Yo soy Montaña

Edith Herrera

Cada tierra que pisamos

Fotos: Oscar Rodríguez Vallotton

Recientemente pude acompañar a una familia ñuu savi a una ritualidad en un sitio sagrado. Desde nuestro idioma lo llamamos “ve’é saví” (o casa de la lluvia) y ocupa un lugar céntrico en nuestra visión “ñuu savi” (el pueblo de la lluvia). Ese día acordamos reunirnos en un punto medio. Así que, cuando amaneció, estábamos subiendo el cerro para buscar al “tiaa tata tu’ va” (el que sabe rezar) y que está a cargo de realizar la ritualidad desde nuestra costumbre.

Al llegar al lugar, fue interesante buscar en medio de la milpa un camino escondido que lleva hacia el altar. Era una brecha pequeña, que salía de un camino de terracería, y subía hasta la punta del cerro… Que si uno no conoce, nunca te imaginarías que allá al fondo, al terminar ese pequeño camino, entre piedras, espinas, milpas listas para la pixca, ahí se encuentra esperando un sitio sagrado que migrantes ñuu savi, acondicionaron hace pocos años.

Encontrar estos sitios sagrados fuera del territorio histórico de los pueblos representa una resistencia cultural de su parte. En este caso particular, constituye un producto de una re-territorialización por parte de los ñu savi. Y esto, en el contexto de la capital de la región Montaña de Guerrero: Tlapa de Comonfort, un centro económico, político y cultural, donde habitamos pueblos ñuu savi, nahuas, mé’phaa y mestizos.

Íbamos con cautela. Porque no está permitido subir por los caminos que llevan al sitio sagrado, si no tienes tierra o propiedad (estamos en la ciudad). Además, se tiene que ir a buena hora, porque hay riesgo que te puedan revisar los militares que de vez en cuando hacen sus rondines durante el día.

Al llegar al lugar, observé que era una casa de la lluvia (“ve’é saví”) construida de piedras apiladas, muy similar a las que encontramos en nuestros pueblos montañeros de la parte alta. Colocadas al centro de la casa de lluvia, había representaciones más grandes de las deidades de la lluvia.

Cargando la cultura

En este lugar sagrado se encontraban señales de que se había ido a rezar durante los días anteriores: las piedras tenían marcas de humo, cenizas, algunos leños esparcidos alrededor. Y sobre todo, se podían observar las ofrendas: restos de vela, copal, alimentos, cigarros, pollos, patos, guajolotes que fueron previamente ofrendados.

Nosotras también llevábamos nuestras velas, flores, nuestro copal y nuestro aguardiente y un animal para alimentar con estas ofrendas a las deidades que ahí habitan. En cuanto llegamos, el “tata tu’va” (el que sabe rezar) se dispuso a encender velas, dar aguardiente a las deidades, a la tierra y empezó a comunicarse en nuestra lengua materna, el “tu’un savi” o palabra lluvia. Durante la ritualidad van pasando, uno por uno, los integrantes de la familia. Se les limpia con el manojo de flores, con el huevo, el aguardiente y el copal. El “tia tu’va” (el que sabe rezar), mientras va hablando con las deidades, sostiene un manojo de velas que eleva y ofrenda:

Quiten la enfermedad, quiten los peligros, ustedes lluvia grande. Que se quiebre la enfermedad, que se quiebre el peligro, que salga lo que arde, que salga lo que quema, lo que duele. De su mano izquierda, de su mano derecha, aquí es donde va a salir el dolor de cabeza, el dolor de su mano, aquí se va a deshacer la enfermedad, aquí donde habitan los espíritus de los abuelos. Quiten la envidia, quiten la maldad, lluvia grande lluvia inmensa…”, fragmento del rezo realizado este día.

