historias, nuestra vida cotidiana, en contacto con ese otro ombligo raíz que tenemos que es nuestra lengua madre.

Necesitamos regresar a las raíces de los idiomas, como sistemas de comunicar, de sentir, de transmitir pensamientos, historias, narrativas y memorias, vinculados a los territorios, al pasado, al presente, a la construcción del bien vivir, sin reducirlo a traducciones de diccionarios, alfabetos, obras famosas, manuales escolares, etc. Al final, tenemos que luchar para que nuestro idioma/pensamiento tenga cabida en este sistema/mundo tan desigual que aplasta las otras formas de entender la vida.

No podemos celebrar “simplemente” un año más del día internacional de las lenguas maternas cuando todavía vivimos en un país profundamente racista, cuando hablar en tu lengua materna en los espacios públicos todavía llama y atrae las miradas de ajenos y extraños. Nos siguen viendo con “rareza”, con burla, con desprecio, en este lugar donde caminábamos mucho antes que ellos. ¡Cuando en realidad somos nosotros que deberíamos de sorprendernos de verlos aquí! Eso lamentablemente pesa mucho a los hablantes de idiomas nativos, y las personas terminan prefiriendo ocultarlo y reducen los espacios donde hablan su lengua a los espacios privados o familiares, más íntimos y donde se sienten más segurxs. ¡Cuando en realidad deberían de sentirse segurxs, orgullosxs de ser guardianes de la palabra antigua de los pueblos indígenas, y poder hablar libremente su idioma ombligo raiz en cualquier parte de este país!

Edith Herrera

Mujer ñuu savi (gente lluvia) originaria de la Montaña alta de Guerrero. En los últimos 15
años ha trabajado en diversos procesos organizativos locales así como en colectivos de
mujeres y juventudes para la promoción de los derechos de los pueblos indígenas y la
construcción de la autonomía de la vida, a partir de saberes y conocimientos milenarios en
torno a la salud, al territorio y alimentación tradicional. Actualmente es coordinadora del Espacio Cultural Educativo “TIKOSÓ”.

Una Respuesta a “Yo soy Montaña”

  1. Melitón Bautista Cruz

    Muy interesante el articulo, me interesó mucho, yo soy zapoteco de la Sierra Juárez de Oaxaca, he escrito unos libros sobre la vida comunitaria, me gustaría compartírselo., gracias por compartir

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