Agarren la enfermedad, lo que duele, lo que arde, lo que corta, lo que quema, eres lluvia grande, lluvia fuerte, que se vaya la enfermedad, aquí llegó su ofrenda, su comida, lo que van a comer, lo que van a beber…”

Nos acotaremos a decir que esta ritualidad fue realizada por una familia originaria de una comunidad ñuu savi enclavada en las montañas de Guerrero que, desde hace unos años, ha vivido un proceso de desplazamiento forzado a raíz de la violencia. Fue generada por conflictos agrarios, que se agudizaron con las nuevas lógicas de disputa por el control de las rutas por el trasiego de drogas. A raíz de lo último, muchas armas de fuego han entrado a los territorios indígenas. Esto ha generado un desplazamiento de nuestros propios pueblos que solo tienen sus equivalentes en las guerras.

Camino al sitio sagrado

Por ello, es que se enfatiza en la sanación, en la protección de peligro, de enfermedad, y de los conflictos. Frente a lo que han vivido, varias personas de su comunidad han enfermado y, aunque ya no viven en su pueblo, cada determinado tiempo, tienen que ofrendar para poder curarse y mantener el equilibrio de sus vidas. Esa es parte de nuestra cosmovisión ñuu savi. Y nos permite no vaciarnos de nuestra identidad.

Se pide por la familia, el equilibrio, la salud, la abundancia:

“Van a crecer, no nacerá enfermedad, no nacerá la tristeza, ellos nacerán, crecerán bien, lluvia grande, lluvia inmensa, pedimos para que se logre el día, se logre el tiempo para que crezcan con bien, que vivan bien, que se extienda su vida, que crezcan bien, que no nazcan enfermedades, no nazcan problemas ni conflictos, que no nazcan sustos ni espantos”, así sigue el rezo realizado este día.

Mientras esto sucede, doña Petra se dispone con su hija a prender el fuego a unos cuantos metros de donde rezan. Ahí se preparará la comida para las deidades, que se pondrá en el altar. También comerán las personas que asistimos a la ritualidad. Todo esto transcurre, mientras se organiza la familia: unos de ellos acompañando el ritual, otros juntando leña para quemar el fuego, y otros pelando los pollos que se comerán junto a las deidades.

Para muchas personas, quizás cueste entender este tipo de ofrendas. Porque lamentablemente vivimos en una sociedad donde estas prácticas son consideradas “primitivas” o “satánicas”. La primera de estas palabras desde un prejuicio racista y la segunda desde un prejuicio religioso cristiano. Queremos hablar de este rezo hoy, porque se invisibilizan las prácticas de los pueblos, se invisibiliza nuestra relación con el territorio que nos rodea, nuestras creencias y pensamientos. Y estos prejuicios son las armas más comunes que se utilizan para ello. Para nosotros como “ñu savi” (gente de la lluvia), estos espacios tienen guardianes protectores, tienen dueños, tienen espíritu y corazón. Tenemos que hablarles, pedirles, y para ello tenemos que ofrendarles, darles alimento y agradecer.

El rezo en tu’ún savi

Necesitamos colocar estas historias, estas memorias, como algo vivido, algo real que se entiende solo dentro de nuestro marco cultural, nuestro pensamiento “ñuu savi”, nuestra historia y ser en donde quiera que habitemos, que sea nuestros territorios ancestrales o los lugares donde hemos tenido que llegar a vivir.

La familia de doña Petra, con este rezo de fin de año, nos muestra la resistencia cultural, lingüística, simbólica, de la costumbre. Lo hace en un contexto sumamente racista y discriminante, como lo es la ciudad para la población indígena que se ha visto forzada a migrar o mejor dicho, desplazarse de su tierra para intentar buscar un lugar en la pequeña urbe que se está convirtiendo Tlapa.

Es necesario, señalar que, por años, cuando los tíos abuelos, parientes y familiares, empezaron a llegar a vivir a esta ciudad, nos cuentan que los militares los seguían, los extorsionaban, los golpeaban y amenazaban porque decían que eso estaba prohibido, que era brujería o hechicería. Desde entonces estos espacios de ritualidad se encuentran ocultos, no están a la vista de la demás gente, por temor a ser detenidos o amenazados.

Son lugares que también son resguardados, porque ha habido saqueo de piedras sagradas, de representaciones de deidades pulidas, objetos y utensilios usados para las ritualidades y ceremonias de lluvia. Ante ello, solo quienes conocen la costumbre “ñuu savi” saben cómo llegar a esos sitios, a donde pedir. Esa capacidad de resistencia nos impresiona. La hay aquí, pero también en los campos de Morelos, en Jalisco, en las costas de Michoacán, Sinaloa. A donde viajan las familias “ñuu savi” buscan la manera de comunicarse y pedir a las deidades guardianas del territorio y la vida, que no las desprotejan, que alimenten la salud, la abundancia, que no haya conflictos ni problemas.

Estar conectados con el territorio no se logra solo mediante un ritual formal o ceremonia obligada, es parte de un sentimiento que nos conecta. Se necesita hacer para limpiar el espíritu, el corazón, dicen los abuelos. Así se renuevan los ciclos de la vida: donde algo termina, algo empieza y nunca tiene fin.

Se habla de ritual, pero en realidad es una manera de vivir que se basa en la reciprocidad que aún resiste en varios pueblos, familias y comunidades. Es importante colocar esta visión de la vida cuando mencionamos estos rituales. Implica que hay que dar y recibir, que hay que ofrendar para poder tener ese derecho de pedir. Se trata de un equilibrio de la vida, del mundo.

La ofrenda

Tampoco se pide únicamente por una persona o por la familia presente este día, sino también por lo que lo rodea, su familia, su trabajo, su casa. Para esta ritualidad de fin de año, se pide por los equilibrios de la vida y por los demás. Se agradece la vida prestada y se pide salud, abundancia, trabajo, por los que están fuera de casa, que salieron a estudiar o a trabajar en el país o que están del “otro lado” como decimos (Estados Unidos).

Desde pequeños, en la montaña, nos enseñan que también se pide por todo el pueblo y por el bien vivir del mundo, deseándoles armonías y equilibrios. Estas prácticas rituales son las que nos permiten entender que la vida es un momento que va de paso. En nuestra visión “ñuu savi”, necesitamos siempre agradecer, pedir, respetar, honrar a las deidades y espíritus de los ancestros y ancestras. Porque solo así se entiende el equilibrio de la vida, el bien vivir, el bien ser, el bien estar de la persona.

Para este inicio de un ciclo nuevo, queremos enviar un saludo fraterno, solidario, y de ánimo a las luchas colectivas, organizadas desde abajo, desde los pueblos que caminan, que resisten o construyen alternativas ante los sistemas de saqueo, despojo y de muerte que sigue instaurando el capital.

Cada vez que puedan quemen vela, copal o un cigarro, porque todos los espacios que habitamos tienen espíritus guardianes. Hay que agradecerles y pedirles protección. Ellos cobijan nuestro caminar. Lo podemos hacer de esta forma o de otra, pero hay que respetar cada lugar, cada tierra que pisamos.

Edith Herrera

Mujer ñuu savi (gente lluvia) originaria de la Montaña alta de Guerrero. En los últimos 15
años ha trabajado en diversos procesos organizativos locales así como en colectivos de
mujeres y juventudes para la promoción de los derechos de los pueblos indígenas y la
construcción de la autonomía de la vida, a partir de saberes y conocimientos milenarios en
torno a la salud, al territorio y alimentación tradicional. Actualmente es coordinadora del Espacio Cultural Educativo “TIKOSÓ”.

Una Respuesta a “Yo soy Montaña”

  1. Melitón Bautista Cruz

    Muy interesante el articulo, me interesó mucho, yo soy zapoteco de la Sierra Juárez de Oaxaca, he escrito unos libros sobre la vida comunitaria, me gustaría compartírselo., gracias por compartir

